El entrenador de mi hijo me hace su puta

Hola mis amores, hoy les traigo otro relato de mis experiencias!
—Mamá, ¿está limpia mi camiseta de fútbol? —Me preguntó mi hijo.

—Sí, mi amor. Te he dejado todo preparado en tu habitación —respondí, alzando la voz.

Cada fin de semana era lo mismo, a sus doce años, mi hijo jugaba con tanta intensidad los partidos de fútbol, como si fueran la final de la Champions League.

Media hora más tarde, mientras nos desplazábamos los dos en mi coche hasta el campo de fútbol, mi hijo no dejaba de hablarme del partido de ese día.

—¿Crees que el Señor Paco me sacará hoy de titular?

—Cariño, ya sabes que le gusta que jueguen todos, por eso lo de las rotaciones. Si no juegas, no te lo tomes como un castigo, el domingo pasado lo hiciste genial.

—El señor Paco de joven fue futbolista, por eso sabe tanto. El viernes me dijo que quería hablar contigo de algo.

Para mi hijo, su entrenador era como una especie de héroe. Todo el día se pasaba hablándome de él.
Paco estaba ya jubilado y dedicaba buena parte de su tiempo libre, a entrenar al equipo de la categoría infantil del barrio. Según contaban, de joven había llegado a jugar en las categorías inferiores de un equipo famoso, pero debido a una temprana lesión, se vio obligado a abandonar el sueño de su vida, y a dedicarse durante más de cuarenta años a trabajar en el sector de la construcción. El señor Paco, como lo llamaba casi todo el mundo, era un hombre grueso y rechoncho. De carácter amable, pero con una voz de esas aguardentosas, que cuando daba las órdenes desde el banquillo, parecía el mismísimo “Sargento de Hierro”. Hubiera partido o no, siempre lo vi vestido con pantalones de chándal, una gorra, zapatillas y una camiseta de algodón.
Durante el partido me situé en la grada junto con el resto de los padres. Ya nos conocíamos todos, por coincidir cada fin de semana y durante los entrenamientos de nuestros hijos. Alex, que por entonces era aún mi marido, nunca podía acompañarnos. Ya que por motivos laborales viajaba constantemente, y durante los fines de semana, le gustaba madrugar y salir a montar en bici con un grupo de amigos. Además, al contrario que yo, él odiaba el fútbol. Por lo tanto, llevar a nuestros hijo pequeños a los partidos y entrenamientos, se había convertido ya en una de mis rutinarias obligaciones.

Cuando por fin terminó el partido, noté que Paco me hizo una seña con la mano para que me acercara hasta abajo. Entonces, fue cuando recordé que mi hijo me había dicho que quería hablar conmigo. Bajé las escaleras de las gradas con sumo cuidado para no tropezarme con los zapatos de tacón. Podía notar, como el entrenador de mi hijo me comía con los ojos.
Paco, era un hombre bastante primario y tosco en sus formas, ni siquiera tenía la suficiente delicadeza para tratar de disimular ese tipo de detalles. No era la primera vez, que yo podía sentir sus libertinos ojos recorriendo mi cuerpo. Lo cierto era, que siempre se comportaba así conmigo. Pero a mí nunca me molestó, sabía que al igual que les ocurre a muchos hombres, carecía de buenos modales. No siendo consciente de su burdo proceder. En el fondo, me hacía gracia, ya que yo tampoco se lo ponía demasiado fácil. Reconozco que no soy capaz de vestir de una forma sencilla, ni siquiera cuando voy al fútbol. Es algo que forma parte de mi propia personalidad.
Siempre voy arreglada y como me gusta vestir a mí.
Ese día iba con un shorts muy corto y bastante ajustado, que a pesar de dejar ver mis muslos, marcaba mucho mis nalgas, llevaba tacones que levantaban aún más mi culito y en la parte de arriba una blusa de tirantes que dejan ver mis senos, casi al descubierto.
El entrenador de mi hijo me hace su puta
—Hola, Karla. Me alegro de verte, —me saludó cuando llegué hasta él.

—El niño me comentó esta mañana en el coche, que querías decirme algo, —me interesé.

