La depravada - Parte 19

La depravada - Parte 19



relatos


La depravada


Parte 19


Adaptado al español latino por TuttoErotici
 
Mi marido permanece un momento en silencio. ¡Pero yo insisto!
—Bueno… Voy a contarte una aventura que me tuve recientemente en un coche cama. Era una pelirroja…
—¡Ah! También a vos te gustan, ¿no?
—Por supuesto. Era además una chica hermosísima, muy elegante, clienta seguro de un gran modisto. Iba con su marido…
—¡Qué!
—Espera un poco. Iba hasta Burdeos, como yo, pero su marido se bajó en Angulema. Era un hombre gordo, un industrial sin lugar a dudas. Muy servicial con su mujer. ¿Tenés frío, querida?, le decía. O bien: ¿Tenés calor? ¿Querés que abra la puerta?. En fin, era irritante, como podía constatar, para la encantadora pelirroja. ¡Estaba claro como el agua!
Todo eso duró hasta Angulema. Apenas se bajó y el tren retomó la marcha, quiso agarrar su valija del maletero. De un salto, me acerqué para ayudarla, ¡eso me valió una deliciosa sonrisa!
Después le dije, para marcar diferencias con su esposo:
—Este compartimento es suyo, señora. Disponga de él como le plazca.
Entonces, deliberadamente, cerró la puerta que daba al pasillo y, girando hacia mí, se limitó a murmurar:
—¡Estaré más tranquila así!
—¡Bueno! —le digo yo—, ¡creo que te lo estaba poniendo en bandeja!
—Evidentemente, es lo que enseguida pensé. Pero ese «estaré» me dejaba, a pesar de todo, una duda. ¡Hubiera sido mejor si hubiese dicho: «Estaremos más tranquilos»!
—¡Sí que sos exigente!
—¡Por supuesto!
—¿Y su pudor, sinvergüenza?… ¿Y las apariencias que hay que guardar? ¿No pensás en eso?¡Todos los hombres son iguales! ¡Quisieran que les agarraran la pija para metérsela una así nomás entre los muslos!… Por supuesto que pensamos en ese hermoso artilugio cuidadosamente guardado bajo el calzoncillo…, y que deseamos agarrarlo y metérnoslo, lo más rápìdo posible, por adelante o por atrás. Todas sabemos que si en algo no se recupera el tiempo perdido es en el amor…
—¡Gran verdad ésa!
—Naturalmente…Pero siempre, hay que dejarle al hombre algo que hacer…
—¡Tenés razón, amor!
—Lo provoco, por supuesto…, y cruzo las piernas…, y no me bajo demasiado la pollera para mostrar algo más que las rodillas y permitir un mirada del paraíso…, y tenso el pecho…, hasta que sus puntas se marquen en la tela de la blusa…, y arqueo el culo para acentuar mis firmes nalgas…, y si, estando parada, me pongo de espaldas, muevo mi pequeño culo…, lo contoneo para que se vean bien sus curvas voluptuosas…, y me inclino para que se intuya mi grieta…, siempre hay que hacer una exhibición indecente para abrir el apetito… Y cuando viajo, es todavía mejor…
—¿Qué hacés cuando viajás?
—Si encuentro un tipo que me gusta y que me parece bien dotado, interpreto primero la breve comedia que te describí. Después me levanto… y me voy al baño.
—¿Para qué?
—Simplemente, bobo, para sorprender a mi regreso la mirada excitada del hombre, que imagina, en su interior, la escena licenciosa que acaba de tener lugar en la intimidad del lugar: la señora que se sube la pollera hasta la cintura…, se baja la bombacha…, pone su precioso culo al aire, lo deposita con precaución en el asiento…, se agarra a la barra que hay en el tabique para asegurarse contra los traqueteos del tren…, se sujeta la pollera por adelante, levantándose la blusa…, para no mojarse…
—¡Oh! ¡Qué bien lo decís!
—Después el espléndido ruido de la cascadita comienza… El fino chorro de oro brota entre las nalgas… Golpea el inodoro… Desaparece… ¡Por desgracia!
—¡Ah, cerda!
—Por último, aliviada, la señora se incorpora, algo apurada, lo que hace que algunas gotas vayan a parar a las medias o a los zapatos, ¡por no hablar de la bombacha, que también recibe su parte! Sí… Todas las mujeres conocen esos pequeños manejos, que excitan a los machos y los atraen como a perros. Pero, te repito, es preciso que éstos hagan su parte… Entonces…, ¿qué hiciste vos?
