Espera, no lo desperdicies

—Oye, pero... ¿no crees que un chico de diecinueve años ya está en edad de...?

—¡¿De tener novia?!, ¡no! ¡Estás mal!—respondió Martha con contundencia—. Mi hijo debe estudiar, debe terminar la carrera antes de... Es más, todavía debe conseguir un buen empleo antes de buscar mujer. Además, mi Danny no se debe enredar con cualquiera. Cuando le llegue el momento de tener novia debe de ser una preparada, que haya estudiado. De su misma carrera. Mi hijo no va a enredarse con cualquier buscona. No quiero que se lo pesquen sólo para que me lo echen a perder. Él debe casarse con una chica preparada.

—Pero para terminar la universidad aún le faltan años. ¿No crees que Daniel debería experimentar antes de casarse? Digo, a su edad necesita..., bueno, ya sabes. De seguro Daniel ya tiene necesidades de hombre, y lo más sano es que...

—¡¿Te refieres a tener sexo...?!

—Bueno, pues sí. Siempre y cuando lo haga con protección, no creo que haya ningún problema en ello.

—¡Nooo! ¡Claro que no! No permitiré que trunque sus estudios nada más por andar de caliente. Nada más falta que cualquier chamaca me lo embarque. ¡Estás mal, Elvira!, cómo se ve que tú no sabes ni sabrás nada de ser madre.

Martha había hablado duramente, pese a que sus palabras lastimaban hondamente a su amiga. Bien sabía que Elvira se había quedado sola luego de que todas sus hermanas se casaran. Siendo la más joven era la única que se había quedado soltera para cuidar a sus padres, quienes, lamentablemente, ya habían muerto. Su soledad le pesaba, de hecho por ello había ido de visita con su amiga, para no sentirse tan sola. Asimismo, su edad le pesaba. Bien sabía que en unos pocos años le sería imposible ser madre, por lo menos biológicamente. Una contestación como esa la hería en lo más profundo.

No obstante, Elvira guardó silencio, tragando el dolor causado por su amiga, pues era huésped en su casa. Además, bien la conocía, Martha siempre se destacó por su duro carácter.

Elvira y Martha se conocían desde su infancia, y se visitaban de vez en cuando desde aquellos años. Claro que ahora Martha ya tenía un hijo que iniciaba sus estudios universitarios, mientras que Elvira se había quedado sola. Soltera y sola en la vieja casa de sus padres, allá en el sureste.

Ahora, de visita con su amiga, se había dado cuenta de que aquella ejercía un férreo dominio sobre su hijo. Pese a que Daniel(o Danny, como le decía Martha) ya era mayor de edad, su madre lo dominaba como si tuviera tan sólo seis años. Lo controlaba a tal punto que no salía con amigos, ni mucho menos con chicas, y permanecía todo el día en casa encerrado en su habitación.

Elvira sabía por propia experiencia que a esa edad debería salir, disfrutar de su vida, vivir experiencias, gozar su juventud, divertirse. Ella misma había tenido poco de eso, y luego se había quedado sola con sus padres, sin un amor, sin un afecto; no había vivido. Eso es lo que trataba de señalarle a Martha, los hijos no son propiedad de sus padres. Ellos deben de vivir sus propias vidas. Pero era obvio que aquella mujer autoritaria no cambiaría de opinión. En todo momento pretendía controlarlo todo. Por eso su esposo la dejó años atrás.

—Es verano Martha, plenas vacaciones, y el chico no sale de su cuarto. Se la pasa todo el día ahí encerrado. ¿Tú crees que eso es sano? —le había insistido Elvira, a pesar de la tozudez de su amiga.

Sin embargo...

—Mi Danny está más seguro aquí en casa. Es un chico muy quieto, un buen niño —le había respondido Martha.

