Visitantes nocturnos ( 2da. parte)

Dos ladrones se meten en la casa de un maduro matrimonio, escapando de la justicia. Cenan con ellos y luego se entretienen mirando una porno. Al finalizar uno de ellos tiene una idea que cambiará la vida de todos.



- Que se te ocurre conejo?, preguntó el polaco
- Me gustaría ver en acción a nuestros anfitriones, dijo terminando su copa.
- Ni se te ocurra, se apuró Marina a contestar.
- Pablo, lo pondremos de esta manera: Nos gustaría ver coger a tu mujercita y preferíriamos que lo hiciera contigo y voluntariamente. No se si soy claro, dijo el conejo.
- Dijeron que no iban a hacernos nada, dijo Pablo asustado.
- Justamente Pablito. No te vamos a hacer nada, pero me gustaría ver que hace en la cama la puritana de tu esposa que no mira películas porno, pero que cuando las mira se calienta como la mas puta de las putas, dijo el conejo sonriendo.
Marina hizo silencio. Era verdad. Se había excitado y no podía negarlo.
- No puedo hacerlo con público, dijo Pablo.
- Será tarea de tu esposa conseguir que se ponga dura. Vamos a ver de lo que es capaz.
- No voy a hacer esto, dijo Marina.
-Mire señora. Me parece que no se da cuenta. Si quisieramos cogerla ya lo habríamos hecho, porque no necesitamos que Ud. esté de acuerdo. Les estamos ofreciendo que disfruten y nos brinden un espectáculo en vivo que nos haga disfrutar también a nosotros. Si no es así, tendremos que buscar otro entretenimiento, dijo el polaco, con una amenaza encubierta.
Los esposos se miraron. No tenían muchas opciones.
- ¿ Nos dan su palabra que allí terminará todo?, preguntó Marina.
- Te damos nuestra palabra que no te violaremos, si eso es lo que te preocupa.
Marina suspiró aliviada. Después de todo, tener sexo con su marido no le iba a costar demasiado.
- Está bien. Van a obtener lo que quieren dijo mientras se levantaba.
- ¿ Adonde vas?
- Al dormitorio, dijo Marina.
- Para nada, lo van a hacer acá, en este sillón. Nosotros estaremos de pie para no perder detalle e indicarles lo que queremos que hagan. Los maleantes se levantaron y dejaron al matrimonio solo sobre el sillón.
Marina, mas decidida, e impaciente para que todo terminara rápido, se acercó a su esposo, el cual estaba paralizado por la situación. Nunca lo habían hecho en el living. Si bien se había empalmado mientras miraba la porno, todo lo ocurrido después lo había enfríado. Cuando su esposa se acercó segura de lo que quería, y lo besó mientras su mano buscaba su pedazo por encima de la ropa, se sorprendió. Nunca se había comportado así. Siempre tenía que rogarle para que lo acariciara y le facilitara excitarse.
Los visitantes observaban entretenidos los esfuerzos de la hembra por calentar rápido a su esposo. Era evidente que quería que todo terminara mas que rápido, pero esa no era, por supuesto la idea de los mirones.
Al momento, Pablo comenzó a magrear las tetas de su mujer, también por encima de la ropa. Marina no llevaba corpiño, y cuando su salto de cama se abrió, apenas una fina tela separaba los pezones de las manos del macho. Podía pellizcarlos sin ningún esfuerzo.
Cuando una mano de Pablo se ganó entre la piernas de Marina, se sorprendió al encontrarse con un verdadero charco. Era cierto. Su mujer se había calentado con la porno. A su dedo no le costó nada de trabajo meterse en su vagina, cuando apartó su bombacha a un costado, y Marina suspiró en su oído cuando sintió la intrusión. Y su mano apretó la verga de su marido con verdadera ansia.
Pablo se había empalmado, pero además estaba furioso. Había hecho falta que dos ladrones la obligaran a su esposa para que mostrara lo puta que era, mientras que a él se lo había estado negando todos estos años. Y esa furia, hizo que fuera dejando de lado su habitual delicadeza, para tratar de hacer sufrir a esa yegua castradora, que como la estaban mirando, no podía oponer ninguna resistencia. Marina notó de inmediato el cambio en el comportamiento de su marido, pero nada podía decir, por miedo a la reacción de los visitantes. Aguantó sin chistar, los pellizcos de sus pezones sensibles, y también los dos dedos de su marido que estaban ahora dentro de su sexo. Su mano, que aferraba la verga ya totalmente empalmada, también se había mojado con el líquido preseminal de su marido que estaba caliente como una pava.
- Vamos Marina, queremos ver un poco de sexo oral. Sabemos que eres una puta chupadora. Muéstranos tu especialidad, dijo el polaco.
Marina que siempre se había negado a chupar la pija de su marido, y solo lo hacía a desgano, no tuvo mas remedio que abrir la bragueta del pijama de Pablo y sacar la verga afuera. La peló y sin pensarlo se lanzó sobre ella para engullirla toda. Casi se ahogó al principio, pero luego tomó un buen ritmo, que mereció el elogio de los presentes.
