Marco era un hombre bueno. Responsable, cumplidor, de esos que no se quejan aunque trabajen diez horas al día. Estaba en una empresa de logística, y su día comenzaba a las siete y terminaba pasadas las seis de la tarde. Siempre llegaba con la camisa sudada, las manos cansadas y el cuello tenso.
Pero lo que lo mantenía vivo, erecto y feliz… eran los mensajes de Laura.
Su novia tenía una forma especial de apoyarlo: con fotos, videos y palabras que lo hacían temblar en la oficina.
Ese jueves, a las 11:47 a.m., mientras Marco revisaba informes de carga, le llegó una notificación. Era una foto.

Laura. Desnuda. De rodillas en la alfombra, las tetas colgándole suaves, los pezones duros. Con la lengua afuera y una nota en la mano que decía: “Este cuerpo es tuyo. ¿Cómo quieres usarlo esta noche?”
A Marco se le endureció la pija en segundos. Disimuló, apretó las piernas. La contestó con un mensaje rápido:
“Te voy a destrozar cuando llegue.”
A los cinco minutos, otro mensaje. Un video.
Laura se grababa de espaldas, en el baño. Se inclinaba frente al espejo, mostrando ese culo redondo, perfecto, que se separaba lentamente mientras ella se abría la concha con una mano.

—Aquí es donde te quiero esta noche, amor —decía—. Métela entera… hasta que me haga llorar.
Marco tuvo que ir al baño. Se encerró con el teléfono y la paja fue inevitable. Rápida, sucia, necesitada. Pensó en su boca, en su aroma, en sus gemidos, en sus tetas, en su concha. Terminó jadeando, apoyado en el azulejo, y le escribió:
“Me debes otra. Esta vez quiero que me esperes en cuatro.”
Cuando llegó a casa, encontró la puerta entreabierta. La luz apagada. Solo una vela encendida en el pasillo. Escuchó música suave, respiraciones.
La vio. Laura, desnuda, sobre la cama. En cuatro, como él pidió. El culo brillando por el aceite, los dedos acariciándose el clítoris. La habitación olía a sexo.
—Tardaste mucho —dijo ella, sin mirar atrás.

Marco se desnudó como una fiera. Su pija ya palpitaba dura.Caminó hasta ella y le escupió la entrada. Luego hundió la lengua, besándola, lamiéndola, saboreando el jugo que le había mandado en fotos todo el día. Ella gemía, empapada.
—¿Me extrañaste? —preguntó él.
—Sí… cogeme ya, no aguanto más…
La penetró de un solo empujón, fuerte, su pija dura, invadiendo su concha, con rabia contenida. El cuerpo de ella se estremeció. Gritó.
La sujetó de las caderas y comenzó a embestirla con ritmo salvaje. El cuarto se llenó de los sonidos de carne golpeando carne, de gemidos húmedos y promesas sucias.
—Te voy a llenar, como soñaste todo el día… le decía mientras la bombeaba.

—¡Sí! ¡Hazlo! ¡Dámelo todooo!
La hizo venirse una, dos veces. Luego la volteó, le abrió las piernas y la cogió de frente. Mirándola a los ojos. Besándola mientras la llenaba la concha de su semen caliente.
Ella lo abrazó con fuerza, temblando. Satisfecha.
—¿Estuvo bien, amor? —preguntó.
—Fue la mejor motivación del mundo. Y mañana… quiero más.
Ella sonrió, maliciosa.
—Mañana... te haré una videollamada sin ropa interior. Prepárate para salir antes del trabajo.
Y Marco ya no podía esperar que dieran las once.
Pero lo que lo mantenía vivo, erecto y feliz… eran los mensajes de Laura.
Su novia tenía una forma especial de apoyarlo: con fotos, videos y palabras que lo hacían temblar en la oficina.
Ese jueves, a las 11:47 a.m., mientras Marco revisaba informes de carga, le llegó una notificación. Era una foto.

Laura. Desnuda. De rodillas en la alfombra, las tetas colgándole suaves, los pezones duros. Con la lengua afuera y una nota en la mano que decía: “Este cuerpo es tuyo. ¿Cómo quieres usarlo esta noche?”
A Marco se le endureció la pija en segundos. Disimuló, apretó las piernas. La contestó con un mensaje rápido:
“Te voy a destrozar cuando llegue.”
A los cinco minutos, otro mensaje. Un video.
Laura se grababa de espaldas, en el baño. Se inclinaba frente al espejo, mostrando ese culo redondo, perfecto, que se separaba lentamente mientras ella se abría la concha con una mano.

—Aquí es donde te quiero esta noche, amor —decía—. Métela entera… hasta que me haga llorar.
Marco tuvo que ir al baño. Se encerró con el teléfono y la paja fue inevitable. Rápida, sucia, necesitada. Pensó en su boca, en su aroma, en sus gemidos, en sus tetas, en su concha. Terminó jadeando, apoyado en el azulejo, y le escribió:
“Me debes otra. Esta vez quiero que me esperes en cuatro.”
Cuando llegó a casa, encontró la puerta entreabierta. La luz apagada. Solo una vela encendida en el pasillo. Escuchó música suave, respiraciones.
La vio. Laura, desnuda, sobre la cama. En cuatro, como él pidió. El culo brillando por el aceite, los dedos acariciándose el clítoris. La habitación olía a sexo.
—Tardaste mucho —dijo ella, sin mirar atrás.

Marco se desnudó como una fiera. Su pija ya palpitaba dura.Caminó hasta ella y le escupió la entrada. Luego hundió la lengua, besándola, lamiéndola, saboreando el jugo que le había mandado en fotos todo el día. Ella gemía, empapada.
—¿Me extrañaste? —preguntó él.
—Sí… cogeme ya, no aguanto más…
La penetró de un solo empujón, fuerte, su pija dura, invadiendo su concha, con rabia contenida. El cuerpo de ella se estremeció. Gritó.
La sujetó de las caderas y comenzó a embestirla con ritmo salvaje. El cuarto se llenó de los sonidos de carne golpeando carne, de gemidos húmedos y promesas sucias.
—Te voy a llenar, como soñaste todo el día… le decía mientras la bombeaba.

—¡Sí! ¡Hazlo! ¡Dámelo todooo!
La hizo venirse una, dos veces. Luego la volteó, le abrió las piernas y la cogió de frente. Mirándola a los ojos. Besándola mientras la llenaba la concha de su semen caliente.
Ella lo abrazó con fuerza, temblando. Satisfecha.
—¿Estuvo bien, amor? —preguntó.
—Fue la mejor motivación del mundo. Y mañana… quiero más.
Ella sonrió, maliciosa.
—Mañana... te haré una videollamada sin ropa interior. Prepárate para salir antes del trabajo.
Y Marco ya no podía esperar que dieran las once.
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