Vacaciones con mis primos II

Día 2. Domingo.

Tal vez se podría decir que el domingo empezaron las vacaciones de verdad. Por la mañana estrenamos la piscina. Mientras veía a mis primos haciendo el burro en el agua junto a mi marido, pensaba en lo diferente que hubiera sido si hubiéramos estado Alejandro y yo solos. Intenté empezar uno de los libros que me había traído mientras tomaba el sol en bikini tumbada en una de las hamacas, pero el escandaloso follón no me permitía concentrarme en la lectura. Acabé zambulléndome en la piscina junto a los hombres de la casa.

Por desgracia, después de comer llegó el momento que había estado temiendo desde que organizamos las vacaciones. Alejandro se tenía que ir y eso me ponía realmente triste. Principalmente por él, pero también en gran parte por mí. Sabía que lo iba a echar de menos y, por primera vez, me alegré realmente de la presencia de mis primos. Supuse que de haberme quedado sola aún lo habría llevado peor.

Una vez que mi esposo se hubo marchado, decidí tener una conversación con los chicos. Sabedora de los diferentes gustos de cada uno pensé que debía dejar las cosas claras para no tener un desmadre cada día. Acepté que Dilan saliera por las noches, siempre que no llegara muy tarde y se comportara. El mayor de mis primos pareció aliviado por no tener que conseguir su propósito de malas maneras. Asumiendo que probablemente se levantaría tarde, aprovecharíamos las mañanas para estar en la piscina del apartamento una vez que Siscu terminara de hacer los deberes. El peque refunfuñó, pero aceptó de mala gana. Después de comer iríamos a la playa, evitando así las peores horas de calor y, cuando empezara a irse el sol, antes de cenar, pues improvisaríamos. Tampoco quería tenerlo todo demasiado atado. Mis primos estuvieron conformes con la espontánea planificación.

Esa misma noche fue la primera que Dilan salió después de cenar. Mientras, los otros dos hermanos y yo aprovechamos para ver una peli. Cuando Siscu y Fer se fueron a la cama yo me quedé despierta esperando a que el veinteañero regresara.

Estaba nerviosa y no dejaba de pensar si había hecho bien en dejarle salir, en darle tanta libertad. Tenerlo controlado no entraba dentro de mis ideales de educación, pero cómo debía tratar a un chico problemático como él era otra cosa. En el fondo, quería confiar en Dilan y mientras no me fallara a mí directamente no tenía por qué no hacerlo. Mi primo llegó un poco más tarde de la hora acordada, pero parecía sobrio y eso me tranquilizó.

—Has cumplido —le sonreí.

—No hace falta que hagas de niñera, quedándote a esperarme.

—Estaba preocupada. Y me gustaría no tener que estarlo. ¿Puedo confiar en ti?

—La verdad es que no.

—Vaya, me decepciona oírlo. En fin… buenas noches entonces —me despedí con cierto resquemor, dirigiéndome a mi habitación para dejarle el sofá cama libre.

—Buenas noches —soltó con frialdad.

Estaba acostumbrada a dormir acompañada así que me costó conciliar el sueño. Cuando finalmente lo conseguí, lo hice envuelta en dos claros pensamientos. Por un lado estaba triste por Alejandro, sin quitarme de la cabeza cómo llevaría lo de estar solo y sin poder disfrutar de vacaciones. Pero también estaba preocupada por Dilan y su carácter insolente que no le pegaba nada. Necesitaba volver a acercarme a él y no paraba de darle vueltas a cómo conseguirlo.

Día 3. Lunes.

Estaba soñando que nadaba en unas aguas cristalinas rodeada de delfines cuando unos gritos me despertaron. Me alcé y vestí rápidamente, deshaciéndome del pantaloncito corto y la fina camiseta sin nada debajo con los que solía acostarme. Salí al salón.

—¿Qué es lo que pasa? —pregunté.

—Este gilipollas, que no me deja dormir —vociferó Dilan, quejándose de Fernando.

—Es que quiero ver la tele —replicó.

—Uf —resoplé—, creo que vamos a tener un problema con esto.

No había caído en que el veinteañero no podía acostarse en el sofá cama del salón si se levantaba más tarde que el resto.