—Así es —respondió, asomado al escote que le proporcionaba mi ajustada camisa—. Me gustaría comentarte algo, a los padres que más comprometidos están con el equipo. Ya lo hablé el viernes con el padre de Asier y de Gorka, y ellos han aceptado. Me gustaría preguntarte, si estarías dispuesta a llevarnos en tu coche a los partidos que juguemos fuera. El autobús nos cobra demasiado, para un club tan modesto como este, y después de haber comprado la nueva equitación que estrenaremos dentro unos días, apenas nos queda dinero.
Yo me quedé pensando durante unos segundos, sabía que no serían demasiados viajes, ya que la mayoría de los equipos de la categoría, eran de nuestra misma ciudad. Por lo tanto, únicamente habría que desplazarse a algunos pueblos cercanos de la ciudad.

—Puedes contar conmigo para lo que necesites.

Paco sonrió agradecido.

—Entonces perfecto, tú puedes llevarme a mí, a tus hijo y a otros dos niños… —Comentó, como si hablara consigo mismo, calculando las plazas. Hablaré también con el padre de Ayala, no creo que ponga problema.

—¿Qué tal está Zafiro? —Me interesé por su esposa—. Coincidí con ella el otro día en el supermercado, y me dijo que estaba fatal de la espalda.
—Ya sabes, Karla. No se pueden cumplir años… —Contestó, sin apartar en ningún momento la vista de mi escote—. El fin de semana que viene se va con su hermana a un balneario. Dice que para lo suyo, le van muy bien ese tipo de baños.

En ese momento salieron mi hijo y algunos de sus amigos del vestuario, celebrando cantando la victoria.

—Espero que se mejore, dale recuerdos de mi parte, —me despedí sujetando a mis hijos de la mano. Intuyendo que el viejo estaría observándome por detrás, decidí reglarle un perfecto contoneo de mis caderas.

—¿Qué tal he jugado, mamá? —preguntó mi hijo, totalmente ajeno al tejemaneje de su entrenador y su madre.

—¡Has estado de diez! —Le respondí sonriendo.
A pesar de que Paco era todo lo opuesto, tanto física como mentalmente, al perfil de hombre que me suelen llamar la atención. Siempre me ha vuelto loca percibir el interés de los hombres hacia mí. Incluso de aquellos por los que no siento ningún tipo de atracción o deseo. No puedo evitarlo, creo que intentar calentarlos forma parte mi propia naturaleza. Reconozco que percibir a un hombre cachondo por mi cuerpo, es algo que siempre me ha encantado.

—¿Ya estás aquí? —Me preguntó mi marido saliendo de la ducha, justo cuando entré en nuestro dormitorio—. ¿Cómo ha ido todo?

—Tus hijos terminará jugando de extremo en el Chelsea —bromeé, dándole un beso—. Hoy me ha preguntado Paco, si puedo llevarlos en el coche cuando jueguen fuera.

—¿No iban siempre en autobús?
—Por lo visto, el presupuesto de este año es demasiado ajustado, —respondí, desabrochando mi camisa dejando al descubierto mis senos. Alex se acercó, y pegándose a mí por detrás, comenzó a acariciarlos, intentando contenerlos inútilmente en la palma de sus manos.

—Y supongo que tú le has dicho que sí, ya que siempre estás dispuesta a ayudar a todo el mundo. Debe de haber subvenciones para ese tipo de cosas.

—No lo he hecho por él, lo hago por nuestro hijo. Ya sabes que para él principalmente jugar al futbol es lo más importante. En el lado opuesto, ya tenemos al otro que se pasa todo el día jugando a la consola —comenté, refiriéndome a nuestro hijo menor.

