La Mansión de la Lujuria [09]

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La Mansión de la Lujuria [09]




Capítulo 09.

Será nuestro secreto. 

Inara estaba nerviosa. Tenía demasiadas cosas en su cabeza. Todo el asunto de la bruja y los rituales la dejó muy confundida, para colmo Maylén todavía no volvió de su expedición al monte. 
Para distraerse un poco, se encerró en su habitación para leer el diario de la monja, Ivonne Berkel. 
Las primeras páginas que leyó la aburrieron un poco. Ivonne volvió a la rutina normal de una monja y no tenía mucho que contar. Lo más interesante era cuando narraba la culpa que sentía por estar masturbándose a cada rato. Pero eso ya no le generaba a Inara el suficiente entusiasmo como para hacer lo mismo. 
Sin embargo algo captó su interés. Una entrada simple, que no revelaba mucho: 
«Hoy encontramos a un muchacho joven deambulando por el monte. Parecía perdido, desorientado. Como si no supiera ni en qué país del mundo está. Las hermanas decidieron darle cobijo. Lo alimentamos. Nos dio la impresión de que llevaba varios días sin dormir. Está muy débil y tiene mucha fiebre. Voy a rezar por él».
Las siguientes entradas en el diario eran cortas y se centraban más que nada en contar cómo el joven pelirrojo iba progresando… o más bien, empeorando. Su fiebre bajaba de a ratos, pero luego volvía a subir. Las monjas que tenían un poco de conocimiento médico hablaban de una gripe muy fuerte o quizás neumonía. Al muchacho también le costaba respirar. Ivonne contó que ella y su amiga Sor Mónica Blasi eran las encargadas de lavarlo. Sobre esto hizo un comentario que aumentó el interés de Inara:
«Es increíble. Su miembro. Nunca había visto una cosa así. Aunque… tampoco es que haya visto demasiados penes. El chico pelirrojo es muy delgado, hasta puedo ver cómo se marcan sus costillas. Su miembro parece desproporcionadamente grande en ese cuerpo tan menudo. Y esto se volvió aún peor ayer, cuando se le puso rígido mientras Sor Mónica y yo lo lavábamos. Me queda claro que Mónica nunca vio un miembro masculino en erección, porque me preguntó cómo era posible que se pusiera tan rígido… si no tiene un hueso por dentro. Debo reconocer que no tengo respuesta para eso».
Inara se rió con este comentario. A ella también le sigue pareciendo un misterio la erección masculina. Leyó que la irrigación sanguínea tiene algo que ver con eso, pero aún así no lo entendió del todo. Aunque sí le resulta curioso ver cuando a un hombre se le va poniendo dura. 
Siguió leyendo y poco después se encontró con anotaciones que la dejaron boquiabierta. 
«Tengo una teoría. La compartí con Sor Mónica. Ella se limitó a escuchar y reconoció que no sabe nada de ese tema. Pero está dispuesta a ayudar con lo que sea necesario. Le dije que los hombres sufren mucho cuando su miembro se pone duro. Le conté cómo lo sé. Le hablé de la vez que un hombre me pidió que, por favor, lo ayudara a aliviar ese dolor. Y lo hice usando mi boca. No estoy totalmente segura, pero creo que si empleamos el mismo método con el chico pelirrojo podremos curarlo».
Inara no daba crédito a lo que acababa de leer. ¿Qué tan inocentes pueden ser un par de monjas? Luego se puso a pensar en el contexto. Ivonne Berkel vivió en una época en la que no había internet. ¿Cómo podría informarse sobre el sexo si nadie se lo contaba? Y por su tía Soraya sabe que a las monjas ni siquiera les gusta hablar de sexo. Inara pensó que quizás, en esa época, ella también se hubiera creído esa teoría absurda. 
«Hoy hicimos nuestro primer intento. Sé que no hicimos nada malo; pero no sé si las demás Hermanas aprobarán nuestros métodos. Dios sabe que solo intentamos aliviar el sufrimiento de ese pobre muchacho. Luego de lavarlo, acariciamos su pene con mucha suavidad. Él se movió entre sueños, su fiebre era más alta de lo habitual. Mónica Blasi tiene unos ojos grandes muy bonitos, y una pequeña boca que muchos hombres considerarían sensual. Estas facciones le dan un aspecto curioso, como si fuera Betty Boop».
Inara tuvo que buscar en Google quién es esa tal Betty Boop. Le costaba imaginar una persona real con esas facciones, pero era solo una caricatura. 
«Nunca vi tan grandes los ojos de Sor Mónica como cuando el miembro del pelirrojo se puso completamente duro bajo sus dedos. Me preguntó si de verdad estaba dispuesta a hacer esto. Asentí y me puse manos a la obra. Literalmente. Usé mis manos en un movimiento ascendente y descendente. Una y otra vez. Le expliqué que esto ayuda a aliviar a los hombres que sufren de una erección».
Inara se rió de la inocencia de las monjas, pero al mismo tiempo empezó a masturbarse. La historia ya se había puesto picante. 
«Estoy segura de que Sor Mónica pensó que no me animaría a seguir adelante con esto. Pero ella no conoce qué tan fuerte puede ser mi voluntad cuando estoy decidida».  
Cuando Inara dudó de la fortaleza de Ivonne, leyó la siguiente frase y sintió que la monja estaba respondiendo a sus dudas. 
«La masturbación no cuenta. Eso es algo diferente. No lo puedo evitar. Sin embargo, las últimas veces que tuve que meterme un pene erecto en la boca, ni siquiera lo dudé. Lo hice con convicción, y así actué con nuestro inquilino pelirrojo. Le agarré el miembro con dedos firmes y acerqué mi boca. Era más grande que la que había lamido antes, y me costó más meterla en mi boca; pero lo fui haciendo… de a poco. Todo el tiempo Sor Mónica me miró como maravillada, con una simpática sonrisa en los labios. Mientras yo chupaba y hacía un gran esfuerzo por tragar más, Mónica comenzó a usar sus manos. Esto me sirvió de apoyo emocional. Me animé a chupar con más ganas. Debo admitir que me acaloró mucho hacerlo, casi tanto como si estuviera masturbándome. Sospecho que se debe al tamaño del miembro que, por alguna razón, me resulta tan atrayente como intimidante».
Los dedos de Inara ya estaban castigando el interior de su concha. Acostada en la cama, con el diario en la mano, no podía dejar de imaginar a esas bellas mujeres “jugando” con esa gran verga. Se preguntó si el misterioso pelirrojo habría sido consciente de lo que las monjas hacían.
«Después de chupar durante un buen rato, le pregunté a Sor Mónica si quería hacer lo mismo. Ella me miró dubitativa. Le aseguré que eso ayudaría mucho al convaleciente muchacho. Chupé un poco más, para ayudarla a perder el miedo. Cuando acercó su boca, me aparté. Sé que esa fue la primera vez que Sor Mónica probó un pene, porque puso la misma cara que yo debí poner en mi primera vez. Era una mezcla de desconcierto y fascinación. Se centró únicamente en el glande. Podría haber tragado más, pero consideré que por ser novata, lo estaba haciendo muy bien. Quizás hasta lo hizo mejor que yo en mi debut. Pero claro, ella tuvo un referente. Alguien con experiencia a quien imitar. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que se la chupé a Norberto. Con el tiempo él me aseguró que me estaba volviendo muy buena en esto. “Ya sos toda una experta”, me dijo un día, tomándome del mentón. Yo tenía la boca llena con su semen. Me pidió que lo tragara, y así lo hice. Luego volví a chupársela, solo por puro gusto. Mi boca se acostumbró a tener la verga de Norberto dentro. Y sí, me da vergüenza llamarla “verga”, me parece un término demasiado vulgar. Pero Norberto insistió mucho en que debía llamarla así. No sé por qué. También me hacía repetir frases como “Quiero comerme tu verga” o “Dame de tomar toda tu leche”. Me dejó en claro que si yo decía cosas como esas, entendía que estaba dando mi consentimiento para meterme la verga en la boca. Aunque también hubo ocasiones en las que no esperó a que yo diera mi aprobación. Simplemente me tomó de los pelos, quizás de forma un tanto brusca, y me hizo tragar su verga. Me molestaba un poco que hiciera esto, por una sola razón: a veces me atragantaba cuando ese miembro llegaba muy rápido al fondo. Lo demás no me molestaba, ni siquiera el tirón de pelos. Tampoco me molestaba que presionara mis pechos con fuerza, o que pellizcara mis pezones. Lo encontraba… no sé… liberador. A las monjas nunca nos dejan tener los pechos al desnudo; pero a Norberto le gustaba verlos. Y a mí me gustaba mostrárselos. Aún no entiendo por qué».
A Inara le resultaba fascinante ver el acto sexual a través de los ojos de una monja inocente. Eso le daba un morbo muy particular que la obligaba a llenarse la concha de dedos. Se preguntó si su tía Soraya alguna vez habría tenido esta mirada tan inocente sobre el sexo. A pesar de que tenía ganas de dejar el diario a un lado y centrarse en la paja, siguió leyendo porque la escena de la felación aún no había terminado.   
«Noté que Sor Mónica dudaba e iba perdiendo impulso al chuparla. Por eso tomé su lugar y le mostré cómo “me comí la verga” de Norberto. Tal y como él me enseñó a hacerlo. Tragándola tanto como me fuera posible, apretando los labios y dándole mucho uso a mi lengua. Le expliqué esto a Mónica y le dije que la próxima vez debería intentarlo. Pero que por el momento se podía centrar el lamer los testículos. Le mostré con uno como hacerlo, metiéndomelo en la boca, y ella hizo lo mismo con el otro. Después volví al pene. Estuve chupando un buen rato. El convaleciente se movió, como si estuviera sufriendo. Le expliqué a Mónica que eso era normal, porque estábamos sacando el dolor de su cuerpo. Poco después, el semen del pelirrojo comenzó a saltar a chorros. Fue tanta la cantidad que me vi obligada a abrir la boca y dejarlo salir. Varias descargas impactaron directamente contra mi cara y las demás fueron a parar a la cara de Sor Mónica. Ella se quedó petrificada, sin saber qué hacer. “No te preocupes —le dije—. Esto significa que hicimos bien nuestro trabajo. Ahora tenemos que limpiar”. Ella sonrió y cuando vio que yo empezaba recolectar el semen usando mi lengua, hizo lo mismo. También me aseguró que “no está tan mal”. No le desagradó, y la entiendo, porque a mí me pasaba lo mismo con el semen de Norberto. Me gustaba recibirlo dentro de la boca y limpiarlo con mi lengua. Lo hacía con mucho gusto. Cuando el convaleciente estuvo limpio, lo dejamos en paz, para que descanse. Antes de salir de su habitación le dije a Sor Mónica que esto era solo el principio. Si queremos salvarlo, tendremos que hacerlo muchas veces. “¿Cuántas?”, me preguntó. “Las que sean necesarias”, respondí. Y que, por favor, no le contara a nadie».
Ahora sí Inara dejó de lado el diario de la monja y se concentró en su masturbación, manteniendo los ojos cerrados e intentando imaginar la situación. No tardó mucho en llegar al orgasmo. Disfrutó de los espasmos de su cuerpo y se sacudió en la cama mientras se metía los dedos rápidamente. 
Cuando se relajó se preguntó quién podría ser ese muchacho y… al ser pelirrojo ¿cómo habrían reaccionado las demás monjas? ¿En el pueblo lo habrían aceptado? Tenía muchas dudas que responder y sospechaba que solo con leer el diario no sería suficiente. Algún día tendría que armarse de valor e ir al pueblo a hacer preguntas.    
 
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Rebeca escuchó la ducha abierta en el baño principal y su instinto materno le dijo que podía tratarse de Mailén. Abrió la puerta y la vio allí, desnuda bajo la lluvia de la ducha, con el pelo lleno de champú. El corazón le dio un vuelco de alegría.
—¡Mailén! ¡Por fin volviste, me tenías muy preocupada!
—Hola, mamá —saludó ella con una sonrisa. 
No se molestó en cubrir su cuerpo. Pasó las manos enjabonadas por sus pechos y de reojo vio que Rebeca comenzaba a desvestirse.
