La depravada - Parte 8

La depravada - Parte 8



relatos


La depravada


Parte 8


Adaptado al español latino por TuttoErotici
 
Un poco relajados, pero con el apetito despierto tras ese primer asalto, Guy me interroga de nuevo:
—Entonces,querida, ¿esa linda mancha de esperma en tu camisón…? ¡Terminá la historia!
—¡Bueno! Ayer a la tarde, en tu despacho, después de haber revisado el correo, que me trajeron tus dos secretarios, Bovy y Téroigne, conecté, para divertirme, el micrófono que instalaste para espiar las conversaciones de tu personal.
—¿A quién se lo conectaste?
—A Bovy yTéroigne, que justo acababan de dejarme.
—Naturalmente, hablaban de vos.
—¡Naturalmente! Y en términos elocuentes, aunque poco cuidados, como hacen dos hombres que se creen solos.
—¡Los muy cerdos!¿Qué decían?
—Bovy alababa mis tetas, que, inclinado sobre mí hacía un momento, pretendía haber percibido bajo el encaje de mi camisa.
—¿Y Téroigne?
—Hablaba de mi culo en términos exagerados. «¡Ah, qué culo más hermoso tiene la patronal!», decía. «¡Lo que daría por verlo! ¡Me gustaría cogérselo, meterle mano, lamerlo de arriba abajo y de abajo arriba! ¡Ah, una mujer así! Mierda…, ¡me comería su mierda!».
—¡Qué cerdo!
—¡Qué amable cerdo, deberías decir!
—Bueno, si querés… Pero ¡seguí!
—Después hice venir a Téroigne con un pretexto cualquiera. Sin rodeos, le declaré que había oído toda su conversación con Bovy. ¡No sabía dónde meterse, el pobre! Se echó a mis pies para pedirme perdón. Entonces, se me ocurrió una idea…
—¿Cuál, mi cerda adorada?
—¡Le dije que, para castigarlo, iba a obligarlo a hacer lo que había deseado!
—¡Oh!
—Y que, para eso, vendría a tomar café acá esa tarde, conmigo…, y que después le haría un regalo a mi manera.
—¿Acudió a la cita?
—¡Por supuesto!Vino incluso demasiado pronto, y tuve que despedir, so pretexto de un dolor de cabeza, a la encantadora señora Fromès, que había venido a ponerme al tanto de sus desengaños conyugales.
—¡Por suerte comprendió!
—Sí, creo que no se tragó mi historia…
—¿Y entonces?
—Hice subir aTéroigne a mi recibidor y, sin decir una palabra, me tumbé en el sofá, presentándole mi culo en una pose confortable. Él tampoco dijo nada…
—Pero actuó, supongo…
—¡Sin dudarlo un momento! ¡Me arremangó lentamente el vestido, me sacó la bombacha y me contempló durante varios minutos en todo mi esplendor! Yo oía perfectamente su respiración, que se había vuelto jadeante por la emoción… Estaba loco de alegría… ¡Hasta el punto de que por un momento temí que no pudiera recobrar el ánimo!
—¡Qué sátiro!
—A continuación, dado que yo arqueaba del modo más provocativo posible mi hermoso culo, se decidió por fin… Se arrodilló ante esa bonita fruta de carne como ante una divinidad pagana y, durante una hora por lo menos, me lamió apasionadamente.
—¡El muy vicioso!
—Por último, tras todo ese tiempo, que ya empezaba, lo confieso, a encontrar un poco largo, aplicó su boca en ventosa contra mi roseta. Al mismo tiempo, sus manos separaban las nalgas al máximo.
—¿No te hundió la lengua en el agujero, como tanto me gusta hacer a mí?
—¡Esperá! ¿Te acordás que había venido para que lo castigara por haber proferido palabras indecentes a propósito de mi culo, y que el castigo consistía en llevar a cabo lo que había dicho en el calor de un entusiasmo sin duda exagerado?
—No digas que es exagerado… Comprendo muy bien que haya podido imaginar las peores asquerosidades, excitado como estaba.
