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122/2📑La Amiga de mi Madre - Parte 2

122/2📑La Amiga de mi Madre - Parte 2

Después de aquella cogida brutal en su cama, Verónica y yo pasamos la semana sin poder dejar de escribirnos. Mensajes sucios, videollamadas calientes, audios jadeando, recordando cómo le rompí el culo mientras se mordía la almohada.
Estábamos enfermos. Y nos gustaba así.

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Pero el sábado, todo cambió.

Estaba en la cocina con mamá, desayunando como si fuera un hijo decente. Ella preparaba café cuando, de pronto, suelta:

—Tengo que presentarte a alguien.

—¿A quién?

—La hija de Gladys, ¿te acordás? Romina. Tiene veintidós. Está soltera, estudia medicina… y me dijo su mamá que le parecés lindo.

—Mamá…

—¡Nada de eso! Quiero que salgas con una chica bien, no solo estés… por ahí.

Me reí incómodo, sin saber que en el pasillo, en silencio, Verónica estaba escuchando todo.
Ella había venido temprano sin avisar, como solía hacer. Iba a traerme una muda de ropa que se me había quedado en su casa… y planeaba darme una mamada en el lavadero, a escondidas.

Pero al escuchar eso, algo explotó adentro de ella.

—¿Una chica bien, dijiste? —interrumpió con voz seca, apareciendo de repente en la cocina.

Mamá se giró sorprendida.

—¡Verito! Qué susto. No te oí entrar.

—Y claro. No me esperaban.

Me miró. Pero no con esa mirada caliente de siempre. Esta vez, su expresión era oscura, helada. Había fuego. Pero otro fuego. Un fuego de celos, de territorio.

—¿Así que le vas a presentar a una nena linda? —me dijo—. ¿Una de su edad? ¿Alguien más “correcta”?

—Verónica, no es lo que…

—¿Qué? ¿No es lo que parece? ¿Tu mamá no sabe que su amiga tiene la concha llena de tu leche desde hace semanas?

Mamá quedó paralizada. Yo también. Nadie respiró.

—Verónica… —balbuceé, pero ella ya estaba desatada.

—¿O pensabas cogértela a escondidas también, como a mí? —me dijo en voz baja, pero con rabia—. No, nene. No te confundas. Yo soy la puta que te enseñó a coger. Pero también soy la mujer que te tiene enfermo. ¿O vas a negar que gemís mi nombre cuando te pajeas?

—¡Verónica, por favor! —dijo mamá, en shock.

—No, Clara. Vos querés presentarle una chica de bien. Bueno. Yo no soy eso. Pero soy la que lo hace acabar gritando. Soy la que se mete su pija en la boca hasta ahogarse. Soy la que se le abre de piernas apenas entra a casa.

La tensión era insoportable. Yo no sabía si salir corriendo o quedarme a ver cómo ardía todo.

Verónica se me acercó. Me tomó del cuello de la remera.

—¿Querés a otra, entonces? ¿Querés algo más “sano”? Perfecto. Pero antes de irte con tu Romina, quiero que me cojas una vez más. Acá. Enfrente de tu madre si hace falta.

Y me besó. Un beso furioso, lleno de saliva, con las uñas en mi nuca.

Mamá no dijo nada. Estaba pálida. Muda.

Verónica me soltó. Me miró con los ojos llorosos… y se fue.


Esa noche no dormí. No podía dejar de pensar en ella. En lo que dijo. En cómo me miró. En el hecho de que por primera vez había demostrado que no solo me quería por el sexo.

Ella estaba enamorada.

Y yo… también.

Pero ahora, todo estaba roto.


Pasaron tres días. Largos. Silenciosos. Sin mensajes. Sin llamadas.
Nada de Verónica.

Dormía mal, comía peor. Revisaba el celular cada cinco minutos, como un idiota. Estaba jodido. Vacío. Como si me hubieran arrancado algo del pecho… y de los huevos también.

La casa era un desierto. Mamá tampoco decía mucho, pero me observaba. Sabía que algo se había roto. Y no entre Verónica y ella. Sino entre Verónica y yo.

Hasta que esa tarde, mientras yo me quedaba mirando un plato de arroz sin tocar, mamá se sentó frente a mí y soltó:

—hijo… hablá con ella.

Levanté la vista, sorprendido.

—¿Qué?

—Verónica. Es una mujer complicada, sí. Tiene sus cosas. Y lo que hicieron no está bien… pero yo la conozco. Tiene un corazón enorme. Y vos también. No me mientas, hijo. Estás enamorado.

No dije nada. Solo tragué saliva.

Mamá suspiró.

—Fue un golpe duro… pero no puedo hacer que el amor sea “correcto”. A veces pasa donde menos lo esperamos. Y no la quiero ver más destruida. Ayer vino a devolverme una fuente y estaba hecha mierda. Ojos rojos. Vos también estás igual. Así que levantate. Anda a su casa. Y solucioná las cosas.

