La gimnasta de papá

Esta historia tiene varias partes y va a un ritmo tranquilo. Aviso para que aquellos y aquellas que esperan acción inmediata y fuerte no queden decepcionados.
ADVERTENCIA: Esta serie contiene incesto, así que si estás en contra o no te gusta ese tipo de contenido, no te recomiendo la historia.
Dicho esto,  espero que disfruten.
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Mariano miraba sentado en la tribuna cómo la joven chica giraba y se contorsionaba en torno de las barras de metal, con la concentración marcada en cada milímetro de su rostro y con músculos que se contraían en el esfuerzo que tomaba mantener la rutina. Ella abrió las piernas, giró y se soltó, cayendo sobre sus pies con las rodillas flexionadas, en perfecto balance.
El hombre casi no notó la sonrisa ganadora en el rostro de la chica. Sus ojos estaban atraídos hacia el leotardo, que apretaba contra su cuerpo. El material parecía casi piel líquida, dejando poco para la imaginación de Mariano, bastante creativa en esos momentos. Se puso a aplaudir, uniéndose al resto de los espectadores, en apreciación de su performance.
Se puso a reflexionar un momento sobre los beneficios de tener una hija en gimnasia competitiva. Al inicio había sido sólo su esposa Tamara quien incentivaba a su hija. Cuando Iris era más chica, él no tenía ningún interés. Pero luego de que ella obtuviera el trabajo de sus sueños (abogada en una empresa que defendía los derechos humanos a lo largo de todo el país), estuvo obligado a atender. No lo había disfrutado.
Tamara era hermosa. Tenía pelo largo, castaño, que le caía hasta los hombros. Era delgada, de unos 1,65 metros y un rostro realmente precioso. Sus tetas eran bastante grandes, aunque no algo exagerado, y su culo todavía se mantenía firme a sus 40 años. Realmente se amaban mucho y el matrimonio funcionaba bien a pesar de que no podían tener mucho sexo debido a que ella por su trabajo debía pasar una semana en algún lugar donde la empresa tiene una de las sucursales (Jujuy, Mendoza, Rosario, Neuquén, entre otros) y luego pasaba una semana en casa. 
Volviendo al tema, todo empezó a cambiar cuando Iris cumplió los 17 años. Pasó a competir con chicas más gandes, de su edad hasta los 23. De a poco Mariano, empezó a darse cuenta que había algo en esto de la gimnasia.  Las largas horas mirando competencias, entrenamientos, llevando a su hija por todo el país, aguantando sus lesiones y llantos al final valían la pena cuando Iris ganaba. Pero cuando no ganaba, al menos hallaba consuelo en el hecho de que esas horas eran soportables porque le permitían observar atentamente los cuerpos de atractivas y atléticas jóvenes que contorsionaban los cuerpos en posiciones increíbles que lo hacían pensar en cosas indebidas.
Iris, con 18 años recién cumplidos, miró hacia la chica que había ido antes de ella. Su actuación fue casi sin  errores. Tenía que hacerlo de igual manera si quería tener alguna chance de ganar. No quiso mirar al puntaje porque no quería agregarse más presión.
Puso su sonrisa de competencia, alzó el brazo derecho y comenzó la rutina, concentrándose al máximo.
Su padre la observó con atención mientras Iris corría hacia la barra metálica, contrayendo sus entrenados músculos de las piernas y haciendo que se balancee su castaña melena. Llegó al trampolín, hizo un giro en el aire y aterrizó en el angosto aparato. El hombre dio un suspiro de alivio ante el perfecto aterrizaje. Iris completó la rutina de forma espectacular, pero en el último aterrizaje se le resbaló un pie y casi provoca su caída. Mariano sabía que iba a ser un tenso viaje a casa. No había chances de que ganara y eso significaba que iba a estar de mal humor y triste durante días. Su descanso cuando terminó la rutina de su hija iba a ser muy corto.
El miedo a su mal humor fue reemplazado por preocupación cuando vio a su hija salir de la pista cojeando levemente.
-¡Puta madre, cómo la cagué!- Declaró Iris cuando se encontró con su padre después de la competencia. Tenía tanta bronca que no se había molestado ni en ducharse. Tiró su leotardo en su bolso, se sacó la tanga y se puso los joggins.
-Dejá, yo cargo el bolso- le ofreció su padre, sabiendo por experiencia que no había prácticamente nada que pudiera decir para mejorar la situación. Ni siquiera el hecho de haber logrado el segundo lugar en la competencia podía animarla.
-Gracias- murmuró ella, subiendo al asiento pasajero de la camioneta.
El camino a casa fue tranquilo. Iris no quería hablar y su padre no la quería enojar. Pero no pudo manejar hasta la casa sin preguntarle como estaba.
-No pude evitar notar que estabas cojeando un poco cuando terminaste. ¿Estás bien?-.
