El gran amor de las vergas

El gran amor de las vergas


EL GRAN AMOR DE LA VERGA


Todo hombre desea una mujer como Josefina para el disfrute de su verga. Una mujer suculenta, de formas rebosantes de belleza, excesivas, que hinchen insoportablemente la verga, que casi estalle de tanta excitación.

Y no se requiere gran cosa para tenerla. Es cuestión de pura suerte. Suerte como la de Alberto, muchacho mediocre, semitonto, que creció en el mismo vecindario de mala muerte que Josefina. Se hicieron amigos desde niños. Siempre jugaban juntos. hicieron juntos la primaria. Luego, Alberto comenzó de ayudante en un taller mecánico, mientras Josefina estudiaba la prepa y luego secretaria ejecutiva. Desde adolescente fueron novios.


Josefina fue poniéndose frondosa, muy buena, demasiado buena. Sus formas estallaban de belleza. Y las vergas de los chicos, los mayores y los viejos que la veían se inflamaban de deseo. Pero si alguien se acercaba, al instante Alberto se interponía, dispuesto a los putazos por proteger a Josefina de los deseos libidinosos de los extraños. Ella era de él. Y Josefina lo sabía y lo aceptaba.


Conforme crecieron, Josefina le dio acceso a sus encantos en el porche semioscuro de su casa. Alberto se restregaba con furia contra ella para desfogarse. Ello lo dejaba. Así fue desde los catorce hasta los dieciseis años. Después él comenzo a llevarla a un motelito con un carro que sacaba del taller. En un cuartucho de hotel realizaban sus deseos de hombre y de mujer. Pero Josefina no quería empanzonarse sin casarse ni casarse hasta que Alberto tuviera su propio taller, lo que iba más bien para largo. 


Por eso ella, deseosa de sentir dentro de sí a su hombre, el día de su decimosexto cumpleaños le dio a Alberto libre acceso a su ano, que hasta entonces Alberto solo había dedeado. Nunca antes Alberto había sido tan feliz como en ese inaugural momento en que la punta de su miembro venció la resistencia del ano de su amada y entró trinfante en aquel reino que si Dios quería sería solo suyo.


Josefina gozaba como marrana, resoplando del esfuerzo de aguantar dentro de sí tanta carne, porque Alberto estaba muy bien armado. Resoplaba al tiempo que musitaba, como si rezara una oración "más, más, querido". Aquellas palabras llenaban el corazón y el espíritu de Alberto y enardecían su cuerpo y su vara. La metía y sacaba con deleite una y otra vez. Le decía a Josefina "aprietate, mi alma, exprimela más fuerte". Su bella amada fruncia el trasero para estrangular con más fuerza la verga de Alberto. La punta de la verga de Alberto, al llegar al fondo del tunel anal se hundía entre los excrementos de Josefina y los batía. Aquel toque lo sentía Alberto como un beso de Dios en la punta de su miembro.


Finalmente estalló y virtió sus fluidos vitales, aquella tromba de atole blanco que inundo los intestinos de Josefina, que convulsionó de placer al sentirse invadida por aquella fuerte chorrada que discurría dentro de su vientre y que, por su demasía, se escurría parcialmente de su ano, a pesar de tener la carne de Alberto gruesamente insertada en toda la amplitud de su ano.


Un cuerpo como el de Josefina, tan exuberante, enloquece a cualquiera. A todo estaba dispuesto Alberto por ella. Pero otros tambien. Un día recibió un balazo. Otro galán sentía con igual fuerza las ganas de disfrutas aquellas carnes que a todas las vergas excitaba. ¿Quien fue? Nadie podía imaginarlo siquiera. Eran legión los que anhelaban hundir su hombría entre las espesas nalgas que ostentaba Josefina, gordibuena excelsa, bella en todo: gruesas y bien torneadas pierna, inmensos globos de amor, rostro de hermoso de marrana putona y culazo lleno de manteca que le daba una forma irresitible para la libido masculina.


¡Ah, Josefina, todo los hombres te desean! Pasarás por la verga de muchos antes que tu belleza decaiga y desaparezca. Aquí seguiremos los pasos de tu vida para consignar cómo con tu carne muchas vergas fueron satisfechas.



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