Luisa había quedado todavía caliente

Luisa había quedado todavía caliente después de soportar la inspección por parte de la policía brasileña. Le había provocado varios orgasmos, pero también se sentía algo dolorida.
Todavía teníamos un par de días extra de estadía, por lo tanto decidimos que algo debíamos hacer para sacarnos las ganas con la tal Ingrid, ya que yo también me sentía excitada de solamente pensar lo buena que sería esa mujer en la cama.
A la mañana siguiente la vimos sentada en el salón durante el desayuno, esta vez con sus redondeadas caderas enfundadas en una larga pollera tubo, que realzaba mucho más sus esbeltas formas. Un tajo al costado dejaba asomar sus largas piernas cubiertas por nylon oscuro. El maquillaje siempre impecable, el cabello atado en una cola de caballo que la hacía ver todavía más sexy.
“Podemos cogerla ahora mismo y después nos vamos a esa aburrida conferencia” dijo la voz susurrante de Luisa, sacándome de mis propias cavilaciones. “Bien” le respondí, “apenas se levante para ir al baño la seguimos y vemos cuál es su onda, qué te parece, amiga?”
Vimos que conversaba unos instantes con un elegante hombre negro que se acercó a su mesa. Hermoso, joven, musculoso, gigantesco… debía tener una verga acorde a ese físico.
El hombre siguió su camino y unos segundos después Ingrid dejó la mesa y desapareció por el mismo pasillo. Luisa me miró con cara de sorpresa y se levantó al mismo tiempo para seguirla sin perderla de vista. Estábamos varios pasos por detrás de ella, pero de repente giró en una esquina y misteriosamente desapareció. Era un pasillo oscuro muy largo, con varias puertas cerradas. Nos acercamos silenciosamente a la primera de ellas, viendo que parecía ser la entrada a algún tipo de depósito. Las demás puertas eran muy parecidas, pero una de ellas nos llamó la atención, ya que se podía oír algunos gemidos que provenían del interior de esa habitación.
Luisa tanteó la manija de la puerta en la oscuridad y la abrió muy despacio, encontrando entonces una interesante sorpresa adentro.
Allí estaba la sensual Ingrid, apoyada con ambas manos en el respaldo de una silla, la pollera tubo arrollada a la cintura, las torneadas y sedosas piernas bien separadas haciendo equilibrio, los ojos cerrados mientras gemía de placer. Detrás de ella estaba el hermoso negro completamente desnudo, aferrándola con sus gigantescas manos por las redondeadas caderas, mientras la penetraba con una poderosa y enorme verga dura.
Estaban ambos dedicados a su propio placer, así que no advirtieron nuestra presencia por un buen rato. Nosotras nos acomodamos en un costado, dispuestas a disfrutar de la función. Miré a Luisa de reojo y noté que parecía muy deseosa de ocupar el lugar de Ingrid bajo los embates del negro.
Ella de repente gimió de una manera diferente, pareciendo alcanzar un buen orgasmo, pero su amante continuó bombeándola con el mismo ritmo.
Ingrid abrió los ojos después de acabar y entonces nos vio en un costado, sonriendo maliciosamente. El hombre sacó su verga reluciente y todavía sin haber derramado una gota de semen, le dio una palmada en la cola a la pendeja y nos miró a ambas como preguntando “quién sigue?”.
Ingrid giró hacia el negro, le comió la boca en un beso profundo, le dijo algo al oído y se acercó a Luisa. Le tomó una mano y la condujo hacia la silla, haciendo que adoptara la misma posición. Le levantó la falda y deslizó la diminuta tanga por las hermosas piernas de mi amiga hasta el suelo. Le pasó la lengua por el cuello y le susurró suavemente:
“Lo llamamos Vadinho, no te vas a arrepentir”.
Luisa apoyó sus codos sobre el respaldo e inclinó la cintura hacia adelante, ofreciéndole la cola al hombre. Vadinho apuntó entonces la punta de esa cosa gigante a los labios bien abiertos ahora bastante húmedos y muy despacio fue penetrándola, mientras la sujetaba con ambas manos por la cadera. Ella abrió la boca pero no pudo exhalar ni un suspiro, cerró los ojos mientras sentía que esa espada humana la traspasaba. El negro logró meterle toda la verga y se quedó quieto unos instantes, para que la vagina pudiera adaptarse a ese tamaño. Luego comenzó a bombearla con suavidad, haciendo que mi amiga fuera aumentando la intensidad de sus gemidos.
Ingrid mientras tanto se había acercado a mí, siempre supo que me interesaban más las mujeres que las vergas; me hizo abrir la boca en un beso de lengua húmedo e interminable, para luego ubicarse detrás de mí y tener una buena vista de Luisa y su nuevo amante. Me abrazó por la cintura y acarició mis tetas por encima del vestido. Una de sus manos levantó mi falda y sentí que sus dedos se metían dentro de la tanga, buscando mi clítoris. Comenzó a acariciármelo de una manera muy experta, haciendo que me humedeciera en pocos segundos. Mientras sentía que llegaba al orgasmo giré mi cabeza para besarla y así exploté gimiendo mientras nuestros labios se fundían en otro tremendo beso de lengua.
Sin darle tiempo a reaccionar, le arranqué la falta tubo a Ingrid y la arrastré hasta otra silla. Allí me senté y coloqué a esa pequeña perra cruzada sobre mis rodillas, mirando hacia abajo, con su culo en pompa.
Ella intuyó el paso siguiente y comenzó a reírse, mientras la palma de mi mano empezaba a azotar ese perfecto trasero.
Cuando mi mano se cansó, solté la perra, que cayó al suelo.
Luisa seguía gimiendo bajo el embate del mulato, que había dejado atrás toda delicadeza y ahora aumentaba el ritmo de su cogida. Yo estaba hipnotizada mirando su enorme verga entrar y salir violentamente de la dulce concha de mi amiga, que ahora gritaba cada vez más…
“Despacio, no seas tan bruto, me estás matando…”
Pero Vadinho seguía incansable, parecía que iba a estar así de duro todo el día, aunque de repente se tensó y permaneció quieto unos instantes, mientras descargaba toda su leche caliente en el interior de la castigada concha de mi amiga.
Ingrid sonrió satisfecha, me comió la boca en un último beso y desapareció como si nada, junto al increíble semental de ébano.
Me acerqué a Luisa, comprobando que sus delicados labios vaginales que tanto me gustan se encontraban bien dilatados, enrojecidos de tanto roce y por supuesto, dejando escapar una buena cantidad de semen que se deslizaba ahora por esas torneadas y largas piernas. La ayudé a incorporase y a limpiarse un poco, su cara estaba arrebatada de placer, aunque se me ocurrió que había sufrido un poco durante la cogida algo violenta. “Esa bestia me mató, acabé cuatro veces seguidas, lo viste?”. Me largué a reír, pensando que yo me preocupaba por su castigada concha y ella gozaba como una perra en celo.
Regresamos a la habitación, Luisa caminando despacio y con cierta dificultad. “Me duele bastante, amiga, creo que vas a ir sola a aburrirte en la conferencia” fue lo último que dijo antes de acostarse y quedarse dormida, ultra relajada.
La acaricié durante un rato y después me fui a participar de esa penúltima charla que nos había traído a disfrutar de estas mini vacaciones en Brasil.
Todavía teníamos por delante otro día más antes de volver a casa…

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