Terapia Especial. Capítulo XIX:

“El secreto de April”

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Mientras esa chica escupía sobre mi polla y con su mano derecha tiernamente me la palpaba, me resultó imposible no recordar a mi esposa por unos segundos. Su fantasma de alguna manera comenzaba atormentarme, escuchaba su voz al lado de mi oído como si estuviera susurrándome, me reprochaba mi adulterio, preguntándome desde cuando había dejado de mirarla con deseo y empecé a sentirme completamente atraído por Rosita. Sabía que era una estúpida imaginación mía, un delirio, quizás por culpa o por querer decirle lo que sentía en ese momento. 

Nunca quise serte infiel en primer lugar, jamás en mi mente se me pasó aquella idea durante el momento en que te ponía la sortija en tu dedo y sellábamos nuestro compromiso con el más adorable y amoroso beso. En aquel entonces, solo éramos unos chavales de 20 años, unos que apenas habían experimentado cosas en sus vidas. Tú fuiste durante toda tu niñez y adolescencia una prisionera bajo el techo de su padre, él controlaba absolutamente todo de ti, tus horarios y rutinas. 

Yo en cambio, por decisión propia, jamás interactué con muchas personas. En mi niñez solía pasar horas leyendo libros de psicología y la mente humana. Eran textos complicados de leer, por los términos y conceptos que usaban, haciéndolo un mundo desconocido para mí, pero ese mismo desconocimiento, hizo que me fascinada por la psique humana. Mi padre creía que solo tomaba esos libros para creerme intelectual y muchas veces me los quitaba para que me relacione con otros niños. 

Mi madre en cambio, me dejaba leer tranquilo, aunque hubo un momento en que igual se colocó muy quisquillosa y para que no fuera un huraño, me compró consolas de videojuegos, para que pudiera invitar a compañeros de clases y así hacer amigos. Lamentablemente, no me llevaba bien con nadie en mi colegio, inconscientemente cree una barrera entre mis compañeros y yo, aunque hubo una persona que siempre me habló, esa fue Isidora. 

Recién a mis 40 años, me doy cuenta que utilicé a Isi para mi beneficio, sabiendo que era la única que me hablaba, la invité un par de veces a la casa, para que jugáramos algún videojuego y así evitar que mi madre me consiguiera algún amigo y me forzada a establecer una amistad con un desconocido. No me di cuenta del daño que hacía, tampoco de que Isidora se iba a enamorar de mí, si yo era un simple bicho raro, donde lo único que destacaba de mi apariencia física eran mis ojos de avellanas. 

Cuando era adolescente, las cosas se calmaron, mis padres de alguna manera se resignaron a verme leyendo libros sobre la mente humana y distintos trastornos. Además a diferencia de mi hermano Ricardo, mis calificaciones eran muy buenas, no era el chico más listo, eso lo tengo claro, pero las horas que le dedicaba a los estudios y los distintos libros que había ya consumido, hacía que todo fuera más sencillo para mí. Cuando llegó el momento de decidir mi futuro, supe que tenía que irme lejos de casa para descubrir lo que realmente quería. 

Jamás pensé que en la universidad, todo mi mundo iba a ser transformado. Verte en ese salón, hizo que mi corazón latiera por primera vez fuerte pero a un ritmo tranquilo. Una cosa llevó a la otra y sin darme cuenta terminé siendo tu esposo. No me arrepiento de haberme enamorado de ti, tampoco de haberte seguido en tus locuras y juegos. Si te soy sincero, creo que nuestro matrimonio aún tiene arreglo, solo debes dejar de ser tan indiferente y distante conmigo. 

Es lo único de lo que te pido April, porque mientras tú estás en casa, sin aquel brillo que siempre te ha caracterizado, yo me revuelco con la hija de Laura. En sus brazos he encontrado paz y en sus besos vida. Porque seamos sinceros, desde hace un par de meses, que aquella chispa que habían entre nosotros se apagó. Todo se volvió aburrido y hostil a tu lado, en cambio con Rosita, no hay día en que no me divierta y me vaya enamorándome de ella. 

Sí, enamorándome, April. Rosita ha logrado tocar mi corazón y hacer que todas estas noches de pasión carnal, se transformen una verdadera danza de amor. Nuestros cuerpos se acoplan y se funden en uno solo, mi verga llega a lo más hondo de su coño y sus acaricias a mi espalda, reemplazan aquellas ya degastadas marcas tuya, amor. Me quejo de gusto, cada vez que muevo mi pelvis, ya sea para quitar o meter mi miembro a esa cálida y ajustada vagina. 

Mis manos toman esas macizas tetas negras y las aprietan, mientras tú, debes estar en casa, mirando algún programa de tv o acostada en nuestra fría cama. Aquel nido de amor que habíamos construido durante por 20 años, hoy es el lugar más incómodo para dormir, para mí. Y no, no se debe a que mi mente me tortura con la idea de haber manchado nuestro sitio más especial como lo era nuestra cama matrimonial con el olor de otra, al contrario, sentir la fragancia de Rosita en las sabanas, me ayuda a conciliar el sueño. 

Sino es porque ya no me abrazas, no me acaricias como antes, no me das un beso o miras con esa dulzura que tanto me aliviaba. Toda esa falta de afecto, ha hecho que nuestra cama sea un lugar tan helado como la Antártida, las únicas veces en que he sentido la calidez en ella, es cuando he hecho el amor con Rosita. Toda tu frialdad conmigo ha hecho que yo tenga que buscar refugio en otra, que tenga que hacerte infiel y una cornuda con una chica de 23 años. 

