Continuación del relato anterior "El olor de los inesperado"
Yo no soy ni muy lindo ni muy feo, del montón, pero tengo lo mío. Vivo solo en una casa bonita, cómoda, ubicada en una zona tranquila de una ciudad calurosa de la costa. La humedad y el calor hacen que uno sude todo el día, y aunque al principio me fastidiaba, con el tiempo aprendí a encontrarle cierto gusto... incluso al olor que el cuerpo va soltando con las horas.
Sofía es una amiga de hace rato, trigueña, linda, con el cabello largo y liso. Siempre ha tenido esa energía relajada, sensual sin proponérselo. Nunca imaginé tener algo con ella, pero todo cambió una tarde cualquiera, después de un par de cervezas en casa, cuando la charla se volvió más íntima y se nos empezaron a escapar las miradas.
Flor, por otro lado, es la muchacha del aseo. No la veo todos los días, pero cuando viene, su presencia llena la casa. Es bonita, de piel canela clara, con unas caderas anchas que se le marcan incluso debajo del delantal. Siempre callada, seria, pero con una mirada que a veces se me quedaba encima unos segundos de más. Me producía cierto morbo... ese que empieza callado y se mete bajo la piel.
Todo se desató primero con Flor, aunque ella nunca lo supo... al menos no al principio.
Una mañana, después de que Flor había venido a hacer el aseo, me puse a organizar el cuarto y noté que el cesto de ropa limpia que suelo dejar sobre una silla estaba revuelto. Entre las cosas vi algo que no era mío: un panty negro, pequeño, de tela delgada. No tenía idea por qué estaba ahí, pero era obvio que era de ella. Lo tomé con cuidado, y al acercarlo a mi nariz, el olor me atravesó. No era fuerte ni sucio, pero sí cálido, con ese aroma inconfundible de flujo y sudor seco. Había una manchita blanquecina marcada en la entrepierna, apenas reseca, pero aún húmeda en el centro. Sentí un sacudón por dentro.
No aguanté. Me encerré en el baño, me bajé el pantalón y empecé a masturbarme con el panty sobre la cara, oliéndolo como un adicto. Me venía rápido, caliente, manchando el lavamanos mientras respiraba hondo ese olor íntimo de Flor. Pero lo que no supe en ese momento, es que ella había olvidado ese panty ahí sin darse cuenta… y que volvería al día siguiente.
Al otro día, Flor apareció temprano. Yo intenté actuar normal, pero no pude evitar mirarla distinto. Ella se movía con esa calma suya, pero sus caderas parecían moverse con más intención. Cuando entró a mi cuarto a barrer, se detuvo en seco y miró fijamente el panty doblado sobre mi mesa de noche.
—Ese... ¿usted lo encontró aquí? —preguntó con una voz que intentaba ser seria, pero en la que había una nota de sorpresa.
Yo no supe qué decirle. Me puse rojo. Pero en vez de molestarse, ella me miró fijo, bajó la vista hacia mi entrepierna —donde ya se notaba un bulto inevitable— y sonrió apenas.
—No se preocupe… los olores dicen mucho de uno, ¿sí sabía?
Y sin decir más, se fue a seguir barriendo. Esa noche no pude dormir bien. Me hice la paja otra vez pensando en ella, oliendo ese mismo panty, imaginándome cómo sabría su olor directo de la fuente.
Con Sofía todo fue distinto. Una tarde, después de una conversación profunda sobre lo que nos gustaba, lo que nos excitaba, se quedó a dormir. Yo ya sabía que ella sabía que me gustaban los olores, el sudor femenino, los pies. Nos teníamos confianza. Esa noche ella se quitó los zapatos y me los puso en las piernas mientras veíamos una película. Tenía las uñas pintadas, los pies un poco sudados, pero suaves. Me miró y sonrió con picardía.
—¿Quieres olerlos? —me dijo, levantando apenas el pie.
Le respondí sin hablar, acercándome a ese aroma cálido que salía de su planta. Olía a encierro, a sudor seco, a humedad... delicioso. Se lo besé despacio, y ella dejó que mi lengua recorriera cada dedo.
Nos fuimos encendiendo poco a poco. En algún momento nos besamos con fuerza, y ella se sentó sobre mí, frotándose, empapada. Se quitó la ropa y la mía también. Me pidió que le oliera las axilas, que metiera la nariz entre sus senos mojados de sudor. Me volvía loco.
—Quiero que me lo metas por atrás —me dijo, jadeando, mientras se empinaba en la cama, abriendo sus nalgas con una mano.
