iniciada por un clérigo pervertido III

iniciada por un clérigo pervertido III

Su pasión había llegado de nuevo a un punto febril. Encaminó su pene hacia las rotundas nalcas encimándose sobre su cuerpo recostado, situó su reluciente cabeza sobre e pequeño orificio, esforzándose luego por adentrarse en él. Al cabo consiguió propósito
, y Cielo Riveros recibió en su recto, en toda su extensión, la varade su tío. La estrechez de su ano proporcionó al mismo el mayor de losplaceres, y siguió trabajando lentamente de atrás hacía adelante durante uncuarto de hora por lo menos, al cabo de cuyo lapso su aparato habla adquiridola rigidez del hierro, y descargó en las entrañas de su sobrina torrentes deleche.
 
Ya habíaamanecido cuando el señor Verbouc soltó a su sobrina del abrazo lujurioso enque había saciado su pasión, logrado lo cual se deslizó exhausto para buscarabrigo en su trío lecho. Cielo Riveros, por su parte, ahíta y rendida, se sumióen un pesado sueño, del que no despertó hasta bien avanzado el día.
 
Cuando salió denuevo de su alcoba. Cielo Riveros había experimentado un cambio que no leimportaba ni se esforzaba en lo más mínimo por analizar. La pasión se habíaposesionado de ella para formar parte de su carácter; se habían despertado en suinterior fuertes emociones sexuales, y les había dado satisfacción. Elrefinamiento en la entrega a las mismas había generado la lujuria, y lalascivia había facilitado el camino hacia la satisfacción de los sentidos sincomedimiento, e incluso por vías no naturales.
 
—Cielo Riveros—casi una chiquilla inocente hasta bacía bien poco— se había convertido derepente en una mujer de pasiones vio-. lentas y de lujuria incontenible.
 
NO DE INCOMODARAL LECTOR CON EL relato de cómo sucedió que un día me encontré cómodamenteoculto en la persona del buen padre Clemente; ni me detendré a explicar cómofue que estuve presente cuando el mismo eclesiástico recibió en confesión a unaelegante damita de unos veinte años de edad.

 
Pronto descubrí,por la marcha de su conversación, que aunque relacionada de cerca con personasde rango, la dama no poseía títulos, si bien estaba casada con uno de los másricos terratenientes de la población.
 
Losnombres no interesan aquí. Por lo tanto suprimo el de esta linda penitente.
Después que elconfesor hubo impartido su bendición tras de poner fin a la ceremonia por mediode la cual había entrado en posesión de lo más selecto de los secretos de lajoven se-flora, nada renuente, la condujo de la nave de la iglesia a la mismapequeña sacristía donde Cielo Riveros recibió su primera lección de copulaciónsantificada.
 
Pasó el cerrojo ala puerta y no se perdió tiempo. La dama se despojó de sus ropas, y el fornidoconfesor abrió su sotana para dejar al descubierto su enorme arma, cuyaenrojecida cabeza se alzaba con aire amenazador. No bien se dio cuenta de estaaparición, la dama se apoderó del miembro, como quien se posesiona a como délugar de un objeto de deleite que no le es de ninguna manera desconocido.
 
Su delicada manoestrujó gentilmente el enhiesto pilar que constituía aquel tieso músculo,mientras con los ojos lo devoraba en toda su extensión y sus henchidasproporciones.
 
—Tienes quemetérmelo por detrás —comenté la dama—. En leorette. Pero debes tener muchocuidado, ¡es tan terriblemente grande!
 
Los ojos delpadre Clemente centelleaban en su pelirroja cabezota, y en su enorme arma seprodujo un latido espasmódico que hubiera podido alzar una silla.
Un segundodespués la damita se había arrodillado sobre la silla, y el padre Clemente,aproximándose a ella, levantó sus finas y blancas ropas interiores para dejarexpuesto un rechoncho y redondeado trasero, bajo el cual, medio escondido entreunos turgentes muslos, se veían los rojos labios de una deliciosa vulva,profusamente sombreada por matas de pelos castaños que se rizaban en torno aella.
 
Clemente noesperó mayores incentivos. Escupiendo en la punta de su miembro, colocó sucálida cabeza entre los húmedos labios y después, tras muchas embestidas yesfuerzos, consiguió hacerlo entrar hasta los testículos.
 
