Las vueltas de la vida

Brevísimo Prologo

¡Hola gente de P!
Espero que estén bien.
Los molesto para informarles que el siguiente relatado que publico en P! es el primero relato que escribo de éste género; y no es que lo menciono como si fuese una excusa, es que literalmente no tengo experiencia en relatos eróticos .Sí escribo otros géneros, así que éste relato es algo así como una prueba piloto más que nada.
También quisiera aprovechar para contarles que soy nuevo en P!, aunque no tanto. Antes–hace muchísimo tiempo– estuve en la comunidad, digamos, “La Vieja Escuela”, como algunos le dicen, pero pese a eso todavía estoy medio desubicado.
Por eso les pido que me tengan paciencia; si quieren, claro.
Por otro lado, me gustaría que tengan en cuenta que soy un escritor amateur, por lo que el relato debe estar plagado de errores y horrores; me disculpo por eso. Obviamente no soy ni Borges ni Cortázar, (ni pretendo serlo), así que hago lo que buenamente puedo.
Espero que le guste, y si no…, bueno, mala suerte.
Muchísimas gracias por tomarse en el tiempo de leerlo! 
¡Saludos!   



Las vueltas de la vida





Ignacio tenía casi 18 años. En realidad, le faltaba menos de un mes para cumplirlos. Era un pibe tranquilo, apocado, tímido y la mayor parte del tiempo se lo veía serio.
No era culpa suya, al menos no del todo.
Había sido criado por un madre soltera, sobreprotectora y que lo apañaba teniéndolo entre algodones. Su padre, había hecho el famoso “voy a comprar cigarrillos y vuelvo” poco antes de que él naciera, y desde entonces se había perdido del mapa y de la vida de Ignacio, hundiéndose en el limbo de los olvidos.
Cosas que pasaban, supongo.
Nachito, como le decía su mamá (Nachito tal cosa, o Nachito anda a buscarme el pan o lo que fuese), creció casi en un mundo aparte bajo la tutela de su madre que no tenía intenciones de permitir que su hijo tuviese su propia vida; y menos una vida llena de malas juntas y demás yerbas. Mamá gallina cuidaba a su pollito hasta el punto de estupidizar la mente de éste. Se negaba a dejar que el nene creciera, que tuviera una voluntad propia, y que por supuesto, que no perdiera el rumbo de la decencia, tal y como lo había perdido ella misma cuando abrió sus piernas ante su ex pareja y padre ausente del chico.
Esto suena a telenovela berreta, sin embargo, no deja de ser cierto, como tampoco deja de suceder cada tanto en ésta compleja vida que nos habita; y Nacho, claro está, no era la excepción a la regla, y menos su madre.
Así las cosas, Nacho pasó la mayor parte de su vida pre adolescente en una escuela privada católica, donde la libertad también brilló –en parte– por su ausencia.
La adolescencia lo encontró tarde, y fueron pocos los amigos que tuvo por esos años. Tampoco era un pibe muy dado, y eso contribuyó a una especie de soledad cliché que se dilataba a su entorno y que llevaba de la casa la escuela y viceversa.
No obstante, el embate hormonal de la adolecía propiamente dicha, revolucionó todo aquello que su madre mantenía en perfecto orden. Aunque esa revolución –como siempre– fue interior. Y Nacho acusó el cambio, sobre todo en el aquel aspecto biológico que reclama un urgente interés en el sexo opuesto.
A sus casi 18 años, pese a que resulte increíble hoy en día, Nacho no había tenido contacto sexual más que consigo mismo. Su madre, controladora al estilo de la Gestapo, siempre con un ojo avizor sobre él, no había permitido que su hijo –criado como Dios manda– tuviese ni siquiera un teléfono celular; por eso de no dejar que Nacho ingresara al mundo virtual de la infinita red y se llenara el cuévano de los ojos con imágenes indecentes, como las que surcan por las redes sociales, y menos que menos, que cayera en las manos de la pornografía (¡vade retro, cruz diablo, que la Virgen no lo permita!); pero aún así y todo, por gracia de Dios, o del diablo acaso –y por suerte para Nacho–, la madre de éste no podía estar vigilándolo todo el santo día.
Cual camión de sandías, Nacho hizo acopio de cada momento a solas que encontró para descargarse a mano. Estimulación manual le dicen. La vieja y querida Manuela Soledad la Palma hizo su entrada triunfal –tarde pero seguro– en la vida de aquel pobre prisionero del amor maternal, y la mano amiga sufrió un abuso por parte de Nacho.
En cuanto su vieja se dormía o se distraía con alguna boludes, Nacho aprovechaba para usurparle el celu y reventarse un o más pajas. La pestaña de incógnito de Google (Dios la bendiga) y la web xvideos fueron su salvavidas, y desde luego, también un cable a tierra.
Con las chicas de su edad, no tenía suerte, éstas lo veían como un bobo, y es que tenía toda la pinta. Un pibe callado, de 1,70 de alto, pálido al igual que un muerto, longo, flaco y medio torpe, que se movía desmañado, que no tenía perfil en red social alguna, y que daba toda la impresión de no morder ni ladrar, era ignorado casi por completo.
No había muchas chances para Nachito en ese aspecto, más que continuar ajusticiándose el ganso. Pero no por eso se quejaba.
Aparte de que salía poco y nada de su casa, vivía en un monoblock, en un depto de dos ambientes, en el que la computadora y la tv, siempre-siempre patrulladas por mami, tenían poca libertad de uso; pero, por fortuna para él, no tenía poca imaginación.


