La Mansión de la Lujuria [13].

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La Mansión de la Lujuria [13].




Capítulo 13.

Espíritus de Sumisión.

Mailén entró al mercadito de El Pombero esperando encontrar a su madre, pero no había nadie allí. Ni señales de Rebeca. Estuvo a punto de hacer sonar sus palmas, para anunciar su presencia, cuando escuchó una voz proveniente del fondo de la casa: “Ahhh… sii, así… dámela toda”. 
Se quedó boquiabierta. Esas palabras, acompañadas por los gemidos femeninos, solo podían significar una cosa. Por un momento se le ocurrió la loca idea de que podría ser su madre. Aunque no tenía mucho sentido que ella se fijara en un tipo como Ciro Zapata. Él era un flaco medio ajado por los años y un tanto huesudo. No era un tipo feo o repulsivo, pero estaba lejos de ser el tipo de hombres que le gustan a su madre. 
Entró guiada por la curiosidad, sabiendo que estaba invadiendo propiedad privada. Llegó hasta un pasillo que conectaba dos dormitorios con el baño. Se acercó al último de estos dormitorios, la puerta estaba abierta, los gemidos venían de allí. Asomó su cabeza con mucho cuidado y se relajó un poco al ver que las dos personas de la habitación le estaban dando la espalda. Una mujer  rubia, rellenita, de gran culo redondo y piernas gruesas, estaba en cuatro sobre la cama. Detrás de ella estaba parado ese flaco huesudo. Desde ese ángulo Mailén no podía ver la penetración, el cuerpo de Ciro la tapaba. Pero era obvio que estaban cogiendo. La mujer gozaba como una puta. Él se movía sin parar, demostrando una energía que no parecía propia de un hombre de su edad. 
A Mailén le pareció muy divertido estar espiando a sus vecinos mientras tenían sexo. Sí, sabía que estaba mal; pero en un sitio tan aburrido como El Pombero, esto es como ir al cine. 
Le hubiera gustado ver más. Algo le decía que esa mujer algo entrada en carnes tenía una concha deliciosa, bien jugosa y de labios gruesos. Con solo imaginarla, Mailén se humedeció. Metió la mano dentro de su shortcito y comenzó a masturbarse. El riesgo a ser descubierta hizo que la situación fuera mil veces más excitante. 
Ciro dio las últimas embestidas, con un ritmo más lento pero con mayor potencia. Descargó todo dentro de su esposa y cuando se apartó Mailén pudo ver la concha de Cecilia chorreando semen. Le encantó, gorda, jugosa, con el agujero bien dilatado, rebalsando de leche. Tuvo unas ganas locas de chuparla. Desde que le practicó sexo oral a su madre, Mailén no puede dejar de pensar en conchas. Sin embargo, no pudo quedarse mucho tiempo a mirar. Ciro giró y empezó a caminar  hacia la puerta, ella se asustó tanto que en la desesperación se metió dentro del baño. Creyó que no le alcanzaría el tiempo para cruzar todo el pasillo sin ser vista. Fue un grandísimo error. 
Ciro entró al baño. No vio nada demasiado extraño, solo que la cortina de la ducha estaba cerrada. A Cecilia no le gusta dejarla así porque es un poco paranoica y siempre cree que alguien podría esconderse detrás. A Sara y a Ciro eso no le importa demasiado, por eso asumió que su hija la había dejado así. 
—¿Sabés de qué me enteré? —La voz de Cecilia llegó desde lejos.
—¿De qué? —Preguntó Ciro, mientras empezaba a orinar. 
Desde el otro lado de la cortina Mailén observó con disimulo. Se quedó impactada al ver el miembro de ese flaco. La verga parecía desproporcionada en ese cuerpo tan huesudo. Era demasiado ancha y larga, con unas venas imponentes y una cabeza prominente. 
—Hay rumores sobre la pendeja esa de la mansión. Mailén, creo que se llama. 
Mailén casi escupe un pulmón al escuchar su propio nombre.
—Linda pendeja. ¿Qué dicen de ella? —Ciro sonreía, parecía muy interesado. 
—Dicen que es bastante putita —contestó Cecilia, desde la cocina. 
—¿Ah si?
Ahí fue cuando la vio. Ciro se encontró cara a cara con Mailén. Ella intentó taparse con la cortina, pero fue demasiado tarde. Ciro la abrió y se quedaron mirando en silencio, sin respirar. 
