*Encuentren las partes faltantes en mi perfil 🙂
—Dense prisa —ordenĂł Jeneh, saliendo apurada de nuestra casa. Era la primera vez que participarĂa activamente dentro de una orgĂa pĂşblica, y estaba emocionada ya por probar todos los cuerpos que tendrĂa a su disposiciĂłn. Los años anteriores habĂa querido asistir, pero diferentes circunstancias se entrometieron con ese deseo. Por ejemplo, el año pasado estaba con un buen resfrĂo. El anterior se habĂa torcido el tobillo yendo de cacerĂa con su papá, y el anterior a ese, se habĂa perdido en el bosque durante toda la noche.
—Ya vamos, ya vamos. Calma tus ansias —dijo mamá pacientemente. Por fin toda la familia estaba reunida, excepto por el papá de Emelia. Taciturno como siempre, no le daba la importancia merecida al festival de la luna.
—Nosotras nos adelantaremos —tomé a mi hermanita de la mano, y corrimos en dirección a la plaza.
Nada más llegar, nos asaltĂł un delicioso aroma a flores de Nen. Las estaban quemando en distintos puntos de la ciudad, por lo que todos andaban lujuriosos. De un lado, un grupo de chicas danzaban sensualmente sobre una tarima mientras un conjunto musical tocaba algo rĂtmico para generar ambiente. Las doncellas se movĂan totalmente desnudas, exhibiendo cada parte de su anatomĂa en un baile artĂstico.
Jeneh se quedĂł mirándolas con suma atenciĂłn. Una de sus amigas estaba allĂ, y en esos instantes, se abrĂa los labios vaginales para mostrar un delicioso coño de carnes tiernas y rosadas.
—¡Esa es mi amiga! ¡Bravo! —gritó feliz, y la chica le sonrió y le envió un beso volado.
—Anda, ven —tiré de ella para llevarla a otro sitio.
No muy lejos de allĂ, se estaba preparando una bebida tradicional conocida como kal. ConsistĂa en una combinaciĂłn de ricos ingredientes naturales como hierbas y raĂces, que al ser bebido, potenciaba la energĂa del cuerpo y brindaba suficiente fuerza para toda la noche, lo cual iba a ser muy importante para todos los miembros del clan.
Jeneh bebiĂł una jarra entera. Unas gotas cayeron por su barbilla y mojaron sus bonitos pechos, cubiertos por un sujetador hecho de piel. VestĂa, además, una minifalda que dejaba a la vista un par de fuertes piernas capaces de apretar a cualquier macho que quisiera poner entre ellas. Aunque era la menor de la familia, y la más inexperta de las tres en cuanto a los rituales y costumbres del clan, estaba decidida a aprender.
—Creo que me mojĂ© —dijo riendo, quizá un poco borracha. El kal tenĂa ese efecto secundario.
Me reĂ y le di un sonoro beso en la boca.
Al otro lado de la calle se estaban vendiendo algunos adornos para las jĂłvenes, especialmente aquellas que querĂan ir a la moda. El favorito para la fiesta era la cola animal, que consistĂa en un pequeño plug que se introducĂa en el ano de cualquier persona que quisiera probarlo, y que estaba unido a una cola falsa de animal.
Jeneh y yo nos acercamos justo cuando una mamá ayudaba a sus dos hijas gemelas a insertarse eso en el trasero. Varias muchachas movĂan sus caderas para acentuar los movimientos felinos de sus colas falsas.
—Elige una. Te lo compro —le dije a mi hermana, y ella se apresuró a escoger uno que se asemejaba a la cola de un conejo—. ¿Te ayudo a ponerlo?
—Yo lo haré —Reynard apareció de repente, desnudo por completo y bebiendo un poco de kal. Hice una reverencia con la cabeza para mostrar mi respeto. No era mi papá, pero a la vez sà lo era.
—¡Papi! —exclamĂł feliz Jeneh, dándole un abrazo. Reynard aprovechĂł para sostenerla un momento, y le desprendiĂł el sujetador de un solo movimiento—. Jeneh, hija ÂżquĂ© habĂamos dicho sobre tus senos?
—Pero es que no son grandes —se lamentó la chica.
—Eso no importa —la tomĂł de los hombros y le hablĂł con ternura paternal—. Mi amor, eres bellĂsima. La chica más hermosa que he visto en mi vida.
Las mejillas de mi hermanita se ruborizaron.
—¿De verdad?
—¡Claro que sĂ! No tengas miedo de mostrar tus pechos. Eres delgada, bajita, pero fuerte y muy lista. Además, eres la mejor arquera del clan. Me siento orgulloso de ti.
—Ah… gracias.
—Ahora date la vuelta y deja que te ponga esto.
Lo hizo, apoyándose en una barra. LevantĂł el culo, y con cuidado, Reynard escupiĂł en el rosado anito de su hija. Lo delineĂł con el dedo, probando meter el menique. Jeneh moviĂł el mĂşsculo para que se contrajera y dilatara. Una vez estuvo lista, con extremo cuidado, su papá le clavĂł la cola en… la cola. Jeneh dio un gritito. Desde siempre habĂa usado esas colitas, pero cada año aumentaba el tamaño del plug.
—¡Listo! —Reynard sonrió al asegurarlo con una cinta para que no se saliera—. Qué linda conejita.