—Dilan, anda, ¿por qué no te vas a dormir a mi cuarto? —le propuse mientras cruzaba el salón en dirección a la cocina.

—¡No me jodas! —refunfuñó, alzándose de la cama para dirigirse a la habitación de matrimonio.

Me sorprendió ver a mi primo vestido únicamente con unos bóxers negros ajustados. Sonreí al comprobar que le hacían un culo muy bonito. Aunque lógicamente no le di ninguna importancia, lo cierto es que no me lo esperaba. Estaba acostumbrada a Alejandro, que solía dormir con pijama tanto en invierno como en verano, lo que no le confería de un gran atractivo precisamente.

—¿Qué son esos gritos? —apareció Siscu, frotándose los ojos, señal de que acababa de despertarse.

—Me parece que uno de los dos tendréis que cambiarle la cama a vuestro hermano —convine sin pensar demasiado.

—¡Ni de coña! —contestaron ambos al unísono.

—Pues qué bien…

Dejando momentáneamente de lado el problema de las camas, después de desayunar y de que el peque avanzara con los quehaceres de la escuela, nos dirigimos a la piscina tal y como habíamos acordado el día anterior. Volví a intentar leer un poco mientras mis dos primos jugaban en la piscina, pero pronto me desconcentré, observándolos.

Siscu, el menor de los hermanos, tenía una cara de pillo acorde a su carácter. Era un muchacho inquieto y mal estudiante, de piel morena y muy delgado. Aunque tenía el pelo corto, le gustaba dejarse una incipiente cresta que tan de moda se había puesto últimamente entre los jóvenes. Desde bien pequeño había sido siempre muy ocurrente y no le costaba mucho sacarme una sonrisa.

Fer, más fornido físicamente, era tremendamente guapo, incluso a pesar de los pocos granos típicos del acné juvenil que tenía en el rostro. Sin duda tenía los moldes para ser todo un triunfador con las mujeres. Lo malo era su personalidad. Normalmente parecía un muchacho reservado, pero en muchas ocasiones evidenciaba su timidez, sobre todo cuando se ponía rojo al verse en un aprieto.

—Tata, ¿no te bañas? —me preguntó Siscu desde la piscina, sacándome de mis pensamientos.

—¡Voy!

Estábamos los tres en el agua cuando Dilan apareció, ya vestido con el bañador. Se metió con nosotros y los cuatro disfrutamos de una divertida mañana de sol y piscina.

Por la tarde tuvimos el primer contacto con la playa, pero fue un poco decepcionante por lo masificada que estaba. Apenas había espacio para que los chicos jugaran con las palas y yo no podía tomar el sol tranquila sin que alguien pasara demasiado cerca a cada poco, salpicándome agua o arena.

Por la noche, Siscu, Fer y yo aprovechamos para echar una partida al Dead of winter. Intenté convencer al mayor de los hermanos para que se quedara con nosotros, pero prefirió volver a salir.

El día había transcurrido con normalidad hasta que llegó la hora de regreso de Dilan. La noche anterior se había retrasado ligeramente, pero en esta ocasión ya había pasado una hora y aún no había dado señales. Estuve tentada de llamarle al móvil, pero no quería que se sintiera atosigado y decidí esperar hasta que, pasadas dos horas, oí un ruido sospechoso procedente de la entrada del apartamento.

Al abrir la puerta me encontré a Dilan intentando insertar la llave en la cerradura con evidentes dificultades para conseguirlo, pues no paraba de tambalearse.

—¡Ya te vale! —le increpé, agarrándole de la pechera y arrastrándolo hacia el interior del apartamento.

—¡Eh! —se quejó—. Que puedo solo.

Estaba realmente enfadada. Había depositado la confianza en él y en tan solo dos días la había tirado por tierra.

—¿Qué has tomado? —le pregunté mientras lo llevaba al cuarto de baño.

—Nada. Será el agua que me ha sentado mal… —rio.

Abrí el grifo del lavabo y coloqué la mano en forma de cuenco bajo el chorro.

—Pues a ver cómo te sienta esta —le solté justo en el momento en que acercaba la palma hacia mi primo, restregándole el agua fría por toda la cara.

—¡Joder! —balbuceó.

—Calla, que vas a despertar a tus hermanos.

