Siete por siete (155): Buscando al indicado (final)




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Compendio I


No fue fácil disculparme con Marisol. Tenía toda la razón de haberse enfadado conmigo, porque desde el martes hasta el sábado que no le hablaba y el motivo era la nueva lencería que usaba Hannah por las noches.
Le fui contando, muy avergonzado, que tras probar por segunda vez el conjunto negro que mencioné en la última entrega, siguió otro de color rojo, encintado, que de hecho, exponía sus senos y su pubis, aunque sólo mantenía la forma como si los cubriera.
El simple hecho de recordarlo hacía que me endureciera y Marisol me miraba con cierta preocupación, al notar mi erección.
“¿Conmigo no te pasa?” Preguntó, como si casi se pusiera a llorar.
“¡No, no se trata de eso!” le dije, calmándola y tratando de explicar lo inexplicable.
Intenté describirle que esos días fueron intensos, en el sentido que no podía resistir mis impulsos: eran tangas tan pequeñas y reveladoras, que con solo verlas me hacían hervir la sangre y que por ese motivo, íbamos cada noche a la casa de huéspedes a “tragar la cena”, con tal de volver a hacerlo hasta pasada la medianoche.
Me sentí muy agradecido cuando Marisol empezó a usar su boca, ya que uno de los factores que más nos potenciaba era el morbo de saber que esas prendas no eran para mí y aun así, las estaba disfrutando.
E incluso, en una oportunidad, Hannah respondió a la llamada de su esposo vestida con uno de sus conjuntos, lo cual nos llenó de nervios, por si sospecharía que alguien más los estaba estrenando.
Afortunadamente, no se dio cuenta, por la mala resolución de la señal de Skype que sale desde el complejo y que por ella, para modelarle, se retiró del monitor del portátil, impidiéndole de esta manera apreciar los restos de semen en sus labios, pelo y pecho.
Para cuando Marisol me daba intensas bocanadas, subiendo y bajando suavemente con sus labios y acariciando mi pene con su lengua, le confesé que para el sábado estábamos más excitados todavía, dado que quedaba una sola: de color verde jade, con trasparencias en el pecho y en su pubis.
Era una fruta prohibida, porque por lo excitado que la despidió su marido, al menos una prenda debía estrenarle y nosotros estábamos hambrientos por hacerlo en su lugar.
Y es que cada noche, hacíamos el amor de manera salvaje entre 2 y 3 veces, con ella arriba montándome o conmigo, taladrando incesantemente sus entrañas. Hasta me dejó hacerle la cola en 3 oportunidades, sin importarle que sus hombres se dieran cuenta, ya que quería saciar parte de su “hambre” durante la semana libre.
Cuando mencioné eso, Marisol hizo su técnica especial de aspiradora y me hizo acabar en su boca. Nos besamos y aprovechando que seguía duro, nos fuimos dando caricias, cumpliendo inesperadamente mis labores de marido en 2 ocasiones, cuando creía que no lo podría hacer por el agotamiento acumulado.
Pero supongo que ella me ayuda a sacar fuerzas cuando ya no puedo más.
De cualquier manera, retornando a esa noche en el hotel, colgué el auricular y fui a ver a Lizzie, que sorpresivamente, seguía desnuda y más encima, en la cama matrimonial.
Ni siquiera hubo intención de vestirse, dado que su vestido seguía tirado a los pies de la cama y lo que más me sorprendía era la ausencia de ropa interior.
“No es un problema, ¿Verdad?” Me preguntó, con una sonrisa nerviosa, mientras se cubría con la sabana su desnudez. “Después de todo, pediste la habitación por la noche entera, ¿No?”
Me sentí terrible…
“¿Me escuchaste?” pregunté, maldiciendo la poca discreción de la recepcionista.
Ella sonrió.
“Sí… pero no quise hacerlo.” Respondió con timidez. “Habías dicho que no desconfiara… e imagino que solamente querías bañarme… ¿No?”
“¡Así fue!” le respondí, sentándome en la cama, aliviado que supiera entenderme, pero pude percibir cierta decepción en su rostro.
A pesar de todo, se veía bonita y tranquila, mirándome con mucha serenidad
“¿Por qué no me acompañas un poco?” Pidió ella, con ternura. “Marisol me dijo que estas sabanas son muy suaves… pero están frías, es sábado por la noche… y aún no he encontrado un chico que me haga compañía.”
Decidí complacerla, al verla nuevamente desanimada y me acosté (vestido, por supuesto) a su lado.
“¿Sabes?... aunque agradezco que me hayas bañado… pienso que tu idea pudo ser más divertida… si hubiese encontrado un chico que me gustara.” Confesó, más sonriente al ver cómo me relajaba a su lado.
“¿Tú crees?” consulté, intrigado por la propuesta.
Ella volvió a sonreír radiante.
“¡Sí!... porque piénsalo: una chica como yo… desnuda… en una cama como esta… con un hombre… como tú, por ejemplo… en una habitación de hotel… a solas… toda la noche… ¿No crees?” Preguntaba con mucha coquetería.
“¡Pues, sí!” Le respondí, entendiéndola perfectamente. “Si hubieses conocido un chico, ¡Créeme que hasta te habría pagado la habitación!”
Por alguna razón, me volvió a mirar frustrada. Tal vez, porque nuevamente recordó que no había encontrado un chico, aunque fuera ella misma la que lo sacara a colación.
“Pero… ¿Sabes?... hay algo que quiero preguntarte… hace mucho, mucho tiempo…” Señaló nerviosa, restregándose las manos, pero sujetando la sabana con su cuello.
Recordé lo que Marisol me había dicho y le brindé toda mi atención.
“¡Adelante!” insistí.
“Verás…” prosiguió, con bastante vergüenza. “No he conocido muchos hombres como tú… la mayoría, han sido asnos desde el principio… que solamente piensan en follar y dejarme…”
“¡Claro!” le respondí, entendiéndola perfectamente, haciendo que su rostro de desilusión cambiara a uno más animoso.
“Pero tú eres diferente… me tratas bien… te preocupas por mí… y siento que te importo…” me explicó, haciendo que también me sintiