De amigo a pajabro

Siempre fuimos buenos amigos, los mejores incluso. Nos juntabamos seguido, pero especialmente cuando salíamos a alguna joda. Yo vivía muy lejos y el, dentro de todo el grupo de amigos, era el que siempre se ofrecía a que me quede a dormir. Por eso varias veces hasta nos quedabamos solos insistiendo para ver si levantabamos a alguna mina. 

Esa vez fue un cumpleaños. Hace meses que no se nos daba con nadie. Ambos afirmabamos haber cojido, aunque en el fondo sabíamos que no: cuanto mucho una paja, un chape, no más que eso. Sin embargo las ganas nos mataban. 
Ese cumpleaños fue una locura. El descontrol era total y había pibas más grandes. Creíamos posible, minimo, comernos a una. Pero a las 4am, totalmente borrachos, alejabamos más de lo que atraiamos. Pronto nos volvimos. 

El pedo y la calentura no se iba, pero ya estábamos solos en su habitación. No parabamos de decir lo que me hubiéramos hecho a una mina, y eso no hacía más que revivir la calentura. Desinhibido, decidió poner porno en la tele y pajearse. Yo hice lo propio. Nunca había visto una pija antes, tampoco me importaba mucho. Estábamos juntos, con las pijas muy duras y en pedo. La dificultad en acabar era evidente, el alcohol no ayudaba. No vamos a acabar más así, dijo. No, no íbamos a hacerlo así. 

Fue el alcohol. De eso estoy seguro. Sin darme cuenta porqué, le agarré la pija y empecé a pajear. El solo gimio, sorprendido. Yo te ayudo y vos me ayudas, nada de trolos, le dije. Dudó pero cedió y me agarró fuerte la poronga. No éramos putos, éramos heteros con mucha leche. Concentrados en las tetas de Mia Khalifa era innegable que la paja era más rica así. Pero no largabamos, a pesar de la dureza de nuestras pijas. Estás para acabar, le pregunté. No, todavía me cuesta, dijo. 

No pensé nada. Fue un segundo. Vi su pija blanca, grande y depilada. Lo ví queriendo acabar y no pudiendo. Recordé la frustración de no poder levantar a ninguna mina. No podíamos terminar así, virgenes sin acabar. Me obligue a no verlo a los ojos y le dije, yo bajo y después vos, así nos ayudamos a acabar. De reojo vi un suave asentir. No dije chuparla, sonaba muy gay. Pero se entendía. Bajé.

Sin entender cómo, estaba chupandole la pija a mi amigo acostado. Estaba de tal forma que el solo veía mi nuca, así podía imaginar lo que quisiera. Me sorprendió la facilidad con la que podía tragar pija y cómo notaba en su dureza la reacción de todos mis movimientos. No soy gay, indudablemente soy un pajero morboso. Y me dio morbo. 

Seguí, me dijo. No pares. 

Lo escuché y cai en cuenta de lo dura que tenía mi verga. Y me empecé a pajear. Chupaba la pija de mi amigo, tragaba todo lo posible, sentía como me llenaba y hasta como agarraba mi cabeza. Hijo de puta, decía y repetía. En un momento sentí una extrema dureza y lo supe: iba a sacarle la leche a mi amigo. Pero no como una simple paja. Se la iba a sacar con la boca. En cuanto lo pensé, me sentí acabando. Un chorro le alcanzó la pierna, pero no tuve tiempo de preocuparme por eso, ya que en ese instante recibí su leche en mi boca. Caliente, espesa y, ciertamente, desagradable. No por eso menos morboso. Sin saber cómo, acabamos juntos. 

Sus primeros chorros fueron mis últimos. Sobrevino la consciencia que nos abandona cuando estamos calientes. Sentí su leche y ya estaba arrepentido. Preocupado por terminar todo pronto, trague toda su leche. El silencio posterior fue terrible. Recién acabado no quería hacer más nada. Me di vuelta y acosté. 

Despertamos como si nada. Y nada dijimos ese día. No me sentí gay. Pero si raro. No disfrute particularmente de nada referido a lo gay, pero si al ayudarnos con la leche. No éramos putos, sino dos amigos que se ayudaron con la leche.