Le eché lubricante, y ella me ayudó a abrirle con los dedos. Al entrarle poco a poco, vi cómo salía el lubricante mezclado con un tono más oscuro, no era mierda, pero sí un resto del interior. Sofía se quejaba, pero con gusto.
—Mételo todo… quiero que te vengas dentro de mí…
Cuando lo hice, el semen salió espeso, arrastrando parte de ese lubricante teñido. Se lo metí de nuevo y volvió a salir mezclado, chorreando sobre su muslo. Ella me lo limpió con los dedos, se los metió a la boca, y me miró fijamente. Era intensa… morbosa como yo.
Al día siguiente, Flor volvió. El ambiente estaba cargado. Cuando entró al baño y vio una mancha blanca sobre el lavamanos, no dijo nada, pero al salir me miró de reojo. Más tarde, cuando terminé de bañarme, salí solo con una toalla a buscar mi ropa. La vi en la cocina, lavando algo, pero con el mismo panty negro secándose sobre la baranda.
Al pasar a su lado, me dijo bajito:
—¿Quieres olerme como ese día?
Se dio la vuelta, levantó un poco su falda y se inclinó sobre la mesa. No traía nada abajo. Me acerqué, y el olor de su entrepierna, cargado, espeso, me llenó los sentidos. La olí como si estuviera respirando vida. La lengua se me fue sola. Ella se sostenía de la mesa, gimiendo bajito, mientras le lamía el sudor y el flujo con hambre.
—Chúpamela como si fueras a morirte si no lo haces —susurró.
Y eso hice. Le metí los dedos, la lengua, y cuando estuvo mojada y suelta, la cogí por las caderas y se la metí duro, rápido, hasta venirme dentro. El calor, el sudor, los olores... todo me hacía sentir como si estuviera en trance.
Horas más tarde, mientras Flor trapeaba el cuarto, Sofía llegó sin avisar, y se asomó a mi cuarto.
—Umm… huele rico aquí —dijo riéndose— como a sexo.
Flor se detuvo un segundo y la miró con una mezcla de incomodidad y algo más… algo que parecía curiosidad. Me miró de reojo y siguió trapeando, como si no fuera con ella… pero sabía perfectamente que lo que había entre esas paredes era un secreto que cada vez olía más fuerte...
Yo no soy ni muy lindo ni muy feo, del montón, pero tengo lo mío. Vivo solo en una casa bonita, cómoda, ubicada en una zona tranquila de una ciudad calurosa de la costa. La humedad y el calor hacen que uno sude todo el día, y aunque al principio me fastidiaba, con el tiempo aprendí a encontrarle cierto gusto... incluso al olor que el cuerpo va soltando con las horas.
Sofía es una amiga de hace rato, trigueña, linda, con el cabello largo y liso. Siempre ha tenido esa energía relajada, sensual sin proponérselo. Nunca imaginé tener algo con ella, pero todo cambió una tarde cualquiera, después de un par de cervezas en casa, cuando la charla se volvió más íntima y se nos empezaron a escapar las miradas.
Flor, por otro lado, es la muchacha del aseo. No la veo todos los días, pero cuando viene, su presencia llena la casa. Es bonita, de piel canela clara, con unas caderas anchas que se le marcan incluso debajo del delantal. Siempre callada, seria, pero con una mirada que a veces se me quedaba encima unos segundos de más. Me producía cierto morbo... ese que empieza callado y se mete bajo la piel.
Todo se desató primero con Flor, aunque ella nunca lo supo... al menos no al principio.
Una mañana, después de que Flor había venido a hacer el aseo, me puse a organizar el cuarto y noté que el cesto de ropa limpia que suelo dejar sobre una silla estaba revuelto. Entre las cosas vi algo que no era mío: un panty negro, pequeño, de tela delgada. No tenía idea por qué estaba ahí, pero era obvio que era de ella. Lo tomé con cuidado, y al acercarlo a mi nariz, el olor me atravesó. No era fuerte ni sucio, pero sí cálido, con ese aroma inconfundible de flujo y sudor seco. Había una manchita blanquecina marcada en la entrepierna, apenas reseca, pero aún húmeda en el centro. Sentí un sacudón por dentro.
No aguanté. Me encerré en el baño, me bajé el pantalón y empecé a masturbarme con el panty sobre la cara, oliéndolo como un adicto. Me venía rápido, caliente, manchando el lavamanos mientras respiraba hondo ese olor íntimo de Flor. Pero lo que no supe en ese momento, es que ella había olvidado ese panty ahí sin darse cuenta… y que volvería al día siguiente.