Se adentró más...y más.., y más, hasta que dio la impresión de que el hermoso recipiente nopodría admitir más sin peligro de sufrir daño en sus órganos vitales, Entretanto el rostro de ella reflejaba el extraordinario placer que le provocaba elgigantesco miembro.
 
De pronto elpadre Clemente se detuvo. Estaba dentro hasta los testículos. Sus pelos rojos ycrispados acosaban los orondos cachetes de las nalgas de la dama. Esta habíarecibido en el interior de su cuerpo, en toda su longitud, la vaina del cura.Entonces comenzó un encuentro que sacudía la banca y todos los muebles de lahabitación.
 
Asiéndose conambos brazos en torno al frágil cuerpo de ella, el sensual sacerdote se tirabaa fondo en cada embestida, sin retirar más que la mitad de la longitud de sumiembro, para poder adentrarse mejor en cada ataque, hasta que la dama comenzóa estremecerse por efecto de las exquisitas sensaciones que le proporcionaba unasalto de tal naturaleza. A poco, con los ojos cerrados y la cabeza caída haciaadelante, derramé sobre el invasor la cálida esencia de su naturaleza,
 
El padreClemente, entretanto, seguía accionando en el interior de la caliente vaina, ya cada momento su arma se endurecía más, hasta llegar a asemejarse a una barrade acero sólido.
 
Pero todo tienesu fin, y también lo tuvo el placer del buen sacerdote, ya que después de haberempujado, luchado, apretado y batido con furia, su vara no pudo resistir más, ysintió alcanzar el punto de la descarga de su savia, llegando de esta suerte aléxtasis.
 
Llego por fin.Dejando escapar un grito hundió hasta la raíz su miembro en el interior de ladama, y derramé en su matriz un abundante chorro de leche. Todo había terminado,había pasado el último espasmo. había sido derramada la última gota, y Clementeyacía como muerto.
 
El lector noimaginará que el buen padre Clemente iba a quedar satisfecho con sólo esteúnico coup que acababa de asestar con tan excelentes efectos, ni tampoco que ladama, cuyos licenciosos apetitos habían sido tan poderosamente apaciguados, nodeseaba ya nuevos escarceos. Por el contrarío, esta cópula no había hecho másque despertar las adormecidas facultades sensuales de ambos, y de nuevo sintierondespertar la llama del deseo.
 
La dama yacíasobre su espalda; su fornido violador se lanzó sobre ella, y hundiendo suariete hasta que se juntaron los pelos de ambos, se vino de nuevo, llenando sumatriz de un viscoso torrente.
Todavíainsatisfecha, la lasciva pareja continué en su excitante pasatiempo. Esta vezClemente se recosté sobre su espalda, y la damita, tras de juguetearlascivamente con sus enormes órganos genitales, tomó la roja cabeza de su peneentre sus rosados labios, al tiempo que lo estimulaba con toquecitosenloquecedores hasta conseguir el máximo de tensión, todo ello con una avidezque acabé por provocar una abundante descarga de fluido espeso y caliente, queesta vez inundé su linda boca y corrió garganta abajo.
 
Luego la dama,cuya lascivia era por lo menos igual a la de su confesor, se colocó sobre lacorpulenta figura de éste, y tras de haber asegurado otra gran erección, seempalé en el palpitante dardo hasta no dejar a la vista nada más que lasgrandes bolas que colgaban debajo de la endurecida arma. De esta manerasuccionó hasta conseguir una cuarta descarga de Clemente. Exhalando un fuerteolor a semen, en virtud de las abundantes eyaculaciones del sacerdote, yfatigada por la excepcional duración del entretenimiento, dióse luego acontemplar cómodamente las monstruosas proporciones y la capacidad fuera de locomún de su gigantesco confesor.
 
CIELO RIVEROSTENÍA UNA AMIGA, UNA DAMITA SÓLO unos pocos meses mayor que ella, hija de unadinerado caballero, que vivía cerca del señor Verbouc. Julia, sin embargo. erade temperamento menos ardiente y voluptuoso. y Cielo Riveros comprendió prontoque no habla madurado lo bastante para entender los sentimientos pasionales, nicomprender los fuertes instintos que despierta el placer.

 
Julia eraligeramente más alta que su joven amiga, algo menos rolliza, pero con formascapaces de deleitar los ojos y cautivar el corazón de un artista por loperfecto de su corte y lo exquisito de sus detalles.
 
