Amor entre rejas

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AMOR ENTRE REJAS


No todas las personas que llegan a una correccional lo hacen porque solo son malas, delincuentes, pendencieros, traficantes, no, no al menos en mi caso.
A algunas solo nos toca estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, es cierto, la muerte de mi marido había sido premeditada fríamente, no puedo excusarme por eso, pero nadie vivió lo que tuve que vivir, ser una mujer golpeada y abusada solo te hace desaparecer del planeta, te hace invisible a la sociedad, poco a poco, primero quiebra tu cuerpo, luego quiebra tu alma.
El novio dulce y comprensivo del que me había enamorado en mi adolescencia en un abrir y cerrar de ojos se había transformado en un monstruo sádico, debía haber cerrado la historia esa primera vez que me dio una fuerte cachetada, pero solo lo perdoné esperando que cambiara, pero nunca cambió.
Félix solo comenzó a golpearme por cualquier motivo, una vez me fisuró las costillas y en otra casi pierdo un ojo, siempre terminábamos en algún hospitalucho donde tenía que meter alguna excusa de un tonto golpe casero, que me había caído, que era por torpe y si bien más de un médico había notado mis mentiras, solo lo dejaron pasar.

Esa era mi vida, las denuncias policiales caían en saco roto y cada vez que él se enteraba solo recibía una terrible paliza que me dejaba de cama, llegaron las amenazas que me paralizaban, me decía que 'no volvería a ver la luz del sol y que me comerían los gusanos' y sentí cada vez más cerca al momento de mi muerte, porque era solo cuestión de tiempo, tarde o temprano lo haría.
Sabía que era él o era yo, tenía apenas veintitrés, él pasaba los treinta, esa noche había llegado perdidamente borracho, poseído, me hizo el amor a la fuerza, o sea, me violó, a esa altura de mi relación era completamente sumisa y resistía todo lo que él me hacía, luego se echó de lado y empezó a roncar.
Nunca olvidaré ese momento, me levente, lo rocié con alcohol y solo le dejé caer un fósforo encendido, estaba tan alcoholizado que mucho no pudo resistirse
Sus alaridos perdidos me supieron a música en mis oídos y el olor de su carne asándose lentamente me supo al más exquisito manjar, maldito, que arda en el infierno.

Yo no entendía mucho en esos días, la fiscalía pedía cadena perpetua, yo había actuado con frialdad, en forma premeditada y con alevosía, el abogado que el estado me había asignado clamaba por mi libertad inmediata, yo solo había sido la víctima y había sido solo una reacción natural por sobrevivir.
Después de dos años tras las rejas de la comisaría local, de apelaciones, de idas y venidas, la sentencia quedó firme, doce años de condena con ejecución inmediata.
El abogado me dijo:

Es lo mejor que pudimos hacer, las cosas estaban difíciles, pero bueno, ya cumpliste dos, vas por el tercero y en unos años pedimos tu libertad por buena conducta, asumiendo que te vas a portar bien.

Me trasladaron a la penitenciaría local de mujeres, y pronto entendería que había salido de un infierno para meterme a otro, me juré no discutir con nadie, no establecer pleitos, sola, yo sola, si problemas, con la fe de que en unos años toda la pesadilla terminaría. La realidad sería diferente, malas mujeres, drogadictas, transeras, prostitutas, asesinas, locas, pandilleras, con bandas internas y disputas de poder, celadoras cómplices, todo era una mierda.
Además, yo era jovencita, bonita y tenía una figura privilegiada, muchas tetas, mucho culo, pelirroja, un rostro llamativo, levanté envidia inmediata y llegaron las amenazas por 'cortarme el bonito rostro', me apodaron 'la nenita' en una forma peyorativa, era solo cuestión de tiempo para que terminara violada por las mismas reclusas, acuchillada, o metida en peleas interminables que solo harían prolongar mi sentencia.

María Marta sería el haz de luz en toda la oscuridad, una casual compañera de celda, pisaba los sesenta años, gorda en demasía, no podía con su propio peso, no hablaba con nadie, y generalmente estaba leyendo novelas en su cama, ella fue testigo de lo que estaba sucediendo.
Una mañana, leía una de sus historias, mordiendo un palillo en su boca, sin levantar la vista tiró al aire

Hay una salida a este pozo de mierda, el pabellón de las evangelistas, dicen que ahí se la pasa mejor, las que fueron no volvieron por acá


Amor entre rejas


Ella seguía leyendo, sabiendo que había captado mi atención, solo respondí sin dirigirle la mirada

Evangelista, ja! para creer en Dios y toda esa mierda, en mi vida justamente Dios no me ha ayudado demasiado...