Pero, como Elvira había señalado, Daniel ya no era un niño. Más allá de tener diecinueve años, aquél ya tenía necesidades; necesidades de hombre. Incluso Elvira se había dado cuenta. Daniel estaba necesitado de saciar sus frustradas carencias sexuales. Hacía tiempo que sus deseos naturales le exigían, a voz en grito, ser satisfechos. Así que, mientras ambas mujeres conversaban en la sala, Daniel se hacía la cotidiana y necesaria “chaqueta” diaria encerrado en su habitación, viendo el porno infinito que el internet podía brindarle. Porno hasta la saciedad, ese era el único alivio a su terrible carestía.

Daniel consolaba a su miembro masculino mientras imaginaba cómo sería... el poder meter su pene en la cálida y húmeda intimidad de una mujer. Había soñado con eso desde su adolescencia. Deseaba conocer el placer de hacer contacto sexual por primera vez; guarecer su pene en un apretado sexo femenino, sentirlo allí mismo encapsulado, tal como un apretado abrazo; le hacía ilusión sentir aquello. Aunque sería cosa difícil para un joven como él, uno educado por una madre autoritaria que no le permitía conocer el mundo. Atado por su propia inexperiencia, Daniel había llegado a tal edad lleno de inseguridades, temeroso. No se atrevía siquiera a hacerle la conversación a una chica, esto a satisfacción de su castrante madre, por supuesto.

Daniel, obediente de su progenitora, no se rebelaba del dominio opresor de aquella mujer quien lo tenía subyugado; lo había marcado con una inseguridad que le impedía acercarse al sexo opuesto. Daniel era un joven no sólo tímido, sino que temeroso de interactuar con chicas reales, chicas de su edad. Nomás estaba cerca de una le sudaban excesivamente las manos, comenzaba a temblar y enmudecía; no sabía qué decir y se ponía nervioso. Por ello se conformaba con las que veía a través de la pantalla.

Sabiendo que su madre y la amiga de ésta estarían conversando, Daniel disfrutaba de todo un maratón de videos sin eyacular, así le gustaba erotizarse. Se la tallaba regocijándose del hervor que se gestaba en el interior de sus testículos, pero no llegaba al clímax.

Y aunque sus gustos eran variados, Daniel, en ese preciso momento, gozaba del género de MILFs, pues desde que tenía memoria le atraían de forma particular las mujeres maduras (probablemente motivado inconscientemente justo por la férrea educación matriarcal a la que era sometido).Se manueleaba prácticamente saltando de un video a otro que tuviera en su título: milf; madrastra; madura; esposa infiel; casada pero necesitada; madura con jovencillo; nodriza lechera; con la mamá del amigo, en fin.

Se la tallaba haciendo crecer ese gustoso placer, pero antes de llegar al culmen se calmaba para empezar de nuevo, y así y así.

Espera, no lo desperdicies

Así estaba cuando Elvira abrió la puerta de su habitación. Ella había tocado pero él no escuchó los golpes pues tenía puesto los audífonos. La mujer se asomó con intención de avisarle que ya iban a comer, pero descubrió al jovencillo jalándosela. Por suerte para él, Daniel estaba de espaldas a ella y ni se enteró de su presencia. De no ser así se hubiera llevado vergonzosa sorpresa.

Elvira lo contempló por unos segundos, no le sorprendió tal escena (otra cosa hubiera sido si Martha fuese quien lo descubriera). A Elvira le parecía de lo más normal, dado la estricta disciplina de su amiga, de hecho ya se lo imaginaba, el pobre chico permanecía encerrado en su cuarto casi todo el tiempo. Con una madre como Martha qué más le quedaba.

No sintiendo embarazo alguno, la mujer lo contempló. A decir verdad le sacó una sonrisa atestiguar aquello. Era como ver a un niño pequeño hablar con su amigo imaginario. Le dio cierta ternura.

No obstante, al caer en cuenta de que estaba viendo manuelearse al hijo de su amiga, decidió retirarse de manera discreta cerrando la puerta con cuidado.

Sin haberse percatado de la intromisión, el joven seguía acrecentado la tensión sexual que se le acumulaba en sus huevos, limándose el tolete. Claro que tendría que desahogarse en algún momento, si no quería que le dolieran luego, pero aún no se disponía a hacerlo; lo que hacía le complacía al máximo. Sin embargo...

