La historia de Ariel

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LA HISTORIA DE ARIEL


Felicitas Corrales era una mujer sexagenaria, apática, todos la conocían como Marta, así se hacía llamar porque odiaba su verdadero nombre. Solterona resignada, jamás había tenido pareja, un carácter agrio hasta el hastío, autosuficiente, narcisista y egocéntrica, muchos detalles combinados, suficientes para espantar cualquier candidato. Tampoco tenía hijos, sencillamente los niños le sabían a molestia.
Sexualidad, erotismo, amor, compañerismo, pareja, palabras que no existían en su diccionario. Su única familia era una hermana que se había metido a monja y con la que no se daba demasiado.
Al igual que su padre, y como lo había hecho su abuelo en la vieja España, se ganaba la vida con un negocio de compraventa, si algo había aprendido en tantos años era que cualquier cosa que a una persona le sobraba, había otra que lo necesitaba, y para eso, estaba ella, para comprar barato y vender caro.

Ella tenía un negocio en la esquina de dos calles populares, una vieja edificación bastante abandonada que había heredado de su padre, en el interior podían encontrarse los objetos más impensados, todo el inventario estaba en su cabeza, tenía una memoria prodigiosa y envidiable, y la astucia suficiente para poner los precios según la cara del cliente, era muy de fijarse en detalles, en vestimentas, en forma de hablar, en notar el interés, y de esa manera hacerse una día cuanto se estaba dispuesto a pagar.
Esa mañana de mayo hacía un frío como nunca, sus manos y sus pies estaban helados y no había abrigo que alcanzara, las puertas del local estaban abiertas, pero era casi imposible que alguien buscara algo con esas temperaturas, ni siquiera podía verse gente por las calles. Ya había tomado algunas bebidas calientes y decidió pegar una recorrida, solo para ver una vez más las cosas que tenía en venta, reacomodar algo y hurguetear por los rincones. Llegó a un viejo mueble que hacía tiempo tenía a la espera de algún necesitado, lo había pagado caro, y no sería fácil de vender, lo limpió un poco, tenía polvillo que se había acumulado con el correr del tiempo, abrió los cajones y encontró unos escritos que llamaron la atención, Felicitas era una mujer detallista y le pareció raro que justo ese detalle se le pasara por alto, así que con mucha intriga sacó las hojas y fue a leerlas junto a una nueva taza de té caliente.

Se acomodó en una de las sillas, se puso sus lentes de aumento, le dio una ojeada rápida, llamó su atención que en estos tiempos estuvieran escritas en máquinas de escribir, cuando hoy todo se imprime, pero también el color blanco del papel le dejó saber que los escritos eran bastantes recientes, sin más, empezó a recorrer las líneas con su vista

Ariel era un chico común y corriente, un adolescente más, como tantos, único hijo de padre ausente, vivía con su madre quien trabajaba casi todo el día, no tenía demasiado diálogo, y ella tapaba con dinero todo el amor maternal que él necesitaba.
A él le encantaban las chicas, sus compañeras de curso, lo excitaban sobre manera esos uniformes de secundaria, esas faldas tableadas y no disimulaba en mirar con descaro las piernas femeninas que abundaban en su curso, al punto de ser sorprendido muchas veces y causar burlas del resto, pero a él no le importaba, solo no podía dejar de hacerlo, era virgen y se imaginaba una y otra vez como sería estar en la cama con una mujer.
Largas jornadas en soledad masturbándose, haciéndole el amor en su mente a sus 'novias de curso', en especial a Micaela, una rubia pecosa de piernas torneadas, por quien tenía un amor oculto y platónico desde hacía mucho tiempo.

