Delicias en familia cap 4

DIANA.
La discoteca a la que había ido Sara estaba abarrotada de personas, sobre todo de gente bailando. La mayoría eran jóvenes de edades aproximadas a mis hijos. Las chicas se retorcían en movimientos suaves y controlados, mostrando fabulosas piernas en minifalda y pronunciados escotes. Uno que otro muchacho me miró con interés los pechos, porque la blusa que me había puesto estaba algo escotada y mi sujetador se podía ver un poco. Eso me agradó, porque me hizo sentir que nuevamente, pese a mi madurez, seguía viéndome tan bien como cualquiera de las chicas que bailaban por allí.
Encontré a Sara bebiendo en la barra. Junto a ella estaba un hombre, más bien un muchacho, de no más de veinte años, guapo y de pelo castaño, con un piercing en la oreja. Me miró sonriente en cuanto me senté y Sara se apresuró a presentarnos.

— Me llamo Mario. Tu amiga me estaba hablando muy bien de ti.
— ¿En serio? — miré a Sara, como para recriminarle que hablara de mí a alguien desconocido. Mi amiga morena simplemente parpadeó rápidamente, como pidiendo perdón. No estaba tan borracha como había supuesto, así que supuse que se había inventado todo para hacerme venir.
—- Bueno, les dejo para que se conozcan. Iré a bailaaaar — exclamó y tomó su copa. Yo, nerviosa, me quedé ante el muchacho, que era un muchacho ante mis ojos. Yo le llevaba poco más de diez años, seguramente. Tenía una sonrisa encantadora en su fino rostro y una especie de lujuria controlada en sus labios. Aunque yo estaba casada, la juventud y la ternura de alguien apenas en los veinte era seductora para mí.
— Eres muy guapa — y cuando me dijo esto, pensé, que se joda mi marido un rato. Podría al fin tener la plática encantadora con un hombre.
Al fin nos fuimos a bailar a la pista. Las manos de Mario no perdieron tiempo y se pusieron en mis caderas, rosándome la piel. Eso me produjo escalofríos. El tipo quería tener sexo conmigo. Para eso estaba él allí. Imaginé, de repente, cómo sería cabalgarlo, cómo sería montarme en su polla y apretarla con mi culo. Y toda esa clase de pensamientos comenzaron a hacer que me mojara, que deseara de verdad al chico. Me abrazó más fuerte y me atrajo hacia sí. La música sonaba y los ojos de él parecían brillar. Nerviosa, acaricié sus brazos y sus bíceps, que estaban considerablemente sólidos, incluso un poco más que los de mi esposo. Luego seguí subiendo hasta envolverle el cuello y él aprovechó ese momento para besarme.
— Quiero ir a la cama contigo — susurró dentro de mi boca.
— Vamos… — fue todo lo que pude decirle.
Acto seguido ya estábamos en la calle. Él vivía cerca, a sólo una cuadra, en un departamento. Yo ya andaba caliente ante la idea de tener sexo infiel, de al fin gozar con alguien que no me tratara como su puta. Claro que las ideas trataban de decirme que lo que estaba haciendo era malo, pero en ese momento decidí ignorarlas. Entramos a su dormitorio y él salió un momento a buscar algo de vino. Yo, mientras, exploré el cuarto, que tenía la luz tenue y me senté en la cama. Empecé a quitarme los zapatos cuando él entró, ya con la camisa abierta y mostrando un vientre fornido. Al verme ya lista, con las piernas cruzadas y una sonrisa, el chico se abalanzó sobre mí, dejando el vino a un lado.
Sus besos de lengua me encendieron por completo, y poco después, ya bajaba hasta mis tetas y jugaba con ellas. Me quitó la blusa al tiempo que buscaba dentro de mi sostén. Extrajo mis senos con total delicadeza y comenzó a lamerlos con lentitud. Me reí cuando los apretó.
— ¿Me dejas mamarte la verga un ratito? — le pedí, con pena. Él sonrió y se tiró a la cama. Se quitó los pantalones y los bóxeres de una vez. Yo, deshaciéndome del resto de la ropa, me acomodé entre sus piernas y tomé su polla. La carne estaba caliente. No dudé un segundo más y empecé a mamarla despacio, llevándomela a los labios con un lento movimiento y disfrutando de cómo mi garganta tenía arcadas cuando intentaba comérmela enterita. Mientras jugaba con el saco de sus huevos. Él seguía dándome caricias en la cabeza con aires distraídos mientras jadeaba.
— Ah… eres buena en esto.