La miré. Mamá me sonrió, con los ojos brillosos.

—Sí, soy tu madre. Y soy su amiga. Pero también soy mujer. Y cuando una mujer se rompe por un hombre… es porque de verdad le importa.


Fui. No pensé. Solo fui.

Golpeé la puerta. Una. Dos. Tres veces.

Y ahí apareció.

Verónica estaba en bata. Pelo desordenado. Sin maquillaje. Ojeras. Ojitos húmedos. Más hermosa que nunca.

—Pensé que no ibas a venir —susurró.

—Pensé que me ibas a escupir en la cara.

Nos miramos. Un silencio eterno. Hasta que rompí la distancia y la abracé. Ella temblaba. Me apretaba fuerte, como si no quisiera soltarme más.

—No me importa nada —le dije al oído—. Ni tu edad, ni lo que digan, ni mamá. Solo quiero cogerte mientras te digo que te amo.

Y ahí, en la sala, comenzó la locura.

Me desnudó con ansiedad. Me mordió. Me rascó. Me besó llorando. Me empujó contra el sillón, se subió sobre mí y se sentó en mi pija con un gemido tembloroso, como si se estuviera llenando con amor y rabia al mismo tiempo.

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—No me dejes nunca, nene… mi concha es tuya..—susurró mientras comenzaba a cabalgar.

Las lágrimas le caían por las mejillas. Pero no paraba. Se movía con fuerza, gimiendo, mirándome fijo. Cabalgaba como si quisiera sacarme el alma, como si necesitara destruirme y al mismo tiempo salvarse.

—Te amo, carajo… —me dijo—. Te amo aunque me duela.

—Yo también, Vero… te amo. Sos mía.

La abracé fuerte mientras seguía moviéndose. El sonido de mí pija y su concha chocando se mezclaba con sus sollozos, mis gemidos, su respiración rota. Nos cogíamos con amor, con locura, con perdón.

Y cuando me vine dentro de ella, ella también tembló, se vino gimiendo mi nombre, con los ojos cerrados y el cuerpo sacudido.

Caímos juntos sobre el sillón. Pegados. Mojados. Llorando los dos.

Y entonces, ella rió bajito.

—¿Tu mamá me odia?

—No. Me mandó a buscarte.

Verónica se tapó la cara.

—Me quiero morir…

—No. Quedate viva. Te quiero así. Toda. Para siempre.

Y esa noche, dormí adentro de ella. Literal. Y emocionalmente.

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La relación con mamá se había transformado. Ya no había tensión. Solo una aceptación madura, incómoda al principio, pero real. Nos miraba con respeto, con resignación, y hasta con ternura. Entendió que lo nuestro no era un capricho. Era fuego, sí. Pero también era amor.

Verónica volvió a entrar a casa como amiga. Pero ahora, todos sabíamos que salía como amante.

Una noche cualquiera, mamá me tocó el hombro antes de irse a dormir.

—Te noto distinto —me dijo—. Más hombre. Más centrado. No sé si es Verónica o lo que despertó en vos… pero se nota. Y aunque me cueste, estoy feliz.

No supe qué decirle. Solo la abracé.
Y ese fue el verdadero perdón.


Esa misma noche, cuando Verónica llegó, no hubo palabras.

Se sacó la ropa en silencio. Me miró con los ojos brillosos, y se sentó sobre mí con la fuerza de una mujer que ya no se esconde.

Me cabalgó despacio. Lento. Con los ojos fijos en los míos. No buscaba el orgasmo… buscaba conexión. Pertenencia.

—Nunca pensé que iba a pasar esto —susurró, jadeando—. Que tu madre me abrazara. Que me aceptara. Que yo te sintiera tan dentro mío, sin culpa.

Sus caderas se movían como olas. Su humedad me empapaba. Cada vez que bajaba sobre mí, gemía con la voz entrecortada.

—Sos mi lugar, —gimió—. Mi casa. Mi hombre.

La tomé de la cintura y la empujé más fuerte. Su cuerpo vibraba. La llené una vez, dos, tres. Nos vinimos abrazados, como si el orgasmo fuera también una forma de quedarnos a vivir en el otro.

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No hubo palabras después. Solo caricias. Y un silencio lleno de sentido.


Días después, mamá, Verónica y yo nos sentamos en el patio. Una cerveza, una charla distendida.

Mamá miró a Verónica y dijo algo que cerró el ciclo:

—Al final, no eras una amenaza. Solo eras la mujer correcta… en el momento equivocado.

—O el momento era perfecto, pero nadie lo entendía aún —respondió Verónica.

Brindamos. Reímos. Y por dentro, supe que ese era el final. No de la historia, sino de la culpa.

Porque lo prohibido, cuando se convierte en verdad, deja de ser pecado… y se vuelve hogar.

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4 comentarios - 122/2📑La Amiga de mi Madre - Parte 2

Ldmo37
Espectacular!!!
Matias296929
Espectacular increíblemente buenísimo muy sentido, SOS un genio.