Tomás era piloto comercial, 34 años, soltero, con más horas de vuelo que citas románticas. Esa noche tenía un vuelo nocturno de Buenos Aires a Cancún, pero lo único que le interesaba del itinerario era ella: Camila, la nueva azafata, 27 años, piernas de escándalo, boca de pecado y un uniforme que parecía diseñado para provocarlo.

La tensión entre ellos se notaba desde el primer vuelo. Miradas cómplices, roces casuales en el pasillo, sonrisas que decían más que mil palabras. Pero nunca había pasado nada… hasta hoy.
Después de aterrizar y llegar al hotel asignado, Tomás recibió un mensaje en su celular:
> “Habitación 1205. Sin ropa interior. Quiero volar contigo.”
No lo pensó. Golpeó la puerta y ella abrió con una bata corta, apenas atada, dejando entrever sus pechos firmes y el comienzo de un tatuaje en la pelvis.
—¿Venís listo para el despegue, capitán?
Tomás cerró la puerta sin hablar. La acorraló contra la pared y la besó con fuerza. Su lengua se deslizó en su boca como si quisiera saborearla toda. Le abrió la bata y se la quitó de un tirón. Camila estaba completamente desnuda, lista para ser devorada.
Se arrodilló frente a ella, le abrió las piernas y empezó a lamerle la concha con hambre, con técnica, como si fuera su plato favorito. Ella gemía con una mano en su cabeza y otra en sus propios pechos, ya al borde del clímax.

—¡Pará... si seguís así me vengo ya!
Pero él no paró. Siguió lamiendo hasta que ella se corrió en su boca, temblando.
La levantó, la llevó a la cama y se desnudó, su pija ya levantaba vuelo, la penetró de una sola embestida. Camila gritó de placer, envolviendo sus piernas alrededor de él. Tomás la cogía con fuerza, marcando el ritmo como quien maneja un avión en turbulencia.
La hizo ponerse arriba y ella cabalgó su pija como si montara una tormenta. Sus tetas rebotaban con cada movimiento, y él las chupaba, las mordía, desesperado.
Pero lo mejor vino después.
—Dámelo por atrás, Tomás… me encanta que me lo hagas así —susurró con voz sexy.
Él la hizo girar, la besó en la espalda, y lentamente fue metiéndole la pija en su estrecho y caliente culo. Ella se aferró a la almohada, jadeando fuerte, mientras él la tomaba sin freno, azotando su culo y sujetándola del cabello.
—¡Sí... así! ¡Rompeme toda!
El clímax fue brutal. Él se salió justo a tiempo y eyaculó sobre su espalda y nalgas, manchándola como si fuera suya.
Camila giró, lo besó y dijo, aún agitada:
—Con vos, capitán… siempre quiero volar más alto.
El reloj marcaba las 5:40 a.m. El vuelo a Madrid salía en menos de una hora. Tomás ya había pasado por seguridad, caminaba por la terminal con su maletín en mano, aún con el recuerdo ardiente de la noche anterior. No esperaba volver a verla tan pronto. Pero ahí estaba: Camila, impecable en su uniforme de azafata, con el moño perfecto y los labios pintados de rojo.
Ella le hizo una seña discreta desde la puerta del baño de discapacitados, justo al lado de la sala de embarque. Miró a ambos lados, y sin pensarlo dos veces, entró.
Camila cerró la puerta con seguro y se le lanzó encima.
—No podía subir al avión sin esto —susurró, bajándole el cierre del pantalón.
Se arrodilló, sacó su pija ya palpitante y se lo metió en la boca con lujuria. Tomás apoyó una mano en la pared mientras la veía mover la cabeza, lenta y profunda, tragándolo entero. El sonido húmedo, su lengua ágil, sus gemidos mientras lo mamaba como una adicta… todo era puro fuego.
—Sos una enferma —jadeó él.
—Y vos me hacés así —respondió ella, lamiéndole la punta—. Pero ahora te toca a vos.
Camila se giró, subió la falda del uniforme y se apoyó contra el lavamanos. No llevaba ropa interior. Tomás la penetró con fuerza, sintiendo cómo la humedad de su concha lo envolvía por completo.
—¡Rápido... dámelo así, duro! —gritó ella, mordiéndose el puño para no hacer ruido.
El vaivén era salvaje. Él la azotaba con una mano, mientras con la otra le apretaba una teta por debajo del uniforme. El espejo temblaba con cada embestida. El aire olía a sexo.
—Dámelo por el culo —pidió ella de pronto, sin vergüenza—. Dame lo que me debes desde anoche.

Tomás escupió en su mano, se lubricó la punta y se colocó detrás. Poco a poco, fue empujando hasta entrar completamente. Camila tembló, se aferró al lavamanos y arqueó la espalda, abierta y sometida.
—¡Sí... así! ¡Cogeme poe el culo, capitán! —susurró con rabia contenida.
El orgasmo llegó rápido, violento. Tomás se salió justo a tiempo y eyaculó en su espalda, manchándola justo bajo el cuello del uniforme.
Ambos se miraron en el espejo, jadeando, sudados, satisfechos.
—Y ahora... a servir café con sonrisas —bromeó ella, limpiándose con una toallita.
—Después de esto, no sé si podré mantenerme en la cabina sin pensar en cogerte otra vez —dijo él, subiendo el cierre.
Salieron por separado, como si nada hubiera pasado. Pero cuando subieron al avión y cruzaron miradas desde lejos, los dos supieron que ese vuelo sería solo el comienzo de una larga lista de encuentros turbulentos.