—¿Vienes a pasear con nosotras? —le pregunté.
—Claro. Vamos a ver quĂ© hay de interesante —caminĂł entre nosotras, con sus manos en nuestras espalda. NotĂ© que a Jeneh le acariciaba sin reservas. Era su hija, despuĂ©s de todo. Erina decĂa que un padre siempre poseerĂa el cuerpo de su crĂa, asĂ que Ă©l tenĂa permitido disfrutar de la carne que habĂa ayudado a procrear.
Todas las del clan lo sabĂamos. Adorábamos a nuestros padres tanto como los hijos adoraban a sus madres. Fundirnos con ellos y beber de sus fluidos reproductivos era una bendiciĂłn. Contadas ocasiones, el incesto tan natural se convertĂa en delito, y entonces era castigado con la decapitaciĂłn.
Los talleres sobre felaciĂłn estaban a la orden del dĂa. Alguna fĂ©mina máster, de más de cuarenta años de edad, mostraban la tĂ©cnica de la garganta profunda a las más jĂłvenes. Un grupo nutrido de unas cincuenta chicas, desnudas y no, miraban asombradas a las dos maduras comer miembros grandes de hombres que estaban paradas frente a ellas. Los penes medĂan algo cercano a los veinte centĂmetros, con gruesas venas recorriĂ©ndolos.
—¿QuiĂ©n quiere venir? —preguntĂł una de ellas, y dos chicas rápidamente se apresuraron a acercarse. Inexpertas, la madura les ofreciĂł las pollas que habĂa estado chupando.
—No se apuren —les aconsejó—. Es despacio. Concéntrense.
Una de ellas tuvo arcadas. Otra riĂł y las demás aplaudieron cuando logrĂł meterse unos diez centĂmetros a la garganta. La que casi vomitĂł, regresĂł frustrada al pĂşblico.
—Hagan una fila, queridas —ordenĂł la máster, y las muchachitas se ordenaron para arrodillarse frente a los hombres y probar comer sus pollas durante algunos minutos. Cada una de esas hermosas morenas querĂa mejorar sus habilidades bucales. Era algo básico para nosotras, tanto como la estĂ©tica, la danza o el arte.
—Creo que no hay nada que aprender —dijo Reynard a su hija, besándole la mejilla.
Nos quedamos un rato entre el pĂşblico, animando a alguna que nos pareciera muy novata para la felaciĂłn. Algunas lo hacĂan con grandes sonrisas. Otras no querĂan despegarse de las pollas succionadas. Las empapaban con su saliva, y la chica que seguĂa, recogĂa esos jugos y procedĂa a engullir el miembro. Todo el ambiente era de alegrĂa y fiesta. Tan normal era para nuestro clan.
Finalmente el hombre eyaculó en la boca de la que estaba mamándole en ese momento.
—Traga, traga —ordenó la máster cuando vio que la chica estaba por escupir.
—Es que es… mucho —dijo entre dientes.
—Traga —ordenĂł la mujer otra vez, y la pobre joven obedeciĂł, bebiendo el abundante semen de los hinchados huevos del modelo. AbriĂł la boca para comprobar que habĂa comido el semen, asĂ que todo terminĂł en paz.
—Creo que el kal ya hizo efecto —Jeneh se pegó como una gatita a su papá, y él, tomándola entre sus brazos, la llevó hasta la plaza principal.
AllĂ estaba lo bueno. AllĂ se encontraba una orgĂa de proporciones ceremoniales. Cuerpos desnudos, como una alfombra de carne y sudor se mezclaban entre una nube densa de flores de nen. Cualquiera podĂa participar si lo deseaba, pero habĂa ciertas reglas.
Aquellas que no habĂan tenido el ritual de iniciaciĂłn a la adultez, no podĂan ser penetradas más que por el recto, si es que lo deseaba la chica. Toda forma de homosexualidad estaba permitida, asĂ que no era raro ver a mujeres interactuando con mujeres, y a hombres dominado hombres. No se permitĂa ninguna clase de maltrato fĂsico, más que nalgadas, mordidas y tirones de cabello. Todo en plan sexual. Nada de violencia maliciosa.
Para cuidar la orgĂa, habĂa siete poderosas y altas guerreras vestidas con armaduras ceremoniales compuestas de una falda larga de cota de malla y un corsĂ© de bronce con intrincadas formas de representaciones sexuales grabadas en su superficie pulida. ParecĂan estatuas con lo serias que estaban. Otras cuantas cuidadoras iban entre las filas, comprobando que ninguna no iniciada estuviera siendo penetrada. Se aproximaban a las jĂłvenes, y les separaban las nalgas para ver sus vaginas.
Reynard, que llevaba a Jeneh en brazos, se encontrĂł con Darvan, y Ă©l le entregĂł a su hija. Luego, los dos hombres buscaron un lugar donde tumbarse. Mi hermanita se acostĂł entre ellos, y se apresurĂł a tomar el pene de su papá biolĂłgico entre sus labios. CerrĂł los ojitos para chupar con alegre devociĂłn, mientras Darvan, su futuro primer marido, le comĂa el coño con rápidas lamidas.
—Bueno… —miré a mi alrededor, dándome cuenta de que estaba un poco sola.