Se supone que unapulga no puede describir la belleza de las personas. ni siquiera la de aquellasque la alimentan. Todo lo que puedo decir, por lo tanto, es que Julia Delmontconstituía a mi modo de ver un estupendo regalo, y algún día lo sería paraalguien del sexo opuesto. ya que estaba hecha para despertar el deseo del másinsensible de los hombres, y para encantar con sus graciosos modales y susiempre placentera figura al más exigente adorador de Venus.
 
El padre de Juliaposeía, como hemos dicho, amplios recursos; su madre era una bobalicona que seocupaba bien poco de su hija, o de otra cosa que no fueran sus deberesreligiosos, en el ejercicio de los cuales empleaba la mayor parte de su tiempo,así como en visitar a las viejas devotas de la vecindad que estimulaban suspredilecciones.
 
El señor Delmontera relativamente joven. De constitución robusta, estaba lleno de vida, y comoquiera que su piadosa cónyuge estaba demasiado ocupada para permitirle losgoces matrimoniales a los que el pobre hombre tenía derecho, éste los buscabapor Otros lados.
 
El señor Delmonttenía una amiga, una muchacha joven y linda que, según deduje, no estabasatisfecha con limitarse a su adinerado protector.
El señor Delmonten modo alguno limitaba sus atenciones a su amiga; sus costumbres eranerráticas, y sus inclinaciones francamente eróticas.
 
En talescircunstancias, nada tiene de extraño que sus ojos se fijaran en el hermosocuerpo de aquel capullo en flor que era la sobrina de su amigo, Cielo Riveros.Ya había tenido oportunidad de oprimir su enguantada mano, de besar —desdeluego con aire paternal— su blanca mejilla, e incluso de colocar su manotemblorosa —claro que por accidente— sobre sus rollizos muslos.
 
En realidad, CieloRiveros, mucho más experimentada que la mayoría de las muchachas de su tiernaedad, se había dado cuenta de que el señor Delmont sólo esperaba unaoportunidad para llevar las cosas a sus últimos extremos.
 
Y esto eraprecisamente lo que hubiera complacido a Cielo Riveros, pero era vigiladademasiado de cerca, y la nueva y desdichada situación en que acababa de entraracaparaba todos sus pensamientos
.
El padreAmbrosio, empero, se percataba bien de la necesidad de permanecer sobre aviso,y no dejaba pasar oportunidad alguna, cuando la joven acudía a suconfesionario, para hacer preguntas directas y pertinentes acerca de sucomportamiento para con los demás, y de la conducta que los otros observabancon su penitente.
 
Así fue como CieloRiveros llegó a confesarle a su guía espiritual los sentimientos engendrados enella por el lúbrico proceder del señor Delmont.
 
El padre Ambrosiole dio buenos consejos, y puso inmediatamente a Cielo Riveros a la tarea desuccionarle el pene.
 
Una vez pasadoeste delicioso episodio, y borradas que fueron las huellas del placer, el dignosacerdote se dispuso con su habitual astucia, a sacar provecho de los hechos deque acababa de tener conocimiento.
 
Su sensual yvicioso cerebro no tardó en concebir un plan cuya audacia e inquietud yo, unhumilde insecto, no sé que haya sido nunca igualada.
 
Desde luego, enel acto decidió que la joven Julia tenía algún día que ser suya. Esto era deltodo natural. Pero para lograr este objetivo, y divertirse al mismo tiempo conla pasión que indiscutiblemente Cielo Riveros había despertado en el señorDelmont, concibió una doble consumación, que debía llevarse a cabo por mediodel más indecoroso y repulsivo plan que jamás haya oído el lector.
 
Lo primero quehabía que hacer era despertar la imaginación de Julia, y avivar en ella loslatentes fuegos de la lujuria.
 
Esta noble tareala confiaría el buen sacerdote a Cielo Riveros, la que, debidamente instruida,se comprometió fácilmente a realizarla.
 
Puesto que ya sehabía roto el hielo en su propio caso, Cielo Riveros, a decir verdad, nodeseaba otra cosa sino conseguir que Julia fuera tan culpable como ella. Asíque se dio a la tarea de corromper a su joven amiga. Cómo lo logró, vamos averlo a su debido tiempo.
 
