La depravada - Parte 3

La depravada - Parte 3



relatos


La depravada


Parte 3


Adaptado al español latino por TuttoErotici
 
Anoche, después de dieciocho meses de matrimonio, tuve —¡por fin!— el valor de pedirle a Guy un favor con el que soñaba desde hacía mucho tiempo.
Lo deseaba desde el día en que, curioseando en el estante más alto de la biblioteca, encontré una carta metida en un libro de poesía.
Todavía estaba adentro del sobre, con el sello del correo sobre el nombre, «Señor De Chanvy», y la dirección, trazados con puntiaguda letra femenina.
Así supe que era una de las amantes anteriores a nuestro matrimonio la que escribía a mi marido. Carta de una terrible indecencia, que comencé a leer inmediatamente…, pero que no pude terminar sin llamar a Poupette, que bordaba en el saloncito de al lado.
Al llegar, me vio sonrojada, con los ojos encendidos, y adivinó enseguida.
—¡Ah! La señora se excitó leyendo alguna cochinada. Entiendo por qué me llamó. Siga leyendo… ¡y dejemé a mí!
Me levantó el vestido, me bajó la bombacha… y arrimó a mi concha su incomparable boca de sirvienta. Yo seguía la lectura mientras ella me lamía suavemente. ¿Qué digo, seguir? ¡Preferí empezarla de nuevo, y la volví a leer para liberar todo mi placer!
 
Mi Guy:
Tu indecente carta me llegó esta mañana. Estaba todavía en la cama holgazaneando, ya que mi marido se había ido de madrugada a la fábrica. Desde las primeras líneas, las puntas de mis tetas se irguieron…, como a vos te gustan. Y mi clítoris…, ¡estaba bien duro! ¡Había que verlo! Lo hice rodar entre el pulgar y el índice, mientras con el dedo mayor toqueteaba mi rallita, completamente mojada. Querido,  leí tu carta mientras me masturbaba.
Te adoro por escribirme todas esas deliciosas cochinadas. ¿Se te ponía dura mientras lo hacías? ¡Y te masturbaste la otra noche, me decís, metiendo la nariz en la bombachita que te mandé! Tendrías que ver, o más bien oler, te había obedecido, mi vicioso amor. La llevé durante tres días…¡Imaginate si se habían concentrado los perfumes que a vos te gustan! Cada vez que hacía pipí, me secaba con la costura; cada vez que me sacudía, soltaba toda mi humedad ahi.
Al acercar tu aliento, como me contás que hiciste, tuviste que reencontrar calentito el olor de mi concha, el aroma de mi culo, la fragancia de mis jugos…, todas las cosas que hacen que se levante, para mi felicidad, tu grandiosa pija.
Me excitaste tanto contándome todo eso en detalle que llamé a Noémie. A falta de tu hermoso atributo, tenía unas ganas terribles de llevarme a la boca algo que lamer, que chupar y que aspirar con todas mis fuerzas. Le dije:
—Vení, levantate la pollera y dame tu concha.
—¡Oh! —contestó—, ¡todavía no me lavé! Si no te importa, prefiero que lo hagás en mi culo.
—Como quieras, nena —le dije—, pero después me das tu conchita y te la limpio a lengüetazos.
Entonces, Guy, le lamí el hermoso culo así como vos lamés el mío…, ¡y cuánto rocío de miel encontré después en su hermosa concha negra!…, ¡y cuánto me soltó después en la boca!
¡Y pensar que todo esto es por tu culpa, porque me escribís cartas tan asquerosas, usando todas esas palabras que me enseñaste, amor! Cada vez me sorprendo más pensando que yo, la marquesa de…, conoce tantas palabras obscenas y además, me encantan… Cuando pienso en el sabroso contraste que existe entre la desenfrenada que soy entre tus brazos y entre tus muslos, disfrutando tu verga,  mi amorcito, y la dama que, en nuestro mundo, pasa por tan aristocrática, me resulta todavía más enloquecedor, y ¡sólo imaginarla me alcanza para hacerme gozar!
¡Ah! ¡Volvé pronto, mi belleza, mi hermoso macho! Tengo unas ganas locas de lamerte por todas partes y dejar que me besés. Igual que la última vez, cuando hicimos el sesenta y nueve en aquella habitación…,y estabas tan apurado que no me dejaste tiempo ni siquiera de sacarme el sombrero. Volvé pronto, para que hagamos todas las chanchadas que nos vuelven locos. Y después, ¡te abriré mi concha para que le metás hasta las bolas tu grueso tronco, que adoro, y le  hagas el amor a tu pequeña puta!
 