— Gracias — dije, feliz de que no me llamara puta. Me saqué la pija de la boca y recorrí sus testículos. Él abrió las piernas más y dejó que le llenara todo de saliva. Me encantaban los huevos de los hombres. Tal vez no me gustaba que me dijeran puta, pero era una realidad que sí lo era.
Me acomodé después sobre él. Iba a cogerme a este niño y no al revés. No le daría la oportunidad de someterme. Su polla, clavándose en mi coño, me hizo gemir y empecé a darle de rápidos sentones. Él miraba todo con total asombro, como si fuera virgen.
— Chúpame las tetas, papi — le pedí y él lo hizo de inmediato, inclinándose y sorbiendo de mis pezones con fuerza. Me acaricié el pelo y la espalda, también las nalgas, abriéndomelas al máximo y tratando de imaginar cómo se vería mi ano desde esa posición.
Luego, sin sacarme su verga, me di la media vuelta y seguí cogiendo. Él me estaba mirando la espalda y me acariciaba el culo. Yo veía la puerta entreabierta de su dormitorio y empecé a sentirme demasiado contenta sobre lo que etaba haciendo. Hacía tanto que no probaba una polla diferente a la de mi marido… era grande, deliciosa y me llenaba por completo.
Tras montar un rato, él me recostó suavemente y bajó hasta mi coño. Yo le facilité todo abriendo las piernas.
— Cómeme, papi — le rogué. Él separó mis pliegues con sus dedos y su lengua hizo estragos dentro de mí. Me llevé uno de mis pezones a la boca y lo exprimí con los dientes. Gemí cuando me mordió el clítoris y después deslizó un dedo dentro de mi estrecho ano. Eso me gustó demasiado. Demasiado.
— ¿Puedes hacerme anal, amor? — le pregunté.
— Lo que quieras, amor.
Me coloqué rápidamente en posición. Él se puso un condón y luego de chuparme el culo un rato, le colocó un poco de lubricante a mi estrecha entrada y empujó su polla a través de él. Cerré los ojos y traté de sonreír. Me traía tantos recuerdos. Mi marido siempre me pedía anal, pero no duraba nada dentro de mí. Sin embargo, mario sí que lo hizo bien, porque no dejó de bombear y bombear durante un rato. Yo sentía cómo me le estaba apretando la verga, mis músculos que se estremecían y el ardor, pero no quería que se detuviera.
— Dame nalgadas. Dame fuerte, papacito.
Ni siquiera así me dijo puta. Él me golpeó fuertemente y casi pude notar cómo se le quedaba la marca de sus dedos en mis nalgas. Me dio fuertemente, más fuerte hasta que el placer me invadió por completo y me corrí antes que él. Grité de la emoción, mientras su polla seguía abriéndome el recto y terminaba, después de un rato, soltando su leche dentro del condón.
Sin embargo, yo no estaba nada satisfecha. Apenas se quitó el condón y mi culo no acababa de cerrar, me lancé a su cara, asentando mi vagina a la altura de su boca. Esto hizo que él pudiera meterme la lengua por todos mis pliegues, y mis jugos lo mojaron. Yo lubrico mucho, así que para él fue el paraíso. Me apoyé en la cabecera de la cama y empecé a mover mis caderas en círculos. Me quedé así un rato, dejando que me comiera toda, cuando vi que su verga ya estaba lista para algo más. Entonces me recosté.
— Súbete.
Él se acomodó entre mis piernas abiertas y me clavó la verga hasta el fondo. Grité un poco, y cuando empezó a perforarme con mucha rapidez, vi las estrellas. Me acaricié las tetas y me metí ambos pezones a la boca. Mis senos eran bien grandes, por lo que me era fácil hacer esto. Me gustaba hacerlo, y de hecho, cuando amamantaba a Katy, solía probar mi propia leche materna. Lo sé. Soy una puta, pero no me gusta que me lo digan.
Mario se acercó a besarme y lo hizo lentamente. Me jaló del pelo con suavidad pero con firmeza y yo jadeé al sentir su polla entrando y saliendo una y otra vez. Mis jugos permitían una penetración sin dolor, muy placentera que no quería que se acabara. Subí los tobillos en sus hombros y él se inclinó más adelante hasta que mis rodillas toparon con mi torso. Me tenía bien ensartada y yo, abrazado a él, me dejaba coger como pocas veces en la vida.