Y cuanto vas a sobrevivir acá? 'nenita' - agregó en un tono despectivo

Solo unos años, me portaré bien y ya, eso me dijo mi abogado

María Marta cerró el libro de golpe y me miró directo a los ojos

Tenía tu edad cuando maté al abusador de mi padre, y tenía tus mismos pensamientos, pero esta mierda poco a poco se cuela en tus huesos, te asfixia, te infecta, te hace parte y cuando te das cuenta es tarde. Tarde o temprano vas a caer, es inevitable, y con ello se irá tu buena conducta, y los años se multiplicarán.

Solo la miraba en silencio, ella prosiguió

Mirame a mí, soy tu espejo del futuro, poco a poco tus familiares, tus amigos, todos se irán olvidando de ti, te quedarás sola y en años esta cloaca será lo único que tendrás, y te acostumbrarás de tal manera que tendrás miedo de salir, temerás a la libertad, a ver el sol, y solo querrás quedarte acá, cada día, hasta que la parca venga por ti

María Marta se recostó en la litera, abrió su libro, continuó leyendo y se olvidó de la conversación.
Esa noche no pegue un ojo, era cierto, no duraría mucho sin complicarme la vida.

En breve todo cambiaría, María Marta, el ángel guardián que me había tocado en suerte, después de tantos años ahí dentro, tenía algunos contactos con las guardias y favores con favores se pagan, la despedí con suma gratitud y me encaminé al pabellón de evangelistas, solo tendría que fingir una fe que no tenía, y las cosas solo no podían ir peor.

Y no era el paraíso, pero realmente era otra cosa, el lugar al menos estaba aseado, la comida era mejor, y se respiraba otro clima, con 'el Señor' de por medio todo estaba bien.
Las celdas eran pequeñas, solo dos camas bastante incómodas, así conocería a Mariela Quintana, mi nueva compañera en mi nueva aventura.
Mariela era delgadita, con patitas flacas, y poco busto, de cabellos renegridos, con unos hermosos y envidiables ojos celestes, un tanto narigona, simpática y de mucho charlar. Recuerdo que ella se quedó mirándome por largo tiempo, no había muchas pelirrojas, somos una rara minoría, y como soy tirando a gordita, con muchas tetas y mucho culo, estaba el otro extremo de apariencias físicas.

Y nos hicimos amigas, cómplices, ella, al igual que yo, solo había tomado la oportunidad para pasarla mejor, y compartimos nuestras penurias pasadas y nos vimos en un futuro lejano, lejos de los barrotes.
Pasamos un primer año de compañeras, yo me había propuesto terminar ahí dentro mis estudios secundarios y al mismo aprender un oficio, me gustaba cocinar y pasaba horas en la cocina, empecé a ser feliz a pesar de todo. Mariela, por su lado perfeccionaba sus técnicas de dibujo, le encantaba dibujar y era muy buena en eso, decía que cuando saliera del hoyo se ganaría la vida haciendo historietas para alguna revista.
Y algunas cosas se dieron naturalmente, no había hombres en nuestras vidas, tampoco los queríamos, al menos yo, mi experiencia con mi ex, Félix, había sido tan traumática que solo imaginar que un hombre me acariciara me provocaba escalofríos. Pero una persona no puede vivir sin sexo, la sexualidad es parte de la naturaleza humana, como comer, como respirar, y lo cierto es que 'las patitas flacas' me sacaba algunas sonrisas pícaras.

Fuimos cómplices, más en esos días que nos tocaban las reuniones 'para alabar al Señor' y todo se hacía más llevadero a su lado, nos mirábamos, nos reíamos, y ambas estábamos desconectadas de la realidad en esos momentos.