Iris suspiró. Tener un padre fisioterapeuta era una espada de doble filo. Por un lado, tenía mucho tratamiento físico gratis por el que las demás chicas debían pagar. pero por el otro lado, su padre siempre parecía notar cuando tenía una lesión o molestia menor. Para una gimnasta, las lesiones eran parte de la vida. Iris no podía recordar la última vez que se había ido de una competencia sin que alguna parte de su cuerpo quede dolida. Sabía que muchas chicas tenían inyecciones para no sentir el dolor y seguir compitiendo, pero ella no podía hacerlo. Su padre siempre le dijo que su carrera sería más larga y más exitosa si seguía sus consejos en cuanto al físico. Ella sabía que era cierto, pero eso no significaba que a veces no quisiera simplemente salir y vencer a todo el que se pusiera delante sin importar una lesión o molestia que esté arrastrando.
-Estoy bien- le dijo ella, mirando fijamente hacia delante.
-Después lo chequeamos en casa- le ofreció él.
-Okey- le dijo ella.
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-Bueno ¿Dónde te duele?- le preguntó Mariano, un poco más tarde.
-Acá- le dijo, indicándole su muslo, cerca de su entrepierna.
-Okey- le respondió su padre, algo nervioso. -¿Por qué no te acostás y vemos qué tan malo es?-.
Ella suspiró y se subió a la cama de masaje que su padre tenía en el cuarto libre de la casa.
-Te tenés que sacar éstos- le indicó su padre, señalando sus joggins.
-Mierda. Esperá que me cambio rápido entonces- le dijo Iris, sonrojándose, antes de correr hacia su cuarto. Mariano se quedó preguntándose. “¿Que estaba usando que yo no podía ver? ¿O no estaba usando nada?” Sacudió su cabeza, no queriendo meterse en pensamientos indebidos.
El retorno de su hija lo sacó de su ensimismamiento. Se subió a la cama, con movimientos lentos, y recostó su liviano cuerpo boca arriba, quedando con sus manos apoyadas en el estómago, mirando a su padre.
-Levantá la pierna- le indicó él.
-Iris elevó su pierna derecha hasta que estuvo vertical, apuntando directamente hacia el techo. Su padre puso la mano izquierda sobre su gemelo, guiando sus movimientos. La acompañó hacer una serie de posiciones, con su mano derecha apoyada en la ingle, sintiendo el movimiento del lastimado músculo.
La joven cerró los ojos mientras su padre la guiaba. Su mano, cálida, movía su pierna con gentileza. Definitivamente era una de las ventajas de que su padre sea fisioterapeuta. Nunca tenía que preocuparse porque sus manos vayan a algún lugar donde no debían. “Lo que es una suerte” pensó “dado lo cerca que está de mi concha”.
No estaba segura de qué fue lo que puso el pensamiento en su cabeza. Abrió los ojos y se sorprendió de ver a su padre con la mirada fija en su lugar más íntimo...
“No, pará. Está mirando mi ingle, donde está la lesión” se dio cuenta, casi riéndose de ella misma.
Descubrió que su mente no parecía querer volver a cerrar esa puerta una vez abierta. “¿Qué haría si uno de los dedos de papá rozaran mi vagina?”, pensó.
Le echó un ojo a su padre, evaluándolo con la mirada. Era fachero. En lo que respecta a hombres maduros, si bien no era George Clooney, estaba lejos de ser feo. Además, estaba muy bien físicamente. Entre la comida sana y su ejercicio diario, su cuerpo se mantenía bastante musculoso. Los pensamientos de la chica estaban algo influenciados por conversaciones pasadas con su amiga media loca Giselle, quien había calificado a mi padre como el único con el que cojería de todos los padres de sus amigas un día después de ver “American Beauty” juntas.
-¡Ay!- exclamó, cuando su padre la estiró un poquito demasiado.
-Perdón hija- le respondió él, dirigiendo una mirada cargada de preocupación a la pierna.
Mariano tanteó suavemente la ingle de la joven, tratando de localizar exactamente la fuente de dolor. Era consciente de cuán cerca estaba llevando sus dedos al borde de su bombacha, y se encontró obligando sus ojos a quitar su mirada de allí una y otra vez. Pero la curiosidad seguía arrastrándolos, especialmente porque se empezó a preguntar cuánto se afeitaba su hija allí abajo. El material parecía bastante apretado contra su piel y no había notado ninguna señal de pelo.
-¿Acá?- preguntó el.
-Un poco más abajo- murmuró ella.
Los dedos de Mariano estaban casi tocando la bombacha. El hombre tragó saliva nerviosamente, dirigiendo su mirada hacia el rostro de su hija para distraerse. Vio que estaba usando una remera corta y apretada blanca, que se ceñía a su entrenado torso y dejaba su panza al descubierto. La distracción no sirvió. Entre su sólido estómago y el hecho de que los pezones se podían ver algo erectos a través de la remera, se encontró peor que antes. Cuando llegó a su rostro y se miraron a los ojos, Mariano se encontró sonrojándose y rápidamente desvió la mirada.