Eyaculó dentro de mí otra tanta de esperma, que sentí caliente.
— ¡Demonios! —exclamó
— No te preocupes. Me gusta al leche dentro de mí.
Sonreí para quitarle drama al asunto. Él me colocó las piernas juntas y de lado, mientras mi concha se apretaba y él seguía perforándome, pues su erección no bajó mucho. Ya no era tan firme, pero alcanzaba a metérmela despacio. Yo sudaba y jadeaba. Mis tetas tenían la marca de mis pellizcos.
A continuación se detuvo y terminó otra vez dentro de mí. Exhausto y cansado, se tiró a la cama y yo me apresuré a abrazarlo con fuerza y a darle de besos en su pecho, subiendo una pierna sobre él.
— Ah…. Te amo, Diana.
Claro que no me amaba, pero era la primera vez en mucho tiempo que un hombre me decía eso. Con la luz medio encendida, me subí encima de él y comencé a besarlo con mucha ternura. Dejé que sus manos se fueran a mi culo y que se diera gusto con él. Después de esto me amodorré a su lado y dejé que me durmiran sus brazos y sus caricias.
Me levanté cuando ya era de mañana. Por un rato ni siquiera supe en dónde me encontraba, hasta que vi a otro hombre conmigo. Casi grito al confundir a Mario con mi esposo. Luego todo regresó a mi memoria y al ver el sol brillar, supe que me había quedado a dormir. ¡Mi esposo iba a matarme!
—Mario, Mario, me tengo que ir.
— ¿Mmm? — respondió, medio dormido — ¿te llevo a casa?
—No, no.
Se despertó. Con la luz de la mañana, me parecía más joven y más guapo de lo que realmente era. Me sentí afortunada de que me hubiera cogido, a mí, una en la treintena. Pensé que ya no era jugosa para los jóvenes. Antes de poder salir, me tomó de la mano y me tiró a la cama con él. Giramos. Lo envolví con mis piernas y busqué sus labios. Entonces sentí el duro de su polla apuntando contra mi vagina.
— Mario…. — le miré, molesta.
— Un rapidito…
— Bueno, está bien. Pero rápido.
Dicho esto, me acomodé para recibir verga un rato más. Y qué placer fue para mí volver a sentir cómo eyaculaba dentro de mi coño.
Un rato después, estaba entrando a mi casa, sintiéndome algo culpable. Por suerte mi marido no estaba, solamente mi hija Cass, vestida con minishorts y una blusa transparente, desayunando con Katy en la cocina.

— ¿Dónde estabas, mami? — preguntó la inocente de Katy.
— Fui… con una amiga y me quedé a dormir en su casa.
Cass arqueó una ceja. Podía engañar a Katy, pero no a mi otra hija.
— Me voy a duchar, hijas — les dije.
— Voy contigo, mamá — dijo Cass, mirándome con el ceño fruncido. La cabrona quería respuestas.
Mientras estábamos remojadas en la bañera, Cass me observaba con una mirada de esas que dicen que sabe algo más.
— ¿Qué ocurrió ?
— Bueno… — suspiré —, nada. Nada de qué preocuparse, hija.
— ¿Tuviste sexo?
— ¡Cass! — mi sonrojó fue evidente para ella y se rió de mí. Se fue hasta el otro lado de la bañera.
Al verla entonces, despertó en mí un deseo raro. Mi hija era hermosa, guapísima de hecho. Se la habían cogido, y eso me hizo sentir un poco mal, porque significaba que ya estaba grandecita. Y yo también había tenido sexo. Éramos mujeres.
— No me molestaría. Papá te trata mal en la cama.
— ¿Nos has oído? — pregunté, avergonzada.
— Sí. Te llama puta y no me gusta que lo haga. El sexo debe ser rico, no humillante.
Me enjaboné una teta y sonreí.
— Tu papá así es.
— No te coge bien, mamá.
— Ya… Cass.
Ella se exprimió el pelo.
— Mamá… también tengo que decirte algo… ese chico… eyaculó dentro de mí.
— ¿Qué?
— Mamá… no lo sé, pero… creo que podría embarazarme…
Y nada más decir esto, sentí que el alma se me caía a los pies.


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una buena cogida para la milf! y ahora parece que cass tiene premio jajaja,

3 comentarios - Delicias en familia cap 4

AquiLuis +1
Guauuuu terrible está Dianaaaaa, me encanta como se desarrola la historia, por fin alguien que la coga como a una buena puta..., y que disfrute
Paulistano +1
Espero la quinta, a ver si el mayor se termina cogiendo a la hermana
6677677748a
Para cuándo el 5?? Me dejó picado