Mi nombre es Matías y en este relato voy a contar una de mis primeras experiencias sexuales fuera de lo "común", por decirlo de alguna forma. Era mi primer año en la facultad y mi primer año viviendo solo. Yo soy de un pueblito y de golpe, con 18 años, me encontraba viviendo en una gran ciudad. Mis viejos me habían alquilado un depto de un dormitorio que quedaba medianamente cerca de la facu.
En una de las clases cursaba con una chica embarazada que enseguida me llamó la atención. Tendría unos 25 años, se solía vestir muy bien para ir a cursar y tenía una panza bastante grande. Se ve que le habían crecido también las tetas, porque se la notaba algo incómoda. Yo siempre fui muy observador y me pasaba horas mirándola.
Para la tercer clase de esa materia ya me sentaba al lado de ella, le compartía mate y charlábamos bastante. Para mi fortuna, el profesor propuso una actividad que se iba a desarrollar a lo largo del año y que tenía que ser en grupos de dos o tres personas. Ella enseguida me dijo a mí para hacerlo, y se nos sumó otra chica que estaba cerca en ese momento. Intercambiamos números de celular y también nuestros Instagram.
La primera vez que nos juntamos para hacer el trabajo, la otra chica no apareció. Ainara —así se llamaba mi amiga embarazada— me escribió un rato antes para avisarme y decirme que igual venía. Llegó como diez minutos tarde, con cara de cansada y una botella de agua en la mano. Venía vestida con una calza deportiva ajustada y una remera ancha suelta que igual no le tapaba del todo la panza. Me dio un beso en la mejilla, como si fuéramos amigos de toda la vida, y se dejó caer en la silla del comedor.
—Perdón, Mati… estoy muerta —me dijo, sonriendo con los ojos cerrados. Estos 8 meses de embarazo me liquidaron.. agregó.
Nos pusimos a trabajar, aunque la verdad es que poco hicimos. Entre mate y mate, nos fuimos en charla. Ella me contó que ya tenía dos hijos de 3 y 5 años, que su marido era ingeniero civil y viajaba mucho, pero por suerte ella no necesitaba laburar. Yo le conté que a veces me sentía medio perdido, que extrañaba mi casa aunque me hiciera el independiente, y que había noches donde no sabía bien qué carajo estaba haciendo con mi vida.
Ella me escuchaba con una tranquilidad que me aflojaba. Cuando le pregunté cómo se sentía con todo —el embarazo, la facu, los nenes— bajó un poco la voz y me respondió medio al pasar, pero con una sinceridad que me descolocó.
—Estoy cansada, Mati. Pero no solo del cuerpo… estoy cansada de no sentirme yo. Este es mi tercer embarazo. Tengo 24 años y siento que hace como cinco que no soy otra cosa que “mamá” o “esposa”. Y ahora con esta panza enorme, ni me reconozco en el espejo.
—¿Y tu marido? —le pregunté, dudando si estaba metiéndome donde no debía.
—Mi marido… está. Paga todo. Me cuida. Pero ni me toca desde que me embaracé. Casi ni me mira. Yo sé que estoy distinta, pero… a veces siento que me volví invisible para él, yo se que estoy fea pero igual me pone mal.
—¿Fea? Para mí estás re buena —se me escapó, y me arrepentí al instante de haberlo dicho.
Ella me miró de golpe. Abrió un poco los ojos, sorprendida. Yo pensé que había metido la pata, que iba a cambiar de tema o a hacer como que no lo había escuchado. Pero en lugar de eso, sonrió. Una sonrisa tímida, pero cargada de algo más.
—¿De verdad pensás eso? —me preguntó, con un tono distinto. Más bajo. Más cargado.
—Sí. Sos hermosa —le dije. No solo porque me calentaba, sino porque realmente lo pensaba.
Ainara se mordió el labio. Me miró como no me había mirado nunca antes. Se acercó, lenta pero decidida, y me estampó un beso. Uno de esos que no dan lugar a dudas. Me agarró la cara con las dos manos y metió la lengua sin pedir permiso, con hambre, con necesidad. Yo le seguí el ritmo al instante. El mate quedó olvidado en la mesa.