Martha, impaciente, se aproximaba por el pasillo dispuesta a llamar a su hijo para que le ayudara a poner la mesa. Elvira, al verla, regresó a la puerta de Daniel y tocó llamándolo al mismo tiempo.

—¡Daniel, que ya te vengas! ¡... a comer! —dijo, sin abrir la puerta esta vez.

Por supuesto, hizo esto con interés de alertar al chico, y así Martha no lo descubriera en las circunstancias que ella lo había visto.

Daniel se sobresaltó, pero tuvo tiempo de ocultar lo que estaba haciendo. Aunque tuvo que parar sin haberse desahogado.

Minutos más tarde, Elvira, Martha y Daniel comían. La primera aún mantenía fresca la escena vista momentos antes, y sonrió pensando en ello. Pero ocultó su gesto antes de que los otros dos se dieran cuenta. Minutos más tarde se le ocurrió una idea y le propuso algo a su amiga.

—Sabes Martha, me gustaría que le dieras permiso a Daniel de pasar unos días allá conmigo. Me has dicho que ha salido con muy buenas calificaciones y creo que hay que premiarlo.

Martha vio seriamente a su amiga, como expresando con su mirada que no le venía muy bien la idea de separarse de su único hijo.

—Pero yo no puedo acompañarlo, ya sabes que en este mes estoy muy ocupada. —respondió Martha.

—Bueno, pero él puede venirse conmigo, acompañarme en mi regreso. Me vendría bien no irme sola. Ya luego te lo envío de vuelta. Te hablo para avisarte en qué corrida se viene de regreso. Total, es un viaje directo, ¿qué le puede pasar?

Martha se mostró renuente, era obvio que no quería que la separaran de su “pequeño”. Daniel ni siquiera dijo nada, acostumbrado a que su madre decidiera por él.

—Anda, es justo que lo premies —insistió Elvira—. Acuérdate que a ti así te premiaban tus papás, cuando venías a pasar vacaciones a la casa. Y tú aún eras más joven que Daniel.

Recordar sus años de juventud, la felicidad de aquellos días, hizo que a Martha se le ennobleciera el corazón, y al fin aceptó. Aunque su recelo quedaba patente, su Danny nunca se había alejado tan lejos de casa, ni de ella misma.

Esa tarde, Daniel hizo las maletas ayudado por su madre. Debido a ello no se pudo desahogar de su erotización matutina. Así, sin descargar, se fue con Elvira quien salía ese mismo día. Durante el trayecto en autobús Daniel iba tan callado como siempre. Elvira tuvo que romper el silencio tratando de hacer conversación, aunque aquél apenas si respondía escuetamente a sus preguntas.

—¿Tienes novia Daniel?

Éste se sonrojó nomás escuchar tal pregunta y, sin emitir palabra, movió su cabeza negativamente evadiendo la mirada de la mujer. Elvira sonrió. Ella ya lo sabía, por supuesto, pero quería ver cómo reaccionaba.

Una vez llegaron y salieron de la terminal el clima caluroso se hizo sentir en el cuerpo de Daniel. Habían llegado de noche, pero aún así hacía un calor húmedo que inmediatamente lo hizo transpirar; nunca había sentido algo así.

Mientras iban hacia la casa de Elvira, quien le había dicho que quedaba cerca, por lo que irían a pie, Daniel pudo percibir el sonido del mar cercano. No lo podía ver pero era notoria su presencia al otro lado del bulevar, pudo escucharlo, incluso distinguió su aroma. Siendo la primera vez que estaba tan cerca del océano ese olor quedó para siempre grabado en su memoria.

Al llegar al centro de la ciudad el joven pudo apreciar la belleza del casco antiguo. Aquella zona evidenciaba que había sido una ciudad amurallada de tiempos de la colonia. El lugar lucía pintoresco, definitivamente era un sitio turístico.

Al ser la primera ocasión en su vida que Daniel visitaba un lugar así le fascinó, los colores, la música, los olores, todo llenó sus sentidos.

