Corriendo(me) con mis hermanas 13

- ¡Anita! –exclamó Tara sorprendida, desmontándome de golpe.

Se cubrió como pudo el cuerpo con las sábanas de la cama, tapando de sus tetas para abajo. Anita hizo una mueca de “mierda, me han pillado” y se arrastró un poco en nuestra dirección, aún debilitada. Tara, repuesta del susto, empezó a gritarle desde la cama.

- ¡Qué coño, tía! ¡¿Pero qué haces ahí?! ¿Tú estás loca, no? ¿Te parece bonito espiarnos, niñata? ¿Cómo…? –y entonces se giró hacia mí, la comprensión iluminando súbitamente su cara–. Esto también es cosa tuya, ¿verdad?

Bueno, sacaba las habilidades deductivas de nuestra madre. Aunque tampoco era muy difícil sumar dos y dos. Yo la miré intentando mantener una cara seria, pero al verla tan enfadada, no pude y se me escapó una carcajada nerviosa.

- Venga, no te cabrees. Es que le hacía tanta ilusión…

Tara masticó aquella revelación con frialdad. Tras un silencio, posó sus ojos gélidos en la renacuaja y fue directa a hacer daño:

- Bueno… pues a ver si has aprendido algo, Anita. No me gusta dar un espectáculo a nadie, pero que te enteres, así es como se desvirga a un tío –dijo, altanera.

Nuestra hermanita, me miró desde abajo alzando las cejas y trató de contener la risa.

- Esto… Tara, mmm… ha sido fantástico, pero… no ha sido mi primera vez.

- ¿Qué?

Se giró para mirarme, una expresión de incredulidad en el rostro. Y luego, entendiendo, se volvió hacia nuestra hermanita.

- Tú…

Allí medio postrada en el suelo, la pequeñaja sonreía de oreja a oreja, asintiendo con entusiasmo. Se mordió el labio.

- Lo siento, Tara, umm… no nos pudimos aguantar –comenzó ella, retorciéndose inquieta con un placer culpable–. ¡Es que le vi la polla y era mucho más grande de lo que dijiste…!

- Tú lo has dicho antes, Anita es una guarra –ayudé yo–. ¿Qué querías que hiciera? Te hacías la difícil y ella no me puso problema ninguno. Luego ya me dio un poco de cosa decírtelo…

Tara nos miró a los dos, entre incrédula y cabreada. Pero más que sentirse realmente herida, era el haber subestimado nuestra depravación lo que le impactaba.

- Vosotros… par de… de… ¡Guarros! ¡Cochinos! ¡Pervertidos!

Y corrió a atacarme, haciéndome cosquillas con las manos en las costillas. Era mi punto débil, así que no pude aguantarme las risas; pero sí que intenté tomar el control y hacerle lo mismo a ella. Sabía que justo por debajo de las axilas era vulnerable y allí me lancé, mientras ambos dábamos vueltas desnudos por la cama.

- ¡Yo también quiero! –dijo Anita lanzándose en aquel revoltijo de carne expuesta, sin ropa de cintura para abajo.

Ella y yo formamos equipo para buscarle los puntos sensibles a nuestra hermana mayor, que estaba como yo totalmente en pelotas, y conseguimos volver las tornas. Gracias a nuestra experta combinación de dedos hábiles, entre risas, sacudidas, manotazos y cambios de postura, conseguimos reducir su resistencia. Entre gritos de “¡Basta!”, “¡Parad!”, “¡Un respeto a vuestra hermana mayor!” empezó a pedir clemencia y fue poco a poco convertida en un amasijo suspirante y sonriente completamente inmóvil, que yacía en la cama boca arriba respirando muy rápido.

Poco a poco, dejamos de reírnos y paulatinamente cierta tensión volvió a instaurarse en la habitación. Al fin y al cabo, estábamos los tres desnudos (o casi) juntos en la cama.

- Sabes que eres una pequeñaja muy traviesa, ¿no? –le dijo Tara a Anita, acariciándole la gargantilla del cuello con cariño–. Ay… Tampoco puedo enfadarme contigo. Pero vas a ser una auténtica zorra en unos años, con lo que te gustan estas cosas.

