Mi madre y el macarra (2)

La continuacion del relato mi madre y el macarra 

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Desperté aturdido, como si tuviera resaca. Sentía los ojos resecos e hinchados. Sí, había bebido bastante, pero sin llegar al estado de ebriedad total. Aun así, no acostumbraba tomar alcohol y lo que había ingerido me causó bastante efecto. No comí ni cené y cuando regresé a casa me acosté con solamente alcohol en el estómago. Dormí bastante mal. Lo que había visto me venía a la cabeza en cuanto cerraba los ojos. Pasé varias horas dando vueltas en la cama, intentando calmarme, hasta que después de las 3 el agotamiento me venció.
Volteé a mirar el reloj. Pasaban de las 8. Escuchaba ruidos abajo en la cocina, señal de que mis padres ya estaban levantados. Me tapé con las sábanas; el sol entrante por la puerta del balcón me molestaba demasiado. Aunque no era el único motivo. Deseaba que siguiera siendo noche, para no tener nunca que bajar y enfrentarme a mi madre. Sentía que aún la iba a encontrar tirada en el sofá, tal vez todavía con Francisco arriba de ella moviéndose desenfrenadamente. Mantenía los ojos abiertos, viendo la tela color azul de la sábana que me cubría, ya que cada vez que los cerraba la repulsiva escena del día anterior regresaba a mi memoria. Sabía que no podía durar así para siempre: si no me levantaba en un rato, media hora a lo más, mi madre subiría para preguntarme si no pensaba ir a jugar fútbol como todos los sábados.
Mis pensamientos siguieron dando vueltas como un tornado que se ha quedado atascado y continúa destruyendo a algún infeliz pueblo. Nuevamente sentí las náuseas del día anterior. De pronto, el ambiente en mi cuarto se hizo insoportable. El aire me parecía tremendamente denso, me faltaba oxígeno y quitarme las sábanas de encima no mejoró mi sensación. Mi cuarto tiene un balcón, pero estaba tan trastornado que me olvidé de él y me decidí a bajar en mi búsqueda de una atmósfera más agradable. Abajo olía a desayuno. Tuve que bajar las escaleras con cuidado, sujetándome del pasamanos. Las escaleras desde las que había visto la infidelidad cometida.
Llevaba la mitad de los escalones descendidos cuando pude ver el sillón. A diferencia del día anterior, que me la había pasado tumbado en las escaleras, ahora estaba de pie, por lo que se había tardado en entrar en mi campo visual. Mis ensoñaciones resultaron falsas, no se estaba desarrollando una violenta cópula sobre él. El sillón y la sala estaban pulcramente ordenados, no había ropa interior encima de la mesita del café y los cojines que habían volado en todas direcciones estaban de nuevo en donde debían estar. En medio de ellos estaba… mi padre, sentado tranquilamente, viendo su móvil. Respiré agitadamente un momento. El inocente hombre estaba viendo su Facebook, sin sospechar la grotesca situación que había ocurrido allí, donde apoyaba el trasero tan tranquilo.
Terminé de bajar y avancé sin saludar a mi padre. No quería hacer contacto visual con la sala. Pasé por la cocina, donde se escuchaba el ruido de platos moviéndose. Escuché la voz de mi madre a la derecha, también evité girar la cabeza.
-        Buenos días cariño – dijo mi madre en cuanto me vio – Ven a desayunar, anda.
-        Voy. Solo iré al baño.
Fui a mear al cuarto de baño de abajo, que Francisco acababa de remodelar. Los recuerdos de la tarde anterior volvieron a golpearme mientras orinaba. Y duré bastante orinando, tenía la vejiga llena tras mi salida del día anterior. ¡Joder! ¿Por qué no había orinado en el baño de arriba? Me lavé las manos tan rápidamente como pude y salí.
Entré a desayunar a la cocina con la vista baja, procurando evitar el contacto visual con nadie. Sin embargo, después de un rato levanté la cara. No pude evitar sentirme aliviado, tanto que se me escapó un suspiro en el que nadie reparó (afortunadamente). Mi madre vestía una camiseta de tirantes blanca de las que tanto le gustaban, unos vaqueros ajustados y llevaba el pelo enredado en una coleta. Sonreía y se veía fresca, parecía que acababa de tomar una ducha. “No te limpies, quiero que traigas mi corrida dentro” … La voz de Francisco me vino a la cabeza, despertándome un mar de dudas. ¿Se había bañado anoche? ¿O en la mañana? En el segundo caso había dormido, se había acostado junto a mi padre con el semen de otro hombre en su interior. Mierda. La tortilla me bajaba trabajosamente por la garganta mientras fingía estar bien.
