En la fiesta de Halloween… (IV)




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Para esas alturas, ya no aguantaba mis deseos por volver al lado de mi esposa.

Recuerdo que seguía viéndose majestuosa, con esa cálida y comprensiva sonrisa que dan las mujeres, al entender que tus ausencias son producto de circunstancias fuera de tu control, pero que aun así, estás dispuesto a compensarla.

Le tomé de la mano con ansiedad, aunque manteniendo la delicadeza, queriéndola llevar hasta a mi oficina cuanto antes, para mostrarle una sorpresa que llevaba preparando por meses.

Sin embargo, los obstáculos de esa noche no cesaban y en esa oportunidad, tomaban la forma de Madeleine, la psicóloga y Jefa del departamento de Recursos Humanosde nuestra sucursal.

Debe medir alrededor de 1.68, de cabellos rubios y cortos, un rostro con mejillas y mentón redondeado, por un ligero sobrepeso, pero que se compensan con un par de jugosos y gruesos labios, sugerentes para las ideas más indecentes; ojos pequeños, de color castaño claro, que remarcan sus pestañas con mucha sombra y maquillaje.

Y sobre su cuerpo, es toda una escultura: pechos firmes y operados, una cintura delgada y un trasero enorme, producto de extensivos entrenamientos en el gimnasio y ¿Por qué no decirlo?, en las camas de sus amantes.

Pues, en efecto, ella logra acuerdos y mantiene relaciones públicas y sociales en la cama y ya no nos extraña cuando nos avisa a Sonia o a mí que no podrá asistir a una de nuestras juntas, por “estar ocupada”, atendiendo a un cliente, gerente y en ocasiones, a más de uno de ellos.

Aun así, sin importar su atractivo, me resulta molesta, dado que es la segunda que más guerra me ha hecho en el trabajo (después de Elena, aunque ésta lo ha hecho por los celos que tiene de mí sobre Sonia), al ser uno de los 5 hombres que trabajan en este departamento.

En varias ocasiones, me ha cuestionado la diferencia de mi sueldo en comparación con el resto (el cual no alcanza a ser el 5% mayor que el de ella e incluso, es casi un 20% menor al que recibía antes), el que he debido justificar por mis cursos de prevención de riesgos (obligatorios, para poder trabajar dentro de la mina y que siguen siendo aplicables dentro de la oficina, en vista que soy el único que sabe usar un extintor y primeros auxilios y que por ende, en caso de incendio, soy el último en poder evacuar).

Tampoco ha atendido mis denuncias sobre acoso sexual (las que afortunadamente, han ido menguando en intensidad), puesto que en su visión feminista de las cosas, “los hombres no podemos ser acosados…” y que las caricias y toques no deseados que puede dar una mujer no entran en la categoría de acoso, per se.

Pero quizás, lo que más me perturba de Maddie es la falta de respeto que tiene por Marisol.

Simplemente, no la toma en cuenta y mi esposa, con su personalidad bondadosa y humilde, no se decide a actuar o darse su lugar, por temor a que esto complique mi trabajo.

Podrán entender, entonces, mis aprehensiones a  aceptar sus invitaciones a bailar.

No obstante, por la manera de mirarme y de tomarme (jalándome y ubicando mi brazo entre sus pechos), ella sabía lo que había pasado con Gloria, Sonia y conmigo y tenía todas las intenciones de ser la siguiente, sin importarle en absoluto Marisol, cuyo rostro empezaba a llenarse de desilusión.

En 2 ocasiones, tuve que zafarme, armando un leve espectáculo y no halló mejor momento para proclamar a los 4 vientos:

*¿Y ahora, qué? ¿Vas a bajar a tener sexo con tu esposa en la oficina?

Honestamente, no me esperaba que llegase a ser tan desatinada o con intenciones tan perversas, puesto que simplemente, buscaba humillar a Marisol y exponer sus “cornamentas”, que diligentemente  había tratado de mantener.

Y es que debo aclarar que, dentro de la idílica y romántica visión de los cuernos de mi esposa, Marisol sueña con llegar a algún sitio donde otras de mis amantes la contemplen con envidia y admiración, al saberse la única dueña de mi corazón y de mi cuerpo, algo que hasta cierto punto, sucedió en nuestro matrimonio.