Pero Ariel tenía algunos problemas, un carácter introvertido, sus manos se transpiraban y las palabras no le salían cuando de hablarle a una chica se trataba, era delgado, de piel blanca y sin quererlo se había transformado en la marioneta del curso, los varones lo ignoraban y lo hacían centro de pesadas burlas, y las mujeres siempre lo veían como un simple compañero, para relaciones sentimentales siempre había otro chico, más desarrollado, más inteligente, simplemente, más hombre.
Y esa situación empeoró un día en los vestuarios, él siempre era muy reservado con su intimidad, es que tenía un micropene que lo avergonzaba, era humillante y adivinó que jamás haría feliz a ninguna con esa miniatura que tenía entre las piernas. Esa tarde de buying, sus compañeros lo denudaron contra su voluntad y fue cuando descubrieron su gran secreto.
Centro de burlas, el apodo de 'pito corto' pronto se le pegó como una cruel marca del destino, la situación pasó de boca en boca, y hasta las chicas lo llamaban así, tanta crueldad, incluso su amor platónico no podía sostenerle la mirada sin carcajear por imaginar algo que en verdad no conocía.

Felicitas fue por otra taza de té, el frío la carcomía, odiaba todo lo relacionado con la palabra 'sexo', pero lo cierto es que la historia de Ariel, un nombre que solo aparecía en unos escritos, la había cautivado, y su corazón helado sintió lástima por alguien que ni siquiera sabía si existía.

Ariel se acostumbró a esa vida se ser tratado peor que a un perro, centro de burlas, y resignado a auto satisfacerse, y todo fue de mal en peor. Esa jornada sería diferente, era el día de su cumpleaños, no esperaba nada, que nadie lo recordara, pero sus compañeros habían trazado un plan, en algún momento lo agarraron a la fuerza y lo llevaron a uno de los baños del colegio, le sorprendió encontrar también a las chicas, en especial a Micaela, y todos reían en derredor demostrando la complicidad de lo que estaba por suceder, entre todos lo desnudaron sin que él pudiera evitarlo, más que resistirse, y suplicar, pero eran demasiados, le pusieron sostén, y tanga, camisa con corbatín, pollerita, medias blancas a las rodillas y zapatitos negros abotonados a un lado, incluso ese amor imposible, la rubia pecosa fue quien se tomó el trabajo de pintarle los ojos y los labios.

No dijo nada, solo se sintió humillado una vez más, como tantas veces, solo que esto era peor. Se vio a sí mismo como una niña, y no tuvo valor de ir a clase, así como estaba, solo se escapó y huyó hacia su casa, con rapidez y con el temor que los vecinos lo vieran. Se tiró sobre su cama, lloró, lloró mucho hasta que no le quedaron lágrimas, y cuando el desahogo había pasado, se vio al espejo, y lo que el espejo le devolvió no le desagradó, como mujer se vio todo lo sexi que nunca se había visto como hombre y no pudo evitar sentir una erección que lo llevó a masturbarse en repetidas ocasiones.

Y Ariel empezó a cambiar, casi como buscando su lugar en el mundo, y sí lo suyo no fueran las mujeres?, no lo supo en ese momento, pero lo cierto es que la imaginación lo llevaba a nuevos horizontes, y poco a poco empezó a probar, dejó crecer sus cabellos, en secreto compró ropa interior femenina, además de polleras, calzas, blusas, medias, ligas, zapatitos y toda cosa relacionada con ese mundo que cada vez se le hacía más propio. También pagó por alguna depilación definitiva, desde el cuello hacia abajo, sus uñas crecieron, y poco a poco su lado femenino de fue potenciando.
Su delgadez le jugó a favor, aprendió a maquillarse, a pintar sus ojos, sus labios y como disimular sus rasgos de hombre.

Cuando sus estudios secundarios terminaron sintió sacarse un peso de encima, nunca más ese mundo en el que le hacían la vida insoportable donde su lado homosexual era ya demasiado marcado.
Empezó de cero en un nuevo mundo, estudios terciarios, con nuevas personas, ya un poco más adultos y donde conocería esta nueva versión de Ariel, ambiguo, asexual, diferente.