- Bueno, ¿y qué? Por mí si lo soy ya, que me da igual –dijo Anita, cogiéndole la mano entre las suyas y restregando su mejilla contra ella–. Mira a Rami, que es igual que yo o peor. Y tú, tampoco andas muy allá…

- Estamos todos demasiado salidos para nuestro propio bien –tercié–. En el fondo no es tan raro… somos familia, será normal.

- No creo que papá y mamá tengan nuestra libido, ¿no? –intervino Tara.

- Bueno, ¿y tú qué sabes? Bien que han tenido tres hijos, y a mí ya me han dicho que no me estaban buscando.

Tara se quedó en blanco y alzó las cejas, reconociendo lo acertado del comentario de Anita.

- Touché.

- No, esto es un touché –dije, plantándole una mano provocadoramente en una teta a Tara.

- Vaya con el Mamoncete, si no se le da tan mal el francés…

- Pero a ti se te da mucho mejor –dije, jugando con el doble sentido–. ¿Me vuelves a chupar la polla?

Entre todo el jugueteo y revolcarnos unas carnes con otras, se me había puesto tiesa. Sabía que aquello no había pasado desapercibido para mis hermanas, porque se la estaba clavando a Tara en un costado y Anita no dejaba de echarle miradas de reojo constantemente.

- ¿Delante de ella? –preguntó Tara, alzándose sobre los codos y mirando a Anita.

Aquel movimiento tuvo el efecto de que sus bonitas tetas se balancearon sugerentemente.

- ¿Qué más te da? Acaba de vernos follar...

- No sé…

Perdió la mirada mientras empezaba a pensar con detenimiento aquella propuesta, aunque fugazmente le daba una ojeada a mi pene erecto con ganas de guerra. Anita, viendo que hablábamos de ella como si no estuviera, decidió hacerse notar.

- Cómo molan tus pezones, Tara…

Y con total normalidad, alargó una mano para posarla en la otra teta que tenía libre su hermana mayor. Empezó a toquetear las bolitas metálicas del piercing y a acariciar el pezón que estaba entre ellas. Carecía de ninguna suavidad, pero yo sabía que eso le gustaba mucho a Tara.

Atónita por aquel atrevimiento con su cuerpo, la mayor compuso una mueca que no supe interpretar si de dolor o placer, pero no le apartó la mano a la pequeña.

- Mhmm… ten cuidado dónde tocas, niña. Son muy sensibles…

- ¡Yo también me quiero poner un piercing en las mías!

- Pues tendrás que esperar a cumplir dieciocho, mocosa. Hasta entonces no te dejan.

- Jo, no es justo –dijo Anita, juntando la otra mano y empezando a magrear con todo el descaro del mundo la teta de Tara, amasándola con fuerza–. Para todo lo bueno hay que ser mayor de edad. No vale…

Yo me estaba empalmando más todavía si cabe con todo aquel numerito tan casual entre mis hermanas que adoptaba un cariz rápidamente homoerótico. De momento, Tara se dejaba hacer sin animarla, pero tampoco daba signos de quejarse. Anita parecía bastante entusiasta en su exploración de las tetas de nuestra hermana mayor, así que decidí retirarme un poco y dejarle la que tenía yo en la mano libre. Ella cubrió con sus dos manos los pechos de Tara y empezó a sobarlos bruscamente, sin ningún disimulo.

- ¿Y tú crees que yo tendré algún problema? Las mías son más grandes que las tuyas…

- Serás petarda… –contestó Tara entre dientes–. No, seguro que no hay ningún problema. Tienen experiencia con todos los tamaños.

- ¿Seguro? –dije, decidiendo intervenir. Quería participar de alguna forma–. ¿Pero tú se las has visto bien? Vas a ser médico, mejor que les eches un vistazo… no vaya a ser que le pongan pegas…

Y diciendo esto, me acerqué por detrás de Anita, agarrándole el reborde de su camiseta, y empecé a levantársela, reparando en que no llevaba sujetador. Ella se dio cuenta y alzó los brazos para ayudarme: en un segundo le había sacado la prenda por los hombros y la cabeza y había dejado a mi hermanita tan desnuda como Tara y yo, a excepción de la gargantilla negra que llevaba al cuello.