La veía diferente. Sus generosos pechos, en los que apenas había reparado la tarde anterior, se bamboleaban conforme ella hablaba, moviendo la tela de la camiseta. Se veía pulcra, decente, inmaculada. Como una esposa ejemplar, como si lo de ayer no hubiera pasado.  Me imaginé a Francisco lamiendo y mordiendo, a la vez que alababa sus pechazos. Agité la cabeza para alejar los pensamientos. Estaba muy animada, los ojos le brillaban extrañamente. ¿Siempre había sido así? Como sea, me alegraba que su cara fuera la misma de siempre, en vez del rostro enrojecido y desencajado de ayer.
 La conversación me fue animando. Mis padres hablaban normalmente y parecía que todo había quedado olvidado. Ahora mi padre hablaba de que le estaba yendo mejor en el trabajo y comentaba de manera optimista que todo iba bien en su vida “Joder, todo no, bien se está descuidando un poco el frente familiar”, dijo una voz dentro de mí.  A pesar de los pensamientos, algo del optimismo de mi padre se me pegó y pensé que lo del día anterior había sido un desliz de mi madre (aunque un desliz tremendo, ciertamente) y que ya no se repetiría. Me sentí tan relajado al ver a mi madre, escuchando a su marido con expresión angelical que casi se me sale una expresión tipo “joder-tía-y-pensar-que-ayer-estabas-follando-como-una-descosida”. Pude morderme la lengua y preferí seguir desayunando antes de que dijera alguna barbaridad.
-        Tengo que reconocerlo – dijo de repente mi padre, dejando su taza de café a medio camino – Francisco dejó bastante bien el baño.
-        Sí. El muchacho sabe cómo hacerlo.
Falto poco para que me atragantara con mi pieza de pan al oír aquello. ¿Mi madre lo había dicho con doble intención? ¿O había sido solamente una combinación de palabras desafortunada? Ella estaba terminando de desayunar como si nada, pero juraría que una sonrisa bailaba en sus labios. ¿O me estaba imaginando cosas?
-        Creo que desconfié demasiado de él – siguió mi inocente padre – Ha hecho bien las reparaciones. ¿Qué te parece a ti?
-        Bien. Me dejo bastante… satisfecha
Me acabé el pan de un solo bocado, a pesar de que aún quedaba la mitad. Tenía que retirarme de la mesa antes de que… joder, no sé ni que podría pasarme ¿gritar? ¿contar todo? ¿vomitar? El punto es que debía irme. Ellos terminaron de desayunar un poco después y mi padre encendió la TV para ver las noticias, sentado en el maldito sillón. Yo fui a ducharme para despejarme la cabeza, mientras hacía un esfuerzo por no pensar en nada del día anterior. El agua fría me aclaró los sentidos y calmó un poco mi agitado ánimo. Lo mejor sería estar lejos de casa un rato, tomar aire y ocupar la mente en otra cosa. Acostumbro jugar fútbol todos los sábados con amigos… “como mi madre dijo a Francisco ayer”. ¡Joder! ¿Es que no puedo dejar de pensar en ello?  
Al salir del baño me dirigí a mi cuarto para ponerme ropa deportiva. Aunque seguramente iba a jugar mal entre mi cabeza que iba a mil por hora y la falta de sueño, unos partidos me despejarían.  Y un par de cervezas con los amigos después, para completar la cura. Mientras me vestía, escuché a papá despedirse y partir en dirección a su trabajo, seguido del habitual ruido del vehículo poniéndose en marcha, la reja abriéndose y el sensor que mandó instalar hace un año para ayudarse cuando va en reversa. 
Salí de la habitación y descendí para preparar la mochila que me llevaba. Tuve buen cuidado de empacar mis cosas en el sillón individual de la sala, en vez del grande de tres plazas donde ayer… Carajo, mi mente estaba como un caballo encabritado, totalmente fuera de control. Estaba empacando una botella con agua y la toallita que usaba para secarme el sudor cuando mamá entró a escena.
