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La pendeja cheta y el albañil (parte 1)

Juana vivía como una reina de cristal.
Veinticuatro años, morocha divina, cuerpo de gimnasio, uñas esculpidas siempre perfectas y una colección de tanguitas que no bajaban de mil pesos la unidad. En Nordelta tenía todo: la pileta, la ropa importada, las salidas con las amigas chetas que hablaban de astrología y de vibras con un Aperol en la mano. No trabajaba, estudiaba marketing en la Uade. Pero su única preocupación era que no se le corriera el rímel con la humedad.
Pero últimamente, había algo que no le cerraba. Le faltaba eso... El picante. La piel. 
Con los chicos con los que salía —todos lindos, con doble apellido, autos alemanes y deditos cuidados con manicura— cogía por compromiso, por ego o por aburrimiento. Le acababan rápido, sin sudar, sin fuerza, sin palabras sucias.
A veces pensaba que una la cogía mejor con un dildo que cualquiera de esos chetos con su perfume de nene bien.
Todo eso cambió el día que empezaron la obra.
Al principio ni se fijó en los albañiles. Eran parte del ruido, del movimiento de fondo. Se levantaban temprano, tomaban mate en la galería, hablaban fuerte y tenían las manos sucias.
Hasta que un día lo vio a él.
Elías.
Veintidós años. Morocho. Cuerpo trabajado de verdad, no de gimnasio. Brazos anchos, cuello marcado, la remera mojada por el sudor y una mirada que no esquivaba. Era distinto a todos.
Cuando la vio pasar en shortcito y top blanco, se le clavó en los ojos como si le estuviera tocando la piel con la vista.
—Buen día, linda —le tiró sin vueltas.
Juana frenó. No por el piropo, sino por el tono. No era un "buen día" cualquiera. Era directo, con hambre.
Ella apenas sonrió, incómoda... pero se le humedeció la tanguita sin que se diera cuenta.
A la tarde lo escuchó hablando con otro obrero, justo debajo de su ventana.
—¿La viste a la nena? Mamita… esa se hace la fina, pero si le mostras la pija sabes como agarra viaje al toque.
Juana se quedó helada. ¿Estaban hablando de ella?
Sintió la cara arder. Pero el calor no era de bronca. Era otra cosa. Una corriente eléctrica entre las piernas, que le recorría todo el cuerpo.
Esa noche, se metió a la cama con una tanguita negra de encaje, la más finita que tenía. Se tocó despacio, imaginando su voz.
No la de Tomás, ni la de Nico, ni la de los otros pibes bien que la cogían como si fueran de cristal.
No. Pensó en Elías. En su voz grave. En su cuerpo duro. En cómo la miraba como si supiera exactamente cómo hacerla acabar de verdad.
Y acabó así, con los dedos entre las piernas, mordiendo la almohada, mientras su mundo cheto se le llenaba de polvo de obra.


CONTINUARA.........

4 comentarios - La pendeja cheta y el albañil (parte 1)

nukissy939 -1
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ConLazarin +2
Bien escrito, además. Aguardando la continuación, que promete.
prov0c_4rte +1
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terrateniente2 +1
Con semejante pollon que tienes agua se hacen mis agujeros