¡Cómo me ahogué leyendo esa prosa incendiaria! Así que mi marido…, ese hombre que, en la conversación de todos los días, no usa más que palabras elegidas y correctas, a ese hombre le gusta la excitación del lenguaje y de las palabras indecentes…
Pero me sentí más excitada que ahogada. Excitada menos por el contenido de la carta que por la idea de que un día… quizá yo también podría pronunciar en voz alta esas palabras groseras, muchas de las cuales todavía no conozco.
Hasta ahora, la verdad, ¿qué sé yo del lenguaje de los amantes? Cosas amables, por supuesto, pero que no tienen ni lo picante ni lo mordaz de esas crudas palabras.
Cuando mi esposo tiene ganas de darme una lamida (expresión que no me enseñó él, sino que aprendí en el pensionado, donde lo practicaba), solo me dice amablemente:
—¡Dejame que te haga unos mimos, querida!
De más está decir que es muy hábil en tales menesteres, pero quizás si, mientras me lo hace, pudiera decirle indecencias, y oírselas a él, mi placer sería incomparablemente mayor.
De la misma manera, cuando quiere chuparme el ojete (cosa que también conocía del pensionado), solo me susurra al oído:
—¡Date vuelta, querida, para que acaricie tu hermoso trasero!
Creo que si en ese momento pudiera hablarle en voz alta de mi delicado culito (¡ah, cómo me gusta esa palabra!), que lo vuelve loco, si pudiera decirle, por ejemplo: «¡Oh, sí, querido! Comete mi pequeño y jugoso ojete», sí, creo que sería más feliz y que gozaría más todavía.
La cuestión es que mientras pensaba, subida a la escalerita de la biblioteca, que podría decir todo eso, ¡gocé copiosamente! Como dice la marquesa en cuestión, ¡solté toda mi humedad en la boca de la adorable Poupette!
Estas últimas semanas le di vueltas a la cuestión en mi cabeza. ¿Cómo conseguir que Guy me hable como a esa amante del pasado? ¿Cómo lograr que me trate, igual que a ella, de «pequeña puta»?
Con algunas dudas, me arriesgué por fin anoche.
Hundido en el gran sofá Luis XV, él hojeaba el periódico mientras yo leía una novela rosa.
—Querida —me llama—, vení a leer esto.
Me levanto y, muy cerca de él, me inclino para leer las líneas que me señala.
Me doy cuenta enseguida de que clava la mirada en el escote de mi bata. Abajo sólo llevo el camisón y éste se entreabre ampliamente, le ofrezco así una rendija de lo más sugestiva. Tan sugestiva que su pantalón se hincha de inmediato en el lugar adecuado.
Me inclino más. Entonces, mientras él hunde la boca entre mis tetas, mete la mano por abajo de mi camisón. Me toquetea ampliamente las nalgas, estimula mi ojete de paso, luego avanza hacia adelante, mientras yo separo los muslos. Hunde a fondo el pulgar en mi concha entreabierta, y pronto lo lleva, bien humedecido, hacia atrás y lo mete suavemente en el más secreto de mis agujeros.
¡Ah, qué exquisita sensación ser acariciada así de pie! Su pulgar titila delicadamente y, por adelante, el índice hundido en mi concha me estimula con suaves movimientos.
No nos apresuramos ninguno de los dos, procurando hacer durar nuestro placer.
Mi mano, metida en su pantalón, estruja las hermosas bolas hinchadas. Entonces, me decido a confiarle mi turbio deseo. Me inclino hacia su oreja y, en voz baja, le digo:
—Querido… Sé bueno, ¿querés? Enseñame palabras feas…, palabras sucias…
Un sobresalto de su verga, que se levanta más vigorosamente, es la mejor respuesta que puede darme.
Su voz surge entre mis tetas.
—Véronique, mi pequeña cochina, ¿te gustaría? ¿Te excitaría?
—Sí, Guy…, ¿querés? Haceme repetir palabras feas…
Al mismo tiempo, saco su hermoso aparato. Lo sujeto con toda la mano y, entre dos dedos, bajo la piel sedosa para desnudar completamente la punta.
