A veces no está mal perder un vuelo

Nunca sabré si perdió el avión a propósito o sin querer. 
¿Daba para equivocarse? Y sí, daba. Porque el avión que la trajo aterrizó en Ezeiza. En consecuencia, lo lógico seria que su partida sea desde ese Aeropuerto, y no desde Aeroparque. Pero bastaba con mirar los tickets para darse cuenta de que no era así. 
Como sea, perdió el vuelo y lejos de sonar desesperada, hasta sonaba divertida cuando me lo contó.  
Nuestro reencuentro el día anterior había sido precioso. Tal como lo habíamos imaginado. Incluso mejor. Reconocernos con la mirada, con los roces, saboreando las carnes, los vinos, los labios, hurgándonos con los dedos, con la lengua, con la pija. Buscándonos con los ojos, y jugando, jugando y riéndonos, como chicos. 
Seguimos el guión que nos habíamos prometido con un almuerzo, y tal, lo pactado, dejó su tanga al lado de mi plato, con una sonrisa perversa. 
Pero todo eso ya había pasado, y nos habíamos despedido, cuando nos dimos cuenta de que las cosas pasaban por algo. 
Me dijo que todavía le quedaban por hacer algunas compras, y yo le dije que la audiencia judicial que estaba teniendo en ese momento iba para largo y que se había retrasado. 
La verdad, no tenía demasiadas esperanzas de volver a verla, pero tenía toda la intención de pasar a buscarla por su casa y llevarla a tomar su vuelo. Esta vez a horario.
-Pero las cosas suceden-, le dije- sobre todo cuando uno tiene ganas de que sucedan.
Abruptamente, mi reunión terminó. Inesperadamente, las cosas estaban sucediendo, así que subí al auto, y le mandé un mensaje: -dice el google map que estoy en tu casa en 55 minutos. 
-¡Genial! - me contestó -tendremos una hora para nosotros. 
Entre semáforo y semáforo, iba localizando lugares, posibilidades. Encontré un telo a diez cuadras de su casa que parecía decente (como si “telo” y “decente” en la misma oración tuviera algún sentido).
Recibí un mensaje: -De solo saberte cerca, se me pararon las tetas-, me dijo. No le contesté, porque sino tenía que decirle que era una hija de puta, que no me podía poner así con una simple frase.
Nos besamos en la vereda sin ningún tipo de reparos. Nos subimos al auto, y nos acariciamos hasta que llegamos al lugar. 
Cerramos la puerta de la habitación y sabíamos que teníamos un rato para nosotros. Solo había dos chances. Hacerlo alborotados, con hambre, desesperados. O hacerlo bien, hasta donde llegara.
Le dije que mi objetivo era uno solo, y que era regalarle un orgasmo más. 
-por ahi dos- me dijo ella -y yo uno a vos-
-por el mío no te preocupes, no es importante.
Así que nos miramos con picardía. Queríamos tocarnos, besarnos, pero en realidad queríamos detener el tiempo, revivir lo que ya había pasado. 
Se tiró desnuda en la cama, y empecé a besarle la boca. Solo una hermosa tanga de colores la cubría. 
Su piel cobriza, tan dulce al tacto, estaba afiebrada. Y rezumaba sudores. No pude demorarme para bajar con mis besos, y disfrutar de su vientre. 
Quería tener su concha en mi boca. Quería sentirla otra vez más retorcerse de placer. Y ella también lo deseaba. 
Me la comí completa. Mi lengua hizo círculos sobre su clítoris, y lo chupó. Lo lubriqué, lo empapé de salivas, y saboreé sus mieles. Acompañé las embestidas de mis labios con el roce de mis dedos. Se puso tensa, gimió fuerte, y se acabó en mi boca, riéndose. 
Pero no me detuve. Aproveché que su cuerpo estaba caliente y despierto, y empecé a masturbarla con mis dedos, sin dejar de usar mi boca. La penetré con el dedo mayor y se hundió en su concha, y ella acompañaba con movimientos, mientras le rozaba el culo con el dedo gordo. Y también se lo engulló
La encontré mirándose en el espejo, disfrutando la escena: mi boca en su concha, y mis dedos penetrándola doblemente. Se agarró los pechos, rozándose los pezones, y llegó a su segundo orgasmo. 
Casi pidiendo permiso, dijo que le tocaba a ella, y sin esperar mi respuesta se tragó mi pija. La chupaba con maestría. Envolviendo la cabeza con sus labios. Acariciándola con su lengua. Frotándola del modo exacto. Con la tensión justa. Con el ritmo adecuado. Pero además, no chupaba la pija con su boca solamente. Todo su cuerpo estaba comprometido en el acto. En cuatro patas, casi como una rana, con su culo en pompa me estaba devorando. Y yo con la mirada, la imagen en el espejo, la imagen real, todas las imágenes de esta mujer que tanto había deseado y que ahora tenía su boca en mi pija, como si fuera un anzuelo. Ensartada. 
Por suerte, me quedó un milímetro de racionalidad, y saqué una foto del momento. Quizás la foto más sensual que haya obtenido en mi vida.
Tanto deleite no podía dejar que siguiera mucho más. Ya habíamos logrado los dos orgasmos que habíamos venido a buscar, pero yo quería tenerla encima. 
Porque ahora sí sabía que además de ser tremenda chupa-pija, era una cabalgadora infernal. Y sabía moverse encima de una pija. 
Y ella no lo hacía sólo para dar placer. Sino también lo aprovechaba para recibirlo. Un movimiento simultáneo, en el que su pelvis se frotaba contra la mía, y donde sus caderas se movían cadenciosa. Su parte negra. Su parte lasciva.
Apoyó sus manos contra mi pecho, y su ritmo se volvió intenso. Hasta que se dejó invadir por su tercer orgasmo. Rompió en risas otra vez. 
Pero si bien me hubiera gustado terminar en un tres a cero inolvidable, ella todavía estaba para algo más. Y yo, ni hablar. 
Me subí encima de ella y empecé a darle con furia, como si tuviera veinte años, como si me estuviera cogiendo todo el tiempo que esperé por tenerla en mis manos. 
Y en la habitación solo había lugar para gemidos, y el inigualable ruido de mi pija hundiéndose en sus profundidades, y el característico ruido a chancletazo que el choque de las pelvis, junto a las lubricidades, provocan. 







A veces no está mal perder un vuelo


-Voy a acabar-, le dije.
-Si, mi vida-, me dijo. Y me agarró las nalgas con sus dos manos, y se aferró contra mí, y nos movimos frenéticos, hasta que todo terminó 
Exhaustos, con las sonrisas cómplices de saber que habíamos hecho algo que nos debíamos. Y con la certeza de que no sería la última vez que fuera a ocurrir. Aun con tiempo para una ducha y llegar esta vez, a tiempo al vuelo.
La despedida fue hermosa. Me dijo
-Cuatro a uno. Ni cuando tenía veinte años- y se rió, y se corrigió: -no mentira, cuando tenía veinte años sí. 

2 comentarios - A veces no está mal perder un vuelo

ViviNic +2
Es un placer leerlo siempre... besos húmedos de Vivi
VoyeaurXVII
gracias Vivi!!!
-algún día puede pasar a dejarlos... -
mdqpablo
Muy bueno ,como siempre