Elena, mi puta.

Este es mi primer relato. No creo que sea excelente, ni de los mejores, pero le puse onda.
No les voy a decir que esto es algo que me pasó el verano pasado. Es ficción. Espero que lo disfruten.

Elena, Mi Puta

Debo reconocer que tengo un gran defecto, el cual me conlleva una tremenda limitación: las mujeres no me toman en serio. O quizás las asuste, y salgan corriendo cuando toman conciencia del punto al que llegaron las cosas. Pero la verdad es que si una mujer me da bola, es por la misma razón que las hace correr despavoridas, aterrorizadas: soy un pervertido, sádico, maniático sexual. Debo reconocerlo: ninguna mujer en su sano juicio se metería conmigo... afortunadamente siempre hay alguna en un momento de debilidad que muerde mi anzuelo, más grande que la carnada.
No hay que engañarse: en lo profundo, toda mujer desea ser violada, abusada, humillada, esclavizada. Quiere sentir los grilletes en sus muñecas y tobillos mientras, indefensa, intenta inútilmente resistirse a mi lengua en su vagina y su propio inmanejable éxtasis. Quiere escuchar mi voz insultarla, pero sin poder verme a través de la venda de sus ojos, mientras le clavo mi pene en su sexo... o en su culo.
Yo lo se, y a veces me arrepiento de saberlo.
Allí está Elena. En su propia cama. Finalmente logró dormir. No le resultó fácil, puesto que até sus muñecas a su espalda con sus propias medias y con mi cinto sus tobillos.
Todavía no entra luz directa del sol por la ventana, pero ya es suficiente para ver la obra de arte que dejé allí. Sí, eso es lo que más me gusta: ver lo que dejé, ver como la dejé, en que estado, su expresión... ¡que hermosa es esta mujer! Más hermosa que la del sábado pasado... ¿cómo se llamaba?
Fue una esclava casi perfecta. Desde un comienzo entendió que clase de amante soy y jugó su papel de forma impecable: se resistió a casi todo pero sin hacerme las cosas difíciles. Recuerdo sus ojos juguetones cuando le até las manos y la brusquedad con que la puse de espaldas. Tironeó, y se movió para intentar zafase de las ataduras, pero sin éxito. Gimió y rogó, solo para encontrarme más despiadado. Así fue como se encontró con mi lengua en los alrededores de su vagina, pero sin llegar a ella, hasta que no pudo más y empezó a rogarme: “cojeme, quiero tu pija”. No le di el gusto. Con mi cinto até sus tobillos y comencé a golpear sus nalgas con la palma de mi manos mano derecha, mientras con un par de dedos de la izquierda alternaba entre acariciarle el ano y los labios de la vagina.
-¿Quién es tu papi?
No contesta, grave error.
-¡¿Quién es tu papi? !-repito, golpeando sus nalgas con más fuerza- ¡Contestame, puta!
-¡Vos! ¡Ah! - grita - Vos sos mi papi
¡Ah, Sí! Me encanta escuchar eso.
Perdón para sus nalgas. La tomo por debajo de sus axilas, y de un movimiento la dejo sentada en el borde de la cama. Sus senos no tienen el tamaño suficiente para cogerlos, pero no dejan de ser una belleza. Su boca está a la altura de mi pelvis, y con la luz que entra en la ventana sabe perfectamente que es lo que viene ahora. Desabrocho mis jeans y bajo mi cierre. Por el corte de mis boxers asoma mi pene apuntando directamente a su boca, y sin dudarlola tomé de su nuca y le violé su hermosa boca. Se resistió brevemente. Luego empezó a comerse todo el largo que pudo tomar. La forcé un poco más. Sentí que llegaba al final de lo que podía aceptar su boca. La forcé más. La retuve. Sentí su resistencia. La solté y saqué mi verga solo para ver el infaltable hilo de saliva que cuelga entre su boca y mi glande.
Vuelvo a penetrar esa boca hermosa, una y otra vez, ahora con menos violencia, hasta que llega mi momento. Ella lo sabe y lo espera con su boca abierta y su lengua expectante. Disparo tras disparo, se moja su lengua, labios, nariz, mejillas... una buena cantidad entró en su boca, y algún poco cayó en su cuello y pecho.
No estoy satisfecho todavía... vuelvo a poner mi pene en su boca para mantenerlo erecto. Todavía no terminé con ella.
Son las ocho de la mañana. Elena sigue durmiendo. Mi sospecha de haber sido escuchado por algún otro habitante de aquella casa durante la noche se desvanece al notar que el teléfono suena y nadie lo atiende. El aparato deja de sonar, y ella sigue durmiendo, pero no se oyen conversaciones. En mi cabeza retumban los gritos roncos de Elena mientras penetraba su ano...