 
 
Fue sólo unosdías después de la iniciación de la joven Cielo Riveros en los deleites deldelito en su forma incestuosa que hemos ya relatado, y en los que no habíatenido mayor experiencia porque el señor Verbouc tuvo que ausentarse del bogar.A la larga, sin embargo, tenía que presentarse la nueva oportunidad, y CieloRiveros se encontró por segunda vez, sola y serena, en compañía de su tío y delpadre Ambrosio.
 
La tarde erafría, pero en la estancia reinaba un calor-cito placentero por efecto de unaestufa instalada en el lujoso departamento. Los suaves y mullidos sofás yotomanas que amueblaban la habitación proporcionaban a la misma un aire deindolencia y abandono. A la brillante luz de una lámpara exquisitamenteperfumada los dos hombres parecían elegantes devotos de Baco y de Venus cuandose sentaron, ligeros de ropa, después de una suntuosa colación.
 
En cuanto a CieloRiveros, estaba por así decirlo excedida en belleza. Vistiendo un encantador‘negligie’, medio descubría y medio ocultaba aquellos encantos en flor de quetan orgullosa podía mostrarse.
Sus brazos,admirablemente bien torneados, sus suaves piernas revestidas de seda, el senopalpitante, por el que asomaban dos manzanitas blancas, exquisitamenteredondeadas y rematadas en otras tantas fresas, las bien formadas caderas, yunos diminutos pies aprisionados en ajustados zapatitos, eran encantos que,sumados a otros muchos, formaban un delicado y delicioso conjunto con el que sehubieran intoxicado las deidades mismas, y en las que iban a complacerse losdos lascivos mortales.
 
Se necesitaba,empero, un pequeño incentivo más para aumentar la excitación de los infames yanormales deseos de aquellos dos hombres que en dicho momento, con ojosinyectados por la lujuria, contemplaban a su antojo el despliegue los tesorosque estaba a su alcance.
 
Seguros de que nohabían de ser interrumpidos, se disponían ambos a hacer los lascivosattouchernents que darían satisfacción al deseo de solazarse con lo que teníana la vista.
Incapaz decontener su ansiedad, el sensual tío extendió su mano, y atrayendo hacia sí asu sobrina, deslizó sus dedos entre sus piernas a modo de sondeo. Por su parteel sacerdote se posesionó de sus dulces senos, para sumir su cara en ellos.
 
Ninguno de losdos se detuvo en consideraciones de pudor que interfirieran con su placer, asíque los miembros de los dos robustos hombres fueron exhibidos luego en toda suextensión, y permanecieron excitados y erectos, con las cabezas ardientes porefecto de la presión sanguínea y la tensión muscular.
 
—¡Oh, qué formade tocarme! —murmuró Cielo Riveros, abriendo voluntariamente sus muslos a lastemblorosas manos de su tío, mientras Ambrosio casi la ahogaba al prodigarledeliciosos besos con sus gruesos labios,
 
En un momentodeterminado la complaciente mano de Cielo Riveros apresó en el interior de sucálida palma el rígido miembro del vigoroso sacerdote.
—¿Qué, amorcito,no es grande? ¿Y no arde en deseos de expeler su jugo dentro de ti? ¡Oh, cómome excitas, hija mía! Tu mano. .. tu dulce mano. .. ¡Ay! ¡Me muero porinsertarlo en tu suave vientre! ¡Bésame, Cielo Riveros! ¡Verbouc, vea en quéforma me excita su sobrina!
 
—¡Madre santa,qué carajo! ¡Ve, Cielo Riveros, qué cabeza la suya! ¡Cómo brilla! ¡Qué troncotan largo y tan blanco! ¡Y observa cómo se encorva cual si fuera una serpienteen acecho de su víctima! ¡Ya asoma una gota en la punta! ¡Mira, Cielo Riveros!
 
—¡Oh, cuán duraes! ¡Cómo vibra! ¡Cómo acomete! ¡Apenas puedo abarcarla! ¡ Me matáis con estosbesos, me sorbéis la vida!
 
El señor Verbouchizo un movimiento hacia adelante, y en el mismo momento puso al descubierto supropia arma, erecta y al rojo vivo, desnuda y húmeda la cabeza.
Losojos de Cielo Riveros se iluminaron ante el prospecto.
 