—Me contaron que Guillermo y Mauricio la llevaron a pasear por el monte y que ahí la pendeja se dejó toquetear toda. 
—Te creo —dijo Ciro, con una sonrisa libidinosa—. La pendeja tiene cara de putita. 
—¡Ya lo creo! Le gusta andar ligerita de ropa. Dicen que hasta se quedó desnuda. Esa parte no sé si creerla, esos dos son medio bolaceros. Pero sí les creo cuando dicen que le llenaron la concha de dedos. 
Mailén sintió que estaba viviendo una pesadilla. Había sido descubierta y para colmo su secreto, lo que había ocurrido en el monte, ya era una charla de viejas chismosas en el pueblo. 
—Yo también le llenaría la concha de dedos, si tuviera la oportunidad —dijo Ciro, al mismo tiempo que se acercaba a Mailén. 
Los dos quedaron en el receptáculo de la ducha, muy cerca uno del otro. La espalda de Mailén quedó contra la pared. Estaba arrinconada. La verga de Ciro no estaba completamente erecta, pero aún así le parecía enorme. Al tenerla tan cerca era más intimidante. Ella se sintió casi desnuda, con esa remerita sin mangas tan escotada. No tenía corpiño y sus pezones destacaban. Además había optado, otra vez, por ponerse uno de sus mini-shorts. Y esta vez ni siquiera se puso bombacha. Ella creyó que a la esposa de Ciro le molestaría su último comentario, pero desde la cocina llegó la risotada de Cecilia. 
—Y te aseguro que si la manoseás, se deja —dijo la mujer. 
—Estoy seguro de que sí. 
Los huesudos dedos de Ciro acariciaron la vagina de Mailén por encima de la tela del short. Ella se quedó petrificada. Ni podía respirar. Sentía que en cualquier momento el corazón le saltaría fuera de la boca. Para colmo el tipo le estaba tocando justo el clítoris, eso la hacía vibrar como si estuviera recibiendo una corriente eléctrica a través de su botoncito femenino. A pesar de su aspecto tosco, Ciro sabía lo que hacía. 
—Otra cosa que me dijeron —continuó Cecilia— es que le gusta chupar pija. Con la carita de petera que tiene, te digo que no me sorprende nada. 
—Es cierto, tiene boquita de petera. 
Ciro le mostró una sonrisa maliciosa. De pronto ya no parecía el tipo amable que la había atendido días atrás. No se mostraba simpático ni servicial. Parecía otra persona. Mailén empezó a tener miedo. ¿Qué pretendía hacer Ciro con ella? ¿Esto era parte de una bromita subida de tono? ¿O era el comienzo de algo más? 
Mailén estaba evaluando salir de ahí, gritar, hacer lo que sea. No le importaba que Cecilia la descubriera. Ahí fue cuando Ciro le dijo en voz baja:
—Si mi mujer se entera que estás acá, te mata. Porque va a pensar que andás haciéndote la putita conmigo.
—Ya te digo —dijo Cecila, desde la cocina—. Esa pendeja se hace la fina, pero es una puta que se la cogen en los yuyos. 
Ahora sí estaba arrinconada. Podía notar el odio en la voz de Cecilia. Entendió que esa mujer sólo necesitaba una pequeña mecha para explotar.  
—Sacate la ropa —susurró Ciro. Obviamente Mailén no estaba dispuesta a obedecer, al menos no hasta que escuchó que el tipo le anunciaba a su esposa—. ¡Me voy a dar una ducha!
—Yo me cambio y me voy al bar —respondió Cecilia. 
Mailén se desnudó a toda prisa porque Ciro no le dio mucho tiempo. El muy hijo de puta abrió la ducha y el agua comenzó a caer. Estaba fría, hizo que los pezones de Mailén se pusieran duros como piedras. Mojarse la hizo sentir más desprotegida y humillada. Además ahora estaba completamente desnuda y ese tipo la miraba de forma libidinosa. Su pecho se aceleró aún más, recordó su travesía por el monte y la invadieron una serie de emociones muy fuertes. 
—Qué buena que estás, mamita. 
