¡Recuérdame! (V)




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Compendio III

A la mañana siguiente, despertamos cerca de las 10 y media, porque llamaban a nuestra habitación.
Pensando que sería la señora Ximena, la encargada del aseo de los dormitorios y que le había prometido a mi esposa una bolsa con los deliciosos chocolates que ponían debajo de nuestros cojines, me vestí con los boxers y el pantalón del pijama y abrí la puerta, mientras que Marisol entraba a ducharse.
Para mi sorpresa, se trataba de Karina, que quedó impactada mirándome de pies a cabeza…
Nunca creí que una mujer como ella se comportaría de esa manera al verme así. Si los papeles se hubiesen invertido, no habría quitado mi atención de sus pechos. Pero en este caso, no paraba de contemplar el mío, que ni siquiera es tan prominente y si bien, me mantengo en forma, tampoco soy de aquellos que tiene el vientre demasiado marcado, ya que aún tengo una flácida barriguilla que aparece cuando estoy relajado.
“¡Hola!” musitó, con una mirada nerviosa. “Este… vine a ver a tu mujer… uhm… ¿Cómo estás?... ¿Te molesto?”
“¡No, pasa, pasa!” la invité a nuestra habitación. “¡Se está duchando!”
Llegó un suave olorcito a mi nariz de su perfume, que comenzó a alterarme de a poco. Por otro lado, vestía una falda de mezclilla bastante corta, botas tipo vaquera blancas y una camisa de algodón sin hombros, que si bien ocultaba sus pechos, los destacaba bastante.
“Uhm… ¿Y tú… siempre duermes así?” consultó tras sentarse, sin parar de mirar el pantalón del pijama.
“No… pero no me acostumbro a este calor.” Respondí, riéndome.
Ella también se río.
“Sí… te entiendo. Yo también duermo pilucha…” comentó ella, de manera desinteresada, pero estudiando mis facciones, con una deliciosa sonrisa.
Al poco rato, salió Marisol de la ducha, anonadada de ver a Karina en su living.
“Sí, es que tenía que pedirte disculpas.” Y luego clavó una mirada más coqueta en mí. “No es su culpa que no supiera quién soy y por eso, quería proponerles si les doy un tour por la ciudad. Total, yo conozco muy bien las atracciones.”
La mirada de mi mujer se iluminó como un árbol de navidad y como si fueran las mejores amigas desde la infancia, se sentó en el sofá a conversar de manera muy jovial, mientras yo me iba a bañar.
Pero tras pasar el marco del baño, me detuve en mis pasos al oír la voz de mi esposa.
“Oye, Karina… ¿Qué pasó anoche contigo y mi esposo?” Alcancé a escuchar a Marisol antes de cerrar la puerta.
“No… nada… ¿Por qué? ¿Te dijo algo?” Preguntó Karina con un tono nervioso.
El tono de voz de mi cónyuge despertó mi curiosidad, ya que también creí que era un reproche…
“No. No me dijo mucho… pero anoche, ¡Qué sesión de sexo tuvimos!…”
Traté de reírme con discreción. Cada vez, me gusta más escuchar a Marisol “vendiéndome” con sus amigas…
Asomé levemente la cabeza, para contemplar a ambas. Si bien, Marisol me daba la espalda, a Karina la podía ver en gloria y majestad.
“¿En… serio?” exclamó Karina, dudosa.
Y mi esposa adoptó esa actitud tan jovial y candorosa, tan propia de ella, que como podía contemplar, era capaz de engañar incluso a una experimentada artista en la actuación.
“¡Sí! ¡Anoche no sé qué le pasó, pero volvió al departamento, me tomó de la cintura y me llevó al dormitorio!” prosiguió mi esposa, con mucho entusiasmo.
“No me digas…” replicó Karina, con sus ojos dilatados.
Mi sonrisa creció al ver el rostro sutilmente molesto de Karina. De una manera casi imperceptible, sus gruesos labios se alargaron en forma de trompa y sus ojos levemente se arquearon, mientras mi esposa seguía relatando.
“¡Sí!... e hicimos el amor por horas…” continuó mi esposa, con una alegría que llegaba a desbordarla de satisfacción y de energía. “O sea… él es un chico lindo y tierno… pero ¿Has estado alguna vez con un hombre que te haga acabar y acabar, hasta que sientes que el cuerpo no te aguanta de cansancio?”
“¡Sí, un par de veces!…” reconoció Karina, un tanto impactada por la relevación de mi mujer.
Y el tono de voz de Marisol se enardeció aún más.
