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44📑La Última Tentación

El humo espeso del cigarro y el whisky barato flotaban en el aire como una promesa sucia. En la sala privada del club, los amigos del novio gritaban, reían y aplaudían mientras la música retumbaba en las paredes forradas de terciopelo rojo. En el centro, sobre una tarima baja, una mujer de curvas imposibles se deslizaba por el tubo con la maestría de quien ha hecho del pecado un arte.

Luis, el mejor amigo del novio, estaba sentado al borde del sillón de cuero, con un vaso de whisky a medio terminar y los ojos clavados en ella. No era un tipo de prostíbulo. De hecho, ni siquiera había querido ir a la despedida. Pero sus amigos lo arrastraron, y ahora ahí estaba, con el corazón bombeando fuerte y la pija dura bajo el pantalón.

44📑La Última Tentación


La stripper se llamaba Brisa, o al menos así se presentó. Piel canela, melena negra hasta la cintura, y unas tetas que parecían desafiar las leyes de la gravedad y la ética. Bailaba desnuda y cada vez que se agachaba con las piernas abiertas o sacudía ese culo redondo, Luis sentía cómo se le borraban los principios.

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En un momento, Brisa se bajó del escenario y caminó directo hacia él.

—¿Tú no te estás divirtiendo mucho, papi? —le susurró al oído, con esa voz empapada en ron y deseo.

Luis sonrió nervioso. —Yo... sólo estoy mirando.

—Pues ven, que quiero que me mires más de cerca.

Sin darle opción, lo tomó de la mano y lo llevó por un pasillo tras bambalinas. Luis sintió la mirada y aplausos de sus amigos en la espalda, pero no dijo nada. Cruzaron una puerta hasta llegar a una habitación más pequeña, con un sillón negro, luces tenues y un espejo gigante.

Brisa se dio vuelta, lo empujó con suavidad al asiento y se montó sobre él. Con movimientos lentos, se tocaba las tetas y las puso en su cara.

—Te voy a dar un regalo que no vas a olvidar, mi amor —dijo. Pero esto cuesta extra.

Luis ya ni pensaba. Sacó un par de billetes del bolsillo y se los metió en la liga. Brisa sonrió como una loba que huele sangre.

Se inclinó, le bajó el pantalón y le sacó la pija, dura como un palo de acero. Sin prisa, comenzó a mamársela, mirando desde abajo, haciendo ruiditos sucios con la boca, babeando la punta y hundiéndose más con cada succión. Luis se retorcía de placer, con los dedos hundidos en su cabello.

—¿Te gusta, papi? —murmuró al sacársela un instante para acariciarla entre sus tetas, que ahora estaban llenas de su saliva y preseminal.

—Sí... joder, sí...

Brisa se subió sobre él y se lo metió de una un la concha, mojada, caliente, resbalosa.

—Mmm... así me gusta, bien duro... —le dijo mientras comenzaba a cabalgarlo, rebotando con fuerza, haciendo que sus tetas golpearan en su cara.

Luis la tomó por la cintura y la embistió desde abajo. El olor a sexo, sudor y perfume barato llenaba la habitación. Brisa gemía cada vez más alto, se clavaba las uñas en su pecho, le mordía los labios, hasta que acabó temblando sobre él.

Luis no pudo más, se vino dentro de ella, como si vaciara semanas de tensión en una sola explosión.

Brisa bajó lentamente, besándolo en el cuello.

—Nadie tiene por qué enterarse, papito. Solo fue... un regalito de despedida. Para ti, no para el novio.

Luis se quedó sin palabras. Sólo la miró mientras se vestía y salía por la puerta con la misma elegancia felina con la que llegó. Afuera, la música seguía sonando. La fiesta continuaba. Pero él sabía que esa noche no la iba a olvidar nunca.


La boda fue bonita. Demasiado bonita. Luis estaba ahí, con su traje recién planchado, fingiendo sonrisas, aplaudiendo cuando los novios se besaron, brindando cuando llegó el pastel. Pero por dentro, su cabeza estaba en otra parte. Más bien, en otro cuerpo.

En esas tetas. En esa boca. En ese culo que no dejaba de imaginar empinado frente a él.

Brisa.

No la había visto desde la despedida. Ni un mensaje, ni una palabra. Pero no podía sacársela de la cabeza. Así que, después de dejar el regalo y escapar del salón, tomó su coche y fue directo al club. Algo lo guiaba. Una necesidad. Una promesa no cumplida.

Apenas entró, la vio. Salía por la puerta lateral, con una chaqueta corta, el maquillaje corrido y el bolso al hombro. Estaba sola, y parecía cansada.

—Brisa —la llamó.

Ella se detuvo. Lo reconoció de inmediato. Le sonrió con picardía, ladeando la cabeza.

—¿Tú otra vez, papi?

—No dejé de pensar en ti.

Ella lo miró un segundo, luego al cielo, como quien evalúa si vale la pena caer otra vez.

—Ya terminé el turno… pero si tienes algo interesante que ofrecer...

Luis levantó las llaves del auto. —Motel. A mi cuenta. Tu cuerpo.

Brisa se rió. —Así me gusta. Directo y caliente.