—¿Te molesta si me baño con vos?
—No, para nada. 
Cuando estuvo completamente desnuda se metió en la bañera y abrazó a su hija, apoyándole las tetas en la espalda. Rebeca comenzó a acariciar el vientre de Mailén con ambas manos y puso el mentón sobre el hombro de ésta. 
—¿Estás bien? ¿Pasó algo en el monte?
—Está todo bien, mamá. No te preocupes. Nos demoramos porque se hizo de noche. Era una imprudencia seguir avanzando. Encontramos un lindo lugar para acampar.
—Sí, la bruja me dijo que eso era lo más probable.
—¿Conocieron a la bruja? 
—Sí, ya nos dio algunas sugerencias. Pero eso no importa, sé que no creés en estas cosas, así que no te voy a molestar. Aunque sí quiero agradecerte por haber contactado con ella. Sé que no te gusta nada el monte, y que lo hiciste por tu familia. Eso fue un buen gesto solidario.
—Uf… ¿y esta es tu forma de agradecerme?
Mailén llevó la cabeza hacia atrás cuando los dedos de su madre alcanzaron su concha. Rebeca acarició su clítoris con delicadeza y recorrió los labios vaginales. 
—¿Te molesta?
—No, no… para nada. Me parece una buena forma de agradecimiento. Lo estaba necesitando.
Mailén no tenía ganas de contarle lo que pasó en el monte. Se alegraba de que nadie de su familia la hubiera visto entrar completamente desnuda por la puerta de atrás. De haber sido así, hubiera tenido que dar muchas explicaciones. Dejó su mochila en la pieza y se metió directamente en la ducha. 
Los toqueteos de su madre le hacían bien. La relajaban. No podía negar que después de toda esa aventura por el monte, aún estaba tensa. Necesitaba esta clase de cariño, aunque fuera algo inapropiado. ¿Qué pensarían las amigas que dejó en Rosario si supieran que su madre la masturba? ¿Alguna otra de sus amigas tendrían una relación similar con sus madres? Probablemente no. 
—Mmm… hoy estás muy complaciente —dijo Mailén, cuando sintió los dedos de su madre dentro de la concha.
—Solo quiero que la pases bien. Si querés algo en particular, podés pedírmelo. 
—¿Ah, sí? ¿Lo que sea?
—Lo que sea. Aunque… eso no significa que lo vaya a hacer. Pero no me voy a ofender por lo que pidas. ¿Querés que te toque en algún lugar en especial?
—Mmm… en realidad lo que a mí más me gusta es ver como vos te masturbás. Y ya sabés por qué. No quiero esconder mis tendencias lésbicas. Me excita ver a una mujer tocándose. 
—Está bien, lo entiendo y lo respeto. Ponete de rodillas.
Mailén hizo lo que su madre le pedía. El agua de la ducha le cayó contra la espalda. Rebeca apoyó un pie en el borde de la bañera y puso la concha a pocos centímetros de la cara de su hija. La abrió con los dedos y luego comenzó a masturbarse lentamente. Mailén hizo lo mismo. Su excitación era más fuerte de lo esperado. Su madre se metió los dedos y dijo:
—Si querés te podés acercar más. 
—¿No te molesta?
—No, para nada. Acercate tanto como quieras.
No había mucha distancia entre ellas y cuando Mailén se movió, sus boca quedó a escasos milímetros de los labios vaginales de Rebeca. El olor a sexo femenino innundó sus fosas nasales. El ruido viscoso que hacían esos dedos al moverse le resultaba fascinante. 
—¿Querés estar más cerca? —Preguntó Rebeca.
Ya no había espacio para acercarse más sin hacer contacto. Fue la propia Rebeca quien se movió. Los labios de su concha quedaron pegados a la boca de su hija. Las pulsaciones de Mailén se aceleraron. A pesar de que no se estaba moviendo, los jugos vaginales iban cayendo dentro de su boca y pudo sentir el sabor de la concha materna. Esto le resultó morbosamente embriagar. Aún así, no se animó a hacer nada.