Casi al tercer año de compartir celda con ella sucedería la magia, era hora de las duchas, como cada día, y ella estaba en la contigua a la mía, una treintena de mujeres desnudas, algunas lavando sus cabellos, otras sus cuerpos, otras ya secándose, algunas llegando, algunas terminando, cada una en su mundo, pero Mariela estaba diferente ese día, me miraba de una manera que me inquietaba, me daba nervios, con un brillo especial en sus ojos, hasta que disparó

Qué hermosas tetas que tenes! sabías? siempre te las envidié! me encantan!


lesbico


Me hizo ruborizar, sabía que alguna vez me diría algo así, ya había notado como me miraba, pero unca me imaginé que fuera así, en ese sitio público, con naturalidad, donde todas podían oír. Le susurré a baja voz que se callara, solo no podía insinuar esas cosas a viva voz, 'el Señor todopoderoso' no lo hubiera permitido, y cualquier sospecha nos hubiera arrojado a ambas al otro lado nuevamente, al hoyo al que no queríamos volver

No importa - dijo ahora tomando los recaudos para que solo yo escuchara - sos hermosa, sabelo!

Sin dudas Mariela se había transformado en alguien especial para mí, su mirada me hacía vibrar, solo no podía tolerarlo y esos halagos bajo la tibia lluvia de la ducha me supieron muy calientes.
Cenamos, casi en silencio, con miradas que decían más que palabras y pronto llegó la hora de encerrarnos nuevamente, ninguna dijo nada, cada una fue a su cama.
Solo no podía dormir, por la pequeña ventanita cruzada por gruesos barrotes entraba una luz azulina muy pura, alcanzaba a ver de reojo una enorme luna llena que brillaba como pocas veces la había visto brillar.
Observé a Mariela, estaba de lado, me daba la espalda y sin saber el motivo me sentí toda mojada, mis pezones estaban duros y mis mejillas parecían hervir.

Entonces me desnudé en silencio, me bajé de mi cama y fui a la suya, me colé entre sus sábanas, la abracé, apoyé mis tetas en su espalda desnuda y pasé mi mano hacia delante, para acariciar las suyas, besé su cuello, ella susurró

Pensé que nunca lo harías...

Ella giró hacia mi lado, quedamos frente a frente, nos besamos profundamente, con pasión esos besos que duelen en los labios y te cortan la respiración, mis manos recorrieron su delgado cuerpo y ella me abrazó con fuerza, buscando acariciar sus pechos contra los míos, sentí sus pezones duros rozar mi piel, fue muy rico, ella besó entonces mi cuello, respiré con cadencia, bajó un poco más y otro poco, llegó a mis pechos y me los lamió con una dulzura que jamás me lo habían lamido, uno, el otro, su lengua ensalivada recorría mis pezones y yo solo no podía, sentía pequeños orgasmos aflorar de mi cuerpo, y me mordía los labios para acallar mis suspiros. Una mano se coló por mi vientre, pasó por mi ombligo y fue entre mis piernas, me abrí toda en deseo y estaba al borde del abismo.

Pero aún no lo quería, era demasiado pronto, salí de ese lugar en el que estaba, como un boxeador acorralado contra las cuerdas, porque me estaba perdiendo, entonces fui entre sus piernas y le saqué la tanga, era lo único que impedía que ambas estuviésemos completamente desnudas, su ropa interior se pegoteó entre mis dedos, sus flujos habían hecho un caliente y excitante desastre
Me acomodé sobre ella, invertida, para enterrarle mi sexo en su cara y al mismo tiempo hundirme en el suyo, nunca lo había hecho, pero soy mujer y tengo en mi cerebro un mapa perfecto del placer de los secretos femeninos.
Empecé a lamerla, estaba por demás mojada, su sabor me pareció exquisito, acaricié sus labios, su clítoris, metí los dedos en su hueco y solo deseaba darle placer.
El problema fue que al otro extremo ella hacía lo mismo conmigo, como una sopapa estaba pegada a mi clítoris chupando y chupando, sus afiladas uñas parecían lastimar mis nalgas y fue una guerra psicológica entre dar y recibir placer.

Solo seguí en mi trabajo, pero me sentí venir antes, no pude contenerlo, respiré con fuerza y apagué mis gemidos apretando mis labios contra los vellos de su pubis, fue precioso. Solo cuando me había arrancado todo el placer, Mariela pareció relajarse y fue su turno, y solo seguí hasta hacerla venir en mi boca.

