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10📑La Diosa de Otro Mundo

La nave Valkiria atravesaba la nebulosa de Tyros a una velocidad imposible cuando un estallido de energía oscura la partió en dos. Xander, el capitán de mirada dura y cuerpo tallado por años de entrenamiento en la federación, apenas logró eyectarse antes de que todo se volviera fuego y vacío.

Despertó horas después en un mundo desconocido. El cielo era de un azul violeta, y las plantas destilaban una fragancia dulce que embriagaba. Apenas se puso en pie, la vio.

Ella emergía de un lago cristalino, el agua escurriéndole por cada curva como si adorara su piel. Cabello largo, rubio como una aurora solar, ojos de un azul profundo que parecían perforar su alma. Estaba desnuda, sin un solo vello en el cuerpo, y sus tetas grandes y firmes se mecían suavemente con cada paso. Su pubis terso brillaba bajo la luz extraña del planeta.

—Soy Zarah—susurró, y su voz era como un canto antiguo, cargado de deseo—. He estado esperándote, viajero de las estrellas.


10📑La Diosa de Otro Mundo




 
Xander quiso hablar, pero su lengua se anudó. El cuerpo le ardía, tenía el pene erecto, duro como piedra, dominado por una lujuria primitiva.

Zarah no esperó. Se acercó, lo empujó suavemente contra una roca cálida, y se arrodilló. Le saco su gran pene del pantalón. Su boca se abrió, y él sintió cómo sus labios húmedos lo engullían con una maestría casi divina. Succionaba con una mezcla de ternura y hambre, los ojos azules fijos en él, como si leyera cada rincón de su deseo.

Cuando lo tuvo al borde del delirio, se subió sobre él. Su concha mojada lo envolvió, caliente, palpitante, resbalando hasta el fondo con un gemido grave. Cabalgó lento al principio, como marcando el ritmo de una danza cósmica, y luego más rápido, más fuerte, sus tetas rebotando contra su pecho.

—Quiero que me llenes —jadeó Zarah—, por la concha, por el culo, como los hombres de tu mundo lo hacen con furia y entrega.

Y él le dio lo que pedía, penetrándola por detrás mientras ella se arqueaba y gemía con un placer desbordante, su cuerpo temblando bajo cada embestida.

El universo se desvaneció para ambos en un estallido de carne, sudor y estrellas.

Xander apenas podía creer lo que vivía. El cuerpo de Zarah parecía diseñado para el placer, una obra de arte viva hecha para envolverlo, provocarlo y adorarlo. Su piel era suave como la seda de los campos de Velyra, y olía a una mezcla dulce y animal que lo volvía loco.

Ella lo llevó a una caverna cálida iluminada por cristales que pulsaban con una luz violeta. La superficie era blanda, como musgo cálido, perfecta para acostarse. Zarah lo empujó sobre el lecho natural y se colocó entre sus piernas, su cabello largo deslizándose como una cortina dorada sobre su abdomen. Su boca volvió a buscar su pene, que aún palpitaba hambriento por más.

Esta vez lo lamió con lentitud, desde la base hasta la punta, con la lengua ancha y húmeda. Lo envolvía con los labios, succionando con fuerza medida, dejándolo al borde del desmayo. Su mano derecha le masajeaba los testículos, mientras la izquierda se deslizaba entre sus propias piernas, acariciando su clítoris con dedos suaves y expertos.

—Me encanta tu sabor —susurró entre chupadas—. Podría alimentarme solo de esto.

Xander se incorporó y la agarró por las caderas, invirtiendo las posiciones. Ella rió, encantada, mientras él la abría con las manos, admirando la perfección húmeda de su concha. Primero le apreto las tetas y le chupó los pezones. Se agachó y le pasó la lengua con fuerza, profundo, lento, paladeando cada gota de su flujo.

Zarah gemía fuerte, su cuerpo se arqueaba como si se ofreciera más, exigiendo. Cuando la hizo acabar por primera vez, su grito retumbo entre las paredes de cristal. Pero ella no había terminado.

—Ahora, cojeme por el culo —le dijo con una sonrisa perversa, sus ojos brillando de deseo—. Quiero sentirte en lo más profundo, llenándome como si fueras el último hombre del universo.

Se giró, se puso en cuatro abriendo bien las piernas, arqueando la espalda. Su ano era rosado, cerrado y perfecto. Xander escupió en su palma, se lubricó y comenzó a penetrarla con lentitud, dejando que su glande entrara con suavidad, haciendo que cada centímetro contara.

Zarah gemía con fuerza, apretando contra él, moviéndose como si su cuerpo conociera todos los secretos del placer masculino. Cuando lo tuvo completamente dentro, comenzó a moverse, empujando hacia atrás, chocando su culo contra sus caderas, haciendo que él perdiera el control.

—Más fuerte —gimió—. Quiero que acabes adentro, que me uses como tu esclava estelar.

La tomó con fuerza, como un animal poseído, cada embestida retumbando en la caverna, llenándolos de gemidos húmedos, jadeos salvajes, golpes de carne contra carne. Cuando llegó, fue con un rugido, enterrado hasta el fondo, derramándose dentro de ella con una descarga ardiente que pareció encender los cristales alrededor.

Zarah cayó rendida, sonriendo, el cuerpo temblando.

—Y esto… —susurró— apenas es el comienzo.

Xander respiraba agitado, su cuerpo aún temblando tras haber descargado todo dentro de aquella diosa alienígena. Zarah , tumbada a su lado, parecía brillar desde dentro. Su piel resplandecía débilmente, como si se cargara con el placer que él le daba.

—¿Qué eres… exactamente? —preguntó él, sin poder apartar la vista de su cuerpo perfecto.