—¿Sabés una cosa? —dijo su madre, mientras se acariciaba el clítoris—. Entiendo por qué te resultan atractivas las mujeres. El cuerpo femenino es muy sensual, y mentiría si dijera que nunca me excité al ver una mujer desnuda. O si dijera que nunca la deseé. Yo también me sentí atraída por una vagina en más de una oportunidad. Más de una vez se me cruzó por la mente chuparla. Lamerla. Introducir mi lengua en ese agujero. Si no lo hice fue porque me educaron para creer que el sexo entre mujeres es inapropiado. Ya sabés, no soy monja, pero vengo de familia religiosa. Por eso me costó tanto aceptar que vos pudieras tener esas inclinaciones. Pero… ya no me molesta. Sos libre de hacer lo que quieras, Mailén. 
Ella miró fijamente a su madre. La concha se frotaba lentamente contra sus labios, sin embargo Mailén no movió ni un milímetro de su lengua ni de su boca. Se quedó ahí, expectante. El contacto existía; pero técnicamente no estaba chupando ninguna concha.
Sin dejar de masturbarse Rebeca pensó en lo que le había dicho la bruja. No importa si la persona sabe que está formando parte de un ritual, solo tiene que efectuar el acto a voluntad. Tiene que desearlo. Y ahora ella deseaba que su hija se atreviera a más. Quería darle ese tributo a los espíritus, para calmarlos. Como Mailén no hizo nada más que mirala, agregó:
—Sé que tenés fantasías que algunas personas podrían considerar… inapropiadas. Pero eso no va a cambiar mi opinión sobre vos. Vas a seguir siendo mi hija… y este será nuestro secreto. 
Fueron las palabras exactas que Mailén necesitaba escuchar. La joven agarró las nalgas de su madre con ambas manos, cerró los ojos y comenzó a chupar esa concha con una devoción absoluta. Lo hizo como si estuviera en la cama con su mejor amiga. Se había portado mal en el bosque, deambulando desnuda y dejándose tocar, y ahora quería seguir portándose mal. 
—Sí mi amor… así… uf… me encanta. Chupala toda. 
Rebeca estaba extasiada. Sintió que estaba cumpliendo con su parte del pacto con los espíritus. A ellos debería encantarles este tributo. Al fin y al cabo, no solo era un acto lésbico, sino también uno incestuoso. Rebeca pensó que el incesto debía tener más fuerza en un ritual que un acto sexual común y corriente. Y más entendiendo que la familia Val Kavian probablemente había cometido actos incestuosos. 
Esto le produjo un morbo particular; pero no se sintió culpable. Sino todo lo contrario. Quería demostrarle a los espíritus que ella estaba disfrutando de este acto tan inapropiado. Que lo estaba haciendo por ellos, y con mucho gusto. Le gustaba que su hija mayor le estuviera chupando la concha de esa manera. Aunque en el fondo sabía que iba contra la ética y que, probablemente, después se sentiría muy culpable. De todas formas, no quería darle lugar a la culpa durante el acto en sí. Tenía miedo de que eso ofendiera a los espíritus. 
—¿Te gusta la concha de mami, hermosa? ¿Eh? ¿Te calienta mi concha?
Mailén soltó una risita. No respondió con palabras, sino con acciones. Dio fuertes chupones a los labios vaginales y después metió la lengua por el agujero. Ella también era consciente de lo inmoral del asunto y no entendía por qué estaba accediendo con tanta facilidad. ¿Será que es cierto que hay espíritus en la casa? Una vez leyó un artículo en internet, muy falto de fundamentos científicos, en donde se afirmaba que los espíritus podían influir en el comportamiento de los habitantes de una casa. ¿Y si había algo de cierto en todo eso? Porque de lo contrario no podía explicar por qué la concha de su propia madre le resultaba tan atractiva. Por qué no podía parar de chuparla. 
Rebeca movió sus caderas, manteniendo los ojos cerrados. Era como si estuviera danzando para los espíritus. Como si les dijera: “Acá tienen un acto incestuoso en su honor. Espero que lo disfruten tanto como yo”. 