—Simplemente: fui a decirle unas palabras al inspector y le dejé un billete de los grandes en la mano. Sonrió. ¡Sabés, están acostumbrados!
—Quedesé tranquilo señor —contestó—. Nadie lo molestará. Tenemos dos horas sin paradas hasta llegar a Burdeos… ¡El señor lo pasará bien!
—¿Y entonces?
—Entré en el compartimento, cuando mi bonita compañera de viaje se tumbaba en el asiento.
—¿Y después?
—Como habíamos intercambiado algunas palabras, ya estaba roto el hielo. Esta vez me dijo:
—Voy a dormir un poco… Espero que no nos molesten hasta Burdeos.
La invitación era clara, y… ¡Oh!… ¡Cómo te mojas, mi putita adorada!
—¡Carajo!… Veo a esa belleza acostada adelante mío.
—¡Lo que puede la imaginación!
—Seguro que te daba la espalda…
—Efectivamente. Me mostraba así, con mucha indecencia, su encantador culito. La pollera colgaba por el borde del asiento. Sin pensarlo mucho, se la levanté, y la tuve a la vista… ¡Ah, qué encantador espectáculo…, su bombacha era casi transparente!
—Sin duda no pudiste resistir mucho tiempo esa visión…
—¡Oh, no!… Arrimé la cabeza…, con la nariz apoyada contra la costura…
—¡Animal!
—¡Ah!… Ese olor, se me subió a la cabeza… ¡Ese olor a concha y a culo!
—Lo conozco. Me vuelve loca. Imagino cómo debía ser con varias horas de tren. Delicioso, ¿no?
—¡Oh, sí!
—Y olfateaste todo ese excitante olor, ¿eh, mi hermoso vicioso?… Oliste el lindo culo de la señora…Te deleitaste con su embriagador aroma… Y después ¿qué hiciste? ¿Le sacaste la bombacha?
—No, tuve miedo que se despertara.
—¡Grandísimo estúpido!… ¡Seguramente no dormía! Esperaba, excitadísima, que la manosearas…,que la lamieras… ¡Estoy segura!
—Tal vez, pero no me paré a reflexionar… Tenía los sentidos alterados, sólo de respirar el exquisito aroma de su conchita caliente a través de la fina tela… Fue más fuerte que yo… Hundí la boca como un salvaje. Estaba acurrucada en el asiento. Imagínate si la tenía a tiro en esa pose… ¡Ah! La delicia de saborear la vulva a través de la finísima tela…
—¿Y la lamiste así?
—Sí. Estaba como loco. Ella no se movía. Con las manos pegadas a sus muslos, los mantenía separados. Descubrí el clítoris, completamente hinchado de deseo, y empecé a chuparlo. Succioné su humedad a través de la bombacha y sentí por las palpitaciones de su carne que el placer llegaba, que ya nada podía aguantarlo… ¡Y mordí!
—¡Oh! ¡La lastimaste!… Cómo pudiste…
—¡No me dejás terminar, Véronique!… ¡Mordí la tela de la bombacha!
—¡Ah, bueno!
—Rompí la tela y, con dos dedos, agrandé el agujero que había hecho… Y tuve al fin bajo mis labios su grieta rebosante de fluidos.
—¡Qué placer debiste sentir!
—¡Sobre todo porque su vulva  estaba totalmente empapada!… Lamí, succioné, chupé, saboreé… Después, de golpe… ¡Ah, Véronique!¡La secreción que llegó a mi boca!
—¡No lo dudo!Todas las pelirrojas son unas calentonas sin igual. ¡Ah!, cómo me excitás, maridito, lo bien que me hace que me digas todo eso… ¿Y después?… Decime, se la metiste, supongo…
—¡Sin dudarlo, mi querida! ¡Los asientos están a la altura adecuada para eso!
—Es cierto, recuerdo haberme hecho ensartar así con mucha facilidad.
—Llevé sus nalgas hasta el borde y hundí todo la pija en su adorable conchita.
—¡Ah, de atrás era más complicado!
—Sí, algo difícil, tuve que meterle la verga por el agujero que había hecho en su bombacha, y que no era muy ancho. La hundí a fondo y la cogí a más no poder.
—¿Y ella? ¿No decía nada?
—Nada…, sólo gemía suavemente, fingiendo estar dormida, con la cabeza hacia el respaldo.
—¡Ah! ¡Qué atorranta!
—¡Fueron unos momentos increíbles!
—¡Cómo me hubiera gustado estar ahí!… La hubiera despertado de su sueño simulado poniéndome en cuclillas sobre su cabeza… ¡Habría tenido que darse vuelta para poder acercar la boca al lugar adecuado!