En este instante, ella caricia con sus dedos suavemente mis hombros y espalda, continua dibujando sobre mi piel, mientras yo no paro de revolver sus entrañas con mi vaivén. Nuestros labios se rozan a la vez que gemimos y nuestros ojos se miran fijamente los unos a los otros. Ver su bello rostro temblar y gesticular de gusto, me hace feliz, como cuando estaba contigo y compartíamos esos momentos que hoy solo viven en mi retina y parecen lejanos a repetirse. 

–“¡Dioooss… Más, más, más!”- ella exclama, arqueando su joven cuerpo voluminoso y arañando mi cuello. Yo mordiéndole los labios de dicha, la complazco con un martilleo intenso, con el cual la hago chillar con más fuerza. Nuestras lenguas se tocan tímidamente, antes de entrelazarse y hacerse un nudo, donde compartimos nuestras salivas y ahogamos los fervorosos jadeos. La forma en que me besa, es muy distinta a tu último beso, siento su pasión y amor por mí, no melancolía. 

¿Qué nos pasó April? ¿En qué momento dejaste de amarme y yo a distanciarme de ti?, no te odio y jamás lo haré, pero entiéndeme que no podía seguir soportando el desagradable ambiente que nos rodeaba. Necesitaba un escape, un lugar en donde el aire no fuera difícil de respirar y, eso lo encontré en Rosita, cada momento que vivo con ella, todo resplandece y no hay amargor en mis papilas gustativas. Ahora mismo ella vibra de gusto con mis estocadas y yo también lo hago. 

–“Ooohh… Dios… Qué buen beso”- susurré, mordiéndole la oreja y sintiendo como los pliegos de su coño se apropian de mi verga, negándole que se salga completamente de esa abrazadora cueva. Podrías ser tú, April y deberías haber sido tú, pero no, prefieres callar cada vez que nos vemos y alejarte cada día más de mí. Si ya no me amas, ¿por qué no te apiadas de mí y me lo dices en la cara?, así nos ahorramos los dos esta lenta agonía que se ha transformado nuestro matrimonio. 

Han pasado cerca de diez minutos, desde que llevamos haciendo el amor en esta cama ajena. Nuestros cuerpos sudan, pero no quieren alejarse del otro, al contrario nos gustaría mantenernos así de acoplado por siempre. Mi duro miembro palpita con fuerza dentro de ella, a la vez que golpeó suavemente su útero y ella se retuerce de gozo, suspirando prolongadamente. Si tú nos vieras en este instante, te quedaría claro, que esta chica no es un simple capricho para mí. 

Amo todo de ella, su escultural figura, su piel ébano, sus labios gruesos, sus ojos oscuros, su nariz griega. Amo su inocencia, su ternura, su humor, su astucia, su alegría, su timidez, su atrevimiento y sus perversiones. Amo cuando me murmura “te amo” o me dice “mi amor”, también amo, cuando me mira detenidamente y en sus labios florece una sonrisa, amo que se sonroje o quiera ocultarme su lado más frágil porque en su interior sabe que esto no es más que una aventura. 

Amo pasar mi tiempo con ella y charlar, amo crear recuerdos con esta chica que reemplazan los momentos que he vivido contigo April. Amo ser su amante y si me permites, me gustaría ser más que su simple amante, me encantaría ser su hombre, su esposo, por eso cada día que pasa, me ilusiono con la idea de que ella me diga que está embarazada, que espera un hijo de mí, para así tener la excusa de separarme de ti, April y dejar de torturarnos en una relación que ya no hace latir a ninguno de los dos. 

Sé que para los niños será difícil al principio aceptar que tú y yo, ya no estaremos juntos, que nuestros caminos se separan. Más para Axel, al tener que enterarse que mi nuevo amor es Rosita, su media hermana. Pero con el tiempo ellos se van a acostumbrar y se darán cuenta que será lo mejor para los dos. Todas esas ideas se me han cruzado, mientras mi polla se tensaba dentro de ella y miraba fijamente sus ojos. Lentamente nuestros labios se fueron acercando y con timidez nos rozamos. 

No tardamos en besarnos de nuevo y te juro que cuando clavo mi verga en lo más profundo de ella, tu imagen aparece en mi mente. Pero no, no hay arrepentimiento ni tampoco dolor por lo que estoy haciendo, solo hay placer, porque necesitaba follar y esta chica ha estado disponible para mí durante dos meses y medio, y cada tarde que he compartido con ella, han sido inolvidables, porque lo hace muy bien. Sus manos acarician mis glúteos y sus dedos tocan suavemente mis muslos, a la vez que bombeó con más fuerza. 

Nos detenemos por un par de segundos, para cambiar de posición. Ahora es ella la que está encima de mí y yo me recuesto en el colchón. Mi polla empinada y embadurnadas por sus flujos, es sujetada por sus delicadas manos y traviesamente la roza contra su sexo. Me encantó ese suave desliz, antes de que fuera sentándose lentamente sobre mi verga y sumergiéndola en su interior otra vez. –“¡Dios, qué gusto!”- expreso, tomando con mis manos su cintura y ella aullando de dicha. 

Se mordió los labios para no hacer un escándalo y sus inmensas tetas de chocolate rebotan de un lado a otro, por su intensa cabalgata. –“¡¡Uuufff… Mi amor, pero qué delicia!!”- le dije, queriendo llenar y pintar de blanco su útero con mi semen, mientras ella me atenazaba con sus muslos y los músculos de su vagina aprisionaban mi verga. Sus piernas temblaban cada vez que se llenaba con mi tranca y yo hechizado por esa afrodisiaca danza de sus tetazas, me senté y enterré mi cara en ellas. 