El beso fue intenso, húmedo, desesperado. Como si los dos estuviéramos aguantando las ganas hace semanas. Me apoyó una mano en la pierna y al segundo ya la tenía apretándome la pija por encima del pantalón.
—Estás durísimo —dijo picarona, apenas separándose para mirarme—. ¿Hace cuánto que no te tocan, así? Dijo mientras me empezaba a pajear
—Mucho… —le contesté sin poder pensar.
Me volvió a besar. Esta vez con más fuerza, como si necesitara sentirme con todo el cuerpo. Me acariciaba por encima de la remera, me tocaba los brazos, el pecho. Yo le pasé las manos por la espalda, bajaba hasta su cola y se me iban solas por abajo de la remera suelta hasta al borde del corpiño. Su panza nos separaba un poco, pero eso no la frenaba. Al contrario, la excitación era mucha. Mientras tanto ella no dejaba de pajearme por encima del pantalón y yo no podía dejar de mirar sus enormes tetas y su panza gigante.
—¿Dónde es la pieza? —preguntó decidida, mirándome fijo.
Le señalé la puerta al fondo del pasillo.
—Vamos —me dijo—.
Me reí nervioso, pero obedecí. Caminamos rápido, como dos adolescentes a punto de hacer una travesura. Ella ya había descartado sus zapatillas en el manoseo e iba descalza, con la panza enorme y esa mirada de mujer caliente que sabe lo que quiere.
Entramos a la habitación...
Espero que les guste este nuevo relato! Si quieren que siga con esté escribanme en comentarios o por privado! O sino con cual otro quieren que avanze!
Recuerden que están:
La Camionerita: http://www.poringa.net/posts/relatos/5397960/La-camionerita.html
Partuza con mi amiga puta: http://www.poringa.net/posts/relatos/5387506/Partuza-con-mi-amiguita-puta-I.html
Conociendo a mis vecinos en pandemia: http://www.poringa.net/posts/relatos/4438059/Conociendo-a-mis-vecinos-en-pandemia.html
La primera vez con mi amiga prostituta: http://www.poringa.net/posts/relatos/4429206/La-primera-vez-con-mi-amiga-prostituta.html
Y mi favorito: Aventura con mis binoculares nuevos: http://www.poringa.net/posts/relatos/4397397/Aventuras-con-mis-binoculares-nuevos.html
En una de las clases cursaba con una chica embarazada que enseguida me llamó la atención. Tendría unos 25 años, se solía vestir muy bien para ir a cursar y tenía una panza bastante grande. Se ve que le habían crecido también las tetas, porque se la notaba algo incómoda. Yo siempre fui muy observador y me pasaba horas mirándola.
Para la tercer clase de esa materia ya me sentaba al lado de ella, le compartía mate y charlábamos bastante. Para mi fortuna, el profesor propuso una actividad que se iba a desarrollar a lo largo del año y que tenía que ser en grupos de dos o tres personas. Ella enseguida me dijo a mí para hacerlo, y se nos sumó otra chica que estaba cerca en ese momento. Intercambiamos números de celular y también nuestros Instagram.
La primera vez que nos juntamos para hacer el trabajo, la otra chica no apareció. Ainara —así se llamaba mi amiga embarazada— me escribió un rato antes para avisarme y decirme que igual venía. Llegó como diez minutos tarde, con cara de cansada y una botella de agua en la mano. Venía vestida con una calza deportiva ajustada y una remera ancha suelta que igual no le tapaba del todo la panza. Me dio un beso en la mejilla, como si fuéramos amigos de toda la vida, y se dejó caer en la silla del comedor.
—Perdón, Mati… estoy muerta —me dijo, sonriendo con los ojos cerrados. Estos 8 meses de embarazo me liquidaron.. agregó.
Nos pusimos a trabajar, aunque la verdad es que poco hicimos. Entre mate y mate, nos fuimos en charla. Ella me contó que ya tenía dos hijos de 3 y 5 años, que su marido era ingeniero civil y viajaba mucho, pero por suerte ella no necesitaba laburar. Yo le conté que a veces me sentía medio perdido, que extrañaba mi casa aunque me hiciera el independiente, y que había noches donde no sabía bien qué carajo estaba haciendo con mi vida.