Ciro se apoderó de una de sus tetas y la acarició suavemente. Con la otra mano fue en busca de la concha. Ante el contacto Mailén se estremeció, su boca se abrió como si fuera a soltar un gemido que quedó ahogado en su garganta. Sintió el contacto de la verga en su muslo derecho. Los dedos del tipo eran tan hábiles como indiscretos, se mandaron para adentro sin pedir permiso.
—¡A los dos! —Dijo Cecilia, desde su dormitorio—. ¡Le chupó la pija a los dos! Y no hace ni un mes que llegó al pueblo. 
—¿Así que le gusta chupar poronga? —Ciro habló lo suficientemente alto como para que su esposa lo escuchara.
—Eso dicen. 
—Chupame la pija. 
La voz fue un tenue susurro junto a la oreja izquierda de Mailén, pero fue tan aguda y penetrante como un cuchillo. Mailén se quedó paralizada. Al ver que ella no respondió, el tipo la agarró con fuerza de los pelos y la empujó hacia abajo, hasta que quedó de rodillas. La imponente verga quedó pegada a su cara. El contacto tan directo con un miembro masculino de esas proporciones la confundió. Recordó aquella vez que le chupó la verga al vendedor de electrónica, solo para conseguir unas piezas. Piezas que luego prácticamente no usó para nada. Se tragó toda una verga, por nada. Y Ciro estaba dispuesto a que ahora hiciera lo mismo. 
—¿Querés que nos bañemos juntos? —La voz de Cecilia sonó tan cercana que Mailén se estremeció. Estaba del otro lado de la puerta. 
—¿Qué le digo? —Preguntó Ciro—. ¿Que pase? ¿O me vas a comer la pija? Dale, decidite. 
Mailén hizo una rápida evaluación de la situación. No tenía idea de cómo podría reaccionar Cecilia, pero sabía que no sería bueno. La mujer era mucho más pesada y fuerte que ella. No podía enfrentarla si se ponía violenta. Además corría el riesgo de quedar como una “destruye hogares” frente a todo el pueblo. Un escalofrío le recorrió la espalda con solo imaginar a una turba enfurecida acercándose a la mansión. Por alguna estúpida razón hasta los imaginó con antorchas en las manos. 
No podía permitir que su familia sufriera por su descuido. Esto era culpa de ella y debía hacer todo lo necesario para evitar un daño. Por eso abrió la boca y se tragó la cabeza de esa verga. 
—No hace falta, Ceci. Es un rato nomás. Ya salgo. 
—Bueno, entonces me voy a cambiar. 
Mailén volvió a respirar cuando la escuchó alejarse. Ciro se aferró con más fuerza a sus pelos y empujó su cabeza hacia adelante, obligándola a tragar más la verga. Mailén creyó que sería imposible tragar toda esa cosa, que se atragantaría antes; pero de a poco fue tragando. Su garganta se encargó de dejar pasar una buena parte. 
—Uff… hacés garganta profunda. Eso ya es petera nivel experta. Dale, comé… comé… 
Mailén siguió tragando pija, con los ojos llorosos. No estaba llorando, lagrimeaba por tener la boca tan abierta y tan llena de verga. La cara se le puso roja. Ciro comenzó a moverse, haciéndole aún más difícil contener todo eso dentro de su boca. Todo había pasado demasiado rápido. Era como estar en un sueño. El recuerdo del vendedor de electrónica se hizo más vívido, él había empleado la misma fuerza bruta que Ciro para obligarla a tragar pija.  
—¡Me voy! —Gritó Cecilia—. Vuelvo tarde. No me esperes despierto. 
—Dale, amor. Que la pases lindo. —Su voz sonó tan amable como Mailén la recordaba, pero una mirada demoníaca se apoderó de su rostro—. Sí, nena. Por fin solos. A mí también me alegra. 
Mailén sintió como si Ciro se hubiera metido en su cabeza. Él sabía perfectamente que ella vería la partida de Cecilia como algo positivo. Por eso quiso desalentarla. Ahora la cosa se pondría peor. 
Ciro la tomó de un brazo, hizo que ella se pusiera de pie y cerró la ducha. 
—Soltame, hijo de puta. 
—No te pongas así, chiquita. ¿Acaso me vas a dejar con las ganas? ¿Después de lo rico que me la chupaste? ¿Después de lo que hiciste con Guillermo y Mauricio en el monte? 