—De acuerdo… Pero escuchá. Mientras me succionaba, empujé…, empujé más y más…
—¡Oh! ¡Cerda!
—… Y saboreó lo que le soltaba: simplemente, un dátil sin carozo que la bribona de Poupette, antes de su llegada, me había metido en el lugar adecuado. Eso lo excitó tanto que se levantó y, como un salvaje, sin pedirme siquiera permiso, me hundió su verga, tan dura como una barra de acero…
—¡Caradura!
—¡Ya lo creo!Menos mal que su boca había humedecido el orificio… No me hizo el más mínimo daño, todo lo contrario…
—¿LLegaste enseguida?
—Una vez, sí…Pero como seguía arremetiendo con frenesí, no tardé en tener otra vez ganas de aprovechar su ardor, sobre todo al oírle gritar…
—¿Así que ahora hablaba?
—¡Desvariaba!Decía: «¡Ah! Por fin, por fin… ¡Oh, señora! ¡Oh, jefa! ¡Cuánto tiempo hacía que ardía en deseos de apoderarme de su espléndido culo! ¡De su culo adorable! Y ya estoy haciéndolo… ¡Ah! ¡Qué felicidad! La estoy ensartando… ¿Siente cómo se la meto? ¡Bien adentro, al fondo de su agujerito maravilloso!».
De más está decir el placer que me daban todas esas palabras inconexas pero enloquecedoras!
—¿Fue todo lo que dijo?
—¡Oh, no! Siguió:«¡Ah, señora! ¡Qué extraordinario ojete! Voy a llegar pronto…, a llegar como nunca desde la primera vez, a los catorce años… ¡Qué bien mueve usted esas nalgas que adoro…, que adoro hasta el punto de querer morir por ellas!».
—¡Estaba lanzado!
—Y más aún, Guy, pues dijo también, penetrándome como para la eternidad: «¡Ya me imaginaba, querida jefa, que era usted una cerdita! Me encanta que sea así… ¡Es la mejor entre todas las mujeres! ¡Ah! Se toca por adelante mientras la monto… ¡Gracias por ese gesto divino! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!… ¡Voy a llegar!… i Voy a gozar como un dios!… Ya llego… Ya sube… Ya está… ¡Mi leche en su agujero!… ¡Ah! Jefa… ¿Siente cómo chorrea en lo más profundo de sus maravillosas entrañas?… ¡De sus entrañas que yo quisiera devorar!… ¡Oh!… Usted llega también… ¡Qué bueno! ¡Grita!… ¡Ah, este placer interminable!».
Y era cierto, Guy, llegué machacándome el clítoris con furor, mientras él esparcía en mí su licor ardiente, que me daba un placer…, ¡un placer!
—¡Cerda! ¡Decime otra vez que te dio placer!
—¡Sí, Guy, estuve a punto de morir de placer!
—¡Me hace muy feliz! Tu placer va a hacerme gozar también…
La verga de mi querido esposo, efectivamente, se había vuelto tan dura como la de Téroigne, a medida que yo le contaba mi voluptuosa historia. ¡Ya no podía más!
—¡Qué excitado estás, querido!
—¡Como un dios, yo también! Y voy a probártelo… Dejate coger… ¡No pido otra cosa!
¡E hicimos de nuevo el amor!
Echándose sobre mí como una fiera hambrienta, me puso boca abajo y quiso repetir la enloquecedora escena con Téroigne.
Hundiéndose sin compasión en mi nido más secreto, se entregó a un galope fantástico que nada ni nadie hubiera podido interrumpir.
Como una yegua relinchando, parecía que me iba, con él a la espalda, hacia horizontes alguna vez alcanzados, y ahora superados… ¡No se acababa nunca!
De pronto, un aullido…
Guy redobla el ritmo de su equitación, parece que me espolea…
Un segundo grito, más fuerte todavía…
Y noto un chorro de lava incandescente que me invade hasta lo más profundo…
Es irresistible…¡Yo también grito y me desmayo en un espasmo milagroso!


CONTINUARÁ...

0 comentarios - La depravada - Parte 8