Pero ya no me caían dudas que Maddie es una abusiva y que sería capaz de acostarse conmigo, solamente por el mezquino placer de humillar a Marisol, lo que me hizo detonar de una vez por todas.

-Sí. ¿Por qué? ¿Acaso tienes un problema con eso?- fue mi respuesta, que la terminó descolocando por la brutal y repentina honestidad.

Sus ojos se descuadraron y sus mejillas se tornaron rubicundas de la sorpresa.

*No… tú no puedes…- logró balbucear, luego de segundos de estupor.

-¿Por qué no?- Seguí insistiendo, sin dejarme llevar por su actuar.

Pero en realidad, no había respuesta. Según mi contrato, mi jornada laboral abarca de lunes a viernes, de 9 am  a 4 pm.  En caso que necesite horas extras, además de reportarlo a mi superior directo (Sonia), no me puedo extender más allá de 2 horas y no puedo hacerlo más de 3 veces al mes, puesto que el edificio se cierra por conceptos de seguridad, mantención, aseo y ornato.

Por ende, me hallaba dentro de un territorio gris, al ser la noche de un sábado y fuera de todo horario laboral.

*Es que… esto no es un motel…- logró decir, luego de unos 15 segundos de constante meditación desesperada, intentando frenar mis planes.

-¿Y qué? Los baños tampoco son para experimentar…-repliqué, tomando de la mano a mi esposa, en vista que Maddie estaba revelando intimidades.

Me contempló incluso más atónita y sin palabras.

*¿Disculpa?

-Los baños… no son para que las mujeres experimenten entre ellas...- comenté, con completa naturalidad, mirándola a los ojos.

Literalmente, palideció y giró de forma casi imperceptible hacia Cristina, que también me contemplaba anonadada y boquiabierta.

Y aunque el daño estaba hecho, se fue en negativas, fingiendo no saber de qué le hablaba, pero su tono nervioso y ligero tartamudeo demostraban lo contrario.

Aun así, no quería dejarme ir e intentó como último recurso, contactar a Sonia, para que ella sí me detuviese.

En ese aspecto, Sonia es igual que yo: mientras el trabajo se cumpla dentro del tiempo programado, poco le importa la manera en que se haga y dado que soy su mejor empleado y que levanto entre 5 a 7 proyectos a la semana, terminó apoyándome.

El único detalle fue que dijo que podía llevar “a cualquier mujer que yo deseara a mi oficina, para tener sexo”, comentario que me hizo sentir bastante incómodo.

En el ascensor, no me pude contener las ganas de abrazar a mi esposa por la cintura y agarrarla de sus blancas y carnosas nalgas, haciéndole que diera un leve quejido de sorpresa, el cual fue apagado por mis labios, pero que culminó con su preciosa sonrisa.

Lamentablemente, al consultarle cómo lo había pasado en mi ausencia, me reveló  con cierta aprensión que le habían manoseado, comentario que me reavivó  el espíritu de lucha.

Aun así, con su ternura habitual, me dijo que no le dio importancia…

+“Que había sido un viejito pervertido…” y luego de reírse, me amansó, haciéndome que tocara sus lindos pechos.

Tanteando el camino de regreso a mi oficina, recordaba, mientras guiaba de la mano a mi amada, la noche de su graduación escolar y cómo ella, con su astucia de gata, se las ingenió  no solo para llevarme a su sala de clases, sino que también, para que tuviésemos sexo en el mismo escritorio de su profesora, experiencia que ya auguraba el estilo de vida que viviría una vez que nos casásemos.

Su primera sorpresa de esa noche fue que me bajé una amplia lista de temas de“Maná”, que es uno de sus grupos musicales favoritos. Y la justificación fue bastante sencilla: durante esos minutos previos al almuerzo, donde no me animaba a seguir trabajando o irme al baño para prepararme, pensaba en mi esposa y en sus gustos musicales y así fue cómo esa lista se fue expandiendo, puesto que mis gustos musicales siempre han sido más anglo, pero a mi esposa le encantan Paulina Rubio, La Ley, Julieta Venegas y otros tantos cantautores.