—Chupá con ganas, mi amor… chupá con ganas. Quiero que me hagas acabar… así… así…
Estas palabras alentaron mucho a Mailén. Sus chupadas se volvieron más intensas y perdieron cualquier atisbo de pudor. Si se hubiera tratado de la concha de su mejor amiga, la hubiera chupado exactamente de la misma forma. 
Su madre gimió, se sacudió y tuvo un fuerte orgasmo. Fue muy jugoso. A Mailén le encantó esto. Tragó todos los jugos vaginales de su madre sin desprender la boca de la concha ni por un segundo. Rebeca pudo sentir en su interior a los espíritus agradeciéndole por semejante tributo. Mientras acababa no pensó en que había engañado a su hija para que formara parte de un ritual sexual. Solo se alegró de haberla convencido sin tener que explicarle los por qué. Quizás eso la convertía en una pésima madre; pero al fin y al cabo estaba haciendo esto para proteger a sus hijos y la casa que habían comprado. 
A Rebeca le quedó una sola duda. Se preguntó por qué este acto le había resultado mucho más fácil con su hija Mailén que con Catriel. Y sospechó que quizás se debiera a que Mailén hizo todo el trabajo… y se trató solamente de sexo oral. No hubo penetración. 
Cuando las dos mujeres salieron de la bañera, comenzaron a actuar como madre e hija otra vez. Como si nada hubiera pasado. 

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Llegar hasta el cementerio no fue fácil. Las marcas que dejó Catriel en los árboles les sirvieron para conocer el rumbo; pero no había un camino definido. Debieron avanzar con cuidado. Lilén hubiera preferido quedarse en casa, ayudando a su madre a preparar la comida. Sin embargo Catriel insistió en que necesitaría un par de manos extra y ella y Soraya eran las únicas presentes cuando decidió partir. 
Lilén sintió escalofríos al ver las tumbas rotas y medio cubiertas por la vegetación. Daba la impresión de que los espíritus habían escapado por las grietas de las lápidas, para aterrorizar a todo el que se acercara. 
—No pises ahí —le dijo Soraya—. Estás parada sobre una tumba. 
Lilén se apartó de un salto. Era cierto, una lápida partida al medio estaba en suelo, junto a ella. Solo se podía leer parte del nombre de su dueño. O mejor dicho, dueña. Decía Larissa Val Kav… y el resto del nombre había desaparecido. Se preguntó quién podría ser. Volvió a sentir escalofríos al entender que esa persona llevaba muerta mucho tiempo. Por un momento temió que una mano esquelética saliera de la tierra y la sujetara del tobillo, para arrastrarla hasta un abismo de oscuridad. 
—No me gusta estar acá. Y hay mucho para limpiar. No me dijeron que esto sería tan difícil. 
—Justamente por eso te necesitamos —dijo Catriel, mientras cortaba algunos yuyos con el machete. 
—¿Y cómo vamos a hacer con todo esto? —Preguntó Lilén.
—Lo importante es ir de a poco —dijo Soraya—. Tenemos que localizar todas las tumbas y limpiar a su alrededor. Esa es la prioridad. Después seguimos con el resto. También tenemos que poner los crucifijos que trajimos… y armar algunos nuevos. 
Limpiar tumbas en el medio del monte no era una actividad que entusiasmara a Lilén. Sin embargo lo hizo. No quería sentirse inútil frente a su hermano. Siempre admiró que Catriel fuera tan decidido y supiera cómo organizar todo. Desde que su padre murió, él se convirtió en el protector de la familia. Lilén veía en él una figura de respeto. 
A regañadientes se puso a trabajar con una tijera de podar y una palita alrededor de la tumba de esa tal Larissa Val Kavian. Soraya encontró una tumba a nombre de un tal Alexis Val Kavian y empezó a limpiarla. Catriel se encargó de desmalezar la zona. Algunos árboles habían extendido sus ramas sobre el área del pequeño cementerio. 
Después de un rato de trabajo, Lilén comenzó a aburrirse e intentó sacar un tema de conversación. 
—¿Te molestó que mamá te chupara la verga?
La pregunta tan directa dejó descolocada a Soraya, pero en especial al mismísimo Catriel. 
—Fue extraño —aseguró Catriel, sin mirar a su hermana—. No creí que ella se animara a tanto. Pero no, no me molestó. 