- Sí que estamos todos salidos, sí… –pronunció Tara mientras contemplaba las tetas de su hermana.

- ¿Qué? ¿Alguna imperfección? –dije, tocando los pechos de Anita desde atrás.

Mi hermanita dejó escapar un pequeño gemido, pero se afanó en volver a inclinarse y reanudar su propio examen mamario con Tara.

- Vale, admito que las tienes más grandes que yo, enana. ¿Estás contenta?

- Mmm… no, no del todo. ¿Puedo…?

Dejó la pregunta en el aire, aunque en cuanto vi venir a dónde iba con ella tuve que reprimir un gruñido de placer. Sin esperar realmente una respuesta, Anita se lanzó de cabeza a lamer uno de los pezones de su admirada hermana mayor.

- ¡Ah! ¡Oye! ¿Quién te ha dado permiso para…? Oh…

Tara se vio completamente avasallada por aquella acometida. La pequeña se estaba empleando a fondo: chupaba, mordía, tocaba y restregaba su cara contra los pechos de Tara. En un punto determinado llegó a sacar la lengua y la movió arriba y abajo sobre aquellos pezoncitos y sus piercings, dándole pequeños golpecitos delicados y húmedos. Nuestra hermana mayor había cerrado los ojos y se mordía el labio inferior. Alzó la mano para sujetar la cabeza de su hermanita mientras ésta le comía las tetas, como había hecho Anita cuando yo se lo hice días atrás.

Aquella estampa abiertamente lésbica me tenía demasiado caliente para quedarme quieto. Me posicioné sobre la cara de Tara y dejé caer con todo su peso mi enorme sable sobre sus labios. Abrió los ojos, y me miró con una cara seria que parecía decirme “mira lo que has hecho, al final te has salido con la tuya”. Sin soltar a Anita de su pecho, agarró mi polla con su mano libre y se la tragó de golpe. Empezó a mirarme mientras me la chupaba con esa cara de “que no se te suba a la cabeza… te como la polla porque en el fondo me encanta”.

Gruñí de placer. Que mi hermana mayor me la chupara mientras nuestra hermanita pequeña le comía las tetas parecía una imagen sacada directamente de una peli porno, pero estaba demasiado ocupado disfrutando de aquella visión para cuestionar cómo habíamos llegado ahí. Todos estábamos demasiado cachondos, y era inevitable.

Yo le apartaba el pelo de la cara a mi hermana para que tuviera vía libre en su mamada mientras con la otra, intentaba tocarle las tetas. Lo que me dejaba Anita, en cualquier caso, dado que parecía muy posesiva en aquellos momentos. Sus propias mamas se desparramaban de forma obscena sobre el vientre plano de Tara y, viendo que mi hermanita no me dejaba quitarle sus juguetes, pasé a agarrar las suyas, tan grandes y blandas que eran como un sueño.

Cuando empecé a pellizcarle los pezones con suavidad, empezó a gemir. Vi que Tara, que seguía mis movimientos con la mirada sin dejar de lamerme el falo, empezaba a restregar un muslo contra el otro en una señal de excitación. Al final, Anita no aguantó más y se separó de Tara, mirándome con ansia mientras se mordía el labio inferior.

- Mmmhmff…–protestó Tara, con la boca llena.

Anita me sostuvo los huevos con su manita y luego miró a Tara, estudiando si hacerlo o no. Finalmente, le empujó la cara a un lado hasta que mi cipote saltó al aire libre, momento que aprovechó para capturarla y metérsela ella misma en la boca.

- ¡Eh! ¡Que la estaba usando yo! –se quejó nuestra hermana.

Y de pronto, Anita había cambiado de juguete. Toda la dedicación que había empleado en las tetas de su hermana, ahora se la estaba dando al manubrio de su hermano: lametones, besitos, chupadas arriba y abajo y en general un ritmo de succión auténticamente endiablado, como si tuviera una urgencia enorme de que me corriera en su boca. La falta de técnica la suplía con muchísimo entusiasmo.