—Yo, aspiraba, alrededor de mis labios, las huellas del placer que me había llenado la boca unos minutos antes, y su concha, ardiente como una brasa, se tragaba mi pija entera, succionándola como una auténtica ventosa.
—No debiste tardar mucho en encupirle en el fondo de sus entrañas tu exquisita y viscosa lechita…
—¡Claro que no!No necesité ni diez embestidas para eyacular…
—¿Y ella?
—¡Al sentir que yo descargaba, flaqueó! Pero yo seguía duro… y la dejé adentro para prolongar el juego. Le bajé la bombacha. No veía mi verga, oculta por la tela y todavía hundida a fondo en su concha inundada…
—¡Ah, querido, cómo me hubiera gustado apreciar esa deliciosa mezcla de líquidos!
—¡Y a mí, Véronique, me hubiera gustado mirarte mientras lo hacías!… Pero, volviendo a mi pelirroja, veía ahora su fantástico culo desnudo… ¡Ah, querida! ¡Qué delicioso ojete aquél!… ¡Una piel tan fina!… ¡Dos nalgas de una redondez sin igual! Con dos dedos le separé los cachetes… ¡y lo admiré!
—¡Debía de ser digno de admiración por como lo elogiás!
—Veía, en el fondo de la grieta, en medio de finos pelos dorados y rojizos, un divino orificio rosa, precioso, redondo… Me hubiera gustado mucho meterle la lengua…,pero no podía, y me conformé metiéndole el dedo. El tierno anillo se estrechó un poco, como asustado. Comprendí que debía de ser la primera vez que la manoseaban por ahí. Entonces, lo toqué suavemente… Las finas estrías se entreabrieron…, empujé muy despacio, y mi dedo penetró. Reprimió, ¡oh, justo a tiempo!, un gritito de sorpresa…, ¡pero percibí un suspiro de placer! ¡Imaginate,Véronique, lo duro que estaba en ese momento!
—Como lo estás ahora, contra mi culo, querido… Pero seguí… ¿El final?
—¡Épico! Cuando la penetraba suave pero firmemente, para prolongar nuestro placer, escuché atrás de la puerta la voz del inspector.
—En dos minutos, señor, llegamos a Burdeos.
Entonces aceleré el ritmo con grandes embestidas, hundiéndome a fondo con cada movimiento. Me había desabrochado el pantalón para sentir contra mi vientre el puro satén de sus nalgas. Ella las echaba hacia atrás, como si quisiera succionar más mi verga, y en todo su largo, mi afanoso miembro, se hundía en su concha pringosa.
Simulando que todavía dormía, soltaba suspiros que partían el alma… Todo su cuerpo se agitaba, lleno de bienestar. En la zona próxima al hombro, un estremecimiento atestiguaba toda la intensidad de su íntimo goce…, y las sacudidas indecentes de su culo inquieto no hacían más que corroborar la profunda dicha que disfrutaba.
Era tan grande ese placer que comprendí que deseaba hacerlo durar. En otros tiempos…, ya me conoces, Véronique…, habría consentido… Pero nos acercábamos a Burdeos y supuse que mi compañera no había escuchado, perdida en sus placeres, el aviso llegado del pasillo.
Entonces, como hablándome a mí mismo, pero en voz lo bastante alta para ser oída, dije:
—¡Oh…, quiero llegar antes de la parada!
La forma brusca en que se arqueó para atrapar, en su concha, mi pija alterada, fue el testimonio de que había entendido… Y llegamos casi al instante, al unísono, maravillosamente.
Tuve el tiempo justo para subirle la bombacha, liberar mi verga del agujero que había hecho en la tela, secar con el pañuelo, por esa abertura, la mezcla perfumada de nuestros licores, que goteaba de su abierta concha…, volverle a colocar el vestido…, ¡y sentarme de nuevo en mi lugar como si no hubiera pasado nada!
Dos minutos más tarde, fingió despertarse, ¡y ése fue el final de la aventura!
Con la piel encendida y los hermosos ojos brillantes a causa de los placeres que acababa de disfrutar, me dijo sin pestañear e imperturbable:
—¡Oh, qué bien dormí, señor!… ¡Y qué sueño tuve! ¡Delicioso, de verdad! —calló un momento. se arregló…, y después añadió—: Sí, delicioso, de verdad… Pero un poco corto para mi gusto, por desgracia… ¡Como todos los sueños, nunca duran lo que uno quisiera!


CONTINUARÁ...

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