Romance en la fundación.

Hace tiempo, cuando era una joven de 20 años, ingresé a una Fundación para tomar un curso de servicio al comensal. Usaba literalmente uniforme de mesera, que según yo resaltaba mi belleza natural 😉: una camisa blanca de manga larga, una corbata de moño negra, una falda entubada hasta la rodilla negra, pantimedias naturales y zapatos planos negros. Me veía linda con mi colita de caballo y mi maquillaje discreto.

En mi primer día, mientras aprendía sobre la importancia de la cortesía y la eficiencia del servicio, mis ojos se encontraron con los de mi profesor de bebidas, Alejandro, un hombre de mirada altanera y de voz fuerte y grave que enseñaba con mucha destreza. A pesar de la diferencia de edad me sentí muy atraída por su sabiduría, su físico y la forma en que sus manos danzaban al preparar cócteles, como si cada movimiento fuera una pieza de arte.

En cada clase me esforzaba por ser la mejor, no solo para superarme a mí misma, sino para captar la atención del profe Alejandro. Él, consciente de mi admiración y atracción, se encontraba en una encrucijada entre la ética profesional y el deseo carnal que comenzaba a sentir por mi.

Una tarde, después de una clase sobre la historia del vino, me acerque al profe Alejandro con una pregunta sobre maridajes, pero en realidad, era una excusa para estar cerca de él y poder disfrutar de su perfume y su voz. El profe, con una sonrisa perversa y pícara, me ofreció clases extras de tutoría después de clases ahí mismo en el salón pero solo el y yo.

Durante esas sesiones hubo mucho coqueteo por parte de ambos y, eventualmente, confesiones atrevidas y varios roces físicos. El profe Alejandro me confesó que, aunque había una diferencia de edad de 15 años y que era casado, tenía muchas ganas de cogerme. Yo, mordiéndome los labios por la emoción, admiti que desde el primer día, estaba dispuesta a todo con él. Entonces cerré la puerta del salón con seguro y corrí a el escritorio para besarlo, el me correspondió y comenzó a tocar mi cuerpo de manera suave. Me pidió le chupara el pene y yo sin pensarlo le dije que si, saco su verga bien parada y comencé a chuparla como una desesperada mientras el jalaba mi cabello. No tardó mucho en eyacular en mi boca, me dijo que me tomara toda su leche y luego me beso.

Repetimos esa fórmula hasta que el curso llegó a su fin, todos los días me quedaba después de clases para mamarle la verga a mi profesor. En la ceremonia de graduación, Alejandro me entregó mi certificado y un pequeño papel doblado. Era una invitación a un motel. Esa noche decidimos llevar nuestra aventura al siguente nivel, sin importar que su esposa estuviera en la ceremonia o la diferencia de edad. Porque en la pasión y el deseo, al igual que en un buen vino, el tiempo solo sirve para realzar su calidad.

Luego les cuento todo lo que sucedió en ese motel jeje.

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