-        ¿Ya te vas a jugar, cariño?
-        Sí mamá. Vuelvo al rato.
-        ¿Cuánto te vas a tardar?
-        Supongo lo de siempre, unas tres horas.
-        ¿Seguro?
Volteé. Me pareció ver un reflejo de duda en la cara de ella. La mano izquierda jugaba nerviosamente con la coleta, que se llevaba sobre el hombro del mismo lado. Evitaba verme a los ojos, mirando las uñas de su mano libre y se mordía levemente el labio inferior. Dentro de mi cabeza se encendieron las alarmas. ¿Por qué me hacía estas preguntas? Supongo la expresión de mi cara cambió, cosa que ella también notó. Fue algo muy fugaz, pero que se me quedó en la mente como si poseyera memoria fotográfica. Mierda, ¿por qué no recordaba así las cosas de la universidad?
-        Digo, sabes que me preocupo si tardas demasiado – se apresuró a decir.
Me despedí secamente. Lo que deseaba era salir de la casa. Ella insistió en que llevara algo para comer en un descanso. Me ofreció un plátano bastante grande. ¡Joder! ¡Parecía que todo estaba en mi contra para hacerme pensar en lo del día anterior! Lo guardé también, con la cabeza llena de malos recuerdos.
Al aspirar el aire fresco fuera de casa me sentí más tranquilo y pude ver la situación desde otro ángulo, al igual que cuando uno está teniendo un mal sueño pero de alguna manera descubre que está soñando. Después de todo, siempre me preguntaba cuanto iba a tardar, con quien estaría y todas esas cosas. Incluso prefería irme cuando ella estaba ocupada para evitarme el interrogatorio. No eran palabras de esposa infiel, sino las preocupaciones normales de una madre. Estaba siendo un desconsiderado al dudar así de ella.
Pero al llegar a la esquina mis alarmas volvieron a encenderse. Allí hay una casa que se alquila y que lleva poco tiempo deshabitada, cosa de un mes. Francisco estaba recostado en la pared frontal, con las manos en los bolsillos. Vestía su atuendo habitual, botas de trabajo, vaqueros y camisa de tirantes presumiendo de brazos. Miraba fijamente hacía mí y hacia mi domicilio con aire pensativo. Me preparé para una confrontación y me tensé como un resorte. Sin embargo, al acercarme algo en él, tal vez el pensar en lo que había hecho a mi madre, hizo que me desinflara.
-        ¿Qué tal? – dije tímidamente, más de lo que quisiera, al pasar junto a él.
No se dignó a responderme. Un movimiento de cabeza fue toda la contestación que obtuve a mi saludo. Su cara cambió al verme con una expresión que era combinación de sorna y pena. Pude ver más de cerca el tatuaje de su bíceps derecho: era un tigre de bengala bastante detallado, con una cadena que subía por el hombro de Francisco hasta terminar en el nacimiento de su cuello. No quería manifestar demasiado interés por él, así que seguí caminando y volteé un poco después. Francisco seguía recargado allí, mirando fijamente a casa y revisando continuamente un reloj nuevo. ¿De dónde lo habría sacado? ¿Estaba volviendo a sus viejos hábitos?
Tenía claro que no iba a retirarme. Era evidente que aquel cabrón pensaba ir de nuevo. No podía dejar sola a mi madre. Lo de ayer había sido una extraña combinación de factores, una sencilla coincidencia. Algo dentro de mí daba por sentado que ella no lo recibiría hoy, qué le diría que todo había sido una locura y ya no lo quería volver a ver. Entonces Francisco podría retirarse por donde vino… o ponerse violento. Después de todo, no lo habían encarcelado por ser buena persona. Pensé en regresar a la casa por el mismo camino. Pero me acojonó la idea de pasar junto a él nuevamente. Admito que intimidaba demasiado, muy a mí pesar. Los resultados posteriores me hicieron pensar que había sido lo mejor, pero en esos momentos no pensaba claramente. Resulta extraño como en momentos difíciles luchamos principalmente con nuestro cuerpo, en vez de contra algún peligro externo y en aquel momento mi ex amigo me parecía una especie de muralla infranqueable. Ya me había fastidiado bastante con las semanas que estuvo de huésped, sin contar con lo ocurrido el día anterior. Decidí parar para reflexionar un momento.