Carolina, con 22 años, libre como el viento, estudiando Filosofía y viviendo a espesas de sus padres (quién pudiera, ¿no?) se había mudando a ése mismo monoblock hacía tan sólo dos semanas, y al mismo piso en el que Nacho vivía con su madre. Pero, no se había mudando sola. Paola, de 24, empelada en un serviclub, vivía con ella.
Las dos eran pareja.
Y a las dos les chupaba los ovarios lo que los vecinos o quien carajo fuese comentara.
Por un lado, Caro no era una lesbiana cerrada a cal y canto; se daba el lujo de tener un permitido una o dos veces por mes. Había que ir cambiando el menú de vez en cuando, ya que tanta sopa de almeja cansaba. Eso no parecía molestarle a Pao, o por lo menos sí le molestaba lo disimulaba bien. Por otro lado, Pao no era tan sexualmente abierta como su compañera, aunque no por eso, a veces –cada muerte de obispo en realidad– una buena pija se comía. Como para no aburrirse, supongo.
Ninguna de las dos le había prestado atención a Nacho, al que veían como un pendejo medio opa, y sobre todo cuando oían aquella voz nasal de la madre del pibe diciendo: “Nachito, anda a comprarme media docena de huevos que mamita te va hacer una rica tortilla”. Y más allá del chiste obvio, tanto Caro como Pao, pensaban que aquel pobre pibe que además de mirarlas con cara de pasmado y relojearles el orto cuando podía, no era más que un nene de mamá.
Sin embargo, los caminos del Señor, del destino, de la vida, o del azar son extraños y sinuosos. Las cosas no son como uno las piensa siempre, y ése raro juego del gallito ciego que suele ser la vida, tiene la manía de sorprendernos cuando menos lo esperamos.



Una tarde, pasadas las 16:32hs, Nacho salía del ascensor rumbo a su puerta, cuando sintió que alguien le chistaba. Primero pensó que se trataría de alguna de las viejas hincha pelotas del edificio que solían engancharlo para que auspiciara de “chico de los mandados”, sin embargo, desde la puerta entreabierta del depto 20, la cara de Caro se asomaba llamándolo. Aquello le resultó raro, y dudó un instante, pero cómo ésta insistió diciendo:
— Vení, necesito un favor, sí podés…
Nacho la miró con ojos de vaca que ve pasar el tren, y al igual que un perro desconfiado, se arrimó a la puerta entreabierta.
Tímidamente dijo:
—¿Sí…?
—Disculpa que te joda, pero sabés que se me trabó la persiana y no la puedo desatrancar, ¿me ayudas?
—Bue-bueno…, si, si –tartamudeó Nacho.
—Buenísimo, vení, pasa.