Cogido por sorpresa, posé mi otra mano en su cabecita para estabilizarme. Tenía a mis dos hermanas agarradas por el cogote, mientras Anita me chupaba la polla y veía como sus grandes pechos se aplastaban contra los de nuestra hermana mayor hasta tapar los pezones y fundirse en una masa informe de carne redondeada y blandita.

- ¿No te ha enseñado nunca mamá a pedir permiso? Está muy feo quitarle las cosas a tu hermana mayor –bufó Tara, suspirando con fuerza.

Anita, por toda respuesta, se sacó mi miembro para empezar a darse golpetazos con él en la lengua, mientras miraba a nuestra hermana mayor con cara de “chincha, rabiña”.

- ¿Y a ti no te ha enseñado mamá que hay que aprender a compartir?

Gruñí, notando que me daba vueltas la cabeza de todo lo bien que se sentía aquello. Mis hermanas hablando de mamá, y peleándose como hacían siempre (pero esta vez, por mi polla) eran recordatorios demasiado inmediatos de que habíamos cruzado un límite muy importante.

Tara aplastó la cara de Anita con una mano y recuperó control de mi pene, que procedió a cubrir con su boca mientras miraba de reojo a su hermana, lista para defender su posesión con uñas y dientes si hacía falta.

- Vaya, veo que no –se quejó Anita en voz alta–. Como siempre, Doña Perfecta está muy mimada y siempre sale con la suya… Bueno. Menos mal que a mí no me importa...

Y, sin intentar arrebatársela a Tara, empezó a colaborar con ella en una sensacional mamada doble. Me lamía los huevos peludos si Tara tenía mi mástil entero metido en la boca, sin quejarse en absoluto si se comía algo de vello púbico. Daba besitos por un lado si Tara estaba ocupada con mi glande. Si acababa engulléndola en toda su extensión, Anita seguía dando besitos en el mismo sitio, sólo que esta vez lo hacía en la mejilla de nuestra hermana mayor, por donde le abultaba mi inmensa erección.

Al final, Tara acabó rindiéndose y acabaron turnándose una con la otra. Una se la metía entera en la boca y la otra se dedicaba a la periferia, proporcionando a mis genitales la adoración fraternal que llevaban tiempo ansiando.

Mis dos hermanas mamándomela, una arriba y otra abajo, eran una visión celestial. No sabía cuánto podía durar así…

- No somos tontas –dijo Tara sacándosela de la boca con un “plop”–. Sabemos que te queda poco. Que te están latiendo las venas, por Dios.

- Te la seguimos chupando incluso aunque te corras, ¿vale? –dijo Anita, su voz un poco sofocada por el peso de mis huevos en su boca.

¡Joder, eso era demasiado! Seguí disfrutando de sus atenciones orales mientras les acariciaba el pelo a las dos, pero sabía que era cuestión de poco tiempo. Cuando al intentar alternar sus bocas sobre mi polla acabaron tocándose los labios por accidente, se me fue por completo.

Empecé a disparar salva tras salva de semen, con un vigor asombroso si teníamos en cuenta que era mi segunda corrida del día. Como un volcán en erupción, aquellos pegotes alcanzaron primero a Anita, que era quien estaba más arriba y más cerca de la punta; pero a medida que fueron perdiendo fuerza, el resto se desplomaron por pura gravedad en el cuerpo desnudo de Tara: su clavícula, su cuello y sus labios y nariz.

- Ñam, ñam, ñam –me dijo ella, guiñándome un ojo mientras estiraba la lengua para relamerse el pegote de lefa.

Fieles a su promesa, mis dos hermanas siguieron chupando y lamiendo toda mi entrepierna. En su mayor parte, sus caras estaban mancilladas por mi leche; la de Anita era un desastre total. Pero ambas lo ignoraron en su mayor parte. Eran como animales famélicos, incapaces de saciarse de mi polla. Y yo disfrutaba de todo aquello, absorto ante tamaña devoción. Finalmente, descendí lentamente de mi clímax y me relajé gozando de aquella agradable sensación de las dos mamándomela.

- Sois las mejores hermanas del mundo –dije, necesitando agradecerles aquello.

- Lo sabemos –dijo Tara, concentrada en lamerme el escroto.