Los gemidos de las muchachas llegaban como una alegre sinfonĂa a mis oĂdos. Algunas gritaban más que otras. Me despojĂ©, entonces, de toda mi escasa ropa, y me abrĂ paso entre el mar de cuerpos sudorosos. Aunque era pĂşblica la orgĂa, no era fácil encontrar con quien follar. Casi todos estaban puestos en sus tareas. EncontrĂ© un pene listo para ser consumido. Le pertenecĂa a un chico que estaba bocarriba, con una guapa jovencita que era su hermana menor. La chica movĂa el culo sobre la cara del muchacho para que este le lamiera el clĂtoris.
TĂmidamente me acerquĂ©, y tomĂ© mi posiciĂłn para dejarme caer de sobre su miembro. El muchacho quizá ni lo notĂł. Apoyándome en su pecho, permitĂ que el pene se me hundiera hasta el fondo.
—Oh, qué rico… —musité, con mis sentidos potenciados por las flores afrodisiacas.
CabalguĂ© felizmente, mirando a las demás a mi alrededor. Cinco chicas hacĂan un lindo anillo lĂ©sbico, comiĂ©ndose los coños mutuamente. No lejos de ella, una fĂ©mina máster recibĂa una doble penetraciĂłn mientras un joven, quizá su hijo, le clavaba la polla en la boca. Una madre y una hija compartĂan un pene mientras otros hombres les lamĂan el culo. Dos hermanas gemelas hacĂan un sesenta y nueve, dedeándose la entrada del recto sin dejar de morder los labios de sus vaginas. Algunas de las chicas que habĂa visto en los talleres de felaciĂłn, practicaban con sus papás, hermanos, tĂos y hasta abuelos, demostrando que habĂan aprendido a mamar como si fueran ya mujeres maduras y experimentadas.
Las risas se mezclaban con gritos y gemidos.
—¿Puedo? —me preguntĂł un señor desconocido para mĂ.
—Claro —sonreĂ, inclinándome al frente. El hombre se colocĂł detrás, e irrumpiĂł en mi ano con su polla. La doble penetraciĂłn no era fácil, y menos sin la práctica. Me doliĂł, y el tipo se dio cuenta. AsĂ pues, dándome una nalgada, se disculpĂł y se alejĂł a cogerse a las dos gemelitas, que poco caso le hicieron.
Vi a mamá y a Emelia juntas. HacĂan un delicioso sesenta y nueve. Sus bocas apenas se movĂan de lo pegadas que estaban a la entrepierna de la otra. Algo raro, por cierto, pues a Emelia no le iba mucho el lesbianismo, a pesar de que mamá le habĂa intentado meter el gusto desde siempre.
Mi papá andaba por allĂ con la polla erecta, dejando que un par de delgadas chicas le masticaran los huevos colgantes. Una mujer adulta se abrĂa de piernas para dejar que su sobrino la penetrara por allĂ, mientras chupaba la vagina de su hermana, que estaba de pie a un lado.
Cuando el chico eyaculó en mi interior, decidà deslizarme al siguiente. Gateé, recibiendo nalgadas y sintiendo el aroma a sexo animal que pululaba por doquier. Respiré una profunda bocanada de nen, que casi me hizo alucinar. No tardé en llegar hasta donde estaba papá.
—¿Me disculpan? —les dije a las chicas. Papá sonriĂł. AbriĂł más sus piernas, recostándose. AsĂ, las nenas podĂan comerle los testĂculos mientras yo me dedicaba a su miembro principal.
Devorar la polla de papá era un acto casi sagrado para las mujeres del clan. Ese miembro habĂa ayudado en nuestra concepciĂłn. Era algo sagrado, asĂ que tener esa carne caliente dentro de la boca se consideraba un acto de respeto. La cabeza roja me llegaba a la campanilla y me provocĂł unas ricas arcadas. SeguĂ chupando sin detenerme, observando lo que acontecĂa a mi alrededor.
Emelia perforaba el culo de mamá con un pepino lubricado con aceite. Apenas podĂa ver la carita de Jenn, porque estaba entre las piernas de un hombre musculoso, lamiendo el corto espacio entre sus huevos y el miembro. Emelia castigaba a nuestra progenitora con nalgadas fuertes que dejaban sus marcas.
Una pequeña morena tomĂł una de las frutas aceitadas que entregaban unas siervas, y se apresurĂł a metĂ©rsela por el culo sin dejar de lamer las pollas de sus dos hermanos. La vagina rosada de la chica pedĂa un miembro con urgencia.
Lamiendo el pene de papá desde la base hasta el glande, vi como un señor cuarentĂłn se dirigĂa a meterle la pija a la joven. Le abriĂł de piernas y estuvo cerca de quitarle la virginidad, cuando una guardiana le disparĂł un dardo con una cerbatana. El minĂşsculo proyectil se clavĂł en la espalda del hombre, adormeciĂ©ndolo instantáneamente. Luego, la guardiana caminĂł adusta entre el mar de cuerpos que se retorcĂan de placer. CargĂł al hombre y se lo llevĂł expulsado de la orgĂa por intentar penetrar a una chica que todavĂa no pasaba por el ritual de iniciaciĂłn.