Nacho entró en aquel departamento con un naciente temor generado por los nervios. No era la primera vez que vía a esa mina, y le gustaba, al igual que le gustaba la amiga. En rigor a la verdad, Nacho no tenía ni idea de que aquellas dos minas eran pareja; ni se le había cruzado por la cabeza, aunque no por eso ignoraban que tanto Caro como Pao, eran muy lindas, amén de estar muy buenas.
Caro era un poca más baja que él, con el pelo castaño, largado hasta los hombros, ojos café y un rostro aniñado; a Nacho le hacía acordarse a Kenzie Reeves, salvo por qué no era tan petisa…, más bien tenía un aire distante, en versión argentina claro está.
Sin embargo, para Nacho, se le parecía en cuerpo; aunque en verdad, que él la viese similar no implicaba que lo fuera.
La maquinaria fantasiosa de Nacho comenzó a funcionar en su cabeza, lo que fue una mala noticia para él, ya que cuando eso ocurría, se ponía más torpe de lo habitual.
Caro, por su parte, que había estado con la puta persiana peleando más de cuarenta minutos, no prestó mucha atención al nerviosismo del pibe. Para ella éste tenía la misma cara de pavo de siempre, un poco más transpirada nada más.
Nacho se acercó a la venta y cinchó con la correa un rato, hasta que logró –por milagro, pensó– que la persiana se destrabase y anduviera de vuelta más o menos bien.
—¡Bien, pudiste!, ya me tenía re podrida la persiana ésta –dijo Caro que había notado el sudor que corría por la frente del chico.
—Sí, sí… –reconoció Nacho, medio a lo zonzo.
—¿Querés tomar algo...?, ¿agua, no sé?, porque veo que éstas un poco agitado.
Nacho asintió sonriendo.
Tenía la lengua seca, y no era a causa del esfuerzo realizado, sino por qué se le habían juntado los nervios y un calor terrible que le subía del bajo vientre.
—Séntate que ahora de traigo jugo…
Se sentó, incómodo, sin saber qué hacer, qué decir, para qué lado agarrar ni nada.
Tanta veces se había hecho el bocho con estar ahí, con hablar con ella, o con la amiga…, tantas veces había imaginado hablar con aquella chica tan linda, que a duras penas si lo miraba si se cruzaban en el ascensor; tantas veces había fantaseado con ella, pero… ¿qué iba a hacer?, sí ya el sólo hecho de estar ahí lo ponía como monja con retraso; le ataba un nudo en el estómago y no le salías casi palabras, y se le hubieras salido palabras, ¿qué le iba decir…? No iba a pelar la chota como en las pelis porno…
Así no funciona en la vida real, ¿o, sí?
Caro regresó con un vaso con jugo de naranja, y lo dejó en la mesa.
Nacho comenzó a beber de a sorbos cortos, como haciendo tiempo.
Ella se dirigió hacia la ventana y probó la persiana, subiéndola y bajándola, comprobando que ésta anduviese bien; momento en el que Nacho se hizo de todos ojos para enfocar su vista en la cola de Caro. Ésta lleva puesta una calza que le quedaba pintada, de esas deportivas largas, de color negro, que torneaba sus caderas y sus piernas de modo sugerente. La remera de manga corta blanca, cuyo ruedo no cubría el abdomen, se levantaba sutilmente mientras Caro manipulaba la correa de la persiana. Nacho se preguntó si tendría puesta ropa interior, ya que desde su perspectiva, parecía que no.
Cuando la prueba de la persiana terminó, Caro se dio vuelta para decirle algo a Nacho, pero lo que iba a decir, quedó a flor de sus labios, sin llegar a convertirse en sonido.
Fue notable como aquel pibe la observaba embobado, y a la vez, fue evidente la silueta que se marcaba debajo de la tela de la bermuda de Nacho, dejando a la vista una erección a media asta que, aunque hubiese querido, éste no habría podido obviar.
No hacía falta que alguien le dijera a Caro que aquella carne en alza había sido el resultado natural de la fascinación del chico por su anatomía. Y eso le provocó gracia. Aunque no se rió del pibe; quien no parecía darse cuenta de su creciente erección.
Éste continuaba bebiendo sorbos de jugo, mirándola como si esperase que ella le dijese algo. Caro no supo que decir, pero en cambio, si supo que pensar. “Eso” que iba repuntando en la entrepierna de Nacho, no era una pequeñez, sino más bien, todo lo contario.
“Algo me late, y no es mi corazón” –pensó Caro al tiempo que sentía un leve palpitar y una incipiente humedad surgirle entre las piernas.
Por un momento, ambos permanecieron mirándose.
Casi sin saber qué hacer, pero a la vez, sabiéndolo; por lo menos Caro lo sabía, o lo presentía. Nacho en cambio, no sabía muy bien que pensar en verdad, ya que ahora sus ojos jugaban en un paneo que iba desde el rostro de Caro con sus ojos café, brillando sin que él supiese el motivo, y los pechos de ésta, que se marcaban debajo de la remera acentuando en relieve la forma de sus pezones.
—Parece que, se te despertó el amigo… –dijo Caro, señalando con la vista la turgencia en la bermuda de Nacho.
—¿Qué…? –respondió éste, para luego mirarse y taparse con las manos el bulto.
Pareció verdaderamente que no se había dado cuenta.
Era eso, o se estaba haciendo el distraído.
—Uuuy…, perdón, es que, eh, eh… –Nacho bajo la vista, y el rostro se le coloreó de rojo.
—Tranquilo, no pasaba nada; de verdad, está bien –dijo Caro acercándose a él, sonriente.