No supo qué responder, ni tampoco pudo hacerlo. Ciro se la llevó prácticamente a rastras hasta el dormitorio. Durante el trayecto ella se quejó y en un par de ocasiones intentó huir; pero él la tenía bien sujeta. No podía creer que un tipo tan flaco tuviera tanta fuerza. 
—¿Qué hacés, pelotudo? —Protestó Mailén cuando Ciro la tiró sobre la cama. 
—Vos y yo la vamos a pasar bien. 
—Sí, en tus sueños… 
Mientras se reincorporaba, pudo ver como él sacaba algo de abajo de la cama. No supo qué era hasta que fue demasiado tarde. Ciro le sujetó un pie y le ató el extremo de una soga de nylon color verde. 
—¡Hey! ¡Soltame! ¿Te volviste loco?
—Tranquila, nena. No te va a pasar nada malo. Te aseguro que lo vas a disfrutar un montón. Esto es solo para ponerle más emoción. 
—No, no… soltame. 
Intentó huir una vez más. Ciro le sujetó la mano derecha y con un movimiento ágil cerró el lazo alrededor de su muñeca. Luego pasó la soga por el respaldar de la cama. Por más que Mailén tironeó, no consiguió soltarse. Ahora estaba inmovilizada de un pie y una mano. El siguiente paso de Ciro fue atarle la otra mano y cuando le ató el pie que le quedaba libre, Mailén tenía una posición claramente sexual. Había quedado arrodillada, con el culo bien levantado y las piernas separadas. 
—¡Qué hermoso orto que tenés, flaquita! Con razón Guillermo y Mauricio hablan tan bien de vos. La deben haber pasado de maravilla en el monte con una putita como vos. Sé que te entregaste fácil, sé que te encanta la pija, así que no te hagas la difícil conmigo. 
Apoyó la verga en la entrada de la concha. 
—No, no… pará. ¡Pará! Hablemos, Ciro… hablemos.
—No hay nada que hablar. 
Empujó la verga hacia adentro. 
—Ayyyyy Ahhhh Ayyyy… no, no… pará… Ahhhh…
Sintió que la concha se le iba a desgarrar. Esa era la verga más grande que le habían metido. Parecía… la de su hermano. Mailén no sabía por qué llegó a esa conclusión; pero ya había visto el pene de su hermano en erección y si bien nunca lo tuvo dentro de su concha, podía imaginar que se sentiría así. El dolor se fue calmando a medida que la verga se fue lubricando con sus propios jugos vaginales, los cuales eran muy abundantes. 
—Estás muy mojada, putita. Se nota que te encanta la verga. ¿Te gusta? ¿Eh? Paciencia, ya te la voy a meter toda. 
—No… no… hijo de puta. Soltame. 
El vendedor de electrónica apareció otra vez en su mente. Esta vez el tipo la tenía apoyada contra el mostrador. El precio había subido. Ahora debía pagar con su concha… y ella accedió a hacerlo. Usó su propia vagina como moneda de pagó. Permitió que ese tipo la penetrara toda y le diera fuerte, apretando su cuerpo contra todo el mostrador. La cogió con embestidas bestiales que la hicieron emitir gruñidos y quejidos de dolor. 
Ahora, con Ciro clavándole toda la verga, se sentía igual. Creía que su concha no podría contener todo eso, pero pronto descubrió que estaba engañándose a sí misma. Claro que podría entrar… porque estaba entrando. Cada vez se acercaba más hacia el fondo. 
—Ay, dios mío…
—¿Te gusta? 
—Es muy grande, loco… me vas a romper toda. 
—Y eso es lo que más te calienta, ¿cierto?
—Va a volver tu mujer… Ah… Ay… ¡pará!
—¿No escuchaste lo que dijo? Vuelve tarde. —Empezó el bombeo, al principio era cortito y lento; pero de a poco se fue acelerando—. Cecilia tiene sus aventuras, yo tengo las mías. 
—¿Aventuras? 
¿Por qué hablaba en plural? ¿Ya había hecho esto antes?
¡Claro que sí! Por eso tenía la soga a mano, debajo de la cama. 
Mailén se preguntó qué otra chica había estado en esa misma situación antes que ella. 
—Si. No me importa si la llenan de pija. Siempre y cuando me deje tiempo para jugar con mis… muñequitas. Ahora sí te la meto hasta el fondo. Te va a encantar.