–“¡Ay, mi amor!”- se quejó Rosita, al sentir unos mordiscos, sin embargo, no detuvo su cabalgata y parecía que me apretaba más que antes. –“Que tetas más ricas tienes Cenicienta”- afirmé, embozando una sonrisa, para perderme nuevamente entre esas gordas y firmes mamas. La respiración y gemidos de ambos, fueron crescendo, al grado que sentí que ya no me quedaba fuerza para gritar y el aire me era escaso en esa burbuja de amor en la que estábamos. 

Ya no había fuerza para seguir dilatando lo inevitable, había gozado cada minuto y cada segundo de ese polvo tan maravilloso que había compartido con Rosita. Rodeando su cintura con mis brazos, me sujeté en ella para eyacular, mientras ella lista para recibir mis descargas me agarró de la nuca, enterrándome otra vez entre sus pechos. Por unos segundos, solo se escuchó la orquesta de nuestros cuerpos azotándose, ya que los dos estábamos delirando de placer. 

–“M-me… ¡Me corro!”- exclamé, entre sus senos y ella jalando de mi pelo gritó: –“¡¡¡Sííííii!!!… ¡¡Papito… Sí!!… ¡¡Hazlo dentro de mí!!”-, Rosita llegó a un nuevo orgasmo esa noche, pero fue el más intenso. Permanecimos abrazados en la misma posición que nos habíamos corridos por unos segundos. Finalmente nuestros cuerpos exhaustos cayeron en la cama, ella encima de mí, jadeaba y besaba mi pecho, mientras yo, cerraba los ojos de cansancio, olvidándome por fin de tu rostro.   

A la mañana siguiente, me desperté contento con una sonrisa que se delineaba de extremo a extremo. Me bañé, me vestí y me despedí con un beso de Rosita, ansiando poder desocuparme lo más pronto para seguir disfrutando de su compañía. Durante toda la charla me sentí incómodo y observado, no fue muy complicado descubrir quiénes eran los que me tenía bajo sus miradas. Era aquel matrimonio que me había encontrado anoche cuando cenaba con Rosita. 

Tanto el sujeto como la mujer, parecían estar absorto en mí. Pesé a que me irritaba ser acechado, no dije nada. Me mantuve en silencio y traté de centrarme en la charla, después de todo, no quería intercambiar palabras con ellos. No es que no me agradaran, sencillamente no quería sociabilizar con nadie de ese lugar, algo que no experimentaba desde que había conocido a April. Ella cambió mi altanera y solitaria actitud, me volvió un ser más amigable y confiable con solo compartir su tiempo conmigo. 

Cuando terminó la conversatorio, tomé mis cosas y quería largarme de ahí, lo antes posible. Pero entonces, alguien jaló de mi brazo, al voltearme, me di cuenta que era la esposa del gilipollas que se quedó anonadado con Rosita. Lo normal hubiera sido que la saludara y le preguntará qué cosa quería, sin embargo, como si fuera el adolescente de 18 años, agaché mi mirada perdida y en un tono tan helado como el tempano, le pedí que me soltara porque tenía cosas importantes que hacer. 

Volví a darme vuelta y me desprendí de su agarré, dirigiéndome a la salida y preguntándome a mí mismo, ¿qué mierda me pasaba?, no era normal esa actitud mía. Estaba a nada de salir del salón, cuando de pronto escuchó de la boca de la mujer, el nombre de mi esposa. Quedé paralizado, el corazón se me entumió y la piel se me puso de gallina. ¿Cómo ella conoce a mi mujer?, me interpelé, tratando de huir, antes de que tuviera que dar alguna explicación y formular una mentira. 

–“April Harper es tu esposa, ¿verdad?”- dijo, haciendo que sintiera un agudo dolor en el pecho y mis piernas temblaran. –“Ella y yo hace un par de años, nos conocimos en un curso de sexología. Nos hicimos amigas, aunque una vez que terminó el curso, nos dejamos de hablar y nos distanciamos por tema de trabajo”- reveló, dándome cuenta de lo pequeño que era el mundo. –“Hace poco me encontré con ella y aunque hablamos muy poco, me di cuenta que perdió su sonrisa, ¿qué pasó?, ¿acaso ella está enferma?, ¿y por eso la cambiaste?”- cerró. 

Ser cuestionado y que me recriminaran, me sentó mal, muy mal, tanto que el dolor de mi pecho se hizo más desgarrador. Como un cobarde hui de ahí, no quería discutir con nadie, más bien no tenía argumentos para responderle ni con qué defenderme. Estaba tan destrozado que cuando llegué al hotel, donde me quedaba con Rosita, la abracé y me puse a llorar. Durante la tarde me cuestioné, por qué me dolieron tantas esas últimas palabras, si hubiera usado un poco la cabeza, me habría excusado de alguna forma. 

Pero, tras huir, quedó en claro que le estaba siendo infiel a mi mujer o la había abandonado y reemplazado por Rosita, como si fuese un par de zapatos o una prenda de vestir. Durante todo ese tiempo, mi joven amante, me consoló entre sus brazos, sin preguntarme, qué cosa me había dejado vulnerable. No quise salir a ninguna parte, por lo cual pedimos servicio a la habitación y mientras me encontraba apoyado en su regazo, ella colocaba en la televisión The fault in our stars. 

