El ingeniero.

Era la primera vez que veía la abreviatura D. Calder en el remitente de un email enviado, a la gerencia general, con copia para mi conocimiento.
Por el interno, pregunté a mi asistente:
-¿Mariela, sabes quien es D. Calder, que me copió en un emal?-
Un minuto, aprox, después respondió:
-Es un pasante, ingeniero que envió la casa matriz de Londres. Me dicen que pronto deberá regresar a Inglaterra-
-¡Gacias, Mariela!-
Me extraño. No era habitual que un pasante, envie correos al CEO local. Me entró curiosidad por conocerlo. Le pedí a Mariela que lo invite a mi oficina, media hora antes del horario de almuerzo.
Con puntualidad cronométrica, a las 12:30 Hs:
-Está Calder ¿Puede pasar?- anunció Mariela, por el interno, con un tono de voz turbado.
-¡Si, que pase!-
Oí unos golpecitos en la puerta
-¡Adelante!-
Apereció una silueta esbelta y elegante. Era una mujer de color, joven, alta, con el rostro perfecto, espléndida sonrisa y cabellos recogidos en rodete.
Se detuvo en la entrada y, en un castellano muy aceptabe, se presentó:
-Daphne Calder, ingeniero en sistemas, en período de entrenamiento-
Me levanté y le tendí la mano, me dio la suya, larga, delgada, curada con esmero, con una ligera capa de esmalte en las uñas.
Me sorprendió ¡El ingeniero Calder era una mujer y qué mujer!!!
La invité sentarse. Su pantalón intentaba, en vano, no revelar un procaz y, seguramente macizo, final de la espalda y la camisita, cerrada a un costado mostrava, más que esconder, un par de sólidas y provocantes tetas de ébano.
Me comentó:
*que su familia era originaria de Kenia, radicada en Inglaterra
*que agradecía el trato recibido en la sucursal local de la empresa y las facilidades encontradas para su entrenamiento.
*que le agradaba Buenos Aires
*que, aún le faltaba un mes para el regreso a Londres
*etc, etc…
A la hora de almorzar - ya estaba excitado - con la excusa de seguir hablando y conociéndonos:
-¿Qué le parece si almorzamos juntos. Hay un pequeño restaurante de comidas casera donde se come muy bien?-
Me miró, creo agradablemente sorprendida y con una sonrisa encantadora.
-¡Gracias, señor!-
-Nada de señor, Juan y no me agradezca, soy yo que le agradezco la compañía-
A lo largo del almuerzo, no dejó de sonreir mostrándome sus pequeños dientes deslumbrantes, y un resplandor vivo y efímero en los ojos.
El resto de la semana y hasta el jueves de la siguiente, la cité dos veces más en mi oficina y una tercera pidió ella reunirse conmigo, por temas laborales “forzados”.
Era estupenda. Ciertas fantasias volvían insistentemente a tentarme, pero me contuve y no fui más allá de halagarla.
El viernes, con casi dos semanas de haberla conocido, la invité a cenar, por teléfono.
-¿Y su esposa, no tiene objeciones?-
-No estará tan lejos como su novio, pero si lo suficiente. Y todo el fin de semana.-
Aceptó y acordamos la hora
-….. no venga a buscarme al hotel. Que no nos vean salir juntos.-
Convinimos que la esperaría a la entrada de un estacionamiento.
Bajó del taxi, con un bolsito de mano, arreglada para el infarto. Al llegar a mi lado, no pude contenerme:
-Daphne, sos una visión que encandila y aturde. -
-Gracias, usted me hace sentir realmente felíz, es muy agradable sentirse admirada, por usted. ¡Muchas gracias! –
-¿Y sentirte deseada?-
Hizo una pausa y respondió:
-El deseo es un fruto, natural, del aprecio. –
Decidí jugarme, clavé la vista en sus tetas y:
-Tenés razón. Si un durazno maduro, te hace desear darle un mordisco ¿Qué decir de un seno exuberante?-
Daphne me miraba extasiada, parecía que mis palabras la acariciaban, la halagaban, inflamaban. Sus labios estaban entreabiertos, su vientre parecía palpitar. Tomó mi mano, entre las suyas:
-Sus palabras, Juan, me perturban como nunca me pasó. Tengo la sensación de conocerte (ahí pasó a tutearme) desde siempre. Tus palabras y tu voz tienen matices que parecen hechos para tocarme íntimamente-
-Tal vez porqué mi edad me permite manifestarte con más propiedad, lo que los demás, quisieran decirte-
-No creo, es una cuestión de feeling, emociones, no se que decir, ……, la edad no tiene nada que ver-
Caminamos en procura de mi auto. Al entrar me mostró una generosa porción de sus muslos. Ya acomodados en las butacas, a duras penas resistí tirármele encima.
-¿Qué te parece si en lugar de ir a un restaurante, nos arreglamos con lo que tengo en casa?-
Me acarició la mano que le había apoyado en su pierna izquierda.
-Ok, hagamos lo que mejor te parece- murmuró sonriendo.
-No te escondo que me siento como un nene delante de una tableta de chocolate.-
-Dejemos que las cosas sucedan, vivámoslas minuto a minuto, Yo hoy estoy aquí, dentro de poco, quien sabe donde, no se si podré reencontrarme contigo, en el futuro-