Dilan comenzó a reírse.

—¿Qué te hace tanta gracia? —me quejé.

—Mi hermano… —y siguió riendo, consiguiendo por un momento casi hacerme reír a mí también.

—¿Qué le pasa a tu hermano? —pregunté sin mucho interés, empujando a Dilan hacia el salón.

—¿No te has dado cuenta?

—No. ¿De qué?

—Está coladito por ti.

—¿Qué? —pregunté extrañada, mezcla de sorpresa e incredulidad.

—Fer. Lo tienes loquito.

—No digas tonterías. Estás borracho —me quejé—. ¿No habrás tomado algo más? —bromeé, quitándole hierro al asunto.

—No, oye, ahora en serio, que estoy bien. Le gustas de verdad.

—Tú lo que necesitas es dormir la mona. Por cierto, ya hablaremos más seriamente de esto…

—Lo que tú quieras, pero te juro que el pobre se desvive por ti.

—Ya, claro. Será que soy su prima mayor y me tiene cariño, nada más.

—No es esa clase de cariño…

—Bueno, ya vale —le quise parar, empezando a sentirme incómoda.

—Si no me crees, ponlo a prueba. Ya verás que lo te digo es cierto.

—Que sí, que sí —corté la conversación definitivamente—. ¡Ah!, tenemos que solucionar el tema del sofá cama.

—Te cambio la habitación —sonrió.

—Sí, claro… —ironicé.

—Entonces…

—Si quieres duerme conmigo esta noche. Ya mañana vemos cómo lo arreglamos. Aunque dudo que vuelvas a salir…

—¡Los cojones!

—Pues que te jodan. Duermes aquí y mañana que vuelvan a despertarte tus hermanos.

—No. Los cojones lo de no volver a salir. A tu cama voy encantado —me sonrió con cierta picardía.

En su gesto volví a ver a aquel niño al que hace años consideré como un hermano, aplacándome ligeramente el enfado por haberse emborrachado.

—Vaya peligro tienes… ¡anda para la cama! —le animé, más alegre de lo que me habría imaginado desde que había abierto la puerta del apartamento y lo había visto completamente ebrio.

Día 4. Martes.

Me desperté alegremente abrazada a mi marido. O eso pensaba hasta que me di cuenta de que el cuerpo al que estaba completamente pegada era el de mi primo pequeño. Inicialmente me dio mucha vergüenza pensar que Dilan se hubiera percatado de que le estaba restregando claramente las tetas por la espalda y de que mi pubis estaba en pleno contacto con su culo. Por suerte el veinteañero, que se había puesto un pantalón de deporte para acostarse, dormía como un tronco y no parecía haberse enterado de nada. Destrencé nuestras piernas y me separé con cuidado de no despertarlo. Misión cumplida.

—¿Dónde está Dilan? —me recibió Fer nada más aparecer en el salón.

—Hoy ha dormido conmigo.

—¡Jo! qué suerte —soltó, poniéndose rojo como un tomate al instante.

Normalmente no le habría dado mayor importancia y habría sonreído para mis adentros al ver cómo el adolescente se ruborizaba por soltar un comentario equivocado. Sin embargo, a mi mente vinieron las palabras de Dilan de la noche anterior. ¿Y si Fer realmente se sentía atraído por mí? Me parecía una auténtica locura, pero ¿y si lo ponía a prueba como me había sugerido su hermano? Al fin y al cabo los borrachos supuestamente siempre dicen la verdad.

—Buenos días —saludó Siscu, entrando al salón aún soñoliento.

—Como vuestro hermano mayor se levanta más tarde, no puede dormir aquí —les expliqué—. Y como vosotros no le queréis dejar la cama, pues ha tenido que dormir conmigo.

—Y si se la dejo yo, ¿podré dormir contigo? —me sorprendió Siscu con una de sus típicas salidas que siempre me hacían reír.

Me fijé en el rostro de Fer, que parecía más que interesado en la respuesta.

—No veo por qué tú no puedes dormir en el sofá cama.

—Pues entonces no le cambio nada —se enfurruñó, volviendo a hacerme reír.

—Bueno, no sé, igual sí podrías dormir conmigo —forcé la situación, intentando provocar a Fernando.