Pude notar, detrás de mí, el calor del perfecto cuerpo de mi marido. En un rápido gesto, me quité los ajustados shorts, quedándome solamente con la tanga. Me sentía tremendamente cachonda, hablar con Alex del entrenador de mi hijo, había conseguido encenderme desaforadamente.
Aún podía sentir los ojos del viejo desnudando mi cuerpo Es cierto que en ocasiones me he dejado arrastrar por lo zafio y ordinario. A veces, los hombres más comunes y simples, consiguen excitarme mucho. Sé que no es lo habitual, pero a lo largo de mi vida he tenido bastantes ejemplos. La primera vez que sentí ese zafio y extraño impulso, me pasó con un jardinero de origen filipino que tenía contratado mi padre en casa. Yo, en esa época, tan solo era una princesita de tan solo dieciocho años. Ignoro los que podía tener él, nunca lo supe realmente. Pero lo cierto, es que me pasé todo el verano buscándolo como una auténtica perra en celo. Ni en sus mejores sueños, Joel hubiera imaginado que yo acabaría siendo su joven putita. Follándome diariamente, casi siempre en la caseta de los motores de la piscina o en el propio garaje, dentro del coche de papá. Puedo asegurar que Joel no era un hombre precisamente atractivo. Lo recuerdo enjuto y de pequeña estatura, casi raquítico a mi lado. Pero conseguía sacar la parte más morbosa y sucia de mí misma. Haciéndome gozar, mucho más de lo que hacía Alex, que ya por entonces era mi novio.
Al final esa noche mi esposo no me cogió, me dijo que ya estaba cansada, que sería después
Ese domingo yo había quedado con Paco, en que lo recogería tanto a él como a otros dos niños, en el anexo del campo de fútbol de nuestro barrio. Esa mañana me había puesto una minifalda de tipo piel negra y una ajustada camisa rosa de cierre.
hermosa
amateur

Mientras me observaba en el espejo, pensaba en él, en cómo me devoraría con los ojos durante el trayecto. Deseaba excitarlo y notarlo cachondo. Me gusta pensar que un hombre se masturba en su casa pensando en mí, siempre ha sido una fantasía que ha mojado enormemente mis bragas. Por supuesto, yo no tenía la menor intención de tener ningún acercamiento físico con él, tan solo era un juego, una especie de inocente tonteo.
Se sentó a mi lado, ocupando como era de esperar el asiento del copiloto. Yo llevaba unas oscuras gafas de sol, tratando de no intimidarlo. Saludó a mi hijo, mientras se abrochaba el cinturón, sin dejar de mirar mis expuestos muslos. Solo con ese gesto, reconozco que sentí un intenso cosquilleó en lo más profundo de mi vagina.

Era temprano y los niños iban adormilados atrás, totalmente ajenos a nuestra conversación, que giraba en torno al deporte. Yo le conté que había jugado durante bastante tiempo, como federada a voleibol y en mis años universitarios a baloncesto.

—Nada más hay que mirarte un segundo, para saber que has practicado mucho deporte —soltó, como una especie de cumplido hacia mí.
—¿Tú crees? —pregunté, un tanto coqueta—. Después de haber tenido dos hijos, te aseguro que mi cuerpo ya no es el que era.

—Tonterías, —respondió con su grave y aguardentosa voz—. Estás para comerte enterita, —se atrevió a decir.

—Gracias, —respondí riéndome. Dejándole claro que su comentario no me había incomodado lo más mínimo. Todo lo contrario—. Tengo unos añitos de más, si me hubieras visto cuando era jovencita…

—karla, —llamó mi intención—, te saco muchos años, tengo 66. Para mí, casi eres todavía una chiquilla.

Esperé un momento para responder, como si estuviera haciendo un cálculo de su edad con la mía.

—No aparentas para nada tener sesenta seis. La verdad es que te conservas fenomenal, —mentí, cuando lo cierto es que le habría calculado algunos más.
Lo observé de reojo, escondida detrás de mis oscuras gafas de sol. Su mirada era más profunda y penetrante que de costumbre. Percibo rápidamente cuando un hombre está excitado, y Paco lo estaba.

—Espero que no te moleste lo que voy a decirte —me advirtió.

—¡Adelante, dispara! —Lo animé, riéndome.

—Hum…—carraspeó—. Tienes unas piernas impresionantes. Tu esposo tiene que estar totalmente loco por ti.

Yo me reí coquetamente, consciente de que la boca es una de las principales armas de seducción de una mujer. Aprovechando ese instante, para mirar por el espejo retrovisor, comprobando que mi hijo estaba completamente dormido, al igual que sus compañeros de equipo.