Ella me escuchaba con una tranquilidad que me aflojaba. Cuando le pregunté cómo se sentía con todo —el embarazo, la facu, los nenes— bajó un poco la voz y me respondió medio al pasar, pero con una sinceridad que me descolocó.
—Estoy cansada, Mati. Pero no solo del cuerpo… estoy cansada de no sentirme yo. Este es mi tercer embarazo. Tengo 24 años y siento que hace como cinco que no soy otra cosa que “mamá” o “esposa”. Y ahora con esta panza enorme, ni me reconozco en el espejo.
—¿Y tu marido? —le pregunté, dudando si estaba metiéndome donde no debía.
—Mi marido… está. Paga todo. Me cuida. Pero ni me toca desde que me embaracé. Casi ni me mira. Yo sé que estoy distinta, pero… a veces siento que me volví invisible para él, yo se que estoy fea pero igual me pone mal.
—¿Fea? Para mí estás re buena —se me escapó, y me arrepentí al instante de haberlo dicho.
Ella me miró de golpe. Abrió un poco los ojos, sorprendida. Yo pensé que había metido la pata, que iba a cambiar de tema o a hacer como que no lo había escuchado. Pero en lugar de eso, sonrió. Una sonrisa tímida, pero cargada de algo más.
—¿De verdad pensás eso? —me preguntó, con un tono distinto. Más bajo. Más cargado.
—Sí. Sos hermosa —le dije. No solo porque me calentaba, sino porque realmente lo pensaba.
Ainara se mordió el labio. Me miró como no me había mirado nunca antes. Se acercó, lenta pero decidida, y me estampó un beso. Uno de esos que no dan lugar a dudas. Me agarró la cara con las dos manos y metió la lengua sin pedir permiso, con hambre, con necesidad. Yo le seguí el ritmo al instante. El mate quedó olvidado en la mesa.
El beso fue intenso, húmedo, desesperado. Como si los dos estuviéramos aguantando las ganas hace semanas. Me apoyó una mano en la pierna y al segundo ya la tenía apretándome la pija por encima del pantalón.
—Estás durísimo —dijo picarona, apenas separándose para mirarme—. ¿Hace cuánto que no te tocan, así? Dijo mientras me empezaba a pajear
—Mucho… —le contesté sin poder pensar.
Me volvió a besar. Esta vez con más fuerza, como si necesitara sentirme con todo el cuerpo. Me acariciaba por encima de la remera, me tocaba los brazos, el pecho. Yo le pasé las manos por la espalda, bajaba hasta su cola y se me iban solas por abajo de la remera suelta hasta al borde del corpiño. Su panza nos separaba un poco, pero eso no la frenaba. Al contrario, la excitación era mucha. Mientras tanto ella no dejaba de pajearme por encima del pantalón y yo no podía dejar de mirar sus enormes tetas y su panza gigante.
—¿Dónde es la pieza? —preguntó decidida, mirándome fijo.
Le señalé la puerta al fondo del pasillo.
—Vamos —me dijo—.
Me reí nervioso, pero obedecí. Caminamos rápido, como dos adolescentes a punto de hacer una travesura. Ella ya había descartado sus zapatillas en el manoseo e iba descalza, con la panza enorme y esa mirada de mujer caliente que sabe lo que quiere.
Entramos a la habitación...
Espero que les guste este nuevo relato! Si quieren que siga con esté escribanme en comentarios o por privado! O sino con cual otro quieren que avanze!
Recuerden que están:
La Camionerita: http://www.poringa.net/posts/relatos/5397960/La-camionerita.html
Partuza con mi amiga puta: http://www.poringa.net/posts/relatos/5387506/Partuza-con-mi-amiguita-puta-I.html
Conociendo a mis vecinos en pandemia: http://www.poringa.net/posts/relatos/4438059/Conociendo-a-mis-vecinos-en-pandemia.html
La primera vez con mi amiga prostituta: http://www.poringa.net/posts/relatos/4429206/La-primera-vez-con-mi-amiga-prostituta.html
Y mi favorito: Aventura con mis binoculares nuevos: http://www.poringa.net/posts/relatos/4397397/Aventuras-con-mis-binoculares-nuevos.html
7 comentarios - La embarazada de la facu