Nunca en la vida –por lo menos en su vida hasta el momento –Nacho hubiese pensado que lo que pasó después, fuese algo que pudiera darse en la realidad y no solamente en su imaginación.
Caro, tan cerca de él que pudo sentir la fragancia de su perfume, se reclinó sobre él, y suavemente le quitó las manos de la erección que en vano intenta ocultar.
Habrán sido, como máximo, unos cinco segundos; pero para Nacho, fue una eternidad.
Mientras el cuerpo de Nacho temblaba tenue por los nervios, Caro lo besó con suma lentitud en la boca, acariciando simultáneamente el miembro que se ponía más rígido debajo de la bermuda. Fue un beso largo, extraño, entre una lengua experta y otra lengua principiante que no sabía cómo moverse en aquella boca de tibios labios que daba la impresión de succionarle hasta los pensamientos.
La excitación de ambos se manifestaba por dos flancos.
Uno de ellos era la fiebre de Caro, tocando aquella verga que bajo el calor de sus manos crecía cada vez más, latiendo claramente; el otro, era la temperatura elevada de Nacho, cuya vergüenza nerviosa, acorde a las ansias que sentía, provocaba que percibiera cada roce, cada detalle, de manera intensificada.
Nacho sentía el aliento cálido de la boca de Caro cada vez que ésta introducía juguetonamente la lengua en su boca; y a la vez, Caro apreciaba la respiración agitada del chico, que iba en aumento, cuando apretaba con más fuerza su pene.
“El muchacho no pudo pensar, comenzó a transpirar, se le iba a dar. Ella dio una adecuada reacción y…” Y lamiéndole los labios, primero, para al segundo separarse de él, Caro, solamente dijo:
—Vení…
Eso era todo, no hacía falta más palabras.
Lo tomó por la mano e hizo que se pusiera en pie.
Nacho, al igual que un autómata, ajeno a su voluntad, obedeció y caminó detrás de Caro, dejándose llevar por la mano de ésta rumbo hacia la habitación.
A mitad de camino, Caro se detuvo.
Nacho pensó que se había arrepentido; pero estaba muy equivocado.
Dándole la espalda, pero todavía sosteniéndole la mano, Caro dejó que su cola se posara en la erección del chico. Se inclinó un poco hacia adelante, quebrando la cintura, y apoyó todo el culo en la pija de Nacho, frotándose contra ésta; sintiendo como aquella verga dura al igual que una piedra se amasaba entre sus nalgas.
Sintió el cuerpo de Nacho estremecerse bajo la presión de su cuerpo; el pibe se encontraba totalmente extasiado, mirando como el culo de Caro subía y bajaba sobre el dibujo de su pene tras la bermuda.
Eso duró un minuto, para luego seguir hacia la habitación, en donde el somier los esperaba. Caro giró sobre sus talones, apretándose contra el cuerpo de Nacho, besándolo de nuevo, dejando que éste sintiera la forma de su cuerpo pegándose a él.
A continuación, hizo que Nacho se sentara en el somier, mientras ella, aún de pie, de quitó la remera.
Los pequeños pechos turgentes vieron la luz a los ojos de Nacho, que boquiabierto clavaba la vista en aquellos pezones erectos y rosas…, sin embargo, el pibe, todavía sin creer en lo que le estaba sucediendo, fue incapaz de tocarla.
Ella se daba cuenta que no se animaba.
Y por lo menos ahora, no tenía intención de apurarlo.
Volvió a besarlo, le sacó la remera, y fue recorriendo con besos de lengua el cuello de Nacho hasta pasar la frontera del ombligo. Allí, con manos hábiles, desabrochó la bermuda sin prisa, para en seguida descorrer el boxer. Veintisiete centímetros de pija virgen con el glande impregnado de líquido preseminal, saltó ante sus ojos que devoraron con las pupilas esa verga que casi la dejó sin aliento.
No pudo esperar para llevársela a la boca.
La boca de Caro abrazó el tronco de aquella pija, y comenzó a chuparla y a lamerla mientras con una mano recorría la bolsa de los huevos. Se mojó de inmediato, sintiendo el modo en que su entrepierna latía cada vez. Oía la respiración entrecortada de Nacho, al que nunca le había hecho sexo oral…, sentía la manera en que el cuerpo del pibe temblequeaba de excitación, y como la pija de éste parecía trepidar en su boca.
Retiró un segundo la boca de aquel manjar, y levantó la vista hacia el rostro de Nacho. Éste tenía los ojos cerrados, apretándolos con fuerza, como si sintiese algún tipo de dolor, pero claro que no era dolor, más bien todo lo contario. El ceño fruncido de Nacho se aflojó, al igual que si la tensión se hubiese ido de su cara; pero no era la tensión…, un chorro de semen caliente bañó el semblante de Caro de improvisto, quien aún con la boca entreabierta, recibió aquella descarga láctea en la cara y en la boca.
Eso no le causó ninguna gracia.
Ni le gustó para nada.
El pibe se había ido en seco.
Había eyaculado sobre ella apenas dos minutos después que empezara a chupársela…, eso la
frustró, haciéndola enojar.
Sin embargo, la cosa no terminó ahí.
Al abrir los ojos y ver a Caro, Nacho se encontró con la cara de ésta cubierta de semen, toda “lecheada”… El esperma se esparcía por la boca de Caro, por sus labios, y podía ver unas gotas sobre la palma de su lengua. También le cubría el mentón, haciendo que resbalase por éste y finos hilos lechosos que colgaba columpiándose lentamente.
Parte de su eyaculación había alcanzado las tetas de Caro…, en verdad, había acabado mucho más de lo que podía haber llegado a pensar. Y no sólo eso. El verla a Caro con los labios casi pegados a la cabeza de su pene, con la cara cubierta de semen, de su semen, despertó en Nacho un segundo orgasmo que, brotó al segundo, volviendo a enchastrarle el rostro a Caro.
A ella, aquello, terminó por frustrarla todavía más de lo que ya estaba.
La libido de Caro se fue a pique, pasando de cien a cero en medio segundo.
Se limpió la cara con el dorso del antebrazo, y se puso de pie, claramente enojada.
Nacho, consciente de que se había mandando una cagada, aunque no a propósito, y con los ojos abiertos como platos, no reaccionó.
No sabía qué carajo hacer, o qué decir.
—Bueno, pendejo…, mejor rajá para tú casa –dijo Caro, enojadísima, sabiendo que se había quedado con todas las ganas a punto caramelo y que para peor, aquel pendejo no había aguantado ni siquiera un round.
Nacho se puso de pie, pálido y más nervioso que antes.
Caro buscó en la mesa de luz un paquete de pañuelos descartables para limpiarse la vía láctea y precoz que aquel pibe le había marcado en el rostro.
Mientras de limpiaba, miró de re ojo a Nacho.
El pibe seguía ahí, de pie junto a la cama, como esperando que ella fuera y le abriese la puerta para irse. Nacho todavía no se había subido la bermuda, por lo que su miembro, aún erecto, parecía que no se había dando por vencido, y que tenia, por decirlo de alguna manera, más tinta en el tintero todavía.
No supo el por qué, sin embargo, al ver a aquel pibe, virgo, con cara de nervioso, parado ahí, con terrible pija también virgen, e igual de dura como la primera que se la llevó a la boca, volvió a provocar un incendio en ella.
Esto todavía no termina –pensó Caro.