Sinceramente, odio esa película y generalmente todas las cintas de romance. Nunca han sido de mi gusto, solo a excepción de una, la que era la favorita de mi mujer, 10 things i hate about you. Realmente no sé si me gusta la película o tal vez solo me fascinaba porque la miraba con April, pero si Rosita por algún motivo la colocaba en ese instante, yo me hubiera sumergido en una pena más grande e inexorablemente querría volver a casa, para ver a mi esposa, aunque a los 10 segundos después deteste su indiferencia. 

Recordando que tenía el móvil sin batería desde anoche, me senté en la cama para ponerlo a cargar. Al prenderlo, me doy cuenta que tenía varias llamadas perdidas de Vanessa y un sinfín de mensajes de ella y mis otros dos hijos. No quise leer ningún mensaje y solo le marqué a mi hija, para saber para qué querían comunicarse conmigo. Apenas me contesta, ella me regaña por no haberle contestado casi un día entero. En su voz, noté angustia más que rabia y también preocupación. 

Yo: Perdón, Vane. Pero me quedé sin batería y me olvidé cargar el celular hasta ahora. 

Dije echándome en la cama. 

Vanessa: Olvido lo dependiente que eres de mamá y que sin ella eres incapaz de hacer algo tan mínimo como cargar tu móvil. 

Yo: Oh vamos, hija. Ya me disculpé, no me sigas sermoneando y dime por qué me llamabas tanto. 

Vanessa: ¿No leíste los mensajes?

Yo: No… Estoy muy cansado, ha sido un día muy agotador, por eso te llamé, mi niña. 

Vanessa: Mamá… 

Solo con oír esa palabra, mi corazón se alteró y como un resorte, volví a sentarme en la cama. 

Yo: ¿Qué pasa con tu madre?

Hubo un pequeño silencio, que me exasperó. Mis manos sudaban fríamente y todo mi cuerpo temblaba de preocupación. 

Yo: ¡Joder, Vanessa! ¡¿Qué pasa con tu madre?!

Insisto, a la vez que escucho a mi Princesita sollozar, haciendo que mi respiración se me agudicé.

Axel: Hola, papá. Soy Axel. Disculpa que te estemos molestando, pero mamá el lunes tuvo un desmayo en la ducha y se golpeó la cabeza. 

Yo: ¡¿Qué?! ¡¿Pero se encuentra bien?! ¡¿No tiene nada grave?!

Axel: (Suspira) No… Solo tuvo una descompensación, por tanto trabajo. Ella todavía está en el hospital, pero mañana ya le dan de alta. Mamá no quería que te avisemos, porque no quería molestarte en tu capacitación, pero ya sabes cómo es Vanessa. 

Manifestó, haciendo que me sintiera peor de lo que ya estaba. 

Yo: ¿Y Simón con quién está?

Axel: Con nosotros. Él está bien, así que no te preocupes pa, tú solo concéntrate en la especialización, bye.
 
Colgó repentinamente, algo que evidentemente no me agradó, pero tal vez era necesario, porque sin preguntarle nada a Rosita, que me miraba preocupada desde la cama, compré los primeros pasajes para regresar mañana mismo a la capital. Sabía que estaba siendo egoísta e impulsivo, pero no podía quedarme tranquilo, sin ver primeramente a April y confirmar que solo había tenido un desmayo. –“Regresamos mañana, ¿verdad?”- dijo Rosita apagando la televisión y la tristeza se reflejó en sus ojos. 

–“Sí. Perdón”- le contesté, agachando la cabeza y suspirando. –“Descuida, comprendo la situación. Es una urgencia y ella es tu esposa después de todo”- afirmó, tratando de embozar una sonrisa, pero no pudo. Era evidente que toda esa ilusión del viaje, se le había rompido por mi culpa. Sentándome en la cama, la abracé y nuevamente le pedí que me perdonara y prometiéndole que se lo iba a recompensar con otro viaje muy pronto. Ella no dijo nada, solo me abrazó. 

A la mañana siguiente, ambos hicimos las maletas y nos fuimos. El viaje de retorno se me hizo largo y tortuoso, tanto que los únicos momentos en donde hallaba paz, era cuando Rosita acariciaba mis manos. En el aeropuerto me separé de mi amante, ella regresó a su casa y yo a la mía, el adiós fue tan frío que nos dijimos nos vemos y no hubo ningún beso. No sabía si April estaba ya en casa, pero me daba lo mismo, ya que si no la encontraba iba a tomar el coche e ir a buscarla en el hospital, además de asegurarme que no me ocultaba nada. 

Pero cuando llegué a casa, estaba el carro de Vanessa aparcado, por lo que comprendí que April ya se encontraba en casa. Apenas abrí la puerta, sentí un viento helado que envolvió mi cuerpo. No quise decir nada y solo caminé sigilosamente hasta mi cuarto, en donde noté una aglomeración de gente. Eran mis hijos y cuñadas que estaban rodeando a April, que estaba acostada en la cama. Ella cabizbajo le pidió que guardaran silencio, algo me llamó la atención. 

En mi torpeza, en vez de quedarme detrás del umbral, escuchando atentamente lo que decían, interrumpí, preguntando a qué debían guardar silencio. Todos me quedaron mirando con sorpresa, pero fue April la única que habló. –“De nada, solo creí haber escuchado algún ruido y eras tú”- señaló con el semblante sombrío y evitando mirarme a los ojos. Yo en vez de seguir interrogando, callé, me acerqué a ella con la intensión de querer besarla en la cabeza, pero no pude. 