—Esas tipas agotan la diversiĂłn —dijo mamá, apareciendo de repente. Con una mirada despachĂł a las otras chicas que chupaban los huevos de papá. Se alejaron temerosas. Mamá reclamĂł, pues, el miembro que era sĂłlo para ella, sentándose sobre Ă©l y dándole la espalda a la cara de mi papá, que tampoco estaba libre, pues Emelia se habĂa sentado sobre su boca para que su vagina fuera lamida por Ă©l.
—Allà van por Jeneh. Mira.
Y era cierto. Una muchacha se acercó a mi hermanita, y le revisó las nalgas, abriéndoselas y mirando el interior de su vagina. Jeneh estaba tan concentrada comiendo los penes de su papá y de Darvan, que apenas se inmutó.
Una vez que la sierva se dio cuenta de que mi hermanita seguĂa siendo virgen, se dirigiĂł a la siguiente.
Los gemidos aumentaron un poco más de potencia ahora que todas las chicas tenĂan pepinos para meterse por el coño. Un hombre barbudo se acercĂł a mamá para ofrecerle su miembro. No era conocido para la familia, pero aun asĂ, mamá aceptĂł encantada el pene y succionĂł de Ă©l por unos segundos antes de que el semen de aquel sujeto bajara por su garganta.
—¿Y yo? —pregunté. Sólo quedaban unas gotas, y me apresuré a beberlas. Luego, el hombre se marchó enseguida a recargar.
Me dediqué a lamer la vagina de mamá durante un largo rato, hasta que el semen de papá surgió desde sus huevos y le llenó el útero. Mamá, expulsando los fluidos calientes, me los dio de comer. Cosa que agradecà encantada.
—¿Por qué Jeneh no está con nosotras? —preguntó mamá, ofendida.
—Iré por ella —me ofrecà y caminé desnuda entre los demás cuerpos—. Oye.
—¿Mmm? —su boca estaba llena del pene de Darvan, mientras su papá intentaba no lastimarla con una penetraciĂłn anal, pero el agujerito de Jeneh era demasiado estrecho todavĂa.
—Mamá quiere que vayas. Necesita estar con sus hijas. Vamos.
Darvan le sonriĂł.
—Ve.
—SĂ, ve. Nosotros encontraremos algo más que hacer —fue la alegre respuesta de Reynard.
—Ash… está bien.
La tomĂ© de la mano y la llevĂ© donde mamá ya le lamĂa la vagina a Emelia. Nos colocamos en formaciĂłn circular, de modo que yo bebĂa de los jugos de mamá. Ella de los de Jeneh. Jeneh de Emelia y Emelia de los mĂos. Un cuarteto de mujeres de la misma familia era algo lindo, porque todas Ă©ramos chicas y todas conocĂamos nuestros cuerpos. En lo personal, Emelia no sabĂa mucho sobre cĂłmo comer una vagina, y sus movimientos eran algo torpes. No asĂ Jeneh, que estaba haciendo gemir a Emelia con sus chupetones y mordidas.
Mamá, enfrascada con su hijita menor, la tocaba de forma más amorosa y pausada. Como era su Ăşltima hija, la consentĂa mucho y siempre le brindaba las mejores atenciones. Al igual que toda madre, no querĂa que su Ăşltima hija se fuera de la casa algĂşn dĂa.
Mi abuela, que en paz descanse, habĂa dicho que la Ăşltima crĂa siempre serĂa el bebĂ© de la casa, sin importar si ya hubiera pasado por la iniciaciĂłn o no.
Mamá se corrió dentro de mi boca. Lo sentà como un pequeño desborde de agüita caliente que tragué de inmediato. Sus convulsiones rompieron el anillo lésbico, y sonriendo, todas nos pusimos de pie y nos dispersamos para atender a más hombres que nos estaban esperando.
Un par de horas más tardes, cuando sĂłlo quedaba la noche, la matriarca emergiĂł de su hogar, rodeada de una docena de hombres y mujeres con los que habĂa compartido el lecho junto a su hermana Estrid.
—Hijas e hijos mĂos… —estaba sin aliento, y vestida con ropas ceremoniales.
Dejamos nuestras actividades y nos acercamos. Jeneh y mamá venĂan con las caras cubiertas de caliente semen. La Ăşltima hora habĂan estado en un bukake. Emelia apenas caminaba bien. La doble penetraciĂłn le habĂa dejado toda la zona irritada. A mĂ me dolĂa el culo de tantas nalgadas.
—Ha sido una… maravillosa fiesta. Espero que hayan bebido mucho de… del lĂquido vital.
—Oh, sà —dijo mamá, refiriĂ©ndose al semen. Escupirlo o no tragarlo cuando un hombre lo ofrecĂa, era una falta de respeto.
—Damos por terminada… la orgĂa de esta noche. Hasta el prĂłximo año celebraremos esto… y espero que haya el mismo entusiasmo. Son libres de ir con sus parejas a culminar a sus hogares si asĂ lo desean, pero abandonaremos el nicho.
Asentimos sin oponer resistencia. La orgĂa, a la que se habĂan sumado unas trecientas personas, o más, se acabĂł tan rápidamente como habĂa empezado, y todo lo que quedĂł fue una fiesta de baile, comida y borrachera que se prolongĂł hasta el amanecer.
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Pff, esa orgĂa hasta me dejĂł mojadita xD. DisfrĂştenla y recuerden dejarme comentarios. beso!