Me dio un buen lametazo de la base a la punta y gemí de gusto, pero la verdad es que ya la tenía casi blanda.

- Bueno, esto está muy bueno y eso –añadió incorporándose mientras se metía los pegotes de mi semen en la boca–. Pero no alimenta mucho. Aún no he desayunado… y aún nos queda mucho día por delante.

- Jo, ¿y yo qué? –se quejó Anita, pero sin despegarse de mi polla.

- Te has hecho un buen dedazo antes, ¿no? –le dije, algo cansado–. Mientras nos mirabas.

- Sí, pero ninguno de los dos me ha hecho nada a mí…

Me fijé en lo casual de aquella petición, y cómo a Anita parecía no importarle o distinguir si era su hermano o su hermana quien hiciera que se corriera. Probablemente, le daba totalmente igual. Solo pensar en eso me dio una pequeña descarga y noté como mi pene empezaba a “desperezarse” un poco entre las caricias que me estaba dando, pero decidí que era mejor darle un poco más de tiempo.

- Estoy con Tara… vamos a comer algo. Tenemos unas horas todavía –dije, acariciando la mejilla de mi hermanita.

Ella me dio un último besito ahí abajo y se incorporó.

- ¿Deberíamos… vestirnos?

- Probablemente no tiene mucho sentido que lo hagamos –dijo Tara mientras salía por la puerta, meneando su atlético culazo.


Una vez en la cocina, Tara procedió a poner unas tostadas y un café a calentar. Era algo cómico verla hacerlo desnuda, pero seguía estando muy sexy.

- ¿No tienes Colacao? –preguntó Anita frunciendo el ceño.

- No, enana. Eso es para niños –sentenció nuestra hermana.

La verdad es que con lo vivaracha y burbujeante que era Anita ya de por sí, daba algo de miedo imaginársela bajo los efectos de la cafeína, pero nos sentamos los tres a comer allí y recuperar fuerzas. Menos mal que había cojines en las sillas, porque eso de comer desnudo resultaba incómodo. Entre unas cosas y otras, acabamos contándole a Tara cómo Anita y yo empezamos a explorar nuestra sexualidad, así como el plan de introducir a nuestra hermanita pequeña en mi primer polvo con Tara.

- Sois los dos unos diablillos pervertidos –dijo ella, sonriendo–. Anda que os ha faltado tiempo. Me da que pensar…. si Mamoncete y yo no hubiéramos empezado a salir a correr juntos, igual habríais acabado haciéndolo igual.

- Probablemente, si no hubiera sido con él hubiera sido con alguien de la piscina –dijo Anita sin pensarlo–. Es que me noto muy cachonda desde hace unos meses, Tara.

- Son las hormonas y la pubertad, chiquilla. Es normal –dijo, restándole importancia.

- Tu culo lo puso todo en marcha –admití–. Pero creo que ver a Anita medio en bolas con esas tetas durante el verano me hubiera acabado corrompiendo igual. Es que son una tentación.

Y mientras dije esto, volví a tocárselas, y me incliné un poco para lamerlas y darle algo de cariño a sus pezones. Ella soltó la tostada y gimió, muy contenta de recibir por fin un poco de atención.

Vi por el rabillo del ojo que Tara nos miraba con intensa curiosidad… tanta, que un pegote de mermelada se le escurrió de la tostada hasta caerle en el canalillo de su pecho.

¿O… lo había hecho a propósito?

- Ups –dijo, torciendo la cara–. Bueno, iba a darme una ducha de todas formas. Entre salir a correr y lo que hemos hecho estoy bastante sudada.

- No lo hagas –le pedí, despegándome de Anita un segundo–. Me gusta mucho cómo hueles cuando sudas. Huele… a ti.

- Anda ya, tonto –respondió con las mejillas coloradas, esbozando una sonrisa tímida–. Limpitos estamos mejor. Si no, voy a estar toda pegajosa.

Me incorporé, separándome de mi hermanita pequeña, y me acerqué a Tara. Anita suspiró, insatisfecha. Me arrodillé ante mi hermana mayor.

- Pues te limpio yo.