Me limite a tocarle el cabello y luego cargué a Simón. No hubo ningún intercambio más de palabra entre nosotros y pesé a sentirme herido por su frialdad, no irme de la casa ni tampoco arrepentirme por interrumpir mi viaje y haber regresado a casa. Mis hijos me aseguraron que su madre no tenía nada grave, pero antes de que se fueran, Vanessa me abrazó y me murmuró que cuide de su madre. Me sentí extraño ante esas palabras, podrían significar muchas cosas, pero no supe cómo interpretarlas. 

Cuando la luna resplandeció con las estrellas en el cielo, mi mente ligeramente retrocedió a mi adolescencia. Isi tocaba su piano y yo desde mi cuarto la escuchaba. La melodía era angustiante y amarga, que mi corazón se agitó. Me perdí entre las notas, las cuales me hicieron imaginar una historia. Una de una pareja que pasaba por una crisis y el hombre se refugiaba en los brazos de otra. Era irónico, que estuviera viviendo lo mismo que me transmitió esa melodía hace 23 años. 

–“Sé que hay alguien en tu vida cambiándote y que robó tu corazón, Tom. Ya no es necesario que sigas mintiéndome u ocultándola, solo dime ¿quién es?”- escuché de pronto. Atónito y con el cuerpo entumecido, giré mi cuello para mirar a April. –“¿Dijiste algo?”- le pregunté, ella dándome la espalda, solo murmuró heladamente que no. Todo el barullo de este asunto me estaba enloqueciendo y ya no sabía hasta cuando, iba a mantener en secreto, mi adulterio.      
        
Ha pasado una semana desde aquel entonces y solo me he encontrado en dos ocasiones con mi amante, pero solo para charlar. En esa semana me cuestioné más de una vez, lo que realmente siento por esa chica y si mis sentimientos por April han cambiado. Igualmente, desconozco si mi esposa sabe algo sobre mi infidelidad, o tiene alguna leve sospecha, ya que muy precavido no he sido. Tras terminar de trabajar, tomé mi coche y decidí conducir hasta el departamento de Rosita. 

Al igual que los otros dos días en que me encontré con ella, andaba distraído, con muchas dudas más que ganas de hacerle el amor a esa chica que ha sido un verdadero consuelo. No podía evitar sentirme como una escoria, que estaba jugando con los sentimientos de una jovencita y aprovechándome de ella, mientras le mentía y traicionaba a mi mujer. Al llegar al piso en donde Rosita vive, golpeé la puerta y apenas di un par de toques, ella abrió. En su tierno y bello rostro percibí la felicidad por verme, sin darme tiempo, se me abalanzó y me besó.

Sus dulces labios carnosos me hicieron por unos segundos olvidar toda ese ajetreó que tenía en la cabeza. Al separarse de mí, me regaló su sonrisa coqueta, la que me dejó embelesado. Letargo del cual desperté, en el momento que ella me dijo: –“Eres malo cari, no me contestaste los mensajes, pensé que no ibas a venir hoy”-, otra vez me sentía abrumado y asqueado por no ser claro con ella. Todo empeoró, al ver sus ojitos destellantes, llenos de ilusiones falsas, por una aventura. 

–“¿Pasa algo amor?”- consulto, preocupada al notarme callado, inmóvil y extraño. –“No… Nada”- le mentí, con mucha facilidad. Mirando hacía el suelo, avance detrás de ella, mientras pensaba en algunas palabras que hicieran despertar a esa chavala. Que viera que yo me estaba aprovechando de ella, que solo la estaba usando como un objeto, uno sexual y de consuelo, debido a que mi mujer, apagó su chispa lujuriosa con la cual me satisfacía. 

Nos sentamos en la mesa, Rosita ya tenía lista la cena, la cual lucía espectacular y muy apetecible. No obstante, no tenía ganas de comer, tenía el estómago y tripas revueltas, con tanto lío interno. ¿Por qué ahora me cuestionaba todo? ¿Por qué no lo hice antes? ¿Tendría los cojones suficientes para romperle el corazón a esa chica?, fueron algunas de las interrogantes que se me cruzaron por la cabeza, mientras ella comía y hablaba de su día. Me limitaba a asistir con la cabeza, cada vez que decía algo, y para no parecer un mal agradecido, le di un par de bocados a la cena. 

–“No tienes mucho apetito hoy, ¿verdad?”- interpelo amablemente, –“No”- me limite a responder, moviendo mi cabeza de izquierda a derecha y sin mirarla a la cara. –“Hoy fue un día bastante agotador en el trabajo, al parecer”- afirmo ella, tratando de ocultar su enojo, por mi nula interacción con ella. –“Sí”- nuevamente contesté de manera escueta, quizás fue apropósito, para esperar que ella se mosqueada y me pidiera que me fuera, para así evitar la confrontación. Sin embargo, Rosita en vez de molestarse, empatizó conmigo y se sentó en mis piernas, levantando mi cara para que la observada a los ojos. 

–“¿Qué pasa amor? ¿Tienes algún lio familiar? ¿Volvió April tener una complicación de salud?, o tal vez, ¿alguien descubrió lo nuestro y temes que le vayan con el chisme a mi padre? Porque si es así, no te preocupes por mí, cariño”- murmuro. La fragancia que desprendía, sus labios carnosos y sus ojos penetrantes, me encandilaban. Su melena negra, su piel de chocolate y sus curvas de infarto, me levantaban el ánimo y me engatusaban, no tarde en tener el pene empinado. 