“¡Pues eso me pasa con él y por eso, me vuelvo loca! ¡La mete y la saca y la mete y…!” prosiguió mi esposa con efusivos movimientos, hasta dar un profundo suspiro que Karina contemplaba estupefacta, para luego continuar. “¡Y cuando él acaba, es perfecto! ¡Me da tanta leche, que me desborda y lo rico es que se le hincha tanto, tanto, que se queda pegado en mí por un rato!... por eso quería preguntarte ¿Qué habían hecho anoche? Porque llegó muy, pero muy prendido… y el sexo que tuvimos fue espectacular…”
Y ahí, atisbando con un solo ojo, apegado a la pared, contemplaba el rostro desencajado de Karina.
En cierta forma, me recordaba a Megan, la antigua tutora universitaria de Marisol. Karina se veía frustrada, al saber que había calentado a un hombre y que este se había desfogado con otra mujer, haciéndole disfrutar, cosa que en otra oportunidad, Megan también me reclamó.
No necesité escuchar más y entré a bañarme.
Es el “Modus operandi” de mi esposa. Probablemente, le contaría de manera exagerada lo que hacíamos en la cama, picando así su curiosidad.
Lavé con especial detalle mi pene, que ya estaba a media asta, pensando un poco en las palabras de Marisol y lo que se podría venir a la tarde.
Imaginaba ver a Karina, chupándola con regocijo y verme con esos ojos de viciosa, lo que ocasionó que mi erección creciera un poco más.
Pero cuando salí de la ducha, decidí tomar cartas en el asunto. Envuelto solamente en la toalla del hotel, salí hacia donde ellas conversaban.
Karina me contempló sobresaltada, marchando con sigilo y auxiliado por el alfombrado. Mi esposa no se dio cuenta que estaba a sus espaldas hasta que toqué su hombro.
“¡Oye, ruiseñor! ¿Has visto el bolso donde tengo mis útiles de aseo? Porque no encuentro mi desodorante.”
Fue todo un agrado apreciar la transformación de su rostro, puesto que no esperaba verme de esa manera frente a Karina. Para Marisol, es más fácil venderme cuando no piensa tanto en mí, pero que Karina me contemple de una manera que solamente mi esposa me ha visto, detonaba un pequeño episodio de celos.
“N-no sé, mi amor… debe estar en tu velador…” respondió, contemplando con mucha atención la gota que fluía sobre mi tetilla derecha.
“¡Bien, disculpen que les haya interrumpido!” les dije, sujetando mi toalla como si amenazara con caerse.
Posteriormente, Karina le diría que tengo mucha personalidad, si me puedo aparecer ante ellas vestido de esa forma, comentario que le resultó ligeramente desagradable a Marisol.
Pero en mi defensa, fue mera obra de la casualidad lo que sucedió después: Tanto Karina como yo teníamos registrados las habitaciones a nuestros respectivos nombres, por lo que cuando decidimos jugar otra vez con la recepción, demandándoles el mismo servicio de tours guiados (en español e inglés), no tuvo mayor participación de mi esposa.
Y aunque siga diciéndome que no estaba “tan enojada como supongo”, podía ver sus esmeraldas levemente achinadas y sus labios apretados con firmeza, en un pequeño puchero, cuando Karina tuvo que sentarse de copiloto en el auto que arrendé, mientras que ella debía irse atrás cuidando a las pequeñas.
Porque si bien, Karina conocía la ciudad, las atracciones que quería mostrarnos nosotros ya las habíamos visitado en los primeros días y mi mayor interés eran las oficinas salitreras abandonadas que había en el desierto.
Para no alargarme más en cosas aburridas, les diré que el tour tampoco fue muy divertido para mis pequeñas, por el polvo, el abandono de los edificios y la soledad del ambiente.
Inclusive, cuando les mencioné que yo antes trabajaba en un lugar parecido, mi querida Verito tomó mi rostro con sus 2 manitas y me dijo “¡No, Pappa! ¡No más! ¡Por favor!”, que como podrán imaginar, nos conmovió hasta la medula.
Pero mientras mi esposa se refrescaba con las pequeñas en el jeep que arrendé y Karina firmaba los autógrafos de un grupo de turistas que visitaba el lugar, le pedí permiso a mi esposa para explorar por mi cuenta.
Me metí en casas, fui a la estación y andaba yo en mi propio mundo, cuando Karina me sorprende.
“¿Qué haces?”
“Nada. Busco fantasmas…”
Una sonrisa nerviosa y muy tensa apareció en su jovial rostro.
“¿Y los hay…?”
“No… sí… tal vez…” le dije, sin tener claro incluso yo lo que buscaba, para terminar riéndome.
Y le conté otra historia, aparte de la que el guía turístico nos contó del lugar…
La mía, si bien era un tanto lúgubre, iba enfocada hacia las dificultades de la vida del minero y cómo ellos, según mencionan canciones, terminaron trágicamente sus días en tumbas sin nombre ni lapida.