Y, sujetándola por la cintura, empecé a lamerle el apetecible valle de su pecho lleno de mermelada, desviándome cuando me apetecía para atender sus tetas con mi boca. Ella se dejó hacer entre suspiros. Escuché como una silla se arrastraba y unos segundos después tenía a Anita colaborando conmigo de nuevo.

- Mmhm… otra vez no… ah…

Le devolvimos toda su amabilidad por el desayuno entre nuevas caricias a sus tetas. Tomé especial cuidado de repetir lo que había visto hacer a Anita antes con su lengua en el pezón, y me di cuenta de que cuando llevábamos un rato, una mancha de humedad apareció en el cojín donde se sentaba Tara.

Yo, entre toda aquella actividad y ver otra vez a mi hermanita sobando las tetas de nuestra hermana mayor, me había vuelto a empalmar.

Crucé una mirada con Anita mientras ambos lamíamos a nuestra hermana, y vi la súplica en sus ojos. Sí, lo justo era que Anita recibiera lo suyo. La ayudé a incorporarse conmigo. Me miró entre una niebla de lujuria y la llevé de la mano a la cama donde había follado con Tara.

- Pero… eh.. ¿no seguimos desayunando? –gritó la mayor, desorientada. Imagino que no le gustaba quedarse a medias, pero era demasiado orgullosa como para reconocerlo.

- Ya no tengo hambre –solté, mientras empujaba a mi hermanita en la cama boca arriba.

Ella me miró con los brazos extendidos arriba, dejándose llevar por mi dominación. Yo apoyé mi rabo en su entradita, que ya estaba húmeda, y se la separé un poco para deslizarme mejor. Me dejé llevar por mi peso, cayendo sobre ella, y entonces se la metí sin ninguna delicadeza, queriendo apurar el placer que me proporcionaba ese coñito tan estrecho.

- ¡Ah! ¡Bruto…! –se quejó ella.

- Lo siento –me excusé, demasiado extasiado como para decirlo en serio–. ¿Te hago daño?

- Es que… la tienes muy gorda…

Le pasé las manos por detrás, aferrándome a su cabeza y sus hombros, y empecé a embestirla salvajemente. Ella se deshacía en gemidos.

De pronto, noté una mano en la espalda y un peso a mi lado en la cama.

- No puedes ser tan bestia, Ramón –dijo Tara–. ¿No ves que le cuesta adaptarse a tu tamaño? Todavía te falta algo de experiencia. Una chica necesita dilatarse poco a poco…

- A mí me parece que le está gustando… –dije sin bajar el ritmo un ápice.

Anita no podía contestar, retorciéndose entre jadeos. Cerraba los ojos y abría la boca, sacudiendo la cabeza de un lado a otro. De vez en cuando, echaba el aliento con algo que parecían palabras: “Más”, “Sí”, “Dale”. Cualquier cosa más allá de una o dos sílabas parecía ser mucho esfuerzo para ella.

Tara se había apostado en la cabecera, a un lado de la cabeza de Anita, y se metía los dedos en su raja. No tenía mucho ángulo desde mi posición para ver sus piernas o su chochito, pero me di cuenta de su actitud compuesta y calmada: se masturbaba metódicamente mientras nos observaba.

- ¿Te has corrido? –le pregunté a mi hermanita, demasiado distraído con mi excitación par
a fijarme.

- ¿Eh? Ah… uf, sí…no, yo que sé… dos o tres veces, a lo mejor…

- No sabe lo que dice –dijo Tara sin dejar de masturbarse–. Si es vaginal, un orgasmo puede durar bastante hasta no distinguir donde empieza uno y acaba otro.



Corriendo(me) con mis hermanas 13



El final ya está escrito y es el próximo capítulo pero será publicado si llega este post a los 4 dígitos en los puntos. Saludos

5 comentarios - Corriendo(me) con mis hermanas 13

xirtam01
van 10 amigo! muy buen relato
panchiiro +1
el relato es excelente, pero lo de la extorsíon de los 4 digitos no da!! jaja +10
Oscar_782 +1
Solo faltan 50 puntos así que seguro que si da
PepeluRui
Te acabo de dar los 10 puntos que te faltaban para los 1.000 😉 Y me suscribo para no perderme el final que promete mucho!
PepeRija
Suéltalo nene jajajaja