Nunca digas de este agua no he de beber.

Cuando ingresé en la empresa multinacional de tecnología, me asignaron como asistente a Eliana, formada, técnicamente, simpática, dicharachera y “formosa” estéticamente. Sin llegar a escultural, era agraciada, alta, lindas facciones, cabello lacio, azabache y largo, seno y popa inquietantes, a pesar de sus 40 años.
Además de madurita, estaba casada con……un rabino.
Con 30 años y conocedor de los estrictos que son los judíos con relación al adulterio, yo, ni me planteé la hipótesis de “levantarla” como ya había hecho con un par de compañeras de trabajo en otras empresas.
De hecho, si bien congeniamos, transcurrieron más de 14 meses, armónicos, cordiales, con confidencias personales pero sin nada de intimidades o sensualidades, hasta la incidencia que motiva este relato, que comenzó con un acercamiento corporal del todo habitual en nuestras tareas y frecuente, pero, en la ocasión, con un detalle inédito:
-Juan, ¿podes ver esto conmigo? Me parece que algo está fuera de lugar.-
Arrimé una silla y me senté a su izquierda. Ella mantuvo “distancia y formalidad” en la voz y en la actitud, como de costumbre, mientras me explicaba el contenido de la pantalla de la computadora y sus dudas acerca la exactitud del mismo. Luego se quedó escuchando mi disquisición, pero de repente comenzó a alisarse su largo cabello, a enrollarlo en sus dedos, a tirárselo hacia atrás, mientras parpadeaba más de lo habitual, haciendo aletear sus pestañas,
Eso me sorprendió y perturbó. Había aprendido que las mujeres, para con nosotros, cuando están interesadas emplean una forma de comunicación más sutil y menos directa que las palabras: el lenguaje corporal.
Eliana se estaba, imprevistamente, insinuando conmigo, después de más de un año de compartir horas en la, reducida, oficina sin que nada lo hiciese prever.
La observé entre sorprendido y perplejo unos instantes. Decidí ir en busca de otro signo que me indicase que estaba, o no, en lo cierto:
-¿Algo te inquieta, hoy,….muñeca?-
Sonrió ampliamente, mostrando los dientes y humedeciendo el labio superior, con la lengua.
Las miradas chocaron. La de ella se me antojó repleta de promesas silenciosas,
Concluí que estaba en el buen camino, continué avanzando en esa misma dirección, aunque con cautela. Me pregunto por qué está tan sobrevaluada la prudencia. Por qué tanto miedo a aflojar las correas de lo que se puede, lo que se debe, lo que somos, lo que deberíamos ser y sentir y disponerse al placer sin conflicto.
-¿Sabes qué? .. Hoy estas linda como siempre y … risueña –
-Gracias…..¡que amable!-
Le tomé la mano libre, la otra la mantenía en el mouse. No la retiró.
-¿Te gustan los abrazos? A mí me encantan los abrazos…también dar besos y podría estar dándole besos, caricias y abrazos a alguien durante horas…- le murmuré al oído.
Estábamos a solas en un ambiente de 4 x 4 metros. Pareció temer ser considerada como una mujer fácil
-…tengo marido y dos hijos…¿te parece que estoy para esos juegos?...-
- ¡Claro que si!!....Me alucina rozar con la punta de los dedos la parte interna de las piernas- le repliqué, al tiempo que, le apoyé mi mano izquierda en su muslo ídem, debajo de la pollera. Esperé unos largos segundos, sin percibir rechazo. Lo interpreté como anuencia y comencé a deslizarla hacia arriba.
-Te estas pasando…-protestó sin convicción y sin atinar a frenar la mano invasora que, libre de obstáculos, progresó por las piernas entreabiertas, hasta palpar con la yema de los dedos su conchita por arriba del calzón.
No sólo permitió la caricia íntima, la aprobó con un fuerte y prolongado suspiro acompañado por un gemido y un primer besó. Se lo devolví comiéndole los labios. Comprobé que su entrepiernas se humedecía, le aparté la bombachita lo suficiente para frotar su clítoris. Un nuevo gemido denotó ansia y deseo.
No tenía idea cual había sido el desencadenante para que una mujer de 40 años, de una familia religiosa, con hijos, de pronto, se sienta atraída por su colega de oficina de 31 años y, a punto tal, de enviarle señales, para el ojo entrenado o no, tan evidentes como anuncios de neón en la oscuridad. Lo que si me atrevía a jurar, es que el rabino debía haberle prestado mucha más atención al Talmud que a su esposa.
Me dije a mi mismo: “no atropelles, pero seguí avanzando”.
-¡Nena, es un placer enorme….jugar contigo! Estoy en la gloria-
-Está mal que lo diga….¡yo también estoy a gusto con vos!-
Nos dimos nuevos besos, abrazos y caricias, libidinosas yo, atrevidas ella. Creo que todo hombre es consciente que, siempre, es él que tiene que seguir avanzando, la mujer no va a proponer abiertamente el sexo.
-¡Uuuuhhiii como estas!....todo mojadida…..- le susurré, con la boca en el oído y la mano en el concha. Dejé de abrazarla para verle la reacción, y le propuse:
-Linda,…aquí no vamos a poder poner la frutilla al postre. Es obvio.-
Ella, asintió con los ojos en los ojos.
