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En la oficina

Era un jueves cualquiera en la oficina cuando lo vi por primera vez. Daniel.

Llegó como nuevo gerente del departamento de Marketing, y desde el momento en que entró por la puerta, supe que ese hombre iba a ser un problema para mi concentración. Alto, con unos hombros anchos que llenaban perfectamente su camisa azul marino, y una sonrisa traviesa que hacía que mi estómago se revolviera. Tenía ese tipo de encanto natural, el de alguien que sabe que es atractivo pero no lo presume.

Nos presentaron en la reunión de equipo, y cuando estrechó mi mano, noté cómo sus dedos se demoraron un segundo más de lo necesario. Sus ojos, de un verde intenso, me miraron con una curiosidad que hizo que me ruborizara.

—"Así que tú eres Valeria, la mente creativa detrás de las últimas campañas. He escuchado cosas buenas de ti."

Su voz era grave, con un tono ligeramente ronco que resonó directo entre mis piernas.

—"Espero estar a la altura de las expectativas," respondí, tratando de sonar profesional y no como si estuviera imaginando cómo se sentirían sus manos en mi cintura.

El resto del día fue una tortura. Cada vez que pasaba por mi escritorio, sentía su perfume, una mezcla de madera y algo ligeramente especiado que me hacía respirar más hondo. Y peor aún: notaba sus miradas furtivas cuando creía que yo no me daba cuenta.

Al final de la jornada, cuando ya casi todos se habían ido, me quedé terminando un informe. El piso estaba en silencio, solo el zumbido tenue de las computadoras en reposo. Fue entonces cuando escuché pasos acercándose.

—"¿Siempre trabajas tan tarde?"

Me giré y ahí estaba él, apoyado en el marco de mi puerta, con la corbata desanudada y las mangas arremangadas, dejando al descubierto unos antebrazos musculosos que hicieron que me mordiera el labio sin querer.

—"Solo cuando hay fechas limite," respondí, tratando de mantener la compostura.

Daniel entró y se sentó en el borde de mi escritorio, tan cerca que pude sentir el calor de su cuerpo.

—"Yo también suelo quedarme hasta tarde…" dijo, bajando la voz. "A veces, la oficina vacía tiene sus… ventajas."

No pude evitar sonrojarme. ¿Lo estaba diciendo en serio? ¿O era solo mi imaginación calenturienta?

Pero entonces, su mano rozó la mía, y supe que no me lo estaba inventando.

—"Valeria," murmuró, acercándose un poco más. "Llevo todo el día pensando en cómo se te ve la boca cuando sonríes."

El aire se espesó alrededor nuestro. Sentí un latido acelerado entre mis piernas, y antes de que pudiera responder, sus labios estaban sobre los míos.

Fue un beso lento pero voraz, como si llevara días esperando hacerlo. Su lengua exploró mi boca con hambre, y yo me aferré a su camisa, sintiendo los músculos duros de su pecho bajo la tela.

—"Esto es una mala idea…" musité entre besos, aunque mis manos ya se deslizaban por su espalda.

—"Las mejores ideas suelen ser las prohibidas," respondió, mientras sus dedos encontraban el botón de mi blusa…

El primer botón de mi blusa cedió bajo sus dedos, y el sonido del tejido rozándose fue obscenamente audible en el silencio de la oficina. Su boca se separó de la mía solo lo suficiente para murmurar:

—"Quítatela."

No era una petición. Era una orden, suave pero innegable, y algo en su tono hizo que mi cuerpo respondiera antes que mi mente. Con manos temblorosas, desabotoné el resto de la blusa, dejando al descubierto el encaje negro del sostén que sabía—demasiado tarde—que era ridículamente pequeño para la situación.

Los ojos de Daniel oscurecieron.

—"Mierda, Valeria…" Respiró hondo, como si luchara por mantener el control. "Ese color te queda demasiado bien."

Antes de que pudiera responder, su boca estaba en mi cuello, mordisqueando la piel justo debajo de mi oreja, ese punto que siempre me hacía arquearme. Un gemido escapó de mis labios, y sentí su sonrisa contra mi piel.

—"¿Te gusta que te muerda aquí?" Sus dientes volvieron a cerrarse con suavidad, y yo me aferré a sus hombros, sintiendo cómo cada nervio de mi cuerpo se encendía.

—"Sí…" admití, sin importarme lo patético que sonaba.

Sus manos descendieron, palmeando mis caderas antes de agarrarme con fuerza y levantarme sobre el escritorio. Los papeles cayeron al suelo, pero ninguno de los dos nos importó. Él se colocó entre mis piernas, y a través del delgado tejido de mi falda, pude sentir su erección presionando contra mí.

—"¿Cuánto tiempo llevas mojada?" preguntó, rozando sus dedos por el interior de mi muslo. "Desde que entré hoy, ¿o desde ayer, cuando me viste en el pasillo y te mordiste el labio así?"

Era inútil mentirle.

—"Desde que pusiste esa maldita corbata esta mañana," confesé, y él rió, un sonido bajo y cargado de lujuria.

Sus dedos encontraron el borde de mis medias, luego el elástico de mis bragas, y sin previo aviso, las apartó a un lado. El contacto de su piel contra la mía, ya empapada, me hizo gemir.

—"Dios, estás…" Su voz se quebró al deslizar un dedo por mi entrada, recogiendo la humedad. "Perfecta."

Cerré los ojos, perdida en la sensación, pero él usó su otra mano para agarrarme de la barbilla.

—"Mírame."

Y cuando lo hice, cuando nuestros ojos se encontraron, él hundió dos dedos dentro de mí.

El placer fue tan abrupto que grité, y él rápidamente cubrió mi boca con su mano.

—"Shhh… ¿Quieres que nos escuchen?" Sus dedos comenzaron a moverse, lentos al principio, luego más rápidos, con precisión brutal. "Aunque tal vez eso te excite, ¿no? Saber que cualquiera podría abrir esa puerta y verte así…"

Era verdad. La idea de que alguien pudiera sorprendernos solo hacía que me apretara más alrededor de sus dedos.

—"Daniel, yo…" Las palabras se me atragantaron cuando su pulgar encontró mi clítoris.

—"¿Sí, cariño?"

—"Necesito más."

Él maldijo entre dientes y, en un movimiento fluido, desabrochó su cinturón. El sonido de la cremallera bajando fue mi única advertencia antes de que su polla, gruesa y ya palpitando, quedara al descubierto.

—"Esto es lo que querías, ¿verdad?" murmuró, frotando la cabeza contra mi vagina, empapándola con mi propia humedad. "Desde que me viste hoy, imaginándote cómo me llenaría."

No pude responder. Solo pude asentir, porque en ese momento, él empujó hacia dentro.

Llenarme de él fue una revelación. Cada centímetro ardía, y cuando finalmente estuvo completamente dentro, los dos jadeamos, pegados frente a frente.

—"Joder, Valeria…" gruñó, agarrándome de las caderas. "Ni en mis fantasías estabas tan estrecha."

Entonces comenzó a moverse.

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