La situación se había enganchado, se había desenganchado de golpe, y una vez más, y también de improvisto, se había enganchado de nuevo. Cuando las cosas se tienen que dar, se dan y listo, y no hay mucha vuelta que darle –pensó Caro, mientras regresaba junto al pibe que ya mostraba signos de desilusión en el rostro.
Nacho acusó el cambio que se operó en las facciones de ella, las cuales habían mostrado nubarrones de tormentas un minuto antes, pero que ahora, exhibía un cielo claro y sonriente; además de predispuesto. Caro lo besó y esta vez se aseguró de que Nacho sintiese su cuerpo con las manos. Tomó las manos del pibe y las guió por su propio cuerpo mientras se besaban. El chico aún temblaba, salvo que esta vez, ya no a causa de los nervios, sino de la emoción; una emoción en marea alta que trepaba en el hacia la cumbre del encanto.
A su vez, Caro sentía la calidez de la verga de Nacho, bañaba en sus propios jugos, afirmándose dura contra su vientre.
Él era más alto que ella, y supuso que de pie, iba haber complicaciones.
Sin embargo, Caro no quiso –dentro de lo que pudiese– darle chance de hacer otra descarga no programada. Acto seguido, Caro llevó el cuerpo delgado del pibe hacia el somier hasta que hizo que éste se recostara boca arriba. Se quitó la calza, revelando una tanga de color blanco completamente empapada; corrió hacia un lado la misma y se subió a horcajadas del pibe. La inexperiencia de Nacho hizo que al principio se moviese con tardos y dudosos movimientos; sin embargo, ella, plenamente consciente de que aquel pobre chico estaba casi perdido, sujetó la pija tiesa de éste, frotándola primero contra su clítoris, para después, dejar que se introdujera en ella poco a poco.
La simple idea de estar –por primera vez– con alguien que no tenía experiencia sexual casi un ningún sentido (por lo menos eso pensó Caro), hizo que la sangre la hirviera en las venas. Nunca había desvirgado a nadie, y la sensación de hacerlo la inundó de placer. Sentir como aquella verga iba entrando en ella; sentir cuán apretada estaba su vagina conteniendo la erecta virginidad de ése chico; sentir el modo en qué éste tomaba aire casi entre jadeos roncos, intercalados, mientras la ansiedad y la fiebre fulguraban en sus pupilas, provocó que Caro adquiriese un grado de sensibilidad sexual que no recordaba haber experimentado antes.
Con cuidado y de a poco, comenzó a mecerse despacio sobre Nacho, al tiempo que lo incitaba con la miraba para que la tocara, sí eso es lo que él quería; que segura que sí.
Él se dejó gobernar con apocada sumisión, con aquella clase de disyuntiva que está entre lograr hacer lo que la otra persona desea, y asimismo, intentar no cometer errores.
Las manos trémulas y sudorosas de Nacho alcanzaron las tetas tiesas de Caro cuando ésta comenzaba a incrementar el ritmo de sus caderas…, buscando que el pibe se acoplara a su compás; cabalgando sobre esa verga endurecida que la llenaba por completo.
Nacho logró un poco ponerse a la altura de aquella mina que se lo estaba cogiendo con todas las de la ley casi sin que él hiciera un mínimo de esfuerzo.
Sentir aquellas tetas en sus manos, el calor del cuerpo de Caro, sus muslos apretándose en torno a su flancos, oír la leve respiración agitada de ella, la manera en que se movía sobre él, la tersura de la piel, los jugos que impregnaban su pene; fue todo una sola cosa que no puedo concebir, y que le dejó casi la mente en blanco; casi fuera de sí.



No estaba tan mal, para ser la primera vez, pensaba Caro; pero tenía que estar mejor, según ella. Tenía que conseguir activar al pibe, que éste se sacara el cagazo que lo entorpecía, que de alguna forma se liberase del miedo de la primera vez.
Entre susurros suaves, interrumpidos por brevísimas fracciones de segundos, Caro, mirándolo a los ojos, sin dejar de balancearse sobre él, dijo:
—¿Viste alguna vez una porno…?
Nacho asintió. Las palabras no le salían.
—Bueno, entonces, trata de hacer lo mismo que viste…
Nacho entendió sin dilaciones a lo que Caro se refería, y todavía más; sí ella sabía cómo era una porno, eso quería decir que miraba películas porno; algo que hizo que Nacho se excitara aún más de lo que ya estaba.
Siguió la sugerencia de Caro y el instinto mecánico del sexo, aquel sentido que en cierta forma marca el camino, produciendo que lo que a veces ignoramos en ciertos aspectos se torne claro –aunque no de modo integro–, en segundos se abrió paso por las venas de Nacho, haciendo que el temor, los nervios y las dudas se esfumaran de su mente.
El truco resultó bien, pensó Caro, quien fue testigo de cómo el pibe se soltó, al menos un poco más, y consiguió acoplarse a su tiempo, a llevarle el ritmo, a moverse al unisonó con ella, a cogerla tal y como a ella le gustaba.