—Tenemos queestablecer un orden para nuestros placeres, Cielo Riveros —dijo su tío—.Debemos prolongar lo más que nos sea posible nuestros éxtasis. Ambrosio esdesenfrenado. ¡Qué espléndido animal es! ¡Hay que ver qué miembro! ;Está dotadocomo un garañón! ¡Ah, sobrinita mía, mi criatura, con eso va a dilatar turendija. La hundirá hasta tus entrañas, y tras de una buena carrera descargaráun torrente de leche para placer tuyo!
 
—¡Qué gusto!—murmuró Cielo Riveros—. Anhelo recibirlo hasta mi cintura. Sí, sí. Noapresuremos el delicioso final; trabajemos todos para ello.
 
Hubiera dichoalgo más, pero en aquel momento la roja punta del rígido miembro del señorVerbouc entró en su boca.
 
Con la mayoravidez Cielo Riveros recibió el duro y palpitante objeto entre sus labios decoral, y admitió tanto como pudo de ella. Comenzó a lamer alrededor con sulengua, y hasta trató de introducirla en la roja abertura de la extremidad.Estaba excitada hasta el frenesí. Sus mejillas ardían, su respiración iba yvenía con ansiedad espasmódica. Se aferró más aún al miembro del lúbrico sacerdote,y su juvenil estrecho coño palpitaba de placer anticipado.
 
Hubiera queridocontinuar cosquilleando, frotando y excitando el henchido tronco del lascivoAmbrosio, pero el fornido sacerdote le hizo seña de que se detuviera.
 
—Aguardaun momento, Cielo Riveros —suspiró—, vas a hacer que me venga.
Cielo Riverossoltó el enorme dardo blanco y se echó hacia atrás, de manera que su tío pudoaccionar despaciosamente hacia dentro y hacia fuera de su boca, sin que lamirada de ella dejara por un solo momento de prestar ansiosamente atención alas extraordinarias dimensiones del miembro de Ambrosio.
 
Nunca habíagustado Cielo Riveros con tanto deleite de un pene, corno ahora estabadisfrutando el respetable miembro de su tío. Por tal razón aplicó sus labios almismo con la mayor fruición, sorbiendo morbosamente la secreción que de vez encuando exudaba la punta. El señor Verbouc estaba arrobado con sus atentosservicios.
A continuación elcura se arrodilló, y pasando la rasurada cabeza por entre las piernas deVerbouc, que estaba de pie ante su sobrina, abrió los rollizos muslos de éstapara apartar después con sus dedos los rojos labios de su vulva, e introducirsu lengua hacia dentro, al tiempo que con sus gruesos labios cubría susjuveniles y excitadas partes.
 
Cielo Riveros seestremecía de placer. Su tío se puso aún más rígido, y empujó fuertementedentro de la Cielo Riveros boca de la muchacha, la cual tomó sus testículosentre sus manos para estrujarlos con suavidad. Retiró hacía atrás la piel delardiente tronco, y reanudó su succión con evidente deleite.
 
— Vente ya! —dijoCielo Riveros, abandonando por un momento la viscosa cabeza con objeto de poderhablar y tomar aliento—. ¡Vente, tío! ¡Me agrada tanto saborearlo!
 
—Podráshacerlo, queridita, pero todavía no. No debemos ir tan aprisa.
—¡Oh,cómo me mama! ¡Cómo me lame su lengua! ¡Estoy ardiendo! ¡Me mata!
—¡Ah, CieloRiveros! Ahora no sientes más que placer: te has reconciliado con los goces denuestros contactos incestuosos.
 
—Deveras que sí, querido tío. Ponme tu carajo de nuevo en la boca. —Todavía no, CieloRiveros, amor mío.
—No me hagasaguardar demasiado. Me estáis enloqueciendo. ¡Padre! ¡Padre! ¡Oh, ya vienehacia mí, se prepara para joderme! ¡Dios santo, qué carajo! ¡Piedad! ¡Mepartirá en dos!
 
EntretantoAmbrosio, enardecido por el delicioso jugueteo con el que estuvo entretenido,devino demasiado excitado para permanecer como estaba, y aprovechando laoportunidad de una momentánea retirada de Verbouc, se puso de píe y tumbó sobresus espaldas, en el blando sofá, a la hermosa muchacha.
 
Verbouc tomó ensu mano el formidable pene del santo padre, le dio un par de sacudidaspreliminares, retiro la piel que rodeaba su cabeza en forma de huevo, yencaminando la punta anchurosa y ardiente hacia la rosada hendedura, la empujóvigorosamente dentro del vientre de ella.
 