Recordé que detrás de nosotros estaba una casa en obra negra desde hace años. La habían iniciado hace cosa de dos décadas, se habían ido a lo grande y el presupuesto se acabó. Ocasionalmente hacían alguna pequeña mejora, pero era evidente que yo tendría descendencia antes que ese proyecto estuviera terminado. De niño, entraba allí junto con Francisco. Negué con la cabeza para ausentarme el pensamiento de mi ex amigo. Podía dar la vuelta a la manzana y entrar allí, para luego brincar la muralla hacia mi vivienda. Dudé bastante, pero finalmente me decidí a hacerlo.  Tenía que. Una vez de regreso en mi domicilio… pues entonces pensaría que hacer.
Di un gran rodeo para llegar a la casa sin pasar por donde estaba Francisco. Brinqué hacia el interior de la vivienda y después hacia la mía. Caí con bastante silencio en nuestro jardín. Después de todo yo no soy torpe, siempre me ha gustado hacer ejercicio, aunque soy delgado por naturaleza y jamás he ido al gimnasio. El jardín está conectado por una puerta corrediza a la cocina. Por allí entre a mi morada sin hacer ruido. Vaya, creo que deberíamos invertir más en seguridad. Al menos una alambrada en ese muro.
Una vez estuve en la cocina me detuve a escuchar. Parecía que estaba solo. Miré mi reloj de muñeca. Eran las diez y siete. Si no recordaba mal, la cita era a las diez con treinta. ¿Realmente se atrevería Francisco a volver?
Oí a mi madre en el piso de arriba. Subí a saludarla. Le diría que el partido se había cancelado por cualquier excusa y me apostaría en la entrada. Luego, si a las diez y media Francisco tenía la osadía de tocar la puerta, le abriría sonriente, para preguntarle que se le ofrecía. Ya disfrutaba yo, sintiéndome vencedor, mientras subía las escaleras.
Mamá silbaba alegremente en su habitación. Se escuchaba un programa de noticias en su televisor. Entré a la mía para dejar la mochila. Después abrí mi balcón para respirar y prepararme para la empresa. A pesar de ser algo bastante sencillo, sentía cosquillas en el estómago, similares a las que siento cuando tengo que presentar un examen importante. ¿Qué haría si Francisco se ponía violento al verme? Esperaba que no fuera así, porque en caso de pelea yo estaba en desventaja. Evidentemente me superaba en fuerza física, además de que en prisión habría aprendido mil y un trucos sucios. La alcoba de mis padres y la mía están conectadas por un balcón que da al jardín por el que había entrado. Estaba disfrutando del fresco cuando pensé en espiar a mi madre por su puerta del balcón. Solamente para ver que hacía creyendo que no estaba.
Tenía la cortina corrida, pero alcancé a asomarme por un hueco. Y lo que vi me dejó con la boca abierta. Solamente una braga azul salvaba a mi madre de la desnudez. Estaba sentada frente a su espejo, maquillándose. El maquillaje era de buen gusto, se había aplicado poco, lo cierto era que no necesitaba demasiado. Los labios, en cambio, aparecían de un color rojo intenso. El pelo lucía rebelde, desarreglado, pero era obvio que ella misma se lo había puesto así.
Una vez que terminó de maquillarse comenzó a probarse vestidos de un montón que tenía en la cama. Primero uno de noche, sin sujetador. Sus grandes pezones se marcaban claramente en la tela. Juraría que iba empitonada la muy cerda. Luego unos vaqueros tremendamente ajustados, con una chaqueta a medio abrir sin nada debajo. Posó frente al espejo, dándose la vuelta para apreciarse el culo y luego inclinándose para ver que tanto lucía el escote. No se sintió satisfecha con el conjunto, ya que se quitó la chaqueta y optó por una camisa de tirantes. Volvió a hacer las poses, incluso meneando un poco el trasero.