Sin decirle nada, la abracé y le di un morreo tan intenso, que parecía que le devoraba su boquita. Mis manos se paseaban torpemente por su espalda, buscando la cremallera de su vestido y así bajárselo. Ella en cambio, fue sacándome la chaqueta de mi traje, dejándola caer al suelo, para después soltarme el nudo de la corbata y desabotonarme la camisa. Los segundos pasaban y yo seguía sin encontrar su cierre, me sentía preso de su dulce lengua que se entrelazaba con la mía y me compartía su fogosa y pegajosa saliva. 

–“Amo, cuando me besas así de apasionado. Me haces sentir deseada y querida”- susurro, mordiéndome los labios. Rosita dejó la mitad de mi camisa sin desabotonar, porque prefirió desabrocharme el cinturón y liberar mi verga que estaba enrollada dentro de mis calzoncillos. Sin embargo, en esos segundos de calma, la imagen de April volvió a perturbarme, toda la calentura que tenía, se desvanecía, como el vapor. Sujetándole las manos, le pedí a Rosita que se detuviera, porque no estaba de ánimos.   

Rosita: Es broma, ¿verdad?  

Yo: No… No lo es, discúlpame. 

Le dije apartándome de ella. Sabía que le iba a causar dolor mi rechazo y la haría llorar, pero yo no me encontraba en condiciones para tener sexo con ella. Evite mirarle la cara, porque sentía que me agobiaría aún más de lo que ya estaba. Me sentía un monstruo, que se aprovechaba de una pobre chica que desesperadamente buscaba amor. Comencé a abotonarme la camisa, mientras oí ligeramente, como Rosita sollozaba a mi espalda. 

Yo: Rosita… No llores por favor. Tú no tienes la culpa de nada, joder. Soy yo, soy yo el puto problema, no sé por qué pero tengo la cabeza hecha un lío. 

Expresé casi desesperado y dejando de abotonarme la camisa, para llevar mis manos a la cabeza. Esperaba algún cuestionamiento de esa chica, algún reproche, que me insultara y me dijera que lo nuestro se había acabado. No obstante, en lugar de eso, Rosita me abrazó, lo que me hizo sentir peor y a la vez feliz. Feliz porque con ese gesto ella me mostraba que me amaba incondicionalmente, pero yo no me merecía su amor, solo era un capullo, un idiota, que estaba jugando con sus sentimientos, debía detenerla. 

Yo: Rosita, yo… 

Rosita: Ssshhh… No digas nada, amor. Solo respira y piensa, tomate tu tiempo y luego dispara lo que tengas que decir. 

Otra vez, ella demostraba ser más madura y adulta que yo. Durante esos minutos de silencio, me preguntaba ¿qué era lo correcto y no?, ¿qué debía hacer?, ¿a quién elegir?, como una lluvia de meteoros, fui viendo enfrente mío los momentos que había compartido tanto con esa morochita como mi esposa. No pude contener más las lágrimas y rompí en llanto, Rosita pudo haber sacado ventaja en ese momento que estaba quebrado y confuso, pero no lo hizo, se quedó callada abrazándome. 

Cuando terminé de desahogarme, ella sin soltarme comenzó a murmurar: –“Te juro que lo intenté”- fueron sus primeras declaraciones, –“Intenté no enamorarme de ti, de dejar este romance, cuando aún podía. Sin embargo, me acostumbré a verte todos los días, a compartir mi vida contigo, a besarte y dejar que me hagas tuya”- añadió, con la voz temblorosa. –“Me acostumbre a este amor de horas ocultas, a tus caricias y tus mimos. Ningún hombre, me había hecho sentir tantas emociones y sentimientos, a la vez, pero entiendo que esto se acabó”- concluyo. 

Pensé que al oír esas palabras, iba a sentirme aliviado, pero fue todo lo contrario. Me sentí ofuscado, porque no quería que mi amorío con ella terminara de esa manera. Estúpido y engreído, me volteé, para abrazarla y besarla como un loco. Sin darle tiempo para que reaccione o me diga algo que me detuviera, la cargue y la lleve hasta su cama, en donde ya habíamos escrito, mil horas de nuestro amor. Le baje la cremallera de su vestido y se lo arrebaté, para luego cubrirle su sedoso cuerpo a besos.       

Su coñito estaba empapado e hinchado, con solo tocarlo con mis yemas, ella se estremeció, soltando un bramido hipnótico. Mi deseo por ella se hizo infinito y mis cuestionamiento se fueron disipando. –“Nada de esto, ha sido un error”- me dije silenciosamente, dando una lamida por todo el largor de su vulva y terminando de desabrocharme el cinturón. –“¡Ooohh Diooooss!”- se quejó ella, arqueando su espalda y empuñando sus manos en mi pelo, mientras yo me deshacía de mi camisa y pantalón.  

Ya desnudo, dejé de comerle el coñito y regresé a sus labios gruesos en donde me sumergí en un denso y ferviente beso. Mis manos tocaban con ternura la ardiente figura de Rosita, y mi verga se perfilaba para embestirla. Ella tomando mi tronco, lo guío hasta la entrada de su vagina, dejándome a mí la decisión de si seguir o dejar todo ahí. Era absurdo en ese momento pensar que no concluiría con lo que había iniciado, sin embargo, entendía que ella tuviera dudas. 