La historia de Ariel


Un transeúnte casual interrumpió la lectura, interesado por un juego de vajilla anticuado que estaba en exhibición, Felicitas, una mujer de negocios se mostró desinteresada y descortés, como queriendo sacárselo de encima lo antes posible, fue raro que ella estuviera tan perdida en una lectura, pero así fueron las cosas.
Pasó por el baño, necesitaba vaciar la vejiga y minutos después volvió a la lectura, sintiendo una atracción inusual por lo que estaba leyendo.

Ariel seguía escondiendo esa parte femenina que clamaba por salir de su interior, solo se vestía como tal en la intimidad de su cuarto, pero para al mundo exterior, seguía luciendo como un hombrecito.
Aun se avergonzaba mucho al notar que Flavio, un chico de un par de años superiores se le hacía atractivo, era un tanto musculoso, tenía una bonita sonrisa y una voz gruesa, como de locutor, sabía que era solo una tonta fantasía porque ese muchacho siempre estaba con una o con otra y se notaba en él una heterosexualidad demasiado marcada.

Pero el destino le regalaría una oportunidad.
Sobre fin de año en la facultad se había organizado un baile de disfraces, estaban recaudando fondos para hacer remodelaciones edilicias y ocultar su rostro detrás de una máscara le daría la oportunidad de mostrarse diferente
Recordó sus días de estudios secundarios, y fue por todo.
Esa noche sería su noche, tenía una erección marcada por toda la situación, se bañó, se perfumó, se vio al espejo desnudo, con su piel blanca, su micropene totalmente depilado, sus caderas que trataba de hacer lucir femeninas y un busto deseado que aún no se formaba, se acomodó sus cabellos de una manera muy sugerente.
Fue por las ropas que había seleccionado con anterioridad con sumo cuidado, un conjunto muy erótico, transparente, color blanco, sintió la tenga deslizarse por sus piernas y cuando las less se acomodó entre sus nalgas acariciando su esfínter solo sonó fabuloso. Luego la camisa con el corbatín ceñido al cuerpo y la corta pollera tableada casi al ras de la cola, como ese día del baño, en la que todo había sido forzado.

Claro, ahora todo era natural y verse como mujer era lo suyo, se veía provocativa, y se animó a usar unas medias de red con portaligas y zapatitos de finos tacos, se maquilló bien y realmente se sintió como la Cenicienta, al final tendría su oportunidad, tomó el antifaz con plumas que cubría desde su frente hasta la nariz y se lanzó al abismo

Felicitas maldijo su suerte al notar que una fría ventisca entraba por la puerta y por la ventana, alzó a vista y si algo le faltaba al pésimo día era una tormenta no anunciada, puso la tasa de té sobre los papeles que leía con atención para evitar que el viento los llevara y fue de muy malas ganas acomodar las cosas que exhibía en la vereda para que la lluvia que pronto llegaría no las arruinara.
Mientras hacía sus deberes pensaba sin creerlo la forma en que la historia la había envuelto, y deseaba saber si era real o solo un escrito de alguna mente brillante, como fuera, sabía que no tendría la respuesta.
Tan pronto como pudo volvió a la lectura

Esa noche sería especial para Ariel, por primera vez en la vida no sería el centro de burlas, sino el de atención, todos se preguntaban quién era esa misteriosa chica que nadie conocía y lucía tan bonita, es que, a pesar de los disfraces y las máscaras, era fácil adivinar quien estaba detrás, pero no con él, porque Ariel era hombre, pero quien era ella?
Se sintió feliz, se sintió mujer y no pudo creer que Flavio posara los ojos en ella, porque a esta altura ya se consideraba 'ella'
Flavio estaba disfrazado de corsario, con una máscara que no dejaba ver su rostro, pero su voz lo delataba, bailaron, charlaron, rieron, hasta que al final, el chico de sus sueños le propuso llevarla a su casa, Ariel aceptó con una condición, por ningún motivo debería quitarle la máscara, a lo que Flavio aceptó sin discutir.