—Dense prisa —ordenĂł Jeneh, saliendo apurada de nuestra casa. Era la primera vez que participarĂa activamente dentro de una orgĂa pĂşblica, y estaba emocionada ya por probar todos los cuerpos que tendrĂa a su disposiciĂłn. Los años anteriores habĂa querido asistir, pero diferentes circunstancias se entrometieron con ese deseo. Por ejemplo, el año pasado estaba con un buen resfrĂo. El anterior se habĂa torcido el tobillo yendo de cacerĂa con su papá, y el anterior a ese, se habĂa perdido en el bosque durante toda la noche.
—Ya vamos, ya vamos. Calma tus ansias —dijo mamá pacientemente. Por fin toda la familia estaba reunida, excepto por el papá de Emelia. Taciturno como siempre, no le daba la importancia merecida al festival de la luna.
—Nosotras nos adelantaremos —tomé a mi hermanita de la mano, y corrimos en dirección a la plaza.
Nada más llegar, nos asaltĂł un delicioso aroma a flores de Nen. Las estaban quemando en distintos puntos de la ciudad, por lo que todos andaban lujuriosos. De un lado, un grupo de chicas danzaban sensualmente sobre una tarima mientras un conjunto musical tocaba algo rĂtmico para generar ambiente. Las doncellas se movĂan totalmente desnudas, exhibiendo cada parte de su anatomĂa en un baile artĂstico.
Jeneh se quedĂł mirándolas con suma atenciĂłn. Una de sus amigas estaba allĂ, y en esos instantes, se abrĂa los labios vaginales para mostrar un delicioso coño de carnes tiernas y rosadas.
—¡Esa es mi amiga! ¡Bravo! —gritó feliz, y la chica le sonrió y le envió un beso volado.
—Anda, ven —tiré de ella para llevarla a otro sitio.
No muy lejos de allĂ, se estaba preparando una bebida tradicional conocida como kal. ConsistĂa en una combinaciĂłn de ricos ingredientes naturales como hierbas y raĂces, que al ser bebido, potenciaba la energĂa del cuerpo y brindaba suficiente fuerza para toda la noche, lo cual iba a ser muy importante para todos los miembros del clan.
Jeneh bebiĂł una jarra entera. Unas gotas cayeron por su barbilla y mojaron sus bonitos pechos, cubiertos por un sujetador hecho de piel. VestĂa, además, una minifalda que dejaba a la vista un par de fuertes piernas capaces de apretar a cualquier macho que quisiera poner entre ellas. Aunque era la menor de la familia, y la más inexperta de las tres en cuanto a los rituales y costumbres del clan, estaba decidida a aprender.
—Creo que me mojĂ© —dijo riendo, quizá un poco borracha. El kal tenĂa ese efecto secundario.
Me reĂ y le di un sonoro beso en la boca.
Al otro lado de la calle se estaban vendiendo algunos adornos para las jĂłvenes, especialmente aquellas que querĂan ir a la moda. El favorito para la fiesta era la cola animal, que consistĂa en un pequeño plug que se introducĂa en el ano de cualquier persona que quisiera probarlo, y que estaba unido a una cola falsa de animal.
Jeneh y yo nos acercamos justo cuando una mamá ayudaba a sus dos hijas gemelas a insertarse eso en el trasero. Varias muchachas movĂan sus caderas para acentuar los movimientos felinos de sus colas falsas.
—Elige una. Te lo compro —le dije a mi hermana, y ella se apresuró a escoger uno que se asemejaba a la cola de un conejo—. ¿Te ayudo a ponerlo?
—Yo lo haré —Reynard apareció de repente, desnudo por completo y bebiendo un poco de kal. Hice una reverencia con la cabeza para mostrar mi respeto. No era mi papá, pero a la vez sà lo era.
—¡Papi! —exclamĂł feliz Jeneh, dándole un abrazo. Reynard aprovechĂł para sostenerla un momento, y le desprendiĂł el sujetador de un solo movimiento—. Jeneh, hija ÂżquĂ© habĂamos dicho sobre tus senos?
—Pero es que no son grandes —se lamentó la chica.
—Eso no importa —la tomĂł de los hombros y le hablĂł con ternura paternal—. Mi amor, eres bellĂsima. La chica más hermosa que he visto en mi vida.
Las mejillas de mi hermanita se ruborizaron.
—¿De verdad?
—¡Claro que sĂ! No tengas miedo de mostrar tus pechos. Eres delgada, bajita, pero fuerte y muy lista. Además, eres la mejor arquera del clan. Me siento orgulloso de ti.
—Ah… gracias.
—Ahora date la vuelta y deja que te ponga esto.
Lo hizo, apoyándose en una barra. LevantĂł el culo, y con cuidado, Reynard escupiĂł en el rosado anito de su hija. Lo delineĂł con el dedo, probando meter el menique. Jeneh moviĂł el mĂşsculo para que se contrajera y dilatara. Una vez estuvo lista, con extremo cuidado, su papá le clavĂł la cola en… la cola. Jeneh dio un gritito. Desde siempre habĂa usado esas colitas, pero cada año aumentaba el tamaño del plug.
—¡Listo! —Reynard sonrió al asegurarlo con una cinta para que no se saliera—. Qué linda conejita.