Estaba asqueado, indignado y frustrado. Había pensado que todo era un desliz, un error. Venía dispuesto a encarar a Francisco para que dejara de molestar a mi familia. Pero allí estaba ella, probándose ropa para su amante ex asaltante. Mientras yo pensaba esto, mamá se había quitado nuevamente la ropa. Ahora se probaba las mallas y el top que usaba para ir al gimnasio. Recordé que él le había alabado ese conjunto la tarde anterior. Sin embargo, parece que tampoco le convenció, ya que se quedó nuevamente tan solo con la braga azul. Apagó la televisión para poder pensar con más tranquilidad.
A través del espejo vi como su mueca de duda se convertía en una sonrisa traviesa que le iluminó el rostro. Se levantó, tan solo con la braga azul. Volvió a hacer las poses nuevamente, con la diferencia de que ahora no llevaba ropa. Se inclinó sobre el espejo, de manera que los pechos quedaron colgantes. Eran unos pechos redondos, grandes, bien cuidados. Tenía aureolas pequeñas, pero con pezones grandes que me parecía volvían a ponerse erectos. Recordé como Francisco los había estado lamiendo el día anterior. Se los tocó un poco, como sugieren que hagan las mujeres para detectar bultos anormales, aunque en esta ocasión era la vanidad y no el interés por la salud lo que le motivaba. Luego se dio la vuelta para contemplarse el culo. Ella misma se propinó un pequeño azote. Volvió la cabeza, para verse por encima del hombro, nuevamente con la sonrisa traviesa. Sacó la lengua y enseñó sus blancos dientes, jugando. ¿Qué le pasaba a mi madre? ¿Era posible que un chaval de casi 21 años con una polla grande hiciera que olvidara su edad, su matrimonio, su posición? Pues eso me parecía mientras la veía posar. Ahora sí se le veía satisfecha y entró al baño que tenían en la habitación.
Yo seguía en el balcón pasmado, hasta que retomé control de mí mismo. Retrocedí hasta mi habitación mientras pensaba en que debía hacer. Lo que acababa de ver me había dejado en choque. Veía como el supuesto “desliz” se iba transformando en algo más. Parecía que mamá había disfrutado de la infidelidad cometida el día anterior y ahora quería convertirlo en una aventura.
Continuaba sin saber cómo proceder cuando llamaron a la puerta. Al escuchar los pasos de mi madre hacia mí, me escondí detrás de la puerta de mi cuarto. La observé a través de la rendija entre puerta y pared. Venía igual que cuando la había dejado, solamente con la braga azul y unas sandalias. ¿Por qué carajos me había escondido? ¿Por vergüenza? La que debía sentir vergüenza era ella, no yo. Este pensamiento me dio renovadas energías y la seguí discretamente mientras bajaba. A pesar de estar molesto, me percaté de que bajar de repente y topármela desnuda sería una situación tremendamente incómoda para ambos. Sin saber bien porqué, retomé mi puesto de observación del día anterior: el hueco de las escaleras. Di una ojeada al reloj de la sala. Eran las diez y media.
Mi madre fue a abrir, dando pequeños brinquitos que hacían botar sus pechos. ¡Joder! Esto estaba saliendo al revés de lo que había imaginado. Ahora volvía a estar atorado arriba, igual que ayer. “No es Francisco, es alguien más”, comencé a repetirme. “Debe ser una visita. No es Francisco”. Aunque lo cierto era que casi no recibíamos visitas. Y ningún amigo de mis padres se había anunciado.
No cesaba de desear que fuera otra persona, aunque viera a mi madre en pelotas. Pero ella también pensó en ese peligro. Se colocó tras la puerta y preguntó antes de abrir. Yo contuve la respiración.
-        ¿Quién es?
-        Francisco – respondió un tono masculino que me era desagradablemente familiar
-        Voy, papi

2 comentarios - Mi madre y el macarra (2)

pacovader +1
El relato comienza aunque la escena de referencia del "desliz" nunca se lee en el anterior capítulo... Da la sensación de haber perdido lo mejor del capítulo anterior.
SagaShionKanon
Esta dividido en dos partes el relato ya que era muy largo y no me dejaba ponerlo junto.
http://www.poringa.net/posts/relatos/3408650/Mi-madre-y-el-macarra-1.html

http://www.poringa.net/posts/relatos/3408653/Mi-madre-y-el-macarra-continuacion-1.html