Me tiré a un lado, estaba exhausta, ella vino a besarme, una vez, otra vez, y volvió a encender el fuego, me abrió las piernas para cruzar las suyas contra las mías, empezó a refregar su vulva contra la mía, sus gemidos se fundieron con los míos, sus jugos se mezclaban con los míos. Estaba entregada, recostada en su lecho, ella en un plano superior, erguida, con el control de la situación, yo solo la dejaba hacer, la luz de la luna bañaba los contornos de su huesuda silueta, marcando las pequeñas curvas de sus pechos y regalándome su rostro perdido en placer.
Llegamos nuevamente, juntas, algo nuevo estaba floreciendo en mí.

Mariela sugirió que durmiéramos juntas, pero teníamos que ser cautas, discretas, solo era un amor prohibido en un sitio prohibido.
A la mañana siguiente, nuestras sonrisas iluminaban la escueta celda de una manera diferente, antes de desayunar, Mariela se paró a mis espaldas, yo estaba sentada y solo empezó a peinar mis largos cabellos pelirrojos, se tomó un tiempo para hacer una hermosa trenza con ellos, a mi espalda, me miró y me dijo

Sabes, creo que te queda muy bonito, me gusta cómo se realza tu rostro

Acaricié su mano y respondí

Sabes, creo que me estoy enamorando...

Llegarían días muy felices, amor a escondidas, terminaría mis estudios, era una experta cocinera, Mariela dibujaba increíble, y empezó a retratarme en situaciones sugerentes, siempre con mi cabello trenzado como a ella le gustaba, a veces mis bocetos eran reales, otros solo imaginarios, pero me encantaban sus obsequios, los acomodaba uno a uno bajo el colchón de mi cama, donde nadie podría encontrarlos.


Amor


Llegando a los treinta estábamos, con nuestro amor de mujeres consumado, pensábamos en el fin de nuestros días en ese agujero, todo iba de maravillas, y nada parecía interponerse en nuestro futuro.

Esa última noche en compañía nos despedimos amándonos, con un amor diferente, era un amor nostálgico, sabía que, al día siguiente, cuando mirara esa cama no habría nadie en ella, ya no me mirarían sus ojos claros llenos de pecado y ya no tendría esa sonrisa cómplice que tanto bien me hacía
Las caricias, los besos, los abrazos, las palabras me supieron más sabrosas que el sexo en sí mismo, porque seguramente la extrañaría demasiado, ella había llenado mi cuerpo, mi alma, mi esencia
Luego de amarnos en secreto una vez más, ella se quedó acurrucada a mi lado, nunca lo habíamos hecho y yo solo la abracé muy fuerte, llenando mi respiración con el aroma dulzón de sus cabellos perfumados.
Ella se relajó y pronto se quedó dormida, pero yo no, yo me quedé toda la noche despierta a su lado, sin poder pegar un ojo, con la tenue luz de luna que entraba por el pequeño ventanal cruzado por gruesos barrotes.

Creo que la despedida fue uno de los peores momentos de mi vida, porque teníamos que simular para el resto la frialdad de haber sido solo compañeras de celda, solo la vi alejarse con una pequeña maleta de mano donde no tenía mucho que llevar. Me quedé con su promesa de una eterna espera, tres años más no serían demasiados, y valía la pena intentarlo.
Y así fue, llegó otra compañera de celda, y esos días se me hicieron eternos, aun profesando en falsedad una religión que no sentía y lejos de la persona que había llenado mi corazón.
Mariela me visitaba cada fin de semana, media hora me sabía a poco, pero era mejor que nada.
En mis peores noches de soledad, cuando mi mundo parecía derrumbarse, cuando me sentía agonizar, esos bocetos que guardaba celosamente bajo el apestoso colchón me mantenían a flote, podía pasarme horas solo mirándolos, como tonta hipnotizada.

El final de la historia? el presente. Hoy vivimos en libertad, somos pareja, ella escribe historietas para un par de revistas, yo tengo un emprendimiento, una casa de comidas, y disfrutamos todo lo que nunca pudimos disfrutar, es más, estamos en trámites para adoptar un niño, o una niña.
Junto a ella, encontré la paz y el amor que jamás creí encontrar, no sé si Dios existe o no, no sé si caer en el pabellón de los religiosos fue solo obra del destino, tampoco sé si el azar me puso junto a Mariela en la misma celda, y en verdad aún me intriga mi cruce con María Marta, acaso ella habrá sido un ángel?
Nunca lo sabré, solo sé que tengo una excusa para decir que la vida merece ser vivida



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