—No, no… Ahhhh… uffff…. uyyy…. ahhh… por dios, ¡qué grande! Es mucha pija, loco… no me entra. Te juro que no me entra. 
—¿Qué decís? Si la tenés todita adentro. Y ahora empieza lo bueno. 
—Uy… uyyy… Ahhh… ufff…
Mailén tuvo que morder la almohada para no gritar. Ciro comenzó a darle una cogida brutal, incluso más fuerte que la del vendedor aquel. Le iba a dar pija hasta reventarla, y no podía hacer nada para evitarlo. 

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Cecilia entró al Perro Ciego y sonrió al ver a Alison Medina, la dueña del bar. Estaba radiante, con su melena castaña y ondulada cayéndole sobre los hombros. Tenía un gran escote, por el que lucía sus redondas tetas cubiertas de perlas de sudor. “El calor la hace más linda”, pensó Cecilia. Se acercó a la barra ignorando a los pocos hombres que bebían ginebra en las mesas del local. Ellos sí que la miraron. La rubia tenía un culo enorme que era imposible de ignorar. Todos sonrieron e intercambiaron miradas de complicidad. 
—Hola, Ceci. ¿Qué andás buscando? 
—Ya sabés qué ando buscando. 
—¿Otra vez?
—Sí, otra vez. 
—Prometiste que te ibas a controlar un poco. 
—No puedo. Lo necesito. Te juro que lo necesito. No aguanto más. 
—Hoy no…
—Sí, hoy. Tiene que ser hoy, Alison. Por favor. 
—Mmm… —Alison miró a los cinco hombres presentes. Todos viejos clientes, de confianza. Estaba tan acostumbrada a que le mirasen las tetas, que ya ni les prestaba atención—. Bueno, está bien. Pero ya sabés cuál es el precio… y después no digas que no te avisé. Fijate, ¿estás segura de que lo querés hacer?
Cecilia también miró a su alrededor. Los tipos le devolvieron la mirada con una sonrisa libidinosa. 
—Sí, hay dos que ya saben por qué estoy acá. Los otros tres… bueno, me imagino que algún día se iban a enterar. 
—Te lo voy a preguntar por última vez. ¿Estás segura que lo querés hacer?
Volvió a mirar a los tipos. 
—Sí, estoy segura. 
—Muy bien. Entonces vamos al cuartito del fondo, acompañame. 
Antes de entrar al cuarto le hizo seña a uno de los hombres. Él asintió con la cabeza y se puso de pie. Era un flaco cincuentón, de bigote espeso. Algo parecido a Ciro, aunque con pelo negro entrecano. 
Dentro del cuarto Alison Medina se desnudó. Lo hizo de inmediato, sin titubear. Sus tetas rebotaron, brillando en todo su esplendor bajo el foco de luz amarillenta. Las gotitas de sudor caían por su plano vientre hasta una mata de vellos púbicos oscuros. En ese cuartito había un catre muy sencillo contra una pared. Alison se acostó allí, con las piernas abiertas. 
Cecilia prácticamente se arrojó sobre ella. La besó en la boca y, desesperada, bajó para chuparle las tetas. Las devoró como un perro que lleva mucho tiempo sin comer.

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Otra vez ese cúmulo de sensaciones nublando su juicio. Ella que se considera tan inteligente, tan capaz, tan independiente… sometida ante los impulsos sexuales de un loquito que la tiene atada. Se acordó del monte. De aquella noche con Guillermo y Mauricio. No tendría que haber ido sola con ellos. No tendría que haberse dejado tocar. Pero, en ese momento, su cerebro racional se mandó a mudar. La dejó sola con un montón de incertidumbres y una calentura que no podía controlar. 
Intentó soltarse, la soga le lastimó la piel. Hizo fuerza con los brazos y las piernas, pero no hubo caso. 
—Hijo de puta… ya vas a ver… —chilló, con los dientes apretados.
—¿Qué voy a ver? ¿Lo mucho que te gusta la pija? Estás gimiendo como una putita, se nota que te gusta. Estás toda mojada.