La tensión entre ellos se notaba desde el primer vuelo. Miradas cómplices, roces casuales en el pasillo, sonrisas que decían más que mil palabras. Pero nunca había pasado nada… hasta hoy.
Después de aterrizar y llegar al hotel asignado, Tomás recibió un mensaje en su celular:
> “Habitación 1205. Sin ropa interior. Quiero volar contigo.”
No lo pensó. Golpeó la puerta y ella abrió con una bata corta, apenas atada, dejando entrever sus pechos firmes y el comienzo de un tatuaje en la pelvis.
—¿Venís listo para el despegue, capitán?
Tomás cerró la puerta sin hablar. La acorraló contra la pared y la besó con fuerza. Su lengua se deslizó en su boca como si quisiera saborearla toda. Le abrió la bata y se la quitó de un tirón. Camila estaba completamente desnuda, lista para ser devorada.
Se arrodilló frente a ella, le abrió las piernas y empezó a lamerle la concha con hambre, con técnica, como si fuera su plato favorito. Ella gemía con una mano en su cabeza y otra en sus propios pechos, ya al borde del clímax.

—¡Pará... si seguís así me vengo ya!
Pero él no paró. Siguió lamiendo hasta que ella se corrió en su boca, temblando.
La levantó, la llevó a la cama y se desnudó, su pija ya levantaba vuelo, la penetró de una sola embestida. Camila gritó de placer, envolviendo sus piernas alrededor de él. Tomás la cogía con fuerza, marcando el ritmo como quien maneja un avión en turbulencia.
La hizo ponerse arriba y ella cabalgó su pija como si montara una tormenta. Sus tetas rebotaban con cada movimiento, y él las chupaba, las mordía, desesperado.
Pero lo mejor vino después.
—Dámelo por atrás, Tomás… me encanta que me lo hagas así —susurró con voz sexy.
Él la hizo girar, la besó en la espalda, y lentamente fue metiéndole la pija en su estrecho y caliente culo. Ella se aferró a la almohada, jadeando fuerte, mientras él la tomaba sin freno, azotando su culo y sujetándola del cabello.
—¡Sí... así! ¡Rompeme toda!
El clímax fue brutal. Él se salió justo a tiempo y eyaculó sobre su espalda y nalgas, manchándola como si fuera suya.
Camila giró, lo besó y dijo, aún agitada:
—Con vos, capitán… siempre quiero volar más alto.
El reloj marcaba las 5:40 a.m. El vuelo a Madrid salía en menos de una hora. Tomás ya había pasado por seguridad, caminaba por la terminal con su maletín en mano, aún con el recuerdo ardiente de la noche anterior. No esperaba volver a verla tan pronto. Pero ahí estaba: Camila, impecable en su uniforme de azafata, con el moño perfecto y los labios pintados de rojo.
Ella le hizo una seña discreta desde la puerta del baño de discapacitados, justo al lado de la sala de embarque. Miró a ambos lados, y sin pensarlo dos veces, entró.
Camila cerró la puerta con seguro y se le lanzó encima.
—No podía subir al avión sin esto —susurró, bajándole el cierre del pantalón.
Se arrodilló, sacó su pija ya palpitante y se lo metió en la boca con lujuria. Tomás apoyó una mano en la pared mientras la veía mover la cabeza, lenta y profunda, tragándolo entero. El sonido húmedo, su lengua ágil, sus gemidos mientras lo mamaba como una adicta… todo era puro fuego.
—Sos una enferma —jadeó él.
—Y vos me hacés así —respondió ella, lamiéndole la punta—. Pero ahora te toca a vos.
Camila se giró, subió la falda del uniforme y se apoyó contra el lavamanos. No llevaba ropa interior. Tomás la penetró con fuerza, sintiendo cómo la humedad de su concha lo envolvía por completo.
—¡Rápido... dámelo así, duro! —gritó ella, mordiéndose el puño para no hacer ruido.
El vaivén era salvaje. Él la azotaba con una mano, mientras con la otra le apretaba una teta por debajo del uniforme. El espejo temblaba con cada embestida. El aire olía a sexo.
—Dámelo por el culo —pidió ella de pronto, sin vergüenza—. Dame lo que me debes desde anoche.

Tomás escupió en su mano, se lubricó la punta y se colocó detrás. Poco a poco, fue empujando hasta entrar completamente. Camila tembló, se aferró al lavamanos y arqueó la espalda, abierta y sometida.
—¡Sí... así! ¡Cogeme poe el culo, capitán! —susurró con rabia contenida.
El orgasmo llegó rápido, violento. Tomás se salió justo a tiempo y eyaculó en su espalda, manchándola justo bajo el cuello del uniforme.
Ambos se miraron en el espejo, jadeando, sudados, satisfechos.
—Y ahora... a servir café con sonrisas —bromeó ella, limpiándose con una toallita.
—Después de esto, no sé si podré mantenerme en la cabina sin pensar en cogerte otra vez —dijo él, subiendo el cierre.
Salieron por separado, como si nada hubiera pasado. Pero cuando subieron al avión y cruzaron miradas desde lejos, los dos supieron que ese vuelo sería solo el comienzo de una larga lista de encuentros turbulentos.
2 comentarios - 20📑La Azafata