—¿Vienes a pasear con nosotras? —le pregunté.
—Claro. Vamos a ver quĂ© hay de interesante —caminĂł entre nosotras, con sus manos en nuestras espalda. NotĂ© que a Jeneh le acariciaba sin reservas. Era su hija, despuĂ©s de todo. Erina decĂa que un padre siempre poseerĂa el cuerpo de su crĂa, asĂ que Ă©l tenĂa permitido disfrutar de la carne que habĂa ayudado a procrear.
Todas las del clan lo sabĂamos. Adorábamos a nuestros padres tanto como los hijos adoraban a sus madres. Fundirnos con ellos y beber de sus fluidos reproductivos era una bendiciĂłn. Contadas ocasiones, el incesto tan natural se convertĂa en delito, y entonces era castigado con la decapitaciĂłn.
Los talleres sobre felaciĂłn estaban a la orden del dĂa. Alguna fĂ©mina máster, de más de cuarenta años de edad, mostraban la tĂ©cnica de la garganta profunda a las más jĂłvenes. Un grupo nutrido de unas cincuenta chicas, desnudas y no, miraban asombradas a las dos maduras comer miembros grandes de hombres que estaban paradas frente a ellas. Los penes medĂan algo cercano a los veinte centĂmetros, con gruesas venas recorriĂ©ndolos.
—¿QuiĂ©n quiere venir? —preguntĂł una de ellas, y dos chicas rápidamente se apresuraron a acercarse. Inexpertas, la madura les ofreciĂł las pollas que habĂa estado chupando.
—No se apuren —les aconsejó—. Es despacio. Concéntrense.
Una de ellas tuvo arcadas. Otra riĂł y las demás aplaudieron cuando logrĂł meterse unos diez centĂmetros a la garganta. La que casi vomitĂł, regresĂł frustrada al pĂşblico.
—Hagan una fila, queridas —ordenĂł la máster, y las muchachitas se ordenaron para arrodillarse frente a los hombres y probar comer sus pollas durante algunos minutos. Cada una de esas hermosas morenas querĂa mejorar sus habilidades bucales. Era algo básico para nosotras, tanto como la estĂ©tica, la danza o el arte.
—Creo que no hay nada que aprender —dijo Reynard a su hija, besándole la mejilla.
Nos quedamos un rato entre el pĂşblico, animando a alguna que nos pareciera muy novata para la felaciĂłn. Algunas lo hacĂan con grandes sonrisas. Otras no querĂan despegarse de las pollas succionadas. Las empapaban con su saliva, y la chica que seguĂa, recogĂa esos jugos y procedĂa a engullir el miembro. Todo el ambiente era de alegrĂa y fiesta. Tan normal era para nuestro clan.
Finalmente el hombre eyaculó en la boca de la que estaba mamándole en ese momento.
—Traga, traga —ordenó la máster cuando vio que la chica estaba por escupir.
—Es que es… mucho —dijo entre dientes.
—Traga —ordenĂł la mujer otra vez, y la pobre joven obedeciĂł, bebiendo el abundante semen de los hinchados huevos del modelo. AbriĂł la boca para comprobar que habĂa comido el semen, asĂ que todo terminĂł en paz.
—Creo que el kal ya hizo efecto —Jeneh se pegó como una gatita a su papá, y él, tomándola entre sus brazos, la llevó hasta la plaza principal.
AllĂ estaba lo bueno. AllĂ se encontraba una orgĂa de proporciones ceremoniales. Cuerpos desnudos, como una alfombra de carne y sudor se mezclaban entre una nube densa de flores de nen. Cualquiera podĂa participar si lo deseaba, pero habĂa ciertas reglas.
Aquellas que no habĂan tenido el ritual de iniciaciĂłn a la adultez, no podĂan ser penetradas más que por el recto, si es que lo deseaba la chica. Toda forma de homosexualidad estaba permitida, asĂ que no era raro ver a mujeres interactuando con mujeres, y a hombres dominado hombres. No se permitĂa ninguna clase de maltrato fĂsico, más que nalgadas, mordidas y tirones de cabello. Todo en plan sexual. Nada de violencia maliciosa.
Para cuidar la orgĂa, habĂa siete poderosas y altas guerreras vestidas con armaduras ceremoniales compuestas de una falda larga de cota de malla y un corsĂ© de bronce con intrincadas formas de representaciones sexuales grabadas en su superficie pulida. ParecĂan estatuas con lo serias que estaban. Otras cuantas cuidadoras iban entre las filas, comprobando que ninguna no iniciada estuviera siendo penetrada. Se aproximaban a las jĂłvenes, y les separaban las nalgas para ver sus vaginas.
Reynard, que llevaba a Jeneh en brazos, se encontrĂł con Darvan, y Ă©l le entregĂł a su hija. Luego, los dos hombres buscaron un lugar donde tumbarse. Mi hermanita se acostĂł entre ellos, y se apresurĂł a tomar el pene de su papá biolĂłgico entre sus labios. CerrĂł los ojitos para chupar con alegre devociĂłn, mientras Darvan, su futuro primer marido, le comĂa el coño con rápidas lamidas.
—Bueno… —miré a mi alrededor, dándome cuenta de que estaba un poco sola.