El ojo de la cerradura en la puerta chasqueó cuando Pao hizo girar la llave destrabándola; entró tirando la cartera sobre la mesa, diciendo: ¿hola?, ¿Caro?, ¿estás…?
Ni Caro ni Nacho escucharon la puerta abrirse ni la voz de Pao llegar desde el living-comedor. Sus sentidos estaban en otra parte.
No obstante, Pao si oyó los sonidos –que al principio no supo distinguir– que proveían del cuarto. Se lo imaginó sin embargo, y como quien no quiere la cosa, se asomó sin entrar a la habitación.
Quedándose en el vano de la puerta, observó entre enojada y extrañada, como Caro –su novia– se estaba, literalmente, volteando al pendejo pajero que tenían de vecino.
Hubiese puesto el grito en el cielo de una, pero se frenó…, se frenó por qué la escena que descubrió, pese a que de movida no le resultó agradable, a la postre, y por esas cosas raras o inusuales que tiene la vida, lo que vio que le gustó.
Nunca, ninguna de las dos, había hecho un trío; ni sumando otra mina, y menos a un chabón. Sin embargo, el gusano del morbo en su cabeza despertó la fantasía –tal vez– postergada por demasiado tiempo.
Permaneció debajo del marco de la puerta, mirando como su novia cogía con aquel pendejo; mirando el modo en que Caro se estremecía, toda transpirada sobre esa pija, como se bamboleaba arriba de ése pendejo.
Miraba ensimismada, pescando con los ojos cada detalle de aquel polvo en el que su novia no dejaba de mover el orto y gemir cada vez que era penetrada.
Tuvo además, suficiente tiempo para darse cuenta que los dos (Caro y Nacho) estaba presos de otro mundo, demasiado calientes y despegados de la realidad como para registrarla.
Eso la hizo calentarse todavía más, ya que sintió al igual que una voyerista clandestina que se hubiese infiltrado en la habitación de un telo.
No pasó mucho tiempo hasta que Pao, excitada al ver cómo Caro jineteaba la verga de ése pendejo, comenzara a tocarse y a sentir como las olas de la exaltación iban dejándola bajo el agua de la fruición. Ella también deseó ser parte de aquel encuentro.


Ni lerda ni perezosa, caminó hacia la cama, mientras los otros dos apenas si notaron su presencia hasta que ella estuvo a su lado. Nacho se asustó un poco, creyendo que la joda tocaba su fin; Caro, sin dejar de cogérselo, soltó una risita jadeante para enseguida besarse con Pao. La mirada de Pao la había delatado, y también el modo con el que se había aproximado a ellos. Caro la conocía, y sabía que sí se hubiese enojado ya estaría a los gritos pelados. Pero eso no había pasado, lo que era, más que una buena señal.
Por un rato, Nacho dejó de ser participante para pasar a ser espectador.
Si bien Caro aún continuaba sentado sobre él, con su pija adentro ella, eso no evitó que ésta se comiera a besos con Pao, quien fue despojándose de su ropa en medio de los besos, lengüetazos y caricias. El pibe, por poco fuera de sí, y casi sintiendo que comenzaba a sobrar en todo aquello, sin saber por qué, quiso –o más bien hizo el intento– de escapar de entre los muslos de Caro…, sin embargo, Pao lo detuvo en seco.
Paola tenía la misma altura que él; también era linda, con un aire a Romina Ricci, pero más trigueña y de piel morena. No tenía la misma cola parada de Caro, pero en cambio, tenía un par de tetas soñadas, grandes y pesadas, con pezones de 5cm de diámetro, a las que Caro ya les estaba pasando la lengua. Pao besó a Nacho al tiempo en que Caro volvía a ponerse en movimiento sobre él, y casi sin dejar de chuparle las tetas. Nacho se sentó en la cama, aferrándose con una mano el culo de Caro, que mordisqueaba el pezón derecho de Pao.
—¿Vos también querés teta…? –preguntó Pao.
Nacho afirmó, y al instante se prendió del pezón izquierdo de Pao, pero no sin antes darse cuenta que, una de las manos de Caro, estimulaba la vagina de Pao.
Si alguien, alguna vez, fuera quien fuese, por cualquier motivo, le hubiera dicho o contado a Nacho que eso podía llegar a sucederle, no le habría creído ni en pedo, aunque le hubiera mostrado fotos y videos como prueba irrefutable.