—¿Y yo? —saltó finalmente, incendiándosele la cara.

—Tú también, por supuesto —sonreí, alejándome hacia la cocina, sorprendida al descubrir unos posibles sentimientos inesperados de mi primo y, por qué no decirlo, ligeramente adulada.

Tras el desayuno y las tareas escolares del peque, los tres nos dirigimos a la piscina. Yo seguía dándole vueltas a lo de Fernando y decidí averiguar un poco más con la intención de no equivocarme sacando conclusiones precipitadas.

—Anda, Fer, ¿por qué no me ayudas a ponerme crema? —le sugerí, ofreciéndole el—Anda, Fer, ¿por qué no me ayudas a ponerme crema? —le sugerí, ofreciéndole el tubo que contenía el protector solar, para ver cómo reaccionaba.

—Sí, claro… —titubeó, agarrando el frasco con manos temblorosas y volviendo a ponerse rojo.

—Tata, no seas vaga, que los otros días te la has puesto tú sola —soltó Siscu de forma jocosa, descolocándome por completo.

Pero antes de que pudiera reaccionar, fue su hermano el que contestó.

—No te preocupes, Vero, que a mí no me importa.

¡Vaya con el chico tímido! Sin duda parecía no querer perder la oportunidad de tocar un poco de carne.

—¡Calla ya, peque! Lo que te pasa es que tienes envidia —solté, haciéndoles reír.

Me tumbé boca abajo en una toalla sobre el césped. Esa mañana me había puesto un bikini blanco que realmente me encantaba cómo me quedaba, realzando más si cabe mi ya de por sí bronceada piel. Sentí el primer chorretón de la fría crema entrando en contacto con mi caliente cuerpo y, acto seguido, la insegura mano de mi primo esparciéndomela por la espalda.

El chico parecía temeroso, pero poco a poco se fue animando y lo que empezaron como inexpertas caricias acabaron convirtiéndose en evidentes masajes. Fer se entretenía pasando desde mi cuello hasta la parte baja de la espalda, recorriendo cada centímetro de piel, incluso subiendo la tira del bikini para manosearme también por debajo. Ya tenía claro que estaba disfrutando más de lo debido así que pensé en pararlo, pero me divertía descubrir hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

—¿Te importa continuar con las piernas? —le pregunté, conteniendo la risa que la situación me provocaba.

Mi primo pequeño no contestó y directamente me sobó el muslo derecho, restregándome los escasos restos que le quedaban en la mano.

—Pero échame un poco de crema primero, chiquillo —le recriminé cariñosamente.

Completamente obediente extendió dos largos chorros a lo largo de ambas extremidades. Pensé que para que mi piel absorbiera tal cantidad de crema debería estar un buen rato esparciéndomela. Al parecer Fernando era más pícaro de lo que me había imaginado y me lo confirmó definitivamente colocándose de rodillas entre mis piernas, obligándome a abrirlas para dejarle el hueco necesario.

—¿Estás cómodo? —le pregunté con socarronería.

—Sí. ¿Y tú?

Me hizo reír. Vaya preguntas tenía mi primo. Desde su posición debía tener una magnífica visión de mi entrepierna, únicamente cubierta por la escueta tela del bikini, lo que hizo que me sintiera ligeramente azorada.

Al igual que en la parte de arriba, el quinceañero no se dejó ni un mínimo resquicio de piernas sin tocar. Primero empezó con los muslos y luego fue bajando por los gemelos hasta los tobillos para volver a subir, sobándome a conciencia. Se estaba recreando, comenzando a adentrarse peligrosamente por la parte interna de mis piernas.

Iba a detener la situación definitivamente cuando empezó a rozarme la parte baja de las nalgas, entrando en contacto con el bikini y provocándome un ligero escalofrío de perplejidad. Escasos segundos después, acariciándome cautelosamente las ingles, introdujo con cierto disimulo un dedo debajo de la prenda, muy cerca de mi chochito.

—Vale, vale, tampoco te pases —le detuve, ya entre claras risas, alucinando con el descaro que empezaba a mostrar Fer y parándole completamente los pies—. Ya termino yo.

—¿Te has enfadado? —me preguntó con evidente preocupación.