—Bonito, ¿verdad? —le dijo Elvira al notar su expresión mientras caminaban por la plaza principal—. Vente, te invito un helado.

Lo llevó a uno de los establecimientos más antiguos que estaban bajo los viejos portales que rodeaban la plaza.

Para él, un joven que a sus diecinueve años casi ni salía de su cuarto, aquello era otro mundo. Todo era tan bello, sobre todo las infaltables turistas que andaban por ahí. Aquellas chicas, muchas de rubios cabellos, y otras tan oscuras como el café, captaron su atención. Sus menudos cuerpos despertaban de manera natural sus instintos de reproducción. Incluso una pequeña cantidad de líquido lubricante que salía de su sexo manchó su pantalón color caqui evidenciando su excitación.

Sin contenerse, Daniel veía embobado a las jovencillas quienes usaban prendas muy cortitas y ligeras, éstas dejaban ver mucha de su tersa piel.

Elvira, dándose cuenta de lo que le ocurría al chico, lo dejó regocijarse del espectáculo mientras comían helado de frutilla. Para Daniel aquello era la viva imagen del paraíso.

Tiempo más tarde:

—Adelante Daniel —le dijo Elvira al llegar a su casa.

La vivienda era una antigua casa de altos techos y muy espaciosa. Los muebles lucían gastados pero bastante resistentes, hechos de vieja madera en su mayoría. Descascaradas figurillas de cerámica ornamentaban por doquier, además de viejos cuadros colgados de las paredes.

—Mira, hoy ya es tarde, pero mañana te llevo de paseo. Te llevaré a recorrer el malecón y nos comemos unos mariscos por allá, ¿eh, qué te parece? —le dijo Elvira—. Ahora voy a recoger esto y a preparar tu habitación. Tú mientras tómate un baño, que con el viaje y el calor te caerá bien. Descansarás. Vas a tardar en acostumbrarte a esta temperatura, pero ya verás que hay mucho que disfrutar por aquí —le dijo Elvira sonriéndole.

Daniel se duchó. En verdad que le cayó bien ese riego de agua fresca a su cuerpo. No dudó en acariciarse el pene entusiasmado por lo que había visto hacía tan sólo unos minutos, preciosas jovencillas, mucho más hermosas que sus compañeras de la universidad. Sin embargo no eyaculó. Le pareció un tanto sucio hacerlo allí, en un baño ajeno.

Tras salir de aquella ducha, el chico se llevó tremenda sorpresa al ver a Elvira quien ya se había cambiado de ropa. Ella lavaba los trastos de la cena vistiendo un camisón para dormir. Prácticamente se le veían las bragas y el sostén debajo de la tela calada casi transparente.


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—¿Qué tal te cayó el baño? —aquella le preguntó, y volteó a verle—. ¿Te apetece algo más?

Elvira, al notar la expresión de pasmado que a Daniel se le había formado en el rostro, sonrió.

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—No te asustes. Por acá es normal andar así, por el calor —le dijo.

Daniel, situado a sus espaldas, no podía dejar de admirar el amplio trasero de la mujer, era hermoso. Tremendas eran sus posaderas de generosas carnes, jamás había visto unas así, más allá de las que veía por medio del internet.

Era la primera vez que Daniel miraba a una mujer tan de cerca (sin estar en una pantalla) vestida únicamente en ropa íntima. Fue así que se le formó una elevación bajo sus prendas que a él avergonzó.

Elvira, aunque notó la excitación del muchacho, no hizo comentario de ello. Como toda una dama, disimuló y lo guio a dónde dormiría.

Mientras terminaba de instalar la hamaca en la que dormiría el chico, Elvira le dijo:

—Creo que dormir en hamaca te sentará mejor que dormir en cama. Sentirás menos el calor. Yo ya estoy acostumbrada, pero tú no. Además dormir así le gustaba mucho a tu mami cuando venía a la casa. De seguro que a ti también.