—Pero es tu mamá —Lilén no podía sacarse de la mente el día que ella le chupó la concha a Rebeca. Aún se sentía confundida por haberlo hecho y quería saber si su hermano se sentía igual—. O sea, es una linda mujer; pero sería como si… como si la tía Soraya te la chupara. Tía, ¿le chuparías la verga a Catriel?
La mujer se puso más tensa que antes. Se concentró en su trabajo y no se atrevió a mirar a Lilén a los ojos. Luego de unos segundos de silencio dijo, con determinación:
—Lo haría por una buena causa. 
—O sea que… si hacemos más rituales… ¿le chuparías la pija a Catriel? —Lilén parecía muy sorprendida—. Uy, eso no me lo esperaba, digo… o sea… sos monja.
—Era monja. Pero ya te dije, solo lo haría en uno de esos rituales. De lo contrario no —sintió la mirada inquisidora de Dios. Él sabía que ella mentía… y Catriel también. 
—¿Y a mí? ¿Me chuparías la concha? 
—Ay, ¿por qué hacés estas preguntas tan incómodas, Lilén? —Protestó Soraya.
—Bueno, es que… si vamos a hacer más rituales, creo que es un tema del que deberíamos hablar. ¿O no?
—Tiene razón —dijo Catriel—. Aunque sea un tema incómodo, no podemos ignorarlo. 
—Entonces te digo que no —respondió Soraya—. No me atrevería a hacer un ritual con sexo lésbico. Lo considero… inapropiado. 
—¿Y chuparle la verga a tu sobrino no lo es?
—Sí; pero eso al menos es heterosexual. 
—¿Y dejarías que yo te la chupe a vos?
Esta vez sí Soraya la miró a los ojos. Lilén parecía decidida. Lo estaba preguntando muy en serio.  
—Quizás. Depende del momento. Al menos yo no tendría que hacer nada. Pero… eso no significa que debamos hacerlo en el próximo ritual. Aún tengo que pensarlo bien. 
—¿Y le chuparías la…?
—¡Basta, Lilén! —la cortó Soraya.
—¡Hey, miren! Acá hay algo —Catriel rompió la tensión del momento. Las dos mujeres miraron en su dirección.
Estaba parado frente a un gran cúmulo de plantas, parecían enredaderas trepadoras. A los lados había dos grandes árboles, cuyas copas formaban una especie de techo para estas plantas.
—No veo nada —dijo Lilén.
—Vení más cerca.
Ella se acercó sin miedo, porque confiaba en su hermano… y él estaba armado con un machete. Miró hacia el cúmulo de enredaderas y descubrió que entre ellas se veía algo blanco, como si fuera una pared. Y en el extremo derecho pudo ver un picaporte metálico y ornamento. 
—¡Es una puerta! —Aseguró la chiquilla—. ¿Adónde lleva? ¿A Narnia?
—Probablemente sea la cripta familiar —dijo Soraya—. Aunque es raro, porque los cuerpos están enterrados afuera. Deberían estar dentro. 
—Quizás no es una cripta —dijo Lilén—. Si no hay muertos adentro, entonces vamos a abrirla. Quiero ver qué encontramos. 
A Catriel le pareció una buena idea. A él no lo guiaba la curiosidad, como a su hermana, sino el deber. Tenían que limpiar todo el cementerio, y eso era parte del mismo. Entre los tres cortaron tantas enredaderas como pudieron. La tarea les llevó más de media hora. Las plantas estaban muy aferradas a los muros; pero como eran de mármol, no tenían una buena sujeción. Una vez que limpiaron lo suficiente, tiraron del picaporte. No cedió, ni con toda la fuerza de Catriel. 
—Así no se va a abrir nunca —dijo el muchacho—. Tengo una idea.
Tomó una soga y la ató con un buen nudo al picaporte. Le pidió a Soraya y a Lilén que se pusieran detrás de él y lo ayudaran a tirar de la soga. Entre los tres podrían hacer fuerza suficiente.
Tiraron y tiraron, creyendo que la tarea era inútil. La puerta parecía estar soldada al resto del mármol. Pero justo cuando se estaban dando por vencidos, se movió un poco. Tan solo un poco. Eso fue suficiente para que tuvieran fe. Empezaron a tirar con más fuerza y la puerta fue cediendo, hasta que se abrió de golpe. Lilén cayó de culo al piso y protestó. Su hermano la ayudó a levantarse y luego fue a buscar una linterna. 
Él marchó delante. Entraron a una sala pequeña y Lilén suspiró al ver que dentro no había nada aterrador. Solo baúles viejos en repisas de mármol y una estatua extraña en el centro, contra la pared del fondo. Era de mármol, como todo lo demás, y simbolizaba a una mujer desnuda. El trabajo del escultor era magnífico. Cada detalle parecía real. 
—A mamá le va a encantar esa estatua —aseguró Lilén—. ¿Se la podemos llevar?
—No, ni hablar. Pertenece a los difuntos —dijo Soraya—. Si la robamos, podríamos enfurecerse aún más.
—Tenés razón —aceptó la pequeña—. ¿Y qué habrá en esos baúles?
—Probablemente sean las pertenencias de la familia Val Kavian —sugirió Soraya.
—Entonces deberíamos revisarlas.
—No, Lilén, eso sería una intromisión.
—Pero tía… si conocemos mejor a los Val Kavian, entonces vamos a entender mejor qué pueden querer sus espíritus y cómo podríamos calmarlos.
Aunque le costara admitirlo, Soraya supo que su sobrina tenía razón.
—Está bien, pero tenemos que hacerlo con respeto. 
Los baúles se abrieron fácilmente, porque no tenían candados. Solo cerrojos mecánicos que cedían al presionar un botón. Lilén no lo dudó, fue en busca del que tenía el nombre de Larissa. Quería saber más de esa mujer. Al abrirlo se encontró con varias fotos en blanco y negro. La chica estaba vestida, pero la reconoció de inmediato. Era una de las hermanas que vio en las paredes de la habitación once. De pronto sintió una gran fascinación por ella… y por sus actitudes incestuosas. ¿De verdad se cogió a la hermana? Y ese tipo que estaba en algunas fotos con ella… ¿era su padre? Necesitaba saberlo, y el fondo del baúl le llamó poderosamente la atención, como si la respuesta estuviera allí dentro. 
Encontró cuatro cuadernos. Eran parecidos a los diarios íntimos que había encontrado Inara, aunque éstos parecían más costosos. Las tapas eran de cuero labrado y las páginas tenían los bordes dorados. Al abrir uno se encontró con una letra manuscrita y se emocionó. ¡Era el diario de Larissa!
—Tía, acá hay un diario íntimo, de una tal Larissa. ¿Está mal si lo leo? 
—Mmm… si lo hacés con buenas intenciones, no creo que a su dueña le moleste. 
—Es raro que Inara haya encontrado un diario y yo también. 
—No lo creo —dijo Soraya—. Antes, cuando no había internet, era muy común que las mujeres lleváramos diarios íntimos. Algunos hombres también lo hacían. 
—¿Vos tenías un diario? —Le preguntó.
—Sí, cuando tenía tu edad. Pero no escribía mucho. Nunca me pasaba nada interesante. Era muy aburrido. Por eso lo dejé. 
—¿Y por qué lo hacían?
Soraya se encogió de hombros.
—Más que nada para pasar el tiempo. No había mucho para entretenerse en esos días. 
—Muy bien, me voy a llevar los cuatro tomos. Espero que haya algo interesante.
Y por “interesante” se refería a morboso. Sexual. Prohibido. 
Leyó las primeras líneas, ayudándose con la luz del sol que entraba por la puerta:
«Mi nombre es Larissa Val Kavian y soy un vampiro. Para mantener mis poderes necesito participar en los actos sexuales más aberrantes. Esta es mi historia. Solo podrá ser leída por mi alma gemela. Algún día esa persona encontrará mi diario, llegarán a ella por designio divino. Si ya lo tenés en tus manos, alma gemela, quiero que sepas que te amo».
El corazón de Lilén dio un vuelco. Sintió que se había ganado la lotería. 





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