Al otro día, Flor apareció temprano. Yo intenté actuar normal, pero no pude evitar mirarla distinto. Ella se movía con esa calma suya, pero sus caderas parecían moverse con más intención. Cuando entró a mi cuarto a barrer, se detuvo en seco y miró fijamente el panty doblado sobre mi mesa de noche.
—Ese... ¿usted lo encontró aquí? —preguntó con una voz que intentaba ser seria, pero en la que había una nota de sorpresa.
Yo no supe qué decirle. Me puse rojo. Pero en vez de molestarse, ella me miró fijo, bajó la vista hacia mi entrepierna —donde ya se notaba un bulto inevitable— y sonrió apenas.
—No se preocupe… los olores dicen mucho de uno, ¿sí sabía?
Y sin decir más, se fue a seguir barriendo. Esa noche no pude dormir bien. Me hice la paja otra vez pensando en ella, oliendo ese mismo panty, imaginándome cómo sabría su olor directo de la fuente.
Con Sofía todo fue distinto. Una tarde, después de una conversación profunda sobre lo que nos gustaba, lo que nos excitaba, se quedó a dormir. Yo ya sabía que ella sabía que me gustaban los olores, el sudor femenino, los pies. Nos teníamos confianza. Esa noche ella se quitó los zapatos y me los puso en las piernas mientras veíamos una película. Tenía las uñas pintadas, los pies un poco sudados, pero suaves. Me miró y sonrió con picardía.
—¿Quieres olerlos? —me dijo, levantando apenas el pie.
Le respondí sin hablar, acercándome a ese aroma cálido que salía de su planta. Olía a encierro, a sudor seco, a humedad... delicioso. Se lo besé despacio, y ella dejó que mi lengua recorriera cada dedo.
Nos fuimos encendiendo poco a poco. En algún momento nos besamos con fuerza, y ella se sentó sobre mí, frotándose, empapada. Se quitó la ropa y la mía también. Me pidió que le oliera las axilas, que metiera la nariz entre sus senos mojados de sudor. Me volvía loco.
—Quiero que me lo metas por atrás —me dijo, jadeando, mientras se empinaba en la cama, abriendo sus nalgas con una mano.
Le eché lubricante, y ella me ayudó a abrirle con los dedos. Al entrarle poco a poco, vi cómo salía el lubricante mezclado con un tono más oscuro, no era mierda, pero sí un resto del interior. Sofía se quejaba, pero con gusto.
—Mételo todo… quiero que te vengas dentro de mí…
Cuando lo hice, el semen salió espeso, arrastrando parte de ese lubricante teñido. Se lo metí de nuevo y volvió a salir mezclado, chorreando sobre su muslo. Ella me lo limpió con los dedos, se los metió a la boca, y me miró fijamente. Era intensa… morbosa como yo.
Al día siguiente, Flor volvió. El ambiente estaba cargado. Cuando entró al baño y vio una mancha blanca sobre el lavamanos, no dijo nada, pero al salir me miró de reojo. Más tarde, cuando terminé de bañarme, salí solo con una toalla a buscar mi ropa. La vi en la cocina, lavando algo, pero con el mismo panty negro secándose sobre la baranda.
Al pasar a su lado, me dijo bajito:
—¿Quieres olerme como ese día?
Se dio la vuelta, levantó un poco su falda y se inclinó sobre la mesa. No traía nada abajo. Me acerqué, y el olor de su entrepierna, cargado, espeso, me llenó los sentidos. La olí como si estuviera respirando vida. La lengua se me fue sola. Ella se sostenía de la mesa, gimiendo bajito, mientras le lamía el sudor y el flujo con hambre.
—Chúpamela como si fueras a morirte si no lo haces —susurró.
Y eso hice. Le metí los dedos, la lengua, y cuando estuvo mojada y suelta, la cogí por las caderas y se la metí duro, rápido, hasta venirme dentro. El calor, el sudor, los olores... todo me hacía sentir como si estuviera en trance.
Horas más tarde, mientras Flor trapeaba el cuarto, Sofía llegó sin avisar, y se asomó a mi cuarto.
—Umm… huele rico aquí —dijo riéndose— como a sexo.
Flor se detuvo un segundo y la miró con una mezcla de incomodidad y algo más… algo que parecía curiosidad. Me miró de reojo y siguió trapeando, como si no fuera con ella… pero sabía perfectamente que lo que había entre esas paredes era un secreto que cada vez olía más fuerte...
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