Pronto estuvieron en casa del príncipe y la Cenicienta parecía tener su sueño cumplido, cerró sus ojos y dejó que el la besara, diablos, sonó tan rico, era su primer beso y solo se estremeció en sus brazos, pero no olvidaba quien era y su parte del engaño en todo el juego. Buscó hacer realidad sus fantasías antes que la carroza se transformara en calabaza, no podía perder tiempo, porqué él ya le metía manos por todos lados y pronto descubriría la verdad.
Fue de rodillas, bajó sus pantalones, su slip, Flavio tenía una hermosa verga y le pareció increíble, tenerla a centímetros de su cara, la miró engolosinada, y se la acarició son ganas, su glande desnudo sabía a deseo y solo no pudo con su instinto, Ariel empezó a chupársela con esmero, era su primera vez, pero sabía de memoria los puntos débiles en la verga de un hombre, y fue por todo, era perfecto, era precioso, y más se la chupaba más sentía la excitación en su micropene.

Desde abajo, miraba muy sexi a su chico, a través del antifaz, dejando que el viera como le comía la pija, eso le encantaba, y Flavio intentó retirarle su máscara, pero Ariel no se lo permitió, él le imploró por ver su rostro y Ariel lo negó por segunda vez, pero a la tercera ya no pudo, no pudo ocultarlo, cerró los ojos, resignado y dejó que pasara lo que tuviera que pasar, tampoco era justo engañarlo y ya sentía demasiada culpa por lo que estaba pasando.
Lentamente, Flavio descubrió el rostro de Ariel, y ni la penumbra ni el perfecto maquillaje pudo disimular la situación.

Él, al notar el engaño se enfureció, maldijo a Ariel y con su alma herida le dio una violenta bofetada en el rostro, con mano abierta, pero con la suficiente fuerza para desparramarlo en el piso, él solo le gritaba, Ariel sintió un dolor muy fuerte donde había recibido el golpe y el sabor a sangre en la comisura de sus labios, no dijo nada, solo esperó lo peor, como siempre le había pasado en su miserable vida.

Era hora del almuerzo, ella no se dio cuenta como el tiempo se había escurrido esa mañana, cerró las persianas como hacía cada día, mirando al cielo por una tormenta que ahora parecía escurrirse en el horizonte, fue a la heladera, solo tomó una manzana, es que aún tenía letras por leer. Dio un mordisco, se acomodó y se aprestó a seguir adelante

En la peor tempestad de Flavio, Ariel esperó cualquier cosa, en segundos miles de posibles finales pasaron por su cabeza como destellos luminosos, miles, pero en ningún momento lo que vendría.
Flavio estaba sobresaltado, entre amor y odio, sorprendido, sin saber que hacer, Ariel notó que le temblaba la mano, la misma mano que había golpeado su rostro.
De pronto, ese muchacho musculoso, aun maldiciendo volvió a la carga, esta vez para tomarlo de sus largos cabellos y llevarlo a la rastra como un animal, hizo que se pusiera en cuatro patas, forzando la situación y a Ariel le sonó excitante, puesto que él le decía que era una puta y que, si quería serlo, pues él le daría el gusto.

Respiró profundo sintiendo vibrar su corazón, no podía ver a Flavio, pero sintió como levantaba su corta falda y luego recibir una nalgada, fuerte, al punto de enrojecer la piel de sus blancas nalgas, pero esta vez fue un dolor placentero, corrió la delgada tanga lo sintió escupirle el esfínter, Ariel tuvo miedo, era virgen, pero el deseo podía más, luego llegaron las caricias previas del glande de su amante en su anillo y poco a poco buscó penetrarlo.
Ariel bramó en un gesto contenido, el dolor fue tan fuerte como placentero y en segundos estaba disfrutando de su primer encuentro íntimo.
Flavio era una locomotora, lo cogía sin piedad dejando notar el enojo que aún tenía por el engaño, pero Ariel estaba en el paraíso, estaba comprobando que no tenía conchita, pero sin dudas su culito cumplía el rol a la perfección, estaba comprobando que su función era satisfacer hombres, estaba comprobando que él era una mujer en un cuerpo extraño, estaba comprobando que todo su sufrimiento de secundaria había valido la pena.