Iris vio a su padre detener la mirada, aunque sólo por unos momentos, en sus pechos. Sabía que sus pezones estaban erectos. Estaban así desde que empezó a pensar en su padre tocándola. Sabía que no era algo que la debía excitar, pero por alguna inexplicable razón eso le estaba ocurriendo. No se había molestado en usar un corpiño. Si bien no eran muy grandes, sus tetas tenían un tamaño lindo, incluso quizás algo más de lo que le gustaría para hacer gimnasia.
Normalmente, Iris se masturbaba al volver de una competencia. Había algo en la competición que parecía ponerla a mil. Pero hoy había estado demasiado enojada por lo que pasó como para hacerlo, y la falta de alivio parece haber ayudado a ponerla caliente.
-¡Ahí!- le dijo a su padre, sorprendida de encontrar su voz algo temblorosa, cuando los dedos de éste encontraron la ubicación de la lesión.
Mariano paró su mano, algo sorprendido por la voz quebradiza de su hija.
-¿Acá, segura?- le preguntó él, tocándola nuevamente y notando que su hija estaba reaccionando algo diferente a como reaccionaba habitualmente a sus lesiones.
-Sí, justo ahí- le dijo ella.
Mariano levantó la botella de aceite que tenía cerca y se puso un poco en las manos. Automáticamente empezó a realizar el mismo procedimiento que usaba siempre. Masajeó su ingle, con sus ojos fijos en la herida.
Iris cerró los ojos. Siempre había disfrutado esa parte del tratamiento, en la que su papá la masajeaba. Usualmente se aprovechaba de tenerlo cerca, diciéndole que le dolían los hombros o sus gemelos para obtener un masaje. Esta vez, sin embargo, encontró que sus pensamientos se iban a lugares que no deberían y su cuerpo lo notó. Sintió que su concha reaccionaba y notó que una humedad creciente comenzaba a mojar su bombacha. Esto no ayudó para calmar sus  pensamientos.
Mariano observaba atentamente, sus dedos trabajando alrededor de la herida. Accidentalmente rozó con ellos la tela al borde de la bombacha rosa de su hija. No había razón para considerarlo algo erótico, pero su pija se puso dura de inmediato.
El hombre miró rápidamente a la cara a su hija, notándose rojo como un tomate por la respuesta que había mostrado su pene. Afortunadamente, ella tenía los ojos cerrados. Miró entonces a su bombacha, sin poder resistirse. Suprimió un suspiro cuando notó los principios de una mancha de humedad directo en el centro de su entrepierna. La presión en sus pantalones creció aún más.
Iris abrió los ojos y miró a su padre. Se preguntó hace cuánto no tendría sexo. No sabía mucho de la vida sexual de sus padres, pero no debía ser fácil con su mamá pasando la mitad del mes afuera, a veces hasta más. Su mirada se aventuró hacia abajo y fue ella ahora quien tuvo que ahogar un suspiro cuando vio clara evidencia de que su padre tenía una erección.
-¿Cómo sentís la lesión?- le preguntó su padre.
-Em, creo que necesita un poco más- Iris respondió automáticamente. Siempre pedía un poco más. Después de todo, el masaje era la mejor parte.
Mariano tragó saliva y continuó. Sabía que no debería estar pensando en meter un dedo por debajo de su bombacha, pero era lo único que estaba en su cabeza ahora mismo.
Iris alternaba su mirada entre el rostro de su padre y la erección que portaba entre las piernas. Se encontró moviendo su mano de su panza al costado de su cuerpo, acercándose lenta, casi imperceptiblemente a Mariano.
“¿Qué haría si lo tocara?” Se preguntó ella
“¿Qué haría si la tocara?” Se preguntó el.
¿Coincidencia? Quizás. Iris sintió los dedos de su padre trabajando justo en la intersección entre su pierna y su entrepierna. Cubiertos en aceite, se deslizaban por su piel y se deslizaron unos milímetros por debajo de la tela de la bombacha, muy cerca de su concha.
Ambos saltaron, desprevenidos.
-Perdón- dijo él, retirando su mano inmediatamente. -Terminamos acá-. Acto seguido, su papá le pasó una toalla rápidamente para limpiarla de aceite y se fue, sin decir una palabra.
Iris sintió un cosquilleo en el estómago. No había forma de negar lo que sintió y vio. Su padre se había excitado. ELLA había hecho que se le parara la pija a su papá y eso le despertó sensaciones e ideas nuevas que empezaron a crecer en su interior con la rapidez de un virus.


MagicBird23


2 comentarios - La gimnasta de papá

gaucho-bi
espero la segunda parte, muy bueno este