Mi glande con solo sobarse en su rajita, quedó cubierto con sus juguitos. Sentí cómo esos labios se abrieron para envolver la punta de mi tranca. La desesperación se apoderaba de mí, en esos segundos en los que me acomodaba para hacerla mía. Mis labios se despegaron de los de ella, justo cuando mi polla se zambulló dentro de su cálido y acogedor coñito. –“¡¡Aaahh, síiii… Papitoooo!!… ¡¡Hazme tuya!!”- expreso agitada, al ir recibiendo cada pulgada de mi mástil dentro de ella.       

Estimulado por su deseo y el mío, fui embistiendo con fuerza. Notaba como mi verga se sentía tan cómoda dentro de esa cuevita, que apretaba lo justo y necesario. Mis manos estrujaban las enormes tetas morochas de Rosita, que danzaban con cada arremetida que daba y mi boca exploraba su cuello y oreja. –“Te amo, Rosita. Te amo mucho”- le murmuré, sin pensar en el significado de la palabra. Ella rodeando mi cuello con sus delgados brazos, me contestó –“Yo también te amo, Tomás”-  

Embriagado en lujuria, continué diciéndole que la amaba, mientras aumentaba el ritmo de mis arremetidas. Nuestros cuerpos se retorcían de placer y nuestros aullidos se tomaron toda la habitación. La hice ronronear por unos largos minutos, en donde llegó al orgasmo y quedó totalmente satisfecha. Tras correrme dentro de ella, me quedé unos minutos encima, besando y mordiendo su piel. Cuando quise levantarme para irme a mi casa, ella me detuvo, me dijo que no me fuera y que solo por esa noche, me quedara a su lado. 

Sonreí y la complací, quedándome a dormir esa noche junto a ella, en donde lo hicimos una vez más. Terminamos sudados y con una sonrisa entre nuestros labios, ella se puso encima de mí y dejó su cabeza apoyada en mi pecho. La abracé y me quedé dormido, dándole un beso en su cabeza. Mi celular tempranamente comenzó a sonar, por lo que me despertó. Tomé una duche, sin arrepentimiento alguno de lo que había hecho, luego de vestirme, me puse a hacer el desayuno.     

Había olvidado lo que era cocinarle a alguien con cariño. Rosita salió de su habitación, cubriendo su preciosa silueta con una bata. Me acerque a ella y le di un beso, –“Buenos días, amor. Te hice el desayuno”- le dije, viendo como sus ojitos brillaban de ilusión. –“Gracias. Aunque no tenías que molestarte, porque sabes muy bien lo que me gustaría desayunar”- contesto con una sonrisa coqueta y tocando con sus dedos mi verga que se mantenía flácida. 

–“Joder, no te bastó con lo que hicimos anoche”- le respondí, dándole otro beso, esta vez más largo y apasionado. –“Claro que me basto, pero me encanta comértela”- afirmo, pasando su lengua entre sus candentes labios carnoso. –“Me gustaría darte tu desayuno cariño, pero me tengo que ir al trabajo”- le dije, dándole otro beso. –“Sin embargo, en la noche podrás comerte mi verga, todo lo que quieras”- agregué, sintiendo cómo mi polla se levantaba. 

–“¿En la noche?”- pregunto ella ingenuamente, –“Sí, en la noche. Planeo quedarme hoy contigo también”- le conteste. Si antes sus ojos habían brillado, en ese instante eran dos perlas iluminadas, su sonrisa se hizo enorme. –“¿Hablas en serio?”- dijo, queriendo no entusiasmarse más de lo debido. –“Claro, no voy a mentirte con algo así cariño”- apenas terminé de decir eso, sus labios se pegaron en los míos. Por muy poco, estuve por faltar al trabajo y quedarme junto a ella. 

Rosita me acomodó la corbata y luego nos despedimos con un corto y tierno beso. Recién cuando me subí al coche, me di cuenta que mi celular le quedaba poca batería. Pensé en cargarlo en el trabajo. Mientras conducía, iba planeando lo que podía hacer esa noche junto con mi querida y joven amante, pero esos pensamientos serían interrumpidos, cuando paré en una luz roja y desvíe mi mirada hacia la izquierda, apreciando cómo April se subía a un carro con un desconocido.  

–“¿Qué coño?”- murmuré, ¿qué hacía April a esas horas con un hombre? Fue lo que rondó por mi cabeza. Desviándome de mi camino, me aparqué en un sector, para ver lo que estaban haciendo dentro del coche. No los veía con claridad, pero daba la impresión que estaban hablando, –“¿April pasó la noche con ese tipo?”- me pregunté en voz alta, mientras una rabia se apoderaba de mí. No soportaba la idea de que April estuviera engañándome, con ese tipo. 

Él parecía ser más alto que mí, más corpulento y su piel era negra. De que él estuviera detrás de mi esposa, no me hubiera sorprendido, sin embargo, que ella haya caído a sus manos, era lo que más me descojonaba e irritaba. Finalmente se puso en marcha y yo lo seguí, quería ver hacía donde se dirigían, mientras más avanzaba, me iba dando cuenta que iban camino a casa. Pensé que él iba solamente a dejar a April, por lo que dudé si seguir o no. No obstante, decidí continuar, porque quería interrogar a mi esposa, saber la identidad de ese sujeto. 

Cuando llegaron a la casa, él se bajó y fue abrirle la puerta a April, ella se apoyó en su brazo, como si necesitaba hacerlo, porque no tenía fuerzas para caminar o lo hizo porque quería. –“Si mi esposo descubre esto, lo va a destruir”- alcancé a oír, antes de que el perro del vecino comenzara a ladrarme. Ya no sabía que pensar, tenía un mar de dudas que me frustraban, quería saber por qué ella estaba tan pegada a él, por qué no le decía nada, cuando descaradamente le tocaba la cintura, quería oír lo que estaban hablando, quería descubrir el secreto de mi esposa.  