La humedad quelubricaba las partes nobles de la criatura facilitó la entrada de la cabeza yla parte delantera, y el arma del sacerdote pronto quedó sumida. Siguieronfuertes embestidas, y con brutal lujuria reflejada en el rostro, y escasapiedad por la juventud de su víctima, Ambrosio la ensartó. La excitación de CieloRiveros superaba el dolor, por lo que se abrió de piernas hasta donde le fueposible para permitirle regodearse según su deseo en la posesión de su belleza.
 
Un ahogadolamento escapó de los entreabiertos labios de Cielo Riveros cuando sintióaquella gran arma, dura como el hierro, presionando su matriz, y dilatándolacon su gran tamaño.
 
El señor Verboucno perdía detalle del lujurioso espectáculo que se ofrecía a su vista, y semantuvo al efecto cerca de la excitada pareja. En un momento dado depositó supoco menos vigoroso miembro en la mano convulsa de su sobrina.
Ambrosio, tanpronto como se sintió firmemente alojado en el lindo cuerpo que estaba debajode él, refrenó su ansiedad. Llamando en auxilio suyo el extraordinario poder deautocontrol con el que estaba dotado, pasó sus manos temblorosas sobre lascaderas de la muchacha, y apartando sus ropas descubrió su velludo vientre, conel que a cada sacudida frotaba el mullido monte de ella.
 
De pronto elsacerdote aceleró su trabajo. Con poderosas y rítmicas embestidas se enterrabaen el tierno cuerpo que yacía debajo de él. Apretó fuertemente hacia adelante,y Cielo Riveros enlazó sus blancos brazos en torno a su musculoso cuello. Sustestículos golpeaban las rechonchas posaderas de ella, su instrumento habíapenetrado hasta los pelos que, negros y rizados, cubrían por completo el sexo deella.
 
—Ahora lo tiene.Observa, Verbouc, a tu sobrina. Ve cómo disfruta los ritos eclesiásticos. ¡Ah,qué placer! ¡Cómo me mordisquen con su estrecho coñito!
 
—¡Oh, querido,querido...! ¡Oh, buen padre, jodedme! Me estoy viniendo. ¡Empujad! ¡Empujad!Matadme con él, si gustáis, pero no dejéis de moveros! ¡Así! ¡Oh! ¡Cielos! ¡Ah!¡Ah! ¡Cuán grande es! ¡Cómo se adentra en mí!
 
Elcanapé crujía a causa de sus rápidas sacudidas.
—¡Oh. Dios!—gritó Cielo Riveros—. ¡Me está matando.., realmente es demasiado... Memuero... Me estoy viniendo! Y dejando escapar un grito abogado, la muchacha sevino, inundando el grueso miembro que tan deliciosamente la estaba jodiendo.
 
El largo peneengruesó y se enardeció todavía más. También la bola que lo remataba se hinchó,y todo el tremendo aparato parecía que iba a estallar de lujuria. La joven CieloRiveros susurraba frases incoherentes, de las que sólo se entendía la palabrajoder.
 
Ambrosio, tambiéncompletamente enardecido, y sintiendo su enorme yerga atrapada en las juvenilescarnes de la muchacha, no pudo aguantar más, y agarrando las nalgas de CieloRiveros con ambas manos, empujó hacia el interior toda la tremenda longitud desu miembro y descargó, arrojando los espesos chorros de su fluido, uno trasotro, muy adentro de su compañera de juego.
 
Un bramido comode bestia salvaje escapó de su pecho a medida que arrojaba su cálida leche.
 
—¡Oh,ya viene! ¡Me está inundando! ¡La siento! ¡Ah, qué delicia!
Mientras tanto elcarajo del sacerdote, bien hundido en el cuerpo de Cielo Riveros, seguíaemitiendo por su henchida cabeza el semen perlino que inundaba la juvenilmatriz de ella.
 
—¡Ah, quécantidad me estáis dando! —comentó Cielo Riveros, mientras se bamboleaba sobresus pies, y sentía correr en todas direcciones, piernas abajo, el cálidofluido—. ¡Cuán blanco y viscoso es!
 