Eso la alteró levemente…
“Pero si tú hubieses participado en un programa de fantasmas, te habría reconocido al vuelo…” señalé en un tono más optimista, desviando su atención, dado que otro canal de la competencia hacía ello y yo no me perdía episodio.
Ella se río.
“Sí… pero a mí no me gustan esas cosas.”
Y seguimos explorando, juntos, hasta que en una casa, encontramos un condón usado en el suelo…
“¡Qué lástima!” exclamé.
Mientras yo lo contemplaba levemente ofendido, a ella parecía darle nuevas energías…
“¿Qué? ¿Nunca te has tirado un polvo en un lugar así?” preguntó con mayor entusiasmo.
“¡Claro!... ¿Pero en un lugar turístico?”
“¿Y qué tiene? Te escondes unos 10, 15 minutos y después, todo ok…” comentó con picardía en sus ojos.
La miré desconcertado.
“Pero eso es válido para parejas de confianza… incluso con Marisol, necesitaría más tiempo…”
“¡Ahh, ya! ¿Y cuánto necesitarías tú para quedar bien?” replicó en un tono desafiante y cargado en desconfianza.
“Unos 45 minutos, mínimo…”
Enarcó las cejas en incredulidad…
“¿Por qué?” preguntó, riendo.
“Porque me gusta correr mano.” Respondí, haciendo que se riera más. “Si fuera Marisol, mínimo que le dejo los pechos afuera antes de clavársela… o más, con alguien como tú…”
Sonrió más coqueta…
“¿Alguien como yo?”
“Sí… o sea, una desconocida…”
Y le planteé algo parecido a esto:
“Imagina que van 2 personas, un hombre y una mujer, en uno de estos tour. No sé… el hombre está casado… o ella… o los 2, pero va uno al menos, con su respectiva pareja.
Los 2 se dan cuenta que se miran fijamente, en ese paneo casual que uno da entre las personas, mientras escuchan la disertación del guía turístico. Les aburre o yo qué sé… pero entre ellos, aparece una química…”
A partir de ese punto, empecé a enfatizar más con la realidad, entreviendo sugestivamente que la pareja éramos nosotros…
“Tal vez… al hombre le llama la atención sus muslos bronceados… sus pechos… su bonita figura o lo que quieras…
A ella, en cambio, le calienta que él esté casado y se la coma con los ojos y tampoco considera que está tan mal para la vista. El asunto es que bajan y se tragan todo el tour, pero de a poco, se van acercando entre ellos, sin que las parejas se den cuenta.
La mujer le tira miradas indiscretas, casi desesperadas al sujeto y él… se excusa con su esposa que quiere ir al baño o encontrar un souvenir, pero está caliente por la mujer.
La mujer se excita al ver que el tipo le está haciendo caso y se hace la tonta, mientras que el hombre se acerca más y más a ella…
Y se meten en una casa como esta… estando los 2 a solas…”
El silencio en el aire se podía cortar con un cuchillo y sonreía nerviosa, en expectación a lo que podría darse en aquel lugar.
Tomé un suspiro más profundo, perdiéndome en el resplandor deseoso de sus ojos…
“El hombre toma a la mujer por la cintura, plantándole un profundo beso en los labios…” señalé, mientras imitaba mis palabras.
Karina lanzó un breve suspiro al escuchar lo referente al beso y cerró los ojos…
“El tipo le tiene muchas ganas a la mujer, pero sabe que no tiene tiempo.
La mujer, en cambio, se deja acorralar, excusándose a sí misma que no es su culpa… que todo ha sido decisión de él… y se deja acariciar por el desconocido…”
La fui empujando levemente hacia la sucia pared de la cabaña, algo que ella, aunque confusa, no se opuso…
“El hombre busca apartarla de los demás, porque no quiere compartirla. Sabe que es su única oportunidad con una belleza como ella y el instinto sabe ser mezquino, con aquellos que codician lo prohibido.
La va besando, lentamente y recorre sus manos por su delicioso cuerpo, de manera apasionada y placentera que no tarda en erotizar a la mujer…”
Ciertamente, debo mencionar que si bien me estaba calentando, mis caricias con suerte se restringían a sobar su trasero, a modo de soporte. Vale decir, sujetarla por las palmas de mis manos y mantenerla apresada.
Ella, por su parte, suspiraba cada vez más acompasada, con sus manos sujetándose de mis hombros y cerrando los ojos, imaginando mi escenario, mientras que sus labios se doblaban en temblorosas muecas, ansiosas por besar.