- Esa es una milf putona, Marina. Vamos que la de la peli no tiene nada que envidiarte. Chupa, chupa, la alentaba el conejo.
Pablo no podía creer lo que estaba sintiendo. Jamás su mujercita le había chupado la verga con tantas ganas
Pero el apuro por terminar de Marina fue contraproducente, porque su cambio de conducta había enfurecido a su esposo y había alejado toda posibilidad de que acabara rápido. Estaba decidido a usarla como nunca la había usado. Había llegado el momento de la venganza.
Cuando Marina quiso acomodarse para empalarse en la verga del marido, Pablo no la dejó. Se levantó y se quitó toda la ropa para luego volver a entregarle su verga. Marina, sentada en el sillón la tenía justo a la altura de su boca, y de inmediato la capturó, esperanzada en que el calentón de su esposo se corriera de una vez.
Por fin, soltó el pirulín. Se limpió la boca con el reverso de su brazo y miró a su marido.
- Quiero que me poseas, le dijo.
- Primero te desnudas, dijo el polaco que no perdía detalle de la escena.
Marina lo miró. No estaba en sus planes exhibirse desnuda ante todo el mundo, pero comprendió que no tenía escapatoria. Rápidamente se quitó el salto de cama, sacó el camisón por encima de su cabeza, y bajó su bombacha hasta el suelo. El espectáculo era majestuoso.
- Vaya señora. Realmente esta muy fuerte. Parece una jovencita, dijo el conejo con los ojos brillosos de deseo.
Pablo se sentó en el sofá mientras ella se desnudaba, y cuando terminó le ordenó que se diera vuelta y se sentara sobre su verga. Marina se acomodó y frente a ella tenía a los maleantes que la miraban con lujuria. Lentamente se fue sentando hasta capturar por completo la verga dilatada de su marido, para luego comenzar a subir y bajar apoyando sus manos en los muslos de su marido.
- ¿ Siempre se comporta así, Pablito? Preguntó el polaco.
- Nunca lo hace. Siempre tengo que rogarle para echarme un miserable polvo, dijo Pablo con odio.
- Me lo imaginé, dijo el conejo. Por eso se me ocurrió esta idea. Sabía que la perra era falsa como una moneda de goma. Le gusta coger, pero se hace la estrecha.
- Muy estrecha, completó Pablo mientras la tomaba de la cintura y cuando bajaba la clavaba hasta el fondo, haciendo que Marina gimiera al sentirse forzada.
Marina escuchó todo lo que dijeron los hombres, y no dijo nada, porque tenían razón. Toda la vida había visto el sexo como algo sucio. Y ahora se había convertido en una actriz porno que daba un espectáculo íntimo a dos extraños. Nunca lo hubiera imaginado. Y su marido, tan amable siempre, ahora la estaba empalando como un animal. Y para colmo, los espectadores estaban disfrutando como buenos degenerados, de su emputecimiento.
- Ahora Marina te quiero en cuatro patas. Quiero ver como te cabalga tu marido, dijo el Polaco.
Marina detuvo su sube y baja y se levantó. La verga caliente de Pablo, roja y tumefacta, salió de su cuerpo. Pablo también se levantó.
Marina se acomodó en cuatro patas sobre el sillón, de manera que sus codos y sus rodillas se apoyaron en el tapizado, sus manos se aferraran del apoyabrazo y su cabeza descansara sobre sus manos. En esa posición esperó impaciente que la empalaran.
Pablo se arrodilló detrás de ella, masturbó 3 o 4 veces su verga, la peló y luego, abriendo las nalgas con sus manos, acomodó la cabeza de su lanza en la entrada del sexo de Marina. Cuando estuvo bien alineada, se metió de una hasta el fondo, provocando que ella gritara de dolor.
- No grites perra. Te voy a partir en cuatro por puta reprimida, le dijo su marido al oído en un susurro que los mirones no alcanzaron a escuchar. Marina empalideció. Nunca hubiera creído que su marido pudiera ser tan brutal. Por un instante tuvo miedo. Y como si esa fuera la gota que rebalsaba el vaso, de pronto un orgasmo le llegó de sorpresa y la hizo acabar como una puta.
- Vaya, vaya con la patrona. Flor de calentorra había resultado, dijo el conejo.
- ¿ Cómo la llevas Pablo? ¿ Estás gozando?
- Bastante, bastante, dijo sin dejar de serrucharla.
- No creías que tu mujercita era tan puta, no?
- Nunca lo hubiera imaginado, contestó mientras su bombeo hacía que el orgasmo de su mujercita se extendiera de manera indefinida.
- ¿ te parece que le irá una fiestita?, preguntó el polaco
Pablo lo miró y entendió. Y pensó que era el justo castigo para esa perra.
- Si ella acepta, yo no tengo problemas, mientras pueda participar, dijo el marido, ahora consentidor.
Marina, saliendo del orgasmo no terminaba de entender lo que había escuchado. ¿ De que fiesta hablaban?

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