Ese fue un golpe bajo. Es cierto que con cada penetración gemía, no lo podía evitar. También era muy cierto que su vagina se había humedecido mucho. Una reacción fisiológica inevitable. Aún así… había confusión en su mente. Le pasó lo mismo aquella vez con el vendedor de electrónica. No tenía ganas de que ese tipo la cogiera, simplemente se dejó para conseguir las piezas. Pero… entre tantas embestidas ella empezó a sentir cosas… cosas agradables. Se sostuvo con las manos apoyadas en el mostrador y con cada embestida del vendedor parecía que todo se vendría abajo. Ella apretó los dientes y resistió lo mejor que pudo, hizo lo mismo con Ciro Zapata. El dolor, la incomodidad y la vergüenza lentamente se fueron disipando para darle lugar al placer. La pija del vendedor empezó a resultarle cada vez más agradable… y la de Ciro… uf, no quería admitirlo, pero…
«¡Carajo! ¡Cómo coge este tipo! —pensó, con la mente turbada—. Me está reventando. Y no para ni un segundo». 
Quiso mover una mano, de forma instintiva, para llevarla a su clítoris y masturbarse. La soga se lo impidió y se sintió una estúpida. Pero la cogida… era demasiado buena. Esa verga llenaba cada milímetro de su concha. La bombeaba con fuerza, justo como le gusta a ella. 
Aún le quedaba un poco de orgullo y, sin importar lo bueno que sea Ciro cogiendo, no lo reconocería. Sin embargo, la posibilidad de pasar largos minutos atada a la cama con ese tipo dándole duro por la concha ya no le resultaba tan desagradable. 
La verga del vendedor le gustó solo por eso. Era una buena verga y el tipo le daba duro. Ahora había algo más. Podía notar otra cosa en Ciro, quizás se debiera a su personalidad. Él irradia una energía distinta. Más parecida a la de Guillermo y Mauricio. Mailén no cree en cuestiones místicas, pero ya le está costando entender por qué reacciona de esta manera ante los hombres de El Pombero. 

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Cecilia fue bajando por el torso húmedo de Alison, lamió todas las gotitas de sudor hasta que se encontró con la concha. Si a las tetas las devoró con ganas, a la concha la atacó con genuina desesperación. Le dio un chupón tan fuerte al clítoris que Alison chilló.
—¡Ay, despacito! No seas tan brusca, Cecilia.
La rubia se avergonzó de sí misma. Odió a la bruja aún más. Cada vez que se ve obligada a visitar a Alison, fortalece su odio por Narcisa. «Todo es por tu culpa, bruja harpía. Inmunda mujer. Vos me convertiste en esto». 
Está convencida de que la maldición empezó el día en que Ciro rechazó a Narcisa para ir a vivir con Cecilia. Para que ella no pudiera ser plenamente feliz, realizó un hechizo maligno y la convirtió… en lesbiana. Eso es lo que le explicó hace varios años a Alison. «Necesito tener sexo con mujeres, desesperadamente. Es… es como una droga. No lo puedo controlar». Fue la propia Alison la que le ofreció este trato. Ella se deja chupar la concha, siempre y cuando Cecilia preste otros servicios. 
El tipo que las acompañó al cuarto ya tenía su verga dura en la mano. Alison le señaló una cajita metálica que estaba sobre la mesita de luz. El hombre depositó allí un puñado de billetes y luego se colocó detrás de Cecilia. La rubia llevaba puesta una pollera y al levantarla vio que no tenía ropa interior. Ya estaba preparada para cumplir con su parte del acuerdo. El tipo la penetró y empezó a darle duro. A Cecilia esto ni le incomodó ni la volvió loca de gusto. Pensó que estaba bien, no era desagradable. Prefería pagar los servicios de Alison usando su concha antes que el dinero. Porque el dinero escasea en El Pombero y porque ofrecer su concha… le gusta más. Simplemente eso. Le resulta agradable tener a un tipo penetrándola mientras ella chupa concha. Hace que todo se disfrute más. 
Lo único que le preocupaba un poco es que esta vez tendría que hacerse cargo de cinco clientes. Llevaba años haciendo este acuerdo con Alison, de forma esporádica, pero nunca habían sido cinco en una sola noche. Lo máximo fueron cuatro y esa vez volvió a su casa con dolor en toda la parte baja. Aunque con la satisfacción de haber aplacado la maldición. La concha de Alison estuvo deliciosa aquella vez… y hoy le parecía más rica que nunca. 