Caro desmontó la pija del pibe, la cual, rígida al igual que una bigornia, se veía bañada por su flujo desde la cabeza gorda y roja hasta los huevos. Bajó hasta la entrepierna de Nacho y lamió esa verga jugosa, mojada por sus propios caldos. Quería sentir el sabor de su orgasmo empapado en la verga de Nacho; llenarse la lengua con aquella mezcla de gustos agridulces, y degustar el cálido sabor orgánico de esas salsas, y el aroma que éstas despedían.
Bebió, chupó, relamió con intensa avidez, pintándose los labios con aquella humedad pura regada por toda la chota del pibe.
Mientras Caro se deleitaba sorbiendo la pija dura de Nacho; éste se centraba por completo en lamerle las tetas a Pao. Esas tetas gordas, con aureolas de cinco centímetros y pezones duros lo volvían loco, loco, loco. Tenerlas entre las manos, apretarlas, sobarlas contra su cara, lo ponía cada vez más caliente y más seguro de sí mismo; como si por fin se hubiese despertado en toda su capacidad el sentido natural de actuar sin demoras ni frenos.
La testosterona había borrado el miedo y los nervios; la virginidad masculina de Nacho y los inconvenientes que ésta había traído ya eran parte de un pasado muerto y enterrado. El animal estaba despierto, hambriento por demás, y sabía bien cómo seguir el juego y hacer conveniente su papel.
Pero, a pesar de eso, todavía no tenía la experiencia suficiente para llevar a la práctica todas las cosas que se le venían a la mente. Por suerte para Nacho, tenía dos instructoras que lo que orientaban con sobrada experiencia.
Al tiempo en que Caro se embadurnaba los labios, la boca y la lengua con la pija de Nacho, Pao no pudo pasar por alto –saltaba a la legua– que al pibe lo enloquecían sus tetas, y en cuanto a eso, había que hacer algo al respecto…, tranquilamente de retiró de Nacho, tomó de los pelos a Caro, y la obligó a que se besarán. Pao también paladeó la mezcla de jugos, pero lo hizo desde la boca de Caro. Las dos se relamieron durante unos segundos, y después, con una miradita breve y cómplice, cambiaron de lugar.
Pao se arrodilló en el suelo, al borde la de la cama, haciendo que el pibe fuera hacia ella; luego puso las tetas a la altura de la verga de Nacho, y sonriendo libidinosamente, mientras se apretujaba las tetas, dijo:
—¿Querés esto, no…? Decime que te morís de ganas de meterme la pija entre las tetas; dale pendejo…
—Sí –respondió Nacho–, aprétame bien la verga con las tetas.
Pao colocó sus enormes tetas en la pija de Nacho, rodeándola desde los huevos hasta la cabeza, apretándola con fuerza; sosteniéndoselas con ambas manos para una mayor presión. Al segundo, dejó caer un hilo de saliva sobre la pija, y luego otro más entre el hueco de sus pechos. Al instante, comenzó a mover las tetas de arriba hacia abajo; arriba-abajo, arriba-abajo, arriba-abajo, cada vez más rápido; sintiendo entre las tetas toda la dureza de la pija de Nacho sobándose vivamente en el hueco de sus gomas.
Aquello le arrancó suspiros ahogados de ciego placer.


Por un lado, Nacho, experimentaba la primera turca de su vida, y su verga entre aquellos gomones parecía que iba a estallar de alegría. Sintió –o eso creyó– el latido del corazón de Pao palpitarle en el tronco de la chota; cosa que hizo que se potenciara más el deseo. Por otro lado, Caro, no se iba a quedar a pico seco, mirando como Pao “turqueaba” la pija de Nacho; ella también necesitaba exprimir la libido del pibe.
Besó por unos minutos a Nacho, lamiéndole los labios sobre todo, jugando con sus labios, mientras se metía dos dedos en la concha. Después de los besos y lamidas, puso los dos dedos mojados en la boca del pibe e hizo que éste de los lamiera.
—¿Están ricos, no…? –preguntó mirándolo a los ojos.
—Sí, muy ricos.
—De la misma manera en que te lamí la boca, y como me relamiste los dedos, me vas a comer la concha…
Antes de que Nacho pudiese si quiera responder o decir algo, Caro se sentó en cuclillas sobre la cara de éste. Apoyó una mano en el pecho de Nacho, y bajando el culo hasta su rosto, ordenó:
—Cómemela toda, dale pendejo…
Nacho, fiel a la orden, comenzó a chuparle la concha a Caro, quien a la vez, se acariciaba el clítoris.
Desde ya, era la primera vez que el pibe le hacía sexo oral a una mujer, por lo que no se podía esperar una buena “perfomans” de movida; sin embargo, tampoco fue un desastre. La lengua de Nacho de movió mejor de lo que ella esperaba; se notaba que por lo menos, tantas escenas porno que el pibe había consumido en sus “pajeriles” aventuras masturbatorias no habían sido al pedo.
Así entonces, Nacho, presa –que suerte la suya– entre dos mujeres, se extasiaba de encanto, comiéndole la concha a Caro mientras Pao lo pajeaba con las tetas.