La segunda sorpresa fue, tal vez, la que más me costó preparar. Con mayor frecuencia a la que pueden esperar, Marisol y yo terminamos haciendo el amor en el sofá de nuestro hogar. Y aunque la experiencia nos resulta refrescante para ambos, casi siempre mi esposa se queja de un dolor en la espalda, sin importar que cambiemos posiciones.

Marisol sonreía radiante mientras le explicaba sobre mi segundo regalo y  fue de esta manera que la terminé tomando en el mismo lugar donde minutos antes, estuvo mi secretaria.

Cabe recalcar que, a pesar de ya sentirme cansado físicamente, el simple hecho de estar con mi sexy esposa y los besos y cariños que nos dábamos, iban resucitando mis apetitos carnales.

Y debo mencionar que Marisol influía bastante en ello, puesto que podía notar su ansiedad por sentirme en ella en el calor de sus besos y la desesperación por la que la desnudase pronto y la hiciera mía.

Por ejemplo, sus manos se lanzaban ansiosas dentro de mi pantalón, agarrando y apretando agradablemente lo que por derecho, siempre ha sido suyo y que esa noche, había decidido compartir. Y podía notar una sonrisa ansiosa y picaresca al sentir la humedad de mi falo, ya que a pesar de mis previos combates, la había tratado de limpiar lo mejor posible para ella, con unas ganas locas de chuparla, cuando francamente yo quería estar en su interior.

Mi esposa se veía divina esa noche, con su ajustado disfraz favorito, haciéndola ver como una exuberante “Sailor Jupiter”, que no solo representaba a su heroína de la infancia, sino que también, rememoraba uno de sus logros más grandes: haber viajado a Japón, por lo que yo traté de frenarla un poco y con gran detalle y cuidado, fui despojándola de sus prendas.

Empecé sacándole los guantes con delicadeza, tomando sus blanquecinas manos y besándoselas con ternura, cuando ella me miraba indefensa y sumisa ante mi actuar; respiré su esencia, dándole suaves besos en el cuello (que son sus favoritos) y la alcé para desabrochar su apretado disfraz.

De forma casi explosiva aparecieron sus hermosos senos, ocultos en un delicioso sostén de encaje semi- transparente, que manifestaban sus deliciosas fresitas alzadas. Mi ruiseñor, al verme embobado con sus pechos, sonrió de una forma suculenta y dio un coqueto suspiro, como pidiendo que ya no me distrajera.

Mi joven esposa empezaba a mostrarse de a poco, con la timidez hermosa con la que la conocí y esos gestos tan coquetos, que la hacen simplemente exquisita.

A la altura de su cintura, no podía creer que Marisol tuviese un trasero tan grande. Admito que mi esposa tenía un leve sobrepeso, pero sus caderas seguían apreciándose exquisitas, pero que anunciaban su maravilloso y prominente trasero y el contraste de la penumbra, la tenue esencia del aroma de mi mujer y su blanquecino cuerpo, influyeron en mi lengua para que lamiera su ombligo.

Marisol se estremeció de una forma asombrosa, teniendo que morderse los labios y cerrando los ojos y fue en esos momentos que me percaté de lo excitada que estaba.

No voy a decir su leotardo estaba mojado, pero sí húmedo y la blanca tanga de algodón que había decidido usar mi mujer estaba completamente empapada, notándose parte de su matita peluda por ello.

Marisol tenía un aspecto casi emborrachado, ansiosa por sentirse penetrada y yo, no me hice esperar.

Nos empezamos a besar con mayor ansiedad y el calor de sus pechos y la forma en que sus deliciosas y blanquecinas frutillas se demarcaban, me impulsaron a actuar con imprudencia. Un maravilloso suspiro, combinado entre dolor y sorpresa, coronó el momento en que empezó todo.

No podía detenerme. La deseaba. Era un sentimiento que podía más allá que mí, que nacía más allá de mi capacidad de pensamiento. Un instinto primitivo, animalesco, que me hacía mecerme en el interior de mi amada con desesperación.

Marisol se quejaba con suavidad, dándome acalorados besos con sabor a limón y ese cariñoso abrazo, tan desesperado como mis embestidas, me hacían sentir en el cielo y más allá, machacando con delicia a la mujer de mis sueños.