Digo, agitándolo un poco hacia mí:
—¡Y pensar que en nuestra noche de Ostende no quise tocarlo hasta que lo pusiste en mi mano!¡Mirá cómo me dice buenos días!
—¡Pequeña puta!—exclama.
—Sí, eso es… ¡Soy tu pequeña puta!
—¡Una pequeña puta a la que le gusta hacer chanchadas!
—¡Oh, sí! ¡Me encanta!
—¡Decime que sos una pequeña puta!
—¡Soy una pequeña puta!
—… Y te gusta meter la mano en el pantalón de los señores.
—¡Sí!
—¡Y te encanta sacar una verga bien dura!
—¡Oh, sí!
—¡Y después mimarla!
—¡Mimarla!
—¡Con satisfacción!
—Con satisfacción…
—La besa…
—… La besa…
—Le da placer…
—… Le da placer…
—¡Y la saborea toda!
—… La saborea toda…
—¡Es mejor que el caviar!
—… Que el caviar…
—¡Putita!
—¡Soy una putita!
—¡Una putita a la que adoro precisamente porque es cerda!
—… Soy una cerda…,¡como vos!
—¡No! ¡Sos más cerda que yo!
—¡Soy más cerda que mi querido maridito!
—¡Puerca!
—¡Soy la más puerca de las mujeres!
—¡Nada es suficientemente asqueroso para vos!
—¡Es cierto!
—Entonces, mi pequeña cerdita adorada, poné tu pie ahí, en el borde del sofá. ¡Ah! Qué bien veo tu conchita, tu magnífica conchita… Separa más los piernas… Mirá cómo se abre, la hermosa rajita rosa en el medio de tus pelos…
—¡Me da vergüenza, Guy!
—¿Vergüenza? ¡Ah, eso sí que no! ¡Tenés que estar orgullosa de tener semejante joya! Tendré que fotografiarlo para llevar todo el tiempo su retrato conmigo. Una verdadera conchita de virgen, te lo prometo, con esos hermosos labios tan bien ubicados, que me encantaría cubrir con los míos para recibir tu delicioso rocío de amor.
—¡Oh, Guy! Sabes muy bien que me encanta gozar en tu boca. Y es delicioso cuando lo chupás todo, lo succionás todo…
—¡Sería un tonto si no aprovechara tu bestial humedad!
—¿Cómo dijiste?¡Repetilo!
—¡Tu bestial humedad!
—¡Ah, cómo me gusta esa palabra!… Y más me gusta porque me encanta beber la tuya hasta la última gota. ¡Beber tu humedad, querido! Me vuelve loca escucharme decir todo esto…, mientras tu pulgar sigue ahí, en mi ojete…  ¿Qué hace ese pulgar para darme tanto placer?
—Te penetra, queridita… Como mi pija cuando te la meto por ahí… ¿Te acordás la primera vez que lo hice? Tenías mucho miedo, creías que no podría entrar nunca… Pero, sentías curiosidad por probarlo, inclinabas hacia mí las caderas para facilitarme la operación… Con tus hermosas manitos me abrías las nalgas, y ponías los dedos a los lados de tu hermoso ano para forzarlo a abrirse, para que instalara en él la puntita.
—Sí, pero como un bruto, me agarraste por la cadera y, ¡hop!, de un solo golpe empujaste… ¡y la metiste toda! ¡Ah, qué maravilla!… ¿Tanto te gusta, mi culito?
—¡Vos lo sabés, cerda! ¡Será posible, no seas hipócrita! ¡Me preguntás si me gusta tu hermoso culo, cuando no perdés  oportunidad para enseñármelo a cada momento!
—¿Tiene alguna queja el señor?
—¡Putita, ya sabés que no! ¿Cada vez que me lo enseñás  meto en él la nariz enseguida, después los labios, luego la lengua, para lamer tu estrella rosa? ¿No ves el placer loco que me provoca?
—¡Ah, sí! ¡Y eso me pone como loca a mí también! ¡Hacelo, Guy! ¡Sacá el pulgar y meteme la lengua! ¡Ah, qué delicioso es! ¡Me lames, cerdo, sucio puerco, cerdo adorado! La punta de tu lengua metida ahí… ¿Te lo doy como tanto te gusta? ¡Ah! ¡Qué delicia!
Y dado que prolonga, goloso, esa deliciosa lamida, derramo pronto todo mi goce sobre sus dedos, que me acarician por adelante.
Al mismo tiempo, veo su pija, ese enorme bastón, elevando al cielo su mágica ofrenda de tibia leche…


CONTINUARÁ...

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