Sentía un fuerte dolor en el pecho, como si con un puñal me estuvieran desgarrando. Por el solo hecho de pensar que April, llevaba a ese hombre a nuestra cama. Pero, ¿por qué me afectaba tanto? ¿Acaso yo no hacía lo mismo con Rosita?, por lo que era hipócrita de mi parte, sentir rabia y tristeza de que April estuviera haciendo lo mismo. ¿Lo mismo? ¿En verdad estaba haciendo lo mismo o solo eran ideas erróneas mías? Tenía que averiguar todo de una vez, aun si me terminar resultando doloroso. 

Me baje del coche y dando un largo suspiro, me llené de valor para entrar a la casa. Traté de ser lo más sigiloso posible y no dar indicio de mi presencia. Abriendo la puerta, sentí cómo el aire se hizo más denso, mis manos no dejaban de temblar, al igual que mis piernas. Se me hizo un nudo en el estómago y comencé a notar mis pies más pesados. Quería irme sin más, sin embargo, no sabría qué tipo de relación tenía April con ese hombre, sino me atrevía a avanzar. 

Nuevamente solté un suspiro para tener algo de calma, sin pensar mucho, recorrí el primer piso, sin encontrar señal de ellos. Mis temores comenzaban a confirmarse, lo que me agitaba y exasperaba todavía más. Subiendo las escaleras, en mi cabeza fueron apareciendo imágenes de April besándose con ese tipo, lo que me destrozaba totalmente. Al llegar al segundo piso, miré hacía mi dormitorio, el pasillo me pareció enorme e interminable, pero cuando me dirigí hacía allá, solo bastaron un par de pasos. 

En frente de la puerta, escuchaba unos murmullos, quería girar la perilla y al mismo tiempo no. Las dudas, el miedo y la cobardía se mezclaban dentro de mí, ni siquiera sabía que lo que estaba haciendo, era correcto o no. Lo único en lo que estaba seguro era que la imagen con la que me encontraría iba a romperme. Cerré los ojos, suspiré otra vez y abrí la puerta, para enfrentarme a la realidad y descubrir el secreto de mi esposa. De mis ojos, brotaron lágrimas y mi corazón se hizo pedazo, al verla desnuda con ese tipo. 

–“No… No es verdad…”- me dije, negando a lo que mis ojos contemplaba, –“Ella no me haría esto”- me consolé, mientras era testigo, cómo April le hacía una cubana a ese sujeto. Ella parecía disfrutarlo, de tener una polla que no era la mía entre sus hermosos senos, ya que, se mordía los labios y pasaba su lengua alrededor de ellos. Quería decir algo, detenerla, pero las palabras no me salían, ni siquiera un quejido para que ella se diera cuenta de mi presencia. 

Todo se quedó en negro, porque en verdad, todavía tenía mi mano en la perilla y no tuve las agallas de abrir la puerta. Entonces escuche unos pasos aproximándose, así que con rapidez me escondí en la habitación de Simón. Sin poder ver lo qué pasaba, me quedé quieto escuchando los pasos de alguien, supuse que era ese tipo, porque tantos años junto a April, ya era capaz de reconocer el sonido de sus tacones. No tuve duda de que era él, porque cuando terminó de bajar las escaleras, se fue directo a la salida. 

Salí del cuarto de mi hijo menor, justo cuando escuchaba que ese tipo hacía andar su carro. Sentí un pequeño alivio de que April no me estaba siendo infiel, pero ¿cuál era su secreto?, ¿qué era lo que tanto temía revelarme?, me interpelé, quedando nuevamente frente la puerta de nuestra alcoba. Esta vez, no tuve miedo de abrirla, ella se encontraba acostada en la cama, durmiendo profundamente. Me acerqué con una sonrisa en mi rostro, al verla tan tranquila descansando. 

Quería acariciarle su bella cara y darle un beso, no obstante, los remordimientos y la culpabilidad de que yo era el único infiel de los dos, empezaron a agobiarme. Me sentí podrido y que no me merecía a esa mujer tan hermosa, tampoco a Rosita, porque estaba solo jugando con ella. Pues en esos minutos, me quedó claro, que mi amor por April no se había ido y que en realidad me dolía verla con otro y era incapaz de dejarla. Me iba a sentar en la cama, para pensar cómo pedirle perdón a ambas, cuando veo en el mueble de ella unos papeles.   
 
Los tomé meramente por curiosidad y querer alargar esos minutos de caos que tenía en mi interior. Quedé asombrado al darme cuenta que uno de ellos era una ecografía, en ella se podía ver a dos criaturas, que se estaban desarrollando. Entonces mi cabeza hizo bum, por lo ciego que fui. April estaba embarazada de gemelos, eso explicaba muchas cosas como su cambio, sin embargo, de la felicidad de esa noticia, pasé a la amargura, al ver en la siguiente hoja, lo más terrible que podía descubrir. 

–“No… No, no, no, no…”- repetí en voz baja una y otra vez. Quería que lo que estaba leyendo fuese una ilusión, una pesadilla, como cuando había imaginado hace unos minutos a April siéndome infiel. No quería aceptar lo que estaba leyendo, no podía ser real, debía ser una broma de mal gusto, era imposible que ella… Que ella… Así que ese era su secreto, por eso no quería contármelo… No quería decirme que tenía cáncer. 
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