No sabía Nacho cuánto tiempo más iba a poder aguantar entre aquellas dos minas antes de eyacular por tercera vez. Pero, fuera cual fuese el tiempo que le restara, tanto Caro como Pao no iban a darle el tiempo para que acabara sin que ellas estuvieran satisfechas.
Un nuevo cambio de posición sorprendió un poco a Nacho.
El cambió fue repentino y por supuesto no hizo falta su opinión; después de todo, él no era más que un juguete para ésas dos.
Caro se levantó de su cara, y el pibe casi se quedó lamiendo el aire, ya que fue algo improvisto; al menos para él. Pao dejó de pajeralo con las tetas y comenzó a chupársela, acción ésta que fue secundada por Caro, quien se unió a novia para hacer un pete a dos bocas.
El sueño del pibe apareció tan de repente que Nacho apenas si tuvo tiempo para pensar en lo que pasaba; pero lo supo, claro que lo supo…, lo supo desde el instante en el que mientras Pao se llenaba la boca con su verga, Caro hacía lo mismo pero con sus bolas.
Durante ése ínterin, Nacho sintió una mano (no supo a cuál de las dos pertenecía dicha mano) deslizarse entre el colchón y su cuerpo; tocarles las nalgas e juguetear con el dedo en la puerta de su ano. Aquello no le resultó muy correcto que digamos, pero tampoco le disgustó como para quejarse. No sabía si ése dedo en su culo estaba bien o mal, pero por si las moscas, no pronunció nada al respecto.
En ese momento, pensó que aquellas dos minas podían hacer lo que quisieran con él, y no se iba a quejar en lo absoluto.
Distinguió el pibe el instante justo en el que Caro dejaba de lengüetearle las bolas, y vio claramente –alzando un poco la cabeza– cómo ésta se apartaba de Pao y de él para situarse a la retaguardia de Pao. Él no llegaba a ver lo que pasaba “ahí atrás”, pero lo supuso.
Nacho se había movido casi hacia el centro de la cama; Pao, sobre él, en una posición casi igual a la “doggy style”, elevaba un poco las caderas y las sacudía ligeramente; Caro, posicionada detrás de ésta, se entretenía relamiendo deliciosamente la concha y el culo de Pao que, con la pija de Nacho en la boca, soltaba gemidos en sordina.
La cosa no terminaba allí sin embargo, ya que a continuación Pao movió sus ancas hacia delante de modo brusco cuando un orgasmo, que salpicó la cara de Caro, la hizo contraer las caderas; momento ése en el que aprovechó para poner su pelvis sobre la palpitante pija de Nacho –quien notó lo mojada que Pao estaba– y dejar que éste la penetrara.
Pao entonces cabalgó la verga del pibe con vertiginosos y bruscos sentones que dejaban ver a Nacho como sus grandes tetas bailaban locas al aire.
Pao no era tan “tierna” como Caro para coger, pero no podría decirse que eso fuera algo que a Nacho no le gustara; sino más bien, todo lo contrario.
El pibe vio aparecer detrás de Pao las manos de Caro que se aferraron sus tetas bailantes; vio como Caro las agarró con fuerza, apretándolas hasta que se pusieron coloradas; vio la manera en que las sujetaba con intensidad y como sus dedos pellizcaban los pezones endurecidos de Pao, quien jadeaba casi de modo ronco con la cabeza hacia arriba, como si estuviese viendo el cielorraso. También vio como Caro le lamía y le besaba el cuello, y como la mano furtiva de Pao se deslizaba entre las dos, seguramente con los dedos erizados, introducidos en la concha de Caro.


Los tres jadeaban al igual que perros cansados, pero en diferentes tonos. Los tres estaban llegando a la cima de los clímax, subidos a la cresta de la ola del paroxismo, transpirados al calor de la fiebre sexual, de la lasciva; entregados sólo a ése momento cuasi ciego; al placer de los placeres carnales…, a la calentura que mira y no ve; como poseídos por sí mismo y a la vez, poseídos por el ambiente que entre los tres habían conjugado.
Nacho, un pendejo virgo que nunca había tenido experiencia sexual alguna; Caro, una lesbiana no tan lesbiana al fin de cuentas –bisexual podríamos decir– que se calentó con desvirgar a ése pibe, y con la tremenda pija que éste cargaba; y Pao, la novia de Caro, que solamente en raras ocasiones tenia sexo con un hombre, pero que al ver como uno –y más ése pibe jeropa– se cogía a su novia, se excitó hasta un punto que nunca se había imaginado.
La voz de Nacho, ronca y entre dientes, atestiguó que estaba por acabar, y estaba vez, nadie iba a detenerlo. Al mismo tiempo en que decía esto, Caro soltó un gemido profundo, algo así como un suspiro que le hizo temblar la voz y las piernas. Los dedos de Caro habían hecho un trabajo excelente y ahora estaban bañados por la eyaculación de su novia.
Sin embargo, Pao no se quedó atrás.
Mientras seguía cogiéndose al pibe, se estimuló hasta acabar.
Nacho, por su parte, trataba de aguantar todo lo que podía, sin embargo, la explosión ya estaba casi en la boca del volcán.
Pao desenvainó su vagina de la pija de Nacho casi a tiempo, y sin perder un segundo más, junto con Caro, ambas lamieron la verga de Nacho hasta que este acabó emitiendo un sonido áspero de voz que flotó por unos segundos en el aire.
La eyaculación fue tremenda, esparciéndose por los rostros de las dos chicas; lanzando goterones densos de esperma en el interior de sus bocas; corriendo por sus labios en hilos gruesos blancuzcos que resbalaron hasta las tetas de éstas.
Los tres respiraban agitados, faltos de aire, boqueando, buscando recuperar al aliento que aquel polvo les había sacado.
No había más que decir.
Por lo menos no hasta la próxima vez; ya que aquello, se tenía que repetir, ¿o, no? ¿A ustedes qué les parece…?



Astrónomo Ciego
02/03/2021

2 comentarios - Las vueltas de la vida

yolaus16 +1
Excelente van m is 10