Los gemidos de las muchachas llegaban como una alegre sinfonĂa a mis oĂdos. Algunas gritaban más que otras. Me despojĂ©, entonces, de toda mi escasa ropa, y me abrĂ paso entre el mar de cuerpos sudorosos. Aunque era pĂşblica la orgĂa, no era fácil encontrar con quien follar. Casi todos estaban puestos en sus tareas. EncontrĂ© un pene listo para ser consumido. Le pertenecĂa a un chico que estaba bocarriba, con una guapa jovencita que era su hermana menor. La chica movĂa el culo sobre la cara del muchacho para que este le lamiera el clĂtoris.
TĂmidamente me acerquĂ©, y tomĂ© mi posiciĂłn para dejarme caer de sobre su miembro. El muchacho quizá ni lo notĂł. Apoyándome en su pecho, permitĂ que el pene se me hundiera hasta el fondo.
—Oh, qué rico… —musité, con mis sentidos potenciados por las flores afrodisiacas.
CabalguĂ© felizmente, mirando a las demás a mi alrededor. Cinco chicas hacĂan un lindo anillo lĂ©sbico, comiĂ©ndose los coños mutuamente. No lejos de ella, una fĂ©mina máster recibĂa una doble penetraciĂłn mientras un joven, quizá su hijo, le clavaba la polla en la boca. Una madre y una hija compartĂan un pene mientras otros hombres les lamĂan el culo. Dos hermanas gemelas hacĂan un sesenta y nueve, dedeándose la entrada del recto sin dejar de morder los labios de sus vaginas. Algunas de las chicas que habĂa visto en los talleres de felaciĂłn, practicaban con sus papás, hermanos, tĂos y hasta abuelos, demostrando que habĂan aprendido a mamar como si fueran ya mujeres maduras y experimentadas.
Las risas se mezclaban con gritos y gemidos.
—¿Puedo? —me preguntĂł un señor desconocido para mĂ.
—Claro —sonreĂ, inclinándome al frente. El hombre se colocĂł detrás, e irrumpiĂł en mi ano con su polla. La doble penetraciĂłn no era fácil, y menos sin la práctica. Me doliĂł, y el tipo se dio cuenta. AsĂ pues, dándome una nalgada, se disculpĂł y se alejĂł a cogerse a las dos gemelitas, que poco caso le hicieron.
Vi a mamá y a Emelia juntas. HacĂan un delicioso sesenta y nueve. Sus bocas apenas se movĂan de lo pegadas que estaban a la entrepierna de la otra. Algo raro, por cierto, pues a Emelia no le iba mucho el lesbianismo, a pesar de que mamá le habĂa intentado meter el gusto desde siempre.
Mi papá andaba por allĂ con la polla erecta, dejando que un par de delgadas chicas le masticaran los huevos colgantes. Una mujer adulta se abrĂa de piernas para dejar que su sobrino la penetrara por allĂ, mientras chupaba la vagina de su hermana, que estaba de pie a un lado.
Cuando el chico eyaculó en mi interior, decidà deslizarme al siguiente. Gateé, recibiendo nalgadas y sintiendo el aroma a sexo animal que pululaba por doquier. Respiré una profunda bocanada de nen, que casi me hizo alucinar. No tardé en llegar hasta donde estaba papá.
—¿Me disculpan? —les dije a las chicas. Papá sonriĂł. AbriĂł más sus piernas, recostándose. AsĂ, las nenas podĂan comerle los testĂculos mientras yo me dedicaba a su miembro principal.
Devorar la polla de papá era un acto casi sagrado para las mujeres del clan. Ese miembro habĂa ayudado en nuestra concepciĂłn. Era algo sagrado, asĂ que tener esa carne caliente dentro de la boca se consideraba un acto de respeto. La cabeza roja me llegaba a la campanilla y me provocĂł unas ricas arcadas. SeguĂ chupando sin detenerme, observando lo que acontecĂa a mi alrededor.
Emelia perforaba el culo de mamá con un pepino lubricado con aceite. Apenas podĂa ver la carita de Jenn, porque estaba entre las piernas de un hombre musculoso, lamiendo el corto espacio entre sus huevos y el miembro. Emelia castigaba a nuestra progenitora con nalgadas fuertes que dejaban sus marcas.
Una pequeña morena tomĂł una de las frutas aceitadas que entregaban unas siervas, y se apresurĂł a metĂ©rsela por el culo sin dejar de lamer las pollas de sus dos hermanos. La vagina rosada de la chica pedĂa un miembro con urgencia.
Lamiendo el pene de papá desde la base hasta el glande, vi como un señor cuarentĂłn se dirigĂa a meterle la pija a la joven. Le abriĂł de piernas y estuvo cerca de quitarle la virginidad, cuando una guardiana le disparĂł un dardo con una cerbatana. El minĂşsculo proyectil se clavĂł en la espalda del hombre, adormeciĂ©ndolo instantáneamente. Luego, la guardiana caminĂł adusta entre el mar de cuerpos que se retorcĂan de placer. CargĂł al hombre y se lo llevĂł expulsado de la orgĂa por intentar penetrar a una chica que todavĂa no pasaba por el ritual de iniciaciĂłn.