Ciro no sabía exactamente qué hacía su esposa en el Perro Ciego. Él nunca la acompañaba al bar. Era un acuerdo que tenían entre ellos. Lo que Cecilia hiciera en el bar, era asunto suyo. A cambio Ciro podía hacer lo que quisiera en la casa… como cogerse a esa putita de la mansión Val Kavian. Lo que Ciro sospechaba era que Cecilia se emborrachaba y tenía sexo con otros hombres. Eso le daba igual. De lo que no tenía idea era de las inclinaciones lésbicas de su esposa. Ella solo se refería a “la maldición”, pero nunca le había contado exactamente en qué consistía. Cecilia prefería no contarle nada porque sabía cuál sería la reacción de su esposo. Alison es una de las mujeres más hermosas de El Pombero, una de las más deseadas. Si Ciro supiera que su esposa comparte cama con ella, también querría unirse a la fiesta. Eso estaba fuera de los límites. A Cecilia no le importaba que se cogiera a todas las pendejas de El Pombero, si es que lo hacía. Pero Alison no. Su marido nunca la dejaría por una pendeja de esas. En cambio por Alison… Cecilia no quería ni pensarlo. La dueña del bar es demasiado sexy, y ella lo sabe mejor que nadie. Por eso es su concha predilecta. 

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La pija seguía bombeando dentro de su vagina, ahora lo hacía con más fuerza que antes, como si Ciro se alimentara de la energía sexual de Mailén. Sus gemidos llenaban la habitación. Ella temió que esto atrajera a algún curioso. No quería ser sorprendida en una situación tan humillante. Por suerte nadie apareció. 
—Cómo te gusta, putita… cómo te gusta…
—Soltame, hijo de puta. 
—¿Que te suelte? ¡Ja! Mové una mano, flaquita… dale, movela. 
Mailén se quedó confundida. Lentamente comenzó a mover su mano izquierda y descubrió que ya no estaba atada a la cama. Hizo el mismo intento con su pie derecho y ocurrió lo mismo. Se soltó con suma facilidad. 
—Hace rato que te desaté, putita. Pero vos te quedaste… te quedaste bien quietita porque estás gozando como una puta. Toma… toma…
La sujetó del pelo y le dio varias embestidas muy duras. Ella gruñó de puro placer. Tenía la cara roja y todo el cuerpo sudado. ¿Cuánto tiempo llevaba desatada? ¿Cuánto tiempo llevaba recibiendo la pija de Ciro? No estaba segura, pero era mucho. Debió pasar más de una hora. Eso sí podía notarlo. Durante todo ese tiempo Ciro reguló su ritmo, bajándolo cuando necesitaba descansar, solo para acelerar otra vez. 
—¿Y, qué vas a hacer, puta? ¿Te quedás o te vas? Ahora decidís vos. 
Debía irse. Esta era su oportunidad para salir corriendo. Incluso podía darle una buena patada en las pelotas a ese degenerado hijo de puta. Pero algo se apoderó de ella. Una sensación que sólo había experimentado una vez: en el monte, con Mauricio y Guillermo. 
Odiándose a sí misma, Mailén agachó la cabeza y abrió sus nalgas con ambas manos. 
—Ajá… ¿te gustó?
—Callate…
—Quiero que me lo pidas. Pedilo porque sino no sigo. 
—Uff… —¿Sería capaz de tragarse lo poco que le quedaba de orgullo?—. Ay… ah… mmm… —La pija era demasiado deliciosa. Se estaba apoderando de su mente, como si fuera un parásito invasor—. Cogeme… cogeme duro. Dame pija toda la noche. 
—Los rumores eran ciertos. Sos tremenda putita, Mailén. 
Le dolió ese comentario, pero no pudo hacer nada para contradecirlo. Quizás si se estuviera volviendo un poco puta. Porque, de lo contrario, ¿qué mujer en su sano juicio se quedaría ante una situación como esta? Solo una muy puta o… muy sumisa. Pero ella… ella no es sumisa. Es inteligente, decida, tiene un carácter fuerte. ¿Cómo va a ser sumisa? No, imposible. Eso no puede ser. 
—¿Querés más, putita?
—Siii… ay… si… dame con todo. No pares… no pares… me encanta tu pija. Es enorme. Rompeme la concha. Haceme lo que quieras. 
Se odió a sí misma por decir eso, pero gozó. Gozó como una putita durante toda la noche. 


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