Orgasmo diabólico.

Me despierto sintiendo dos pares de dedos que me van abriendo de lado a lado cada nalga. Quedando mi hoyito al interperie. Indefenso. Expuesto a lo que quieran hacerme. De pronto, una lengua se posa para caminar en el espacio que quedó. Lo atraviesa de norte a sur. Húmedo. Mis manos estaban atadas a la cabecera de la cama. Mis pies también.
Otros dos dedos, aparte de los que sostenían mis cachetitos, se disponen a adentrarse en mis cavernas anales, acompañado de la lengua sabrosa que ya se adueñó de mí. Mojados también, me penetran de forma abrupta. Son la razón de que grite de placer. Mi pija se empezaba a excitar. Se ayudaban mutuamente.
A mi mente se me vino la loca idea de que podría ser una forma de agradecimiento por lo que le hice yo, la noche anterior. No cualquiera te despierta chupándote la verga, amor. No cualquiera se lleva todo eso hasta la garganta y más allá, solo para hacerte estallar de amor. No cualquiera tiene la osadía de no pedirte nada a cambio de tamaño favor. De más está decir, que no lo hice para que me la devuelva. Todo lo contrario. Es una adicción incurable que tengo.
No paró de comerme el ojete, una y otra vez. Con tal desesperación, que parecía querer adentrarse en mi ano. Ya parecía un perro tomando agua. Le sentía la nariz haciéndome cosquillitas ahí. Sacudía la cabeza de forma violenta. A los costados, a veces. Otras, de arriba a abajo. La cosa era llevarme hacia donde mi mente no va.
De pronto, siento gotitas que se escurren hacia mi trasero. No sé si fue saliva, mi transpiración, SU transpiración, no sé. Quería que sea cualquier cosa, menos semen. Todavía quería volar más alto. Para mi suerte, no era lechita. Eso lo sé porque todavía estaba excitado. Lo sentía en las venas que apoyaba sobre mi cuerpo. Todavía le latía con ansiedad. Su respiración era muy agitada también. Además, no se sentía viscosa. La cosa, es que le permitió empaparme cada vez más.
Tras esto, se apartó de encima mío. Apoyó sus dos brazos fuertes y musculosos a mis costados. Todo era tranquilidad, hasta que (sin previo aviso), un buen pedazo de carne cabezón, colorado, gordo, enorme, me perfora el orto hasta el fondo. Mis ojos se abren. Se dilatan mis pupilas (y no fue lo único dilatado). Grito de gozo y sufrimiento. Mordí las sábanas.
Tenía tanta fuerza que, cada vez que se movía, mi cuerpo (por pura inercia), lo hacía también. Estaba a su total y completa merced. Sus bolas golpeándome. Puro deleite. Mi llanto era de alegría. Solo me daba tristeza sentir cómo la sacaba. La extrañaba en esos microsegundos. Ya no se sentía humano. Parecía más un ente maquiavélico, diseñado para darme dicha.
Su sudor caía sobre mí, ya que estaba encima mío, literalmente. Como estaba tan cerca de mi rostro, aprovechaba para encenderme más con unos cuantos besos juguetones. Una estocada final con su sable de carne le bastó para poder tomar impulso y poder ponerse de rodillas. Estando en una postura de casi estar en 4 patitas, continúa garchándome.
No sé cómo hacía, pero cada vergazo que me metía, llegaba hasta el fondo de mi upite. Tan solo sus huevos gordos quedaban fuera. Presentía que arremetía contra mí hasta que su chota quede con el glande totalmente descubierto de su prepucio en mis interiores. Era el ancho de espadas para cogerme salvajemente. Te repito, parecía una bestia embravecida.
Sus manos, como garras, me arañaban el cutis de mis glúteos. Me las dejó marcada a fuego. Sonaban como el estallido de la lujuria o la perversión... o ambas. Era la lascivia misma que me llamaba. Una sonrisa se dibujó en mi rostro inconscientemente. Lo estaba pasando muy bien. No solo eso, rogaba más. Nunca era suficiente para mí.
Mi culo ardía, no solo por el chasquido que se producía por sus manos. Sino, también, porque me culeaba de una manera muy animal. Me tuvo así un buen rato. Acabé y él continuaba dándome bien duro. Mis ojos hinchados por tanto llorar. Mi recto abierto, palpitante, rojo fuego, clamaba a que pare de serruchármelo. Atendió a mi reclamo con mucha piedad.
La sacó, se bajó de la cama, se acercó a mi rostro y, como si se tratase de una burla, o de un millonario que arroja sus migajas tras atragantarse de su banquete favorito, sacude su pingo de forma cuasi enérgica, para arrojarme toda su leche caliente. Yo, con mucha gratitud, recibo el néctar que su aguijón gigante podía contener. Me adormezco lentamente.
Cuando vuelvo en mí, al otro día, me percato despacito de que todo (¡QUIZÁS!) fue un sueño húmedo. Estaba totalmente desnudo, sí. Era raro, sí. Pero, al menos, aún no tengo el orto tan roto. No me sangraba. Había semen al costado de mi cama, donde iría mi pene apoyado. Es que, se sentía tan real, que no podía creer que no lo fuera. Mis manos y mis pies no estaban atados. Atónito.

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