Esta eraexactamente la situación que más ansiosamente esperaba el tío, y por lo tantoprocedió sosegadamente a aprovecharla. Miró sus lindas medias de sedaempapadas, metió sus dedos entre los rojos labios de su coño, embarró el semenexudado sobre su lampiño sexo. Seguidamente, colocando a su sobrinaadecuadamente frente a él, Verbouc exhibió una vez más su tieso y peludocampeón, y excitado por las excepcionales escenas que tanto le habíandeleitado, contempló con ansioso celo las tiernas partes de la joven CieloRiveros, completamente cubiertas como estaban por las descargas del sacerdote,y exudando todavía espesas y copiosas gotas de su prolífico fluido.
 
Cielo Riveros,obedeciendo a sus deseos, abrió lo más posible sus piernas. Su tío colocóansiosamente su desnuda persona entre los rollizos muslos de la joven.
 
—Estate quieta,mi querida sobrina. Mí carajo no es tan gordo ni tan largo como el del padreAmbrosio, pero sé muy bien cómo joder, y podrás comprobar sí la leche de tu tíono es tan espesa y pungente como la de cualquier eclesiástico. Ve cómo estoy deenvarado.
 
..—¡Y cómo mehaces esperar! —dijo Cielo Riveros—. Veo tu querida yerga aguardando turno.¡Cuán roja se ve! ¡Empújame, querido tío! Ya estoy lista de nuevo, y el buenpadre Ambrosio te ha aceitado bien el camino.
 
El duro miembrotocó con su enrojecida cabeza los abiertos labios, todavía completamenteresbalosos, y su punta se afianzó con firmeza. Luego comenzó a penetrar elmiembro propiamente dicho, y tras unas cuantas embestidas firmes aquel ejemplarpariente se había adentrado hasta los testículos en el vientre de su sobrina,solazándose lujuriosamente entre el tufo que evidenciaba sus anteriores e impíasvenidas con el padre. —Querido tío —exclamó la muchacha—. Acuérdate de quiénestás jodiendo. No se trata de una extraña, es la hija de tu hermano, tu propiasobrina. Jódeme bien, entonces, tío. Entrégame todo el poder de tu vigorosocarajo. ¡Jódeme! ¡Jódeme hasta que tu incestuosa leche se derrame en miinterior! ¡Ah! ¡Oh! ¡Oh!
 
Y sin podersecontener ante el conjuro de sus propias ideas lujuriosas, Cielo Riveros seentregó a la más desenfrenada sensualidad, con gran deleite de su tío.
 
El vigorosohombre, gozando la satisfacción de su lujuria preferida, se dedicó a efectuaruna serie de rápidas y poderosas embestidas. No obstante lo anegada que seencontraba, la vulva de su linda oponente era de por sí pequeña, y lo bastanteestrecha para pellizcarle deliciosamente en la abertura, y provocar así que suplacer aumentara rápidamente.
 
Verbouc se alzópara lanzarse con rabia dentro del cuerpo de ella, y la hermosa joven se asiócon el apremio de una lujuria todavía no saciada. Su yerga engrosó y se endureciótodavía más.
 
El cosquilleo sehizo pronto casi insoportable. Cielo Riveros se entregó por entero al placerdel acto incestuoso, hasta que el señor Verbouc, dejando escapar un suspiro, sevino dentro de su sobrina, inundando de nuevo la matriz de ella con su cálidofluido. Cielo Riveros llegó también al éxtasis, y al propio tiempo que recibíala poderosa inyección, placenteramente acogida, derramaba una no menos ardienteprueba de su goce.
 
Habiéndose asícompletado eí acto, se le dio tiempo a Cielo Riveros para hacer sus abluciones,y después, tras de apurar un tonificante vaso lleno de vino hasta los bordes,se sentaron los tres para concertar un diabólico plan para la violación y elgoce de la Cielo Riveros Julia Delmont.
 
Cielo Riveros confesóque el señor Delmont la deseaba, y que evidentemente estaba en espera de laoportunidad para encaminar las cosas hacia la satisfacción de su capricho.
 
Por su parte, elpadre Ambrosio confesó que su miembro se enderezaba a la sola mención delnombre de la muchacha. La había confesado, y admitió jocosamente que durante laceremonia no había podido controlar sus manos, ya que su simple alientodespertaba en él ansías sensuales incontenibles.
 
El señor Verboucdeclaró que estaba igualmente ansioso de proporcionarse solaz en sus dulcesencantos, cuya sola descripción lo enloquecía. Pero el problema estaba en cómoponer en marcha el plan.
 