Zarah giró hacia él, apoyando su cabeza en su pecho, con una sonrisa lasciva pero dulce.

—Soy una Eria, una especie creada por las energías de este planeta. Nos alimentamos del deseo, del placer… pero también podemos concederlo. No solo con el cuerpo, sino con la mente.

Se acercó y colocó sus dedos en la sien de Xander. De inmediato, su visión se distorsionó, y todo su cuerpo se encendió en un espasmo de lujuria tan intenso que pensó que se correría sin siquiera ser tocado. Sintió miles de lenguas acariciándolo, millones de caricias simultáneas en cada centímetro de piel. Era irreal.

Zarah lo montó de nuevo, pero esta vez no solo con su cuerpo físico. Su mente entró en la de Xander, y cada embestida de su cadera provocaba ecos mentales: imágenes de ella en diferentes formas, tamaños, posturas. Zarah cabalgaba su pene mientras otra versión de ella le lamía los pezones, y una tercera le chupaba los huevos con una lengua larga y cálida.

—Puedo multiplicarme en tus sentidos —dijo, jadeando, mientras cabalgaba con la concha apretada y húmeda, succionándolo hasta la raíz—. Cada vez que me penetras, siento todo, lo veo todo, lo multiplico.

Xander estaba fuera de sí. El placer se convertía en una ola que lo arrollaba una y otra vez. No sabía si era real o soñaba. Cada gemido de Zarah era una orden directa a su pene , una orden de seguir, de empujar más fuerte, de explotar.

Cuando se corrió de nuevo, lo hizo entre gemidos y espasmos. Zarah también temblaba, su espalda arqueada, los ojos en blanco, sus tetas saltando con fuerza mientras su concha lo ordeñaba con espasmos dulces y húmedos.


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Pero entonces, algo más sucedió.

El semen de Xander se absorbió dentro de ella y Zarah se estremeció de placer, brillando aún más intensamente. Su cuerpo se elevó unos centímetros del suelo, levitando por segundos. Cuando cayó, jadeante, lo miró con intensidad.

—Tu energía es pura. Me estás fortaleciendo. Dentro de poco podré mostrarte cosas… que ningún ser humano ha experimentado.

Ella se agachó y volvió a chupar su pene, ya endurecido de nuevo, mientras sus ojos brillaban como estrellas. Y Xander supo, sin entender por qué, que ya no podría escapar de ella. Y que no quería.

El cuerpo de Xander no descansaba. Llevaba horas —¿días, quizá?— en un torbellino de placer ininterrumpido, alimentado por la energía de Zarah. Su pene parecía incansable, su resistencia sobrehumana. Ya no sentía hambre, ni frío, ni dolor. Solo deseo, poder y una conexión profunda con aquella criatura celestial.

Zarah estaba sentada sobre él, con la pelvis pegada a la suya, su concha palpitante apretando su pene como si nunca quisiera soltarlo. Mientras se movía lentamente, como en una danza ritual, sus manos acariciaban su pecho y su cuello, trazando símbolos invisibles que ardían en su piel.

—Estás cambiando, Sander —susurró ella, lamiéndole el oído—. Tu esencia ya no es completamente humana. Cada vez que eyaculas dentro de mí, me das algo de ti… y yo te devuelvo algo mío.

Un cosquilleo eléctrico recorrió la columna de él. Zarah apretó más fuerte con su concha, y una ola de energía ardiente le estalló en el vientre. Él gritó, pero no de dolor. Era un orgasmo distinto, más hondo, más denso, como si su alma estuviera eyaculando junto a su cuerpo.

Entonces su piel empezó a brillar.

Músculos, nervios y huesos se inflamaron. Su respiración se hizo profunda, animal. Sus sentidos se agudizaron. Podía oír el zumbido de cristales a kilómetros, sentir la temperatura exacta de la humedad de Zarah con cada milímetro de su pene, oler los químicos invisibles que liberaba su cuerpo cuando se acercaba al clímax.

—Tu semen ha despertado un núcleo latente —explicó ella, mientras su concha lo devoraba aún más profundamente—. Algunos humanos tienen un potencial dormido. Solo una Eria puede activarlo.

Sus cuerpos comenzaron a sincronizarse. Cada latido de ella coincidía con el de él. Cada gemido de Xander la hacía más mojada, y su humedad aumentaba la potencia de sus embestidas, haciendo que sus grandes tetas rebotaran. El ciclo era perfecto. Un bucle de lujuria y despertar.

Su pene se agrandó más, palpitante, duro como el metal y tibio como carne viva. Su esperma se volvió espeso, brillante, una sustancia casi luminosa que Zarah absorbía con devoción.

—Estás convirtiéndote en un Erix, un amante celestial. Los pocos que existen son capaces de dar y recibir placer más allá de la comprension humana.

Zarah se sentó por completo sobre su pene duro, comenzó a moverse con frenesí. Xander la sostuvo por las caderas y embistió su concha con una fuerza que hizo temblar el suelo.

Y entonces vino la transformación completa.

Un orgasmo simultáneo los recorrió. Una luz surgió entre sus sexos unidos. Ambos gritaron como si se rompieran por dentro, pero fue la creación lo que emergió. El pene de Xander vibraba con una luz azulada. El placer lo había trascendido, lo había transfigurado.

Zarah lo besó suavemente y le dijo:

—Ahora eres mío… y mío para siempre.

Pero en sus ojos había algo más: temor. Porque incluso una Eria sabía que un Erix recién nacido podía volverse más poderoso que sus propias creadoras.

Y Xander lo sintió también: un deseo inmenso… por más.
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