Nos dábamos besos fugaces y maravillosos, tanto en cara, pecho, hombros y cuellos y no pude aguantar más mis deseos por succionar sus pechos como un infante, pellizcando el otro de la manera que mi cónyuge más adora.

Marisol apenas podía contenerse, pero yo quería penetrarla cada vez más, embistiendo cada vez con mayor violencia y aun así, mi ruiseñor intentaba mantener su diligencia, conteniendo sus gemidos al mínimo, pero que a la vez parecían desbordarla de placer y la forma en que nuestros ojos se encontraban eran muestra de la satisfacción de esos momentos.

Sus nalgas seductoras y suaves se llenaban de copioso sudor y sus piernas envolvían las mías con fuerza, aferrándose a las mías con presión, para que la penetración fuese completa y creo que los 2 tuvimos un sentimiento de triunfo cuando entró toda y forzó su fondo, ya mi esposa dio un quejido ahogado y yo, sentí una descarga eléctrica que me embargó desde la punta de mi falo hasta la base de mi espalda y que se fue expandiendo por mi columna vertebral, como un enorme espasmo.

En esos momentos, nuestras miradas reflejaban nuestro gozo más pleno, porque no solamente rozaba su punto más placentero con fuerza, haciéndola deshacer de placer, sino que mis contiendas anteriores me dificultaban más y más el momento de llegar a mi orgasmo, insistiendo de esta forma con mayor violencia en su interior.

Para cuando finalmente pude lograrlo, Marisol y yo estábamos bañados de sudor y sentí un dolor tras la copiosa descarga que liberé en el vientre de mi esposa, pero aun así, mientras nos besábamos y acariciábamos tras el acto, mi ansiedad no menguaba al tantear el trasero de mi esposa.

Ella, siempre sonriente y sabedora de mis pervertidos gustos y ambiciones, me miraba divertida al imaginar qué le iba a proponer, que también es su placer culpable más grato.

Pienso que el trasero de mi esposa se veía simplemente espectacular esa noche: en la penumbra, su piel blanca destacaba su cintura y el contorno peligroso de sus curvas. Empecé a hurgar en su interior, con ella gimiendo gozosa y sabiendo bastante bien qué se le venía encima y lanzando una especie mezclada de gemido con suspiro placentero cuando inserté el glande a través de su ano.

Recuerdo que era un placer increíble para mí, dado que Marisol es tan inocente e impoluta, que nadie podría creer lo mucho que disfruta del sexo anal. Sus caderas se meneaban incesantes, buscando empalarse más y más hasta el fondo, mientras que sus deliciosos flanes se mecían hacia adelante y hacia atrás, como una vaquita  descolocada.

Su cola de caballo se sacudía esplendida con cada embestida y Marisol desvariaba cuando lograba besarle o morderle el hombro, en nuestro frenético vaivén. Cuando la inserté hasta el fondo, los 2 estábamos en la cúspide de la victoria, porque mis embestidas tensaban sus glúteos con gula y ansiedad para entrar másy más en su interior.

Eventualmente, no pude aguantar más mis ganas y solté mi corrida en su interior, haciéndole soltar un lamento cuyo eco rebotó en las amplias paredes de mi oficina. Nos quedamos callados, escuchando parte de la música y conmigo acostado sobre ella, besando sus hombros y acariciándola con ternura.

Marisol me miraba contenta, complaciente y los besos parecían desbordarnos de los labios. También me acuerdo que prácticamente babeaba tras de ella, al verle desnuda caminar hacia el baño para lavarse, dado que debido a lo menudo de su disfraz, sería imposible que pudiera pasar como una mujer decente sin asearse antes.

Sin embargo, hubo otro momento más, mientras apreciaba su belleza a medida que se arreglaba: el contraste de su piel con el mármol café del baño de las mujeres le hacía ver más exquisita y la forma de ubicarse, para que limpiara los restos que escurrían tanto de su trasero como de su vagina, le daban un aire de putita viciosa que todavía no tiene suficiente y todo eso, complementado con miradas de complicidad que no se atrevían a pedirme más guerra.

Por ese motivo, cuando conducimos de vuelta al hogar y mientras ella se soltaba la cola de caballo que me volvía loco en uno de los semáforos en rojo, no pude evitar comérmela con la mirada y desearla una vez más, en casa, sin interrupciones ni molestias.


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