Alfredo, el peruano verdulero

Ella notó que Alfredo la miraba distinto. Es decir, que la miraba más allá de la relación cliente-vendedor que los convocaba. Ella no sólo notó que Alfredo la miraba. Sino que notó que Alfredo la veía. 



Se dio cuenta de eso cuando lo puso a prueba, y se desabrochó un botón de la camisa, y descubrió la mirada clavada en su escote. Solo un instante. Quizás un segundo más que el prudente. 


También lo notó la mañana en que se recogió el pelo. Y recibió una sonrisa amplia, y un “parece que hoy tenemos uno de esos días buenos”. 


Pero confirmó que la veía, a ella, que se creía invisible, un día que estaba enojadísima, por algo que había pasado en su casa, y ese día no hubo ni mirada ni comentario al pasar. 


En la soledad de su habitación, mientras estaba tirada en la cama para descansar un poco antes de retomar las tareas, se descubrió con su mano dentro de su tanga, rozándose, pensando en Alfredo. Cuando se dio cuenta, se detuvo de inmediato ¡Cómo se iba a pajear pensando en el verdulero peruano de su barrio!


Pero pasaron los días, y las fantasías siguieron creciendo. Se imaginaba la tersura de la piel morena, y se fue enterando de la “fama” que tenían los peruanos. Esa veta negra en su ADN.


Se pintó un poco -nada exagerado- apenas para resaltar sus facciones, y según su idea -falsa, por cierto- tapar algunas imperfecciones. Salió decidida, rumbo a la verdulería. Sus labios rojos eran notorios, pero hoy, más aún. Estaba espléndida con su remera blanca ceñida al cuerpo y su pollera.


Lo miró a Alfredo a los ojos y le sostuvo la mirada. Casi desafiante. Y él, se quedó cortado. Casi con la boca abierta. 


-Qué pasa Alfredo, te distrajiste?


-nada, nada.. es que… 


-te sorprendió algo


-y si, la verdad que sí… estás radiante! 


Se rió fuerte, para aflojar las tensiones y para animarlo. Y Alfredo también se rió. 


Todo empezó a tomar otro cariz, casi imperceptible, pero las miradas fulminantes lo decían todo. Él le preguntó qué quería llevar, y ella le contestó que quería un pepino. Y sin dejar de mirarla, el comerciante le dijo que lo eligiera. 


-Este estará bien?- le dijo ella, sin sacarle la mirada de encima, y teniendo en la mano un pepino que, evidentemente, no quería ser usado para una ensalada. 


Cuando ella se puso colorada y se mordió los labios, él supo que debía avanzar. No había nadie en el negocio y le dijo


-Sin ofender, pero creo que detrás tengo uno que puede ser de tu agrado- y sin esperar respuesta, se encaminó para la parte de atrás del local. Ella lo siguió, y apenas soltó la cortina, él la rodeó con sus brazos por la cintura, la puso contra la pared, y le besó la boca.


Ella se dejó hacer, pero no se quedó pasiva. Respondió al beso, y su cuerpo rozó el de él. Adelantó su pelvis, para sentirlo, y lo que sintió la terminó de encender. 











Alfredo, el peruano verdulero


En un rápido movimiento, movió sus manos debajo de la pollera, y le bajó la tanga. Rozó con sus dedos y encontró la humedad que esperaba. Ella rozó por encima de su pantalón. Alfredo se soltó apenas, y desabrochó su pantalón y exhibió una hermosa pija negra, con la punta morada, más parecida a una berenjena que a un pepino.


Ella respondió como correspondía. Apoyó su concha en la punta de la verga, y empezó a moverse como frotándose… estaba de punta de pies, y se dejo caer. Soltó un gemido de hembra en celo, y él le tapó la boca con la mano. Empezó a darle bombazos, entrando y saliendo todo el grosor de su miembro, que palpitaba de placer. 


Ella puso su boca sobre una oreja de Alfredo y le dijo, con voz entrecortada -cogeme, cogeme fuerte-, mientras se dejaba bombear y acompañaba esos movimientos con los suyos.


Una sensación única le recorría el cuerpo. No sólo por la carne que la penetraba, no sólo por la boca carnosa del peruano que le mordisqueaba los labios. El peligro de ser escuchados, la excitación de hacerlo en un lugar casi público, hizo que una sensación naciera en su nuca… le recorra la espalda, se instale en su pelvis. Como si le estuvieran dando cuerda… como si estuvieran a punto de soltarla. Un estallido de placer le hizo perder la conciencia por un instante, y los espasmos recorrieron su cuerpo, atravesándola de corrientes eléctricas. Ella se movía con él, tratando de sacar hasta la última gota de su placer, pero no se rindió. 


Una vez más le dio una orden al oído: -acabame adentro… quiero toda tu leche.


Alfredo la miró a los ojos, se aferró a sus nalgas, y le dio unos bombazos profundos, sintiendo los jugos calientes de ella, hasta que se dejó venir. 


Dos, tres chorros de leche en la concha de su clienta, que acompañaba con suaves espasmos vaginales… como ordeñándolo. 


Se dejaron estar un poco más mientras recuperaban la respiración. Él le dijo que iba a salir por si había alguien, y que ella esperara a que le diera la señal.


Ella lo atrajo hasta su boca, y lo besó profundamente, diciéndole


-Dejame que te limpie la cara, que tenés todo labial marcado! 

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