—Claro que no —contesté mientras me daba la vuelta—. Lo que pasa es que me has puesto mucha crema y no ibas a acabar nunca —le sonreí—. Anda, vete a la piscina, que luego voy yo —le dije mientras me percataba de que Dilan nos observaba desde el interior del apartamento.

—Hola —me saludó con una sonrisa burlesca.

—¿Ha dormido bien el borrachuzo? —le recriminé, bromeando, tras ir a su encuentro.

—Deliciosamente. —No supe muy bien cómo interpretar su tono, que me descolocó ligeramente—. Entonces, ¿qué, tenía yo razón o no? —me preguntó sonriendo, ahora con la suficiencia del que conoce la respuesta.

—¡Jo! Pues parece ser que sí. Menuda sobada me ha dado tu hermanito. Y porque lo he parado… —reí jocosamente, demostrando una complicidad perdida que antaño había existido entre nosotros—. ¿Y tú cómo sabías…? —Pero no me contestó, simplemente sonrió nuevamente y se marchó hacia la piscina.

Me sentí extraña y algo torpe. No era la primera vez ni sería la última que un hombre se fijaba en mí. Alejandro siempre me decía que era normal debido a mi atractivo y, sobre todo, a mi buen cuerpo. Aunque es cierto que no me podía considerar precisamente fea, jamás me hubiera imaginado algo tan inesperado, que uno de mis primos se sintiera atraído por mí. Procuré no darle importancia y seguir comportándome como lo haría normalmente, convencida de que seguramente no era más que un capricho pasajero de Fer que no iría a mayores.

Aunque no las tenía todas conmigo, esa noche permití que Dilan volviera a salir. A pesar de lo ocurrido el día anterior, pensé que intentar retenerlo hubiera sido contraproducente. Primero porque temía que se revelara, incumpliendo mis órdenes. Y segundo porque probablemente lo que el muchacho necesitaba era que alguien confiara en él. Y yo, a fin de cuentas, era la persona adecuada para ello.

—Parece que hoy vas sereno —le increpé jocosamente cuando regresó al apartamento—, has podido abrir sin ayuda —le sonreí.

—Je je. Muy graciosa.

—¿Quieres irte a dormir o podemos charlar un poco? —intenté acercarme a él, algo que había sido muy fácil en el pasado y que ahora me parecía una quimera.

—¿Es que hoy no duermo contigo? —me sonrió.

—No, hoy le toca al peque. Tú duermes en la otra habitación con Fer.

—¿En serio? —forzó una mueca de decepción, haciéndome reír.

—Oye, ¿y se puedes saber a dónde vas por las noches? —procuré seguir intimando—. Si esto es un pueblucho de mala muerte…

—Vamos, Vero, será que tú no has salido nunca… Estando en la costa en pleno verano, la fiesta está asegurada.

—Uf —resoplé—. ¡Qué recuerdos! Pero ya no tengo edad para esas cosas…

—No digas tonterías. A mí no me importaría que me acompañaras.

—No lo dices en serio… —sonreí—. Además, no podría dejar a tus hermanos solos.

—Lástima. Si no hubieran venido…

—Ya…

El silencio se adueñó del momento. Los dos nos miramos, seguramente pensando en lo mucho que habíamos vivido juntos. Quise romper la incómoda situación, pero él se adelantó.

—Ha sido mi madre la que te dijo que me trajeras a pasar las vacaciones con vosotros, ¿verdad?

—Me lo dijo tu tía. Pero, vaya, me parece que te lo has ganado a pulso, ¿no crees?

—¿Quieres saber por qué me han mandado aquí, por qué no querían que me quedara en el barrio con mis amigos?

—Claro… —contesté, satisfecha, sabedora de estar consiguiendo justo lo que había pretendido.

Dilan me confesó algunas de las fechorías que había cometido. Sabía que su vida se estaba torciendo, pero no era consciente de hasta qué punto. Mi primo pequeño había robado, había propinado alguna que otra paliza tras intervenir en diferentes reyertas, se había metido todo tipo de psicotrópicos y había dejado embarazada a una menor de edad que había tenido que abortar. Su confesión me dejó helada. Pero, a pesar de eso, me alegró que se abriera conmigo, como antaño. No le juzgué y simplemente decidí ayudarlo.

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