-¡Cogeme! ¡Rompeme el culo! - me grita, como que yo quisiera hacer otra cosa.
Ya me aburrió su vagina. Ya le di demasiado. Ya tuvo dos orgasmos por ahí, mientras yo solo llegué una vez, cuando me descargué en su cara. Está con las rodillas flexionadas apoyadas sobre el colchón, las muñecas en su espalda y la cara apoyada sobre la cama, sin poder sostenerse por otro medio. Cerca de otro orgasmo, retiro mi pene, y meto mis dedos entre sus piernas para acariciar su vagina. Con mi otra mano separo ligeramente una de sus nalgas, para introducir mi lengua y lamerle el ano. Si, le gustó. Se siente un poco perturbada, pero le gusta. Hago fuerza con mi lengua para ver si su esfínter dilata un poco. Dejo que lo duisfrute, que se endulce, y ella empieza a sospechar lo que viene.
-¡No, no, no! ¡Me va a doler!
-¿Los chirlos te dolieron? ¿te gustaron? Es lo mismo -y por primera vez me muestro compasivo-. Confiá en mi, no va a ser desagradable.
Apoyo la punta, la presiono. La tomo de sus caderas y la traigo hacia atrás. Empujo un poco más. Hago empujones cortos, firmes pero no profundos, hasta que empiezo a sentir su esfínter cediéndo. ¡Si! Mi cabeza está adentro. Y nuevamente asumo mi rol autoritario. Mi voz vuelve a tornarse firme y desafiante mientras, milímetro a milímetro me gano ese culo...
Ahora la clavo con todo el largo de mi verga. Le estoy dando bien duro. Sus gritos se pierden entre las sábanas. Cada tanto me implora que la parta, que la reviente, que le rompa el culo. Mi pene recorre casi todo su largo, sin salir y sin detenerse.
-¡Esto es increíble! ¡me encanta! - dice entre gritos.
-Es porque sos muy puta -le contesto-.
Hacen más agudos, mientras pelea con las ataduras de sus muñecas. Por ultimo libera un grito ronco, grueso que inunda toda la habitación. Lo se inmediatamente y siento un regocijo infinito: le di su orgasmo anal, el primero de su vida. Su ano se tensa y me aprieta como nunca. Me calienta más y empiezo a ser despiadado con ese culo. No le duele. Tal vez solo un poco, pero no le molesta, al contrario. Yo estoy al límite...
Me saco el preservativo, a la vez que la saco de la cama y la hago arrodillarse en el piso. Me descargo sobre su cara, pero esta vez es reacia a abrir su boca, porque sabe donde estuvo mi pene un momento atrás, auqnue haya sido con preservativo. El semen corre por sus labios, mejillas y pera. Gotea. Se forma una cuerda de semen que se deposita en su pecho y corre entre sus tetas perfectas.
¡Que hermosa puta! Y apenas puede creer lo que acaba de dejarme hacerle. Todo lo que le hice. Ahí está, bañada en semen. En el mío. Cogida. Cogidisima. Atada. Con el culo roto. La miro, y sí: fui yo el autor. La humillé como nunca la humillaron, y su sonrisa me dice que lo disfrutó.
La subo a la cama y la acuesto. Está exhausta, me acuesto al lado suyo e ignoro sus pedidos de que la desate. Que aprenda a dormir como mi esclava.



Finalmente, la incomodidad de las ataduras la despierta de nuevo. Me observa medio vestido, sentado en la silla donde apila su ropa. La observo.
Tan pronto la desato, empieza a reconocer las marcas de haber sido mi victima, y mira el semen seco en sus pechos con incredulidad, intentando concebir la idea de que fue ella quien se dejó esclavizar por mi. Se toca la cara y descubre los restos de semen. Se siente perturbada, y presiento es el hecho de sentirse tan “puta”.
Me acerco, la ayudo a limpiarse, le ayudo a prenderse el corpiño, la beso. Quiero que sepa que no es una “puta”, sinó “mi puta”. Que es especial. No la juzgo por haberse portado así, porque esa es mi forma de amar. No quiero perderla. Pero se perfectamente que, tan pronto me valla, su vergüenza se va a hacer dueña y nunca más me va a dejar saber más nada de ella.
Me acompaña hasta la puerta funciendo el ceño. La luz del sol ya es fuerte y ambos dormimos menos de lo suficiente. En la puerta de su casa la beso por ultima vez antes de volver a mi casa. A los dos metros de su puerta me doy vuelta y la miro por ultima vez. Me sostiene la mirada con incredulidad, saluda y vuelve a entrar, y así se pierde para siempre.

1 comentario - Elena, mi puta.

byronlp
Q buen relato, muy bien redactado...