-Saliendo del edificio, 500 metros a la derecha, está el motel XXXX ¿te parece que salgas ahora y yo, por las dudas, te alcanzo en 15 minutos?-
No se lo hizo repetir. Eran cerca de las 16:00 horas, disponíamos hasta las 18:30 que es la hora habitual de cese de actividades de la empresa y de regreso a casa, sin necesidad de inventar para justificar retraso.
Me esperó, semi-escondida, de eventuales encuentros inconvenientes, por la vidriera de una lencería próxima al hotel. Al verme llegar, gesticuló para que la viese.
Ya a su lado, un poco en serio un poco en broma, le propuse:
-Comprate una bombachita, así yo me puedo llevar de recuerdo la que tenés puesta-
-¡Que loco que sos! ¡Qué ocurrencia! – replicó visiblemente ruborizada.
No aceptó la sugerencia.
Entramos al motel y subimos a la habitación, sin otra demora que el expeditivo trámite de ingreso (incluida la compra de preservativos).
Nos abrazamos y besamos apasionadamente. Le abrí el cierre de la pollera y se la subí hasta sacársela por la cabeza. Su blusa se unió a su otra prenda, al corpiño y a la bombacha sobre un silloncito. Claro que entre la quita del corpiño y la de la bombacha, mientras nos besábamos dulcemente y las lenguas jugaban, mis manos alcanzaron sus senos, inmunes a la gravedad, y los acariciaron en forma de círculo, pellizcando los pezones. Y una vez eliminada la bombacha acaricié, febrilmente sus nalgas, firmes y su sexo húmedo.
Eliana había quedado, desnuda, yo vestido tal como había entrado. Ella se encargó de corregir la asimetría y de devolver las caricias recibidas, ahora sí con especial dedicación a la “manguerita” y sus dos compañeros.
Yo estaba con una calentura de mil diablos y ella “volada”, ansiosa, le gustaba lo que le hacía y como se lo hacía. Lo exteriorizaba con suspiros y gemidos de aprobación.
Otra vez, pensé: “claramente el rabino la tiene descuidada”.
No quiso más dilaciones, desechó las sutilezas, las sugerencias, directamente me arrastró a la cama. Me ubiqué sobre ella, entre sus piernas abiertas a más no poder, seguí besándola, mientras mi verga la penetraba con ternura pero sin suavidad; la sentí totalmente desenfrenada, anhelante, ávida del éxtasis...
Se entregó incondicionalmente al disfrute sin privarse de las más diversas exteriorizaciones vocales de su goce ni de acompañar con movimientos alucinantes mis embestidas. Me trasportó a la estratosfera del erotismo.
Se me antojaron demasiados breves los minutos que estuvimos cogiendo; yo estuve descontrolado e impuse un orden desenfrenado en la sucesión de acometidas hasta que las conmociones de su cuerpo acrecentaron su ritmo e ímpetu, anticipando el clímax...Varios "Ahhhhhh…..ahhhhhh …ahhhhhh …… ahhhhhh …”, un “ ¡siiiiiiiiiii...!!!" prolongado y un suspiro surgido en lo más profundo de su pecho, anunciaron que había acabado.
Unas pocas embestidas después sobrevino mi orgasmo, bestial, con profusión de semen en su concha
-No podía más.-le dije como disculpándome por lo breve de la cogida.
-No te preocupes, disfrute como hacía mucho no gozaba….como nunca.- respondió, exagerando tal vez.
Mi respiración y pulso estaban desquiciados. Estaba cansado y acalorado después de semejante polvo alocado y violento.
La besé, abracé con más fuerza y acaricié su cabello largamente antes de salir de adentro de ella.
Sólo ahí caí en la cuenta que había comprado preservativos, como corresponde, para las relaciones tramposas como la nuestra y que seguían en el bolsillo de mi pantalón.
Decididamente, ambos perdimos la brújula por la calentura. ¡De no creer en un par de adúlteros de más de 30 años!
Por suerte, Eliana, no estaba en su período fértil.
Una vez aquietadas las respectivas alteraciones, mitigadas las turbaciones, intercambiamos halagos e impresiones.
-Ha sido..es…una experiencia extraordinaria, maravillosa…fue realmente placentero hacer el amor contigo - reconocí
-Me diste tan fuerte….con tantos bríos,….me electrizaste, gocé como loca y, a la vez,…descargué todas las tensiones acumuladas…- replicó
Esa primera tarde, temí haberme comportado como un quinceañero, Sin proponérmelo, en cambio, creo que, con la previa y ese polvo furioso y placentero, cumplí con creces la fantasía de Eliana. A ella, como, creo que, a todas las mujeres les encantan los tipos educados y cordiales (en el juego de aproximación), pero les gusta que bajo esa capa de cortesía y buen gusto, haya, a la hora de coger, un macho troglodita que las haga gozar hasta decir basta.
De hecho, avanzado el segundo polvo de ese encuentro, en el que yo me comportaba apenas contenido, con el fin de estirar la duración y prolongar el deleite, ella reclamó por más aspereza y dureza en las embestidas:
-..ahhhh que rico….pero dame …. un poquito … más fuerte…… como la otra … vezzz..…se buenooo…-
Le hice caso, con todo gusto, obvio.
Los respectivos, acelerados, orgasmos fueron tan superlativos como los de la cogida-debut.