Se sintió feliz, y se sorprendió cuando su micropene aun cubierto por la tanga, naturalmente eyaculaba por culpa de la enorme verga que se estaba comiendo por el culo.
Lo sintió venir, Flavio lo seguía insultando, pero a Ariel esas palabras les sabían a cantos de sirenas, al fin, eyaculó en sus intestinos y él supo que sería ella.
Flavio se retiró extenuado, Ariel permaneció un cuatro patas un tiempo prudencial, aun le parecía sentir esa hermosa verga dentro, sentía que no podía contraer su ano dilatado, sentía que el semen caliente brotaba de su interior y mojaba la tanga que aún tenía puesta.

Felicitas estaba sorprendida, una historia de este tipo para su respetada moralidad era solo basura, pero por algún motivo desconocido el escrito la tenía atrapada, no podía dejar de leer con curiosidad y devoraba las palabras una tras otra, miró el reloj de pared, tenía que abrir nuevamente, pero prefirió seguir la historia, no podía aguantarse

Después de unos minutos Ariel se sentó con su culito dolorido, y se atrevió a mirar a los ojos a su amante, Flavio, tal vez por un dejo de vergüenza, o por no asumir lo ocurrido, prefirió enojarse nuevamente y volvió a darle una cachetada en el rostro a su compañero, tratándolo de marica y nuevamente él temió por lo que pasaría.
Pero Flavio estaba otra vez con su verga dura y en esta oportunidad fue por el rostro indefenso de Ariel para metérsela en la boca.
Esta vez no dejó que se la chupara, no, solo empezó a dársela con fuerza como lo había hecho por detrás, en una situación de violación que era jugada por ambos, es que uno actuaba y el otro solo se dejaba hacer.
Ariel sintió como esa rica verga llegaba hasta su garganta, como Flavio lo tomaba de los cabellos y lo obligaba a hacerlo, tan profundo como para ahogarlo, pero le encantó, lo disfrutó, se sintió una putita llena de gozo.
Sintió como la mano libre de su amante se ceñía a su cuello, a su garganta, para apretarlo con delicadeza, lo sintió venir, otra vez, y percibió que el placer de su amante era no solo acabarle en la boca, sino también sentir con su tacto el movimiento de la glotis al tragar la leche
No pudo evitarlo, no quiso evitarlo, era una rica putita dispuesta a complacer al macho de turno, más mujer que muchas mujeres

La relación íntima con Flavio jamás volvería a repetirse, pero para Ariel sería la primera de muchas, Micaela sería su nuevo nombre, en honor a esa rubia pecosa que alguna vez le había quitado el sueño, ella sería toda una mujer y llegarían tiempos de terminar lo que había empezado, tenía muchas ideas de como moldear su cuerpo, solo su micropene sería testigo del niño que alguna vez había sido.


Felicitas había llegado al final de la historia, no había más páginas, más renglones, más letras y sintió en ese momento que tenía más dudas que certezas, y lo peor, esa historia quedaría siempre rodando en su cabeza con un final abierto, realidad, ficción, quien sabría.
Se maldijo en ese momento por no llevar una agenda escrita, siempre todo había estado en su cabeza, pero no llevaba un legajo de sus clientes casuales, como recordar quien le había vendido ese viejo trasto y solo era uno más entre tantos
Acomodó las hojas y las guardó donde las había encontrado, tal vez, algún día, alguien pregunte por ellas, tal vez, alguien las lea y se quede también con un final abierto, lleno de preguntas sin respuestas.


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