La habitación del motel era barata, con sábanas limpias y un espejo en el techo. Lo justo para lo que venían a hacer.

Brisa se desnudó sin decir palabra. Luis no pudo evitar mirar ese culo firme y amplio mientras se quitaba la tanga, dejándola caer al suelo con descaro. Él también se desnudó rápido, con la pija ya palpitando de anticipación.

—Hoy quiero otra cosa —dijo él, acercándose por detrás.

Ella sonrió por el espejo. —¿Te volviste sucio, mi amor?

—Desde que te conocí.

Brisa se inclinó sobre la cama, sacando el culo y separando las nalgas con las manos. Su culo , apretado y brillante de lubricante que ya se había aplicado sin decir nada, lo miraba como una boca hambrienta.

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Luis escupió en su mano, se la frotó en la punta del pene, y la dirigió hacia el objetivo. Empujó con fuerza y lentamente entró. El calor, la presión, lo hicieron gemir de inmediato.

—Mierda, Brisa... estás apretadísima...

—Rómpeme el culo, papi. Así me gusta.

Luis comenzó a moverse, primero lento, después más rápido, cogiendola, agarrándola por las caderas, empujando con fuerza mientras ella gemía, se mordía la almohada y se tocaba la vagina con dos dedos.

El cuarto se llenó de los sonidos sucios de la piel chocando, sus gemidos jadeantes, y el olor inconfundible del sexo más salvaje.

Brisa se empujaba contra él, cada vez más dura. —Dámelo todo... quiero que me acabes adentro, ahí, en mi culito, como un animal...

Luis no aguantó más. Con una embestida final y un grito, se vino profundo, bombeando con fuerza mientras sentía cómo su semen llenaba el interior de Brisa, que gemía como poseída.

Cuando se separó, su pija salió brillante y goteando. Brisa se dejó caer de lado, sonriendo con los ojos cerrados.

—Eso sí fue servicio completo...

Luis se tumbó a su lado, aún sin aliento.

—Y pensar que vine a celebrar la boda de mi mejor amigo.

Brisa se rió. —Pues felicidades. Tú también te casaste... con el vicio.

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Quedaron para verse otra vez. Brisa ya lo estaba esperando en la habitación del motel, desnuda sobre la cama, con una sonrisa que prometía otra noche sucia. Luis cerró la puerta tras de sí sin decir una palabra, dejándose caer sobre la silla mientras se desabrochaba el cinturón. La tensión en su cuerpo hablaba por él.

—¿De nuevo por aquí, papi? —dijo ella, abriéndose de piernas con descaro.

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—No vengo a hablar —respondió Luis, sacándose la pija ya dura, apuntándola hacia ella.

Brisa se arrastró como una gata hasta quedar entre sus piernas. Le agarró el miembro con una mano firme, lo miró a los ojos y empezó a chupar. Su lengua se enredaba en la punta, lo mamaba con ruido, con intensidad, tragándolo cada vez más profundo. Lo sacaba bañado en saliva, se lo pasaba entre las tetas, lo escupía y volvía a metérselo hasta el fondo.

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—Me encanta tu pija, papi. Me encanta tenerla en la garganta —decía entre succión y succión, mirándolo desde abajo con una sonrisa provocadora.

Luis la tomó del cabello y la empujó más. Ella se dejó, feliz de servir, con la garganta abierta como una experta.

—Súbete —le ordenó él.

Brisa se subió sobre él, agarró su pija y se la metió en la concha de una sentada, gimiendo con fuerza.

—Ahhh... sí, mi amor, sí... —empezó a cabalgarlo como una desquiciada, con las tetas saltando, el culo chocando contra sus muslos, y su vagina mojada tragándolo con cada vaivén.

Luis la agarraba fuerte de las nalgas, ayudándola a subir y bajar mientras ella se reía entre gemidos.

—Eres una puta rica... —le dijo él, caliente, salvaje.

—Y soy toda tuya esta noche, papi...

Se voltearon. Luis la puso en cuatro sobre la cama, y sin avisar se la metió por el culo. El sonido de sus cuerpos chocando llenó el cuarto. Él la agarró del cuello, la embistió con fuerza, con rabia, mientras ella se tocaba el clítoris y gemía como una perra en celo.

—Más duro... más... ¡revientame ese culo! —gritaba ella.
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Luis sentía que iba a explotar. Salió un segundo, se puso frente a ella y se la sacudió con fuerza.

—¡Saca las tetas! —ordenó, jadeando.

Brisa juntó sus pechos grandes, firmes y brillantes de sudor. Luis no aguantó más. Se la cascó con fuerza hasta que le saltaron los chorros calientes encima, bañándole las tetas, el cuello, incluso la boca.

Ella se relamió.

—Eso... así me gusta. Que me marques como tuya.

Ambos se miraron. Exhaustos. Cansados. Pero aún con fuego en los ojos.

Luis se dejó caer junto a ella. Ya no había palabras. Solo cuerpos sudados, semen en la piel, y el eco de una noche donde no quedó nada sin probar.

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1 comentarios - 44📑La Última Tentación

elmasterblog
Me la dejaste re dura, excelente relato, de principio a fin . Con ganas de más.