Puse en marcha el motor y salimos del estacionamiento a la calle y, luego de un breve trayecto, entré el auto en mi casa. Ella me precedió, en el pasillo que une el garaje con el living, moviendo voluptuosamente las nalgas. La abracé desde atrás, le apoyé el “paquete” en el culo, le besé el cuello y, en voz baja al oído, le propuse:
-¿Qué te parece si dejamos la cena para después?-
-¡Como vos quieras! ¿Dónde dejo mi bolso?-
-Si me das un beso te digo donde está el dormitorio. –
Giró sobre sus tacos y “estampó” su boca en la mía y, luego de un larguísimo y apasionado beso y de menear su pubis en mi prepotente excitación mientras mis manos acariciaban su escultóreo culo de ébano, me miró:
-¿Dónde dejo mis cosas?- reiteró.
Tomó su bolso y se encaminó a la puerta, que le señalé, del cuarto matrimonial.
-En seguida vuelvo- dijo por sobre el hombro.
Me senté en el sofá. Cuando Daphne salió del dormitorio, quedé mudo y paralizado admirándola. El contraste era mágico: el ébano de su piel con el candor de sus dos prendas íntimas, tanga y corpiño blancos.
No era de apelar a rodeos para dar a entender aque estaba dispuesta.
Caminó con cadencia felina, sonriendo. Se sentó en mis rodillas, sentí su tibieza a travez de la fina tela de mi pantalón, ella no pudo no percibir mi erección. Es más, se acomodó de modo que mi bulto se introdujo entre sus dos fabulosos glúteos. Me dio el segundo beso y murmuró:
-Ahora andá vos a ponerte cómodo.-
-Vamos juntos-
Daphne se levantó, y se encominó al dormitorio. Junto a la puerta giró la cabeza para mirarme, pareció que tenía las fosas nasales temblorosas. La alcancé y entramos.
Con gestos inciertos desabotó mi camisa, soltó el cinturón y bajó pantalón y slip liberando mi extrema erección, se deshizo luego de sus dos únicas pendas y se tendió en la cama, en encantadora oferta de sí misma, los ojos medio cerrados, las piernas separadas. Cuando puse mis manos sobre sus muslos, ella levantó las rodillas, apoyando los talones en el borde de la cama, y la pelvis se levantó, ansiosa.
Con dos dedos abrí sus labios mayores negros, su interior reveló el rosado suave de los labios menores, su concha se desplegó como un capullo en flor. Con la lengua me puse a hurgar, insistiendo en el clítoris. La lamí prolongadamente, sintiédola cada vez más húmeda y trepidante hasta que su aliento se transformó en un largo y sofocado gemido que tenía algo salvaje, primitivo y, enseguida, en grito que decía de un orgasmo liberador.
Me tomó del cabello y sostuvo mi cabeza entre sus piernas.
-¡Now, now ... now ... ahora, Juannn! -
Subí, acomodé el glande en su orificio empapado y entré en ella; fui cálidamente recibido. Rodeó mi cuerpo con sus brazos y con sus piernas, por momentos parecía estar delirando mientras la cogía, decía palabras que no entendí. Mucho menos cuando alcanzó su segundo orgasmo y se sintió invadida por mi semen.
Habíamos cogido, no sé cuanto tiempo y estaba convencido que me había dejado fuera de acción.
-¡Ufff! Podría ser tu padre ….. me secaste- le murmuré, agotado, acostado de espaldas.
-Pero no sos mi padre y …… me gustaría ser tuya,…..ojalá fueras mi marido.- contestó.
Mintió para halagarme y ….yo no había tenido en cuenta el arte de Daphne, su sonrisa, su seno. Me besó, se subió sobre mis piernas y rodeó con sus magníficas tetas mi verga, colapsada. Mi edad, tardó, pero desapareció ante sus habilidades. Cuando ella se dio cuenta, se acomodó y se empaló a si misma, con maestría. Daphne tenía, otra vez, a su presa y la saboreó insaciable, hasta apoderarse, con avidez, de la última gota.
Se acostó con sus tetas apretadas sobre mí pecho. Me besó, su respiración se volvió regular. Acaricié su espalda, sus nalgas, y sentí la húmeda calidez de su sexo en mi muslo.
-Dijiste que te gustaría ser mía, ¿Eso incluye tu trasero?- le murmuré, mientras le introducía la yema de mi dedo en el culo.
Muerta de risa, replicó
– ¡Mi cuerpo es tuyo!-
No fue solo de palabra. Despues de un buen tiempo de relax, con mi cuerpo y pene maltrechos, nos duchamos, vestimos a medias, cenamos y nos acostamos a dormir, juntos.
Al día siguiente y hasta la tarde del domingo, cogimos, reiteradas veces, a natura y contra natura: hice uso de la parte posterior de su anatomía, en pose perrito.

Fue lindo, durante su demasiado breve estadía, volver a abrazarla y, entrar en ella, dulcemente, en cuatro nuevos entreveros, en hoteles transitorios.


5 comentarios - El ingeniero.

pepeluchelopez
Cosas inesperadas, incidentes de trabajo y sopresas que llevan a vivir tan gratificantes encuentros
Pervberto
Un ingeniero de excelentes obras...
mdqpablo
muy buen relato . nos encanto van pts
qoqopelado
Buenisimo, una historia de amor carnal....