—Gracias, eres muy amable.
—No es una de esas cosas que se dicen para quedar bien. Lo cierto es que eres un pedazo de hembra, que volverías completamente loco a cualquier hombre. Estás tremendamente buena y lo sabes —continuó, con su incontenida cascada de piropos.

Lancé una carcajada, situando al mismo tiempo mi mano derecha frente a mi boca, tratando de amortiguar el sonido. Ya que lo último que pretendía era despertar a los niños.

—Lo que consigue hacer una buena minifalda, —respondí divertida.

Entonces noté como su mano se posaba sobre uno de mis muslos. Juro que jamás me hubiera esperado que ese sexagenario fuera tan osado. Iba a apartarle la mano, mi morboso juego había llegado ya demasiado lejos, y ese era el mejor momento de parar aquella locura.
—¡Mmmm…! Qué piel más suave tienes.

—Por favor, Paco —protesté levemente. Sin mostrar ningún convencimiento.

—Mujer, no seas tonta y déjame que te toqueteé un poco. Ya sabes que lo hago con mucho cariño. ¿Tanto te cuesta hacer feliz a un viejo?

Volví a mirar por el retrovisor, necesitaba asegurarme de que los niños no se estaban dando cuenta de lo que estaba ocurriendo conmigo y con su entrenador. Noté como mis bragas se humedecían, debido al flujo que emanaba de mi ardiente vagina. Lo observé directamente, no comprendiendo como un hombre como él, podía ponerme tan cachonda.

—Esto no está bien. Te recuerdo que los niños están en el asiento de atrás. Además, yo no quiero seguir con esto.
Él giró la cabeza durante un segundo hacia atrás.

—No te preocupes, duermen todos como angelitos. Anda, sé buena chica y enséñame de qué color llevas las bragas. Solo te pido eso, mujer.

Me moví incómoda en el asiento. Molesta conmigo misma por haber provocado todo aquello, pero lo que más me afligía, era que esa situación estuviera excitándome tanto. Noté como levantaba unos centímetros mi corta minifalda, asomándose a mi ropa interior.

—¡Paco, ya está bien! Te estás pasando…

—Mmmm… Negras. Sin duda ese es mi color favorito. Te las arrancaría a bocados si me dejaras. Con lo culona que tú eres, seguro que tienes un chochito delicioso. —Por supuesto, no respondí a ese grosero comentario. Pero Paco, envalentonado por mi inacción, cogió la mano que yo llevaba apoyada sobre la palanca de cambios, y la situó encima de su entrepierna. Juro que no pude evitarlo, y curiosa palpé aquel bulto que me había ofrecido explorar—. ¿Has visto que dura me la pones?
—Quiero tocártela —casi rogué, mirándolo a los ojos.

Él me agarró por la muñeca, y levantándose un poco el elástico de pantalón del chándal, introdujo mi mano dentro. La acaricié directamente, intentando así percibir toda su virilidad. Que, por cierto, era mucha.

—¿Te gusta? —Me preguntó.

—No está nada mal… —Expresé mordiéndome los labios. Comenzando a masturbarlo, después de asegurarme por el espejo, que atrás todo seguía en calma.

Era increíble como habíamos llegado a eso. Le estaba haciendo al entrenador de mi hijo, una paja en el coche, con él y sus compañeros dormidos en el asiento de atrás.

—Se nota que tienes mucha práctica. ¿Tiene muchos cuernos tu esposo?

Sentía un fuego entre piernas que me devoraba por dentro. Soy una mujer muy morbosa, y la situación cada vez me calentaba más.

—Sin duda, muchos menos de los que él se merece… —Comenté, acelerando el ritmo de mi muñeca.

—Joder, Karla… —Expresó cerrando los ojos.

—¡Mamá! ¿Falta mucho para llegar?

Continuará.....

2 comentarios - El entrenador de mi hijo me hace su puta

Jager22cm +1
Ya quiero la segunda parte!!! +10
Ulilegii77
Terrible relato Karla!!!!
Se la chupaste, seguro que si. Espero la segunda parte