Con el tiempo, me confesó que, fue el resentimiento con el marido que la dejaba demasiado sola, lo que la indujo a mirarme con otros ojos: “Comparto mucho más tiempo, valores y cosas con vos que con él” dijo, en una de esas charlas post-coito, a modo de justificación de su deslealtad.
Es decir fue mi compañía (el complementar sus carencias emocionales) no mi sex-appeal, el disparador.

Trabajamos y trampeamos, juntos, en perfecta armonía, durante unos 3 años.
Al cabo de los mismos yo cambié de empresa, viajé con frecuencia al exterior, por lo que no tan asiduamente como antes, pero nos seguimos encontrando y disfrutando con plenitud del sexo y la compañía, casi dos años, más
A despecho de sus casi 45 años, Eliana, seguía siendo una amante apetecible y formidable, pero dejamos de vernos. Me dijo que tenía otro hombre, maduro, que le hacía disfrutar el sexo plenamente y asiduamente.
Con él y el marido: era “cartón lleno”

5 comentarios - Nunca digas de este agua no he de beber.

Pervberto
¿Cómo se dirá "magnífico pecado" en hebreo?
MariaYute
Yo si te regalaría mi bombachita usada.
alfre2014
Las maduritas mal atendidas son la mas ricas... muy bueno lo tuyo!...