—Esas tipas agotan la diversiĂłn —dijo mamá, apareciendo de repente. Con una mirada despachĂł a las otras chicas que chupaban los huevos de papá. Se alejaron temerosas. Mamá reclamĂł, pues, el miembro que era sĂłlo para ella, sentándose sobre Ă©l y dándole la espalda a la cara de mi papá, que tampoco estaba libre, pues Emelia se habĂa sentado sobre su boca para que su vagina fuera lamida por Ă©l.
—Allà van por Jeneh. Mira.
Y era cierto. Una muchacha se acercó a mi hermanita, y le revisó las nalgas, abriéndoselas y mirando el interior de su vagina. Jeneh estaba tan concentrada comiendo los penes de su papá y de Darvan, que apenas se inmutó.
Una vez que la sierva se dio cuenta de que mi hermanita seguĂa siendo virgen, se dirigiĂł a la siguiente.
Los gemidos aumentaron un poco más de potencia ahora que todas las chicas tenĂan pepinos para meterse por el coño. Un hombre barbudo se acercĂł a mamá para ofrecerle su miembro. No era conocido para la familia, pero aun asĂ, mamá aceptĂł encantada el pene y succionĂł de Ă©l por unos segundos antes de que el semen de aquel sujeto bajara por su garganta.
—¿Y yo? —pregunté. Sólo quedaban unas gotas, y me apresuré a beberlas. Luego, el hombre se marchó enseguida a recargar.
Me dediqué a lamer la vagina de mamá durante un largo rato, hasta que el semen de papá surgió desde sus huevos y le llenó el útero. Mamá, expulsando los fluidos calientes, me los dio de comer. Cosa que agradecà encantada.
—¿Por qué Jeneh no está con nosotras? —preguntó mamá, ofendida.
—Iré por ella —me ofrecà y caminé desnuda entre los demás cuerpos—. Oye.
—¿Mmm? —su boca estaba llena del pene de Darvan, mientras su papá intentaba no lastimarla con una penetraciĂłn anal, pero el agujerito de Jeneh era demasiado estrecho todavĂa.
—Mamá quiere que vayas. Necesita estar con sus hijas. Vamos.
Darvan le sonriĂł.
—Ve.
—SĂ, ve. Nosotros encontraremos algo más que hacer —fue la alegre respuesta de Reynard.
—Ash… está bien.
La tomĂ© de la mano y la llevĂ© donde mamá ya le lamĂa la vagina a Emelia. Nos colocamos en formaciĂłn circular, de modo que yo bebĂa de los jugos de mamá. Ella de los de Jeneh. Jeneh de Emelia y Emelia de los mĂos. Un cuarteto de mujeres de la misma familia era algo lindo, porque todas Ă©ramos chicas y todas conocĂamos nuestros cuerpos. En lo personal, Emelia no sabĂa mucho sobre cĂłmo comer una vagina, y sus movimientos eran algo torpes. No asĂ Jeneh, que estaba haciendo gemir a Emelia con sus chupetones y mordidas.
Mamá, enfrascada con su hijita menor, la tocaba de forma más amorosa y pausada. Como era su Ăşltima hija, la consentĂa mucho y siempre le brindaba las mejores atenciones. Al igual que toda madre, no querĂa que su Ăşltima hija se fuera de la casa algĂşn dĂa.
Mi abuela, que en paz descanse, habĂa dicho que la Ăşltima crĂa siempre serĂa el bebĂ© de la casa, sin importar si ya hubiera pasado por la iniciaciĂłn o no.
Mamá se corrió dentro de mi boca. Lo sentà como un pequeño desborde de agüita caliente que tragué de inmediato. Sus convulsiones rompieron el anillo lésbico, y sonriendo, todas nos pusimos de pie y nos dispersamos para atender a más hombres que nos estaban esperando.
Un par de horas más tardes, cuando sĂłlo quedaba la noche, la matriarca emergiĂł de su hogar, rodeada de una docena de hombres y mujeres con los que habĂa compartido el lecho junto a su hermana Estrid.
—Hijas e hijos mĂos… —estaba sin aliento, y vestida con ropas ceremoniales.
Dejamos nuestras actividades y nos acercamos. Jeneh y mamá venĂan con las caras cubiertas de caliente semen. La Ăşltima hora habĂan estado en un bukake. Emelia apenas caminaba bien. La doble penetraciĂłn le habĂa dejado toda la zona irritada. A mĂ me dolĂa el culo de tantas nalgadas.
—Ha sido una… maravillosa fiesta. Espero que hayan bebido mucho de… del lĂquido vital.
—Oh, sà —dijo mamá, refiriĂ©ndose al semen. Escupirlo o no tragarlo cuando un hombre lo ofrecĂa, era una falta de respeto.
—Damos por terminada… la orgĂa de esta noche. Hasta el prĂłximo año celebraremos esto… y espero que haya el mismo entusiasmo. Son libres de ir con sus parejas a culminar a sus hogares si asĂ lo desean, pero abandonaremos el nicho.
Asentimos sin oponer resistencia. La orgĂa, a la que se habĂan sumado unas trecientas personas, o más, se acabĂł tan rápidamente como habĂa empezado, y todo lo que quedĂł fue una fiesta de baile, comida y borrachera que se prolongĂł hasta el amanecer.
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Pff, esa orgĂa hasta me dejĂł mojadita xD. DisfrĂştenla y recuerden dejarme comentarios. beso!
4 comentarios - El Clan de los placeres cap 4