—Si la violarasin preparación, la destrozaría —exclamó el padre Ambrosio, exhibiendo una vezmás su rubicunda máquina, todavía rezumando las pruebas de su último goce, queaún no había enjugado.
 
—Yo no puedogozarla primero. Necesito la excitación de una copulación previa — objetóVerbouc.
 
—Me gustaría vera la muchacha bien violada —dijo Cielo Riveros—. Observaría la operación condeleite, y cuando el padre Ambrosio hubiese introducido su enorme cosa en elinterior de ella, tú podrías hacer lo mismo conmigo para compensarme elobsequio que le haríamos a la linda Julia.
 
—Sí,esa combinación podría resultar deliciosa.
—¿Qué habrá quehacer? —inquirió Cielo Riveros—. ¡Madre santa, cuán tiesa está de nuevo vuestrayerga, querido padre Ambrosio!
 
—Se me ocurre unaidea que sólo de pensar en ella me provoca una violenta erección. Puesta enpráctica sería el colmo de la lujuria, y por lo tanto del placer.
—Veamosde qué se trata —exclamaron los otros dos al Unísono.
 
—Aguardad un poco—dijo el santo varón, mientras Cielo Riveros desnudaba la roja cabeza de suinstrumento para cosquillear cn el húmedo orificio con la punta de su lengua.
 
—Escuchadme bien—dijo Ambrosio—. El señor Delmont está enamorado de Cielo Riveros. Nosotros loestamos de su hija, y a esta criatura que ahora me está chupando el cara jo legustaría ver a la tierna Julia ensartada en él hasta lo más hondo de susórganos vitales, con el único y lujurioso afán de proporcionarse una dosisextra de placer. Hasta aquí todos estamos de acuerdo. Ahora prestadme atención,y tú, Cielo Riveros, deja en paz mí instrumento. He aquí mi plan: me consta quela pequeña Julia no es insensible a sus instintos animales. En efecto, esediablito siente ya la comezón de la carne. 
 
Un poco depersuasión y Otro poco de astucia pueden hacer el resto. Julia accederá a quese le alivien esas angustias del apetito carnal. Cielo Riveros debe alentaríaal efecto. Entretanto la misma Cielo Riveros inducirá al señor Delmont a sermás atrevido. Le permitirá que se le declare, si así lo desea él. En realidad,ello es indispensable para que el plan resulte. Ese será el momento en que debointervenir yo. Le sugeriré a Delmont que el señor Verbouc es un hombre porencima de los prejuicios vulgares, y que por cierta suma de dinero estaráconforme en entregarle a su hermosa y virginal sobrina para que sacie susapetitos.
 
—Noalcanzo a entenderlo bien —comentó Cielo Riveros.
—No veo el objeto—intervino Verbouc—. Ello no nos aproximará más a la consumación de nuestroplan.
 
—Aguardad unmomento —continuó el buen padre—. Hasta este momento todos hemos estado deacuerdo. Ahora Cielo Riveros será vendida a Delmont. Se le permitirá quesatisfaga secretamente sus deseos en los hermosos encantos de ella. Pero lavíctima no deberá verlo a él, ni él a ella, a.—fin de guardar las apariencias.Se le introducirá en una alcoba agradable, podrá ver el cuerpo totalmentedesnudo de una encantadora mujer, se le hará saber que se trata de su víctima,y que puede gozarla.
 
—¿Yo?—interrumpió Cielo Riveros—. ¿Para qué todo este misterio?
Elpadre Ambrosio sonrió malévolamente.
 
—Ya lo sabrás, CieloRiveros, ten paciencia. Lo que deseamos es disfrutar de Julia Delmont, y lo queel señor Delmont quiere es disfrutar de tu persona. Únicamente podemos alcanzarnuestro objetivo evitando al propio tiempo toda posibilidad de escándalo. Espreciso que el señor Delmont sea silenciado, pues de lo contrario podríamosresultar perjudicados por la violación de su hija. Mi propósito es que ellascivo señor Delmont viole a su propia hija, en lugar de a Cielo Riveros, yque una vez que de esta suerte nos haya abierto el camino, podamos nosotrosentregarnos a la satisfacción de nuestra lujuria. Si Delmont cae en la trampa,podremos revelarle el incesto cometido, y recompensárselo con la verdaderaposesión de Cielo Riveros, a cambio de la persona de su hija, o bien actuar deacuerdo con las circunstancias.

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