“La sujeta de sus pechos y la mujer lanza un suspiro ante el arrebato. (Sus gruesos pezones ya empezaban a marcarse por debajo de su camisa) y le agarra del trasero, sabiendo que una cola como esa no volverá a tocar jamás…
La mujer suspira con mayor sorpresa, al sentir la erección de ese desconocido (estaba rozando suavemente mi entrepierna con la suya, incluso sacándole un leve gemido apagado) y aunque piensa en gritar para denunciar la afrenta, decide tras besarle con deseo a través del cuello, gritará solamente de placer cuando él se la tire…”
(Sus labios, incluso, llegaban a erguirse para que todo aquello sucediera, a los que yo hacía el quite… puesto que en esos momentos, buscaba establecer un punto y en el fondo, prepararla para la noche…)
“Callando en silencio, cada vez que esa diestra lengua se maneja dentro de la boca de la mujer, no se da cuenta cómo ella se ubica encima de un mueble y se abre de piernas, para recibir al desconocido…”
(En nuestro caso, resultó ser una mesa arcaica, de la que no me atrevía a probar su resistencia al soporte, por temor a que se rompiera con ella encima…)
“El sujeto no aguanta la excitación, al no creer su suerte con una mujer tan bella y fogosa, que se deja manosear de esa manera y se desnuda con rapidez, colocándose el condón completamente excitado, sin darse el tiempo de penetrarla con delicadeza, al tener muy presente que la oportunidad es ahora o nunca.
La mujer se queja de dolor, pero entiende que el tiempo no es su amigo y deja que las torpes y dolorosas embestidas le vayan invadiendo.
(En el fondo, lo estábamos haciendo, pero por encima de nuestras ropas: embestía mi pelvis con la suya, de manera lenta y suave, manteniéndola abrazada por encima de mi cuello, para que ella no contemplase mi sexo. A su vez, ella meneaba sutilmente sus caderas, rozándome con mayor suavidad, pero restregando donde estaría su vulva en torno a mi pene.)
Pero de a poco, la incomodidad desaparece y ella comienza a sentir placer. El vaivén del hombre es poderoso y la hace sentir plena. La abraza con fuerza y autoridad, mientras que el hombre no pierde tiempo hasta clavársela al fondo.
Los espasmos de la mujer se van haciendo cada vez más consecutivos, gozando como loca de las embestidas que la comprimen hacia el mueble. No se la han tirado así en meses y sus gemidos son callados por los hábiles labios de aquel amante desconocido.
El hombre sigue bombeando, cada vez con más fuerza y rapidez, asegurándose de disfrutar al máximo a esa hembra.
Pero la excitación alcanza su cima y él realiza una cuantiosa descarga, que la mujer recibe con mucho agrado.
El cuerpo de la mujer se tensa, tras la seguidilla de orgasmos que llegan por ola tras ola y la satisfacción del preservativo hinchado en su interior.
Exhaustos, se miran con temor…
Se despegan, se pasan la ropa y no se dicen una palabra…
Nada de teléfonos, de contactos ni nada, porque es un encontrón casual… como dijiste tú…
(Para estas alturas, Karina respiraba con agitación y se notaba levemente frustrada, al ver que yo me quedaba solamente en palabras…)
Y la mujer queda con ganas de echarse otro polvo… (Señalé, sonriendo con malicia). Si el tipo se las arregló con 15 minutos para hacerle gozar así… ¿Qué tal serán 20? ¿30? ¿2 horas?”
Tardó un poco en recuperar los sentidos y era evidente para ella que el relato había causado efecto también en mí, ya que podía sentir la cabeza saliendo de mis boxers y la forma llegaba a marcarse por encima del pantalón, de una manera dolorosa y molesta.
“¡No!... si lo pones así, claro que necesitas más tiempo…” señaló todavía abochornada, contemplando mi entrepierna con bastante atención.
Pero en un cambio casi instantáneo, lleno de autoridad, me miró a los ojos, demandando una respuesta.
“Marco, cuéntame la firme. ¿Sabes quién soy?”
No había molestia ni reacción negativa en sus ojos. Solo genuino interés…
“¡No, no lo sé!” volví a insistir. “Marisol dice que te veía en ese programa de baile, pero yo en esa época estudiaba y soy demasiado tieso para la música tropical.”
Pero a diferencia de la primera vez que se lo mencioné (o tal vez, como consecuencia de todo lo que habíamos experimentado en esos últimos minutos), había una mirada más benevolente y angelical, coronando ese cuerpo lascivo y sensual, que me daba entender que ya era mía.
No obstante, nuestra sorpresa llegó a ser mayúscula mientras volvíamos al hotel, puesto que fue la misma Karina se da vuelta en su asiento y le pregunta a mi mujer…
“Oye, Marisol. Tu esposo me dice que no sabe bailar muy bien la música tropical. ¿Te importa mucho si los dos saliésemos esta noche y le doy unas clases particulares?”

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1 comentario - ¡Recuérdame! (V)

Gran_OSO +1
Excelente.
Un maestro en mantenernos enganchados!!
Gracias
metalchono +1
Gracias. Ya casi llegamos a la parte donde se cosechan los frutos. Muchísimas gracias por comentar.