Minutos más tarde, Daniel, ya en la penumbra, estaba envuelto en aquella red que colgaba de unos ganchos empotrados en la pared de la habitación. No podía conciliar el sueño.

Quizás era el calor, o el hecho de estar en lugar ajeno; tal vez la incomodidad de estar apretujado en aquella malla, o quizás... ¡no!, Daniel bien sabía que no podría dormir hasta haberse desahogado. Tenía que eyacular; de hecho llevaba más de lo acostumbrado sin haber expulsado su simiente.

Desde verse interrumpido en su visionado de videos porno no había vaciado sus testículos. Hasta le habían dolido; cosa que nunca antes le había pasado. Pero es que nunca antes había tenido que pasar más de un día sin soltar esperma. Siempre lo podía hacer por las noches, eso sin contar alguna que otra expulsión adicional durante el día.

Claro que no le costaría demasiado acariciarse el miembro hasta vaciarse, aún estando apretujado en aquella malla. Y así lo hizo. Se llevó la mano a su sexo y comenzó a sobarse. Una erección fomentada por el recuerdo de todas aquellas jovencitas turistas que había visto en la plaza comenzó a manifestarse rápidamente. Se dio cariño mientras imaginaba penetrar aquellos delgados cuerpos femeninos. Podía sentirlas tan frágiles como se veían, tan apretadas, tan delicadas y suavecitas.

Pero luego, inevitablemente, instintivamente, otro tipo de pareja sexual vino a su mente. Una inspirada en su anfitriona. Una mujer madura.

Y es que si bien las jovencillas le atrapaban la mirada de manera natural, las mujeres maduras lo absorbían todo. De hecho, una de sus mayores fantasías era la de que su rostro fuese consumido por las voluminosas nalgas de una madura dama. Quería que una mujer sazona se le sentase en plena cara y, con ambas mejillas, se lo comiera, por así decirlo. Se veía a sí mismo siendo asiento para tales gajos de carne en sus sueños más húmedos.

Fue por eso que imaginó a Elvira como inspiración de su venida. Una bella y desarrollada mujer, reconoció para sí.


Nunca había tomado en cuenta la belleza de aquella mujer antes. Después de todo, para él sólo era la amiga de su madre, una especie de tía a quien no veía tan a menudo. Sin embargo, luego de haberla visto en aquellas reveladoras ropas nocturnas, tomó consciencia de lo buena que estaba, era la musa ideal para su chaqueta desahogadora.

Consciente de que ella estaba a tan sólo unos metros no pudo resistir la tentación de hacer una visita nocturna a su anfitriona, con el firme propósito de saciarse viéndola. Pensó en abrir su puerta discretamente, y espiarla. Deseaba contemplarla para así culminar su chaqueta. No aguantándose las ganas, e impulsado por sus instintos, fue hacia allí vestido únicamente en calzoncillos y camiseta, pues el calor no le permitía usar otra prenda encima.

Caminó con cuidado, sus pasos no debían despertarla. Al llegar a la habitación de Elvira notó que la puerta de por sí estaba entreabierta y la luz estaba encendida. Pensó que quizás dejaba abierta su recámara debido al calor. Se acercó despacio y miró al interior del cuarto.

Allí estaba, retirándose la última de sus prendas: las pantaletas.

virgen
Estaba desnuda, completamente desnuda. Tenía unas tetazas enormes, pesadas y bien formadas. Sus generosas carnes antojaban la mirada.

Daniel recorrió con la vista ese curvilíneo cuerpo de mujer madura que la amiga de su madre poseía. Desde las tetas hasta las piernas de muslos rollizos, ancas de hembra sazona; toda ella excitaba. Y no dejó de apreciarle ese fabuloso y amplio trasero que invitaba a ser abierto y penetrado.

A Daniel le fue inevitable producir líquido pre-eyaculatorio que expelió por la boquita de aquella cabezona que se abultaba bajó el calzón, evidenciando su sentir. Sus calzones quedaron manchados por el mencionado lubricante.

El “amigo”, que ahí debajo se resguardaba, exigía atención. Por ello lo apretó con su mano, como si quisiera brindarle consuelo, comenzándolo a tallar luego sobre la tela.

Con aquel hermoso panorama que Daniel veía gustoso, no hubiese sido extraño que escupiera sus espermas inmediatamente, sin embargo, algo lo detuvo de hacerlo.

—Espera, espera. No lo desperdicies... —dijo Elvira de repente, evidenciando que estaba al tanto de su presencia, y de lo que hacía al mirarla.

Fue entonces que le propuso un mejor desenlace para su éxtasis. Uno que le sería más conveniente no sólo al joven, sino que también a ella misma.

Elvira deseaba verse beneficiada en una necesidad de vida: quería un hijo.

—No te pongas nervioso —le dijo cariñosamente la amiga de su madre, una vez Daniel estuvo echado sobre la cama.

La mujer permanecía sobre el improvisado semental, besándolo por todo su virgen cuerpo. Nunca había sido tocado así, con tanto cariño. Daniel reaccionaba con extraordinaria sensibilidad. Cada caricia, cada roce de los labios de aquella hembra madura lo hacía tiritar incontrolablemente; esas reacciones naturales de su cuerpo manifestaban la importancia de tal evento en su vida. Daniel sólo podía pensar en el sexo, no obstante, su cuerpo, antes que su consciencia, comprendía mejor aquella situación.  Estaba dejando de ser un niño para convertirse por fin en un hombre. Por su parte, la mujer que tenía encima también anhelaba una metamorfosis, sin embargo, ella quería algo más que disfrute carnal, lo que ansiaba era concebir un hijo, necesitaba convertirse en madre, requería ser preñada. Las palabras de su amiga la habían acicateado: “Elvira... se ve que tú no sabes ni sabrás nada de ser madre”.

Habían sido unas duras palabras, pero le habían ayudado a decidirse, a hacer algo drástico. Quería ser madre. Ese era el secreto propósito de haber llevado a ese muchacho a su casa.

—Tranquilo, no tiembles, no te va a pasar nada malo —le insistía Elvira, quien lo seguía poniendo a punto.

Echado en la cama, ya sólo en calzones, Danny sólo se limitaba a experimentar todas esas gratas sensaciones. No podía siquiera entender cómo el simple recorrido de aquellas manos de mujer lo excitaran tanto. Éstas metieron sus dedos bajo el elástico de los calzoncillos que aún portaba y de un tirón los bajaron, dejando el falo balanceándose de un lado a otro todo erecto y babeante. Un fino aceite brotaba por la boquita del glande y brillaba mientras escurría por aquella inflamada cabezona. La señora acarició esa cúspide esparciendo el lubricante natural para que sirviera bien a su propósito.

Mientras ella limaba aquella carne tiesa, vio cómo el chico pasaba del nerviosismo al goce por lo que le hacía. Elvira sonrió al sentirse como una amorosa madre que trataba de consolar el padecer de un hijo en cama. Y en efecto, en ese momento Elvira era más una figura materna que su propia madre, por lo menos así él lo percibía. Daniel, por primera vez en su vida, recibía tal ternura, tal afecto. Con esa tierna caricia dada por una mujer que se interesaba más en su bienestar que en el que la obedeciera, Daniel estaba en el mismísimo paraíso.

Luego la mujer beso con amor el falo. Desde la cabeza, bajando por el fuste, hasta llegar al vientre, lo colmó de tiernos besos.

Pero ya era hora, Elvira avanzó mediante sus rodillas sobre la cama y se colocó a horcajadas sobre aquella carne erecta, de tal forma que evidentemente se preparaba para el apareamiento.

—¿Deseas entrar en mí? —le preguntó a su invitado.

Danny la miró sin poder decir nada, estaba enmudecido. Pero ella no necesitaba respuesta.

La mujer, por propia mano, tomó el apéndice sexual de su convidado y lo introdujo por en medio de su vulva.

—¡Aaahhhh... qué rico! —exclamó Daniel, rompiendo su mutismo por fin.

Al fin sentía lo que era penetrar a una mujer, perderse en su inmensidad.

Por primera vez en su vida estaba sintiendo la suavidad y calidez femenina. Su pene recibía un húmedo y cálido abrazo por parte de aquella amiga de su madre.

Elvira lo iniciaba así al mundo de los hombres. Si Martha lo hubiese sospechado jamás habría permitido algo así. En realidad no quería que su hijo creciera, lo quería un niño para siempre. El que su hijo tuviera sexo de ninguna forma lo toleraría. Y, por supuesto, jamás sospechó de las intenciones secretas de su amiga.

Ahora, aquello de lo que tanto había sido restringido por la férrea disciplina de su madre, Daniel lo estaba disfrutando.

Sentirse dentro de aquella mujer era como hundirse en un abismo de cálido y húmedo placer. Elvira comenzó a mover sus caderas en manso vaivén. Las tremendas nalgas que poseía la señora machacaban el menudo pubis masculino que estaba debajo. Pero no era como en los videos porno que a él tanto le fascinaban. Aquellas cópulas eran trepidantes, violentas. Aquí la mujer que tenía encima se meneaba con amor, con delicadeza.

Aquella le tomó ambas manos al joven que tenía debajo y las llevó hacia sus propias nalgas para que él las hiciera suyas, se afianzara de ellas. Daniel se agasajó de tan tremendas posaderas de mujer del sureste; suaves y frondosas.

Ambos siguieron copulando, hasta que en poco tiempo ella le sacó el preciado esperma de tanta molienda a su pubis antes virgen. El chico se vació por entero. Sintió un doloroso, y a la vez grato placer, debido a habérselo guardado por tanto tiempo.

—Gracias —dijo Daniel a aquella mujer que lo abrazaba con las piernas.

Ella sonrió, pues había pensado lo mismo, pero él lo había dicho primero, así que sólo lo besó como una madre a un hijo pequeño.

—No tienes nada que agradecer, ambos... —y aquí ella gimió deliciosamente, como saboreando lo caliente del depósito hecho por el muchacho en su interior— ...ambos lo necesitábamos.

Pese a haber llegado a tal clímax, Elvira volvió a menear su pubis contra el de él.

El pene no había salido de aquel cáliz femenino. La intimidad de mujer lo resguardaba con amor, no queriéndolo soltar de buena gana. Elvira abrazaba al hijo de su amiga como si fuera su propio hijo deseado. Permanecieron un rato así, besándose, muelleando, acariciándose sin decirse nada, pero expresándose amor sin palabras.

No tardó demasiado para que el joven volviera a erectar su aparato (uno de los privilegios de su edad), y de manera natural continuaron con el apareamiento; con ese mete y saque tan delicioso para ambos.

Ya desinhibido, Daniel le pidió que le cumpliera una fantasía, y así... Elvira, se le sentó en plena cara colocando sus tremendos cachetes sobre el rostro de su invitado, cuidando de no lastimarlo. Lo hizo sin evitar reír, pues le pareció de lo más curioso tal antojo, pero procuró complacerlo como complacería un capricho del niño pequeño que tanto deseaba.

Entre cópula y cópula (una trabazón que duró toda la noche), la madura hembra escenificó uno y otro deseo que aquél había tomado de aquellos sexuales videos. Tendrían una semana para recrear tales escenarios. Aquella asumiría el papel de maestra; vecina; madre de algún compañero; o incluso su propia amorosa madre, la que él hubiese deseado. Se divirtieron muchísimo. Cada cópula fue diferente.

Aunque la motivación siempre la misma, ella deseaba ser madre, él estaba necesitado de una. Y Elvira fue la mejor madre – compañera sexual, pues le regaló a Daniel lo que ni siquiera Martha le había dado, el mayor acto de amor: lo amamantó con aquellas hermosas tetazas tiernamente. Aunque Daniel no sacaba leche de ellas, aquello le pareció sumamente delicioso, el acto más amoroso. Aquel jovencillo no había sido amamantado de chiquillo, y lo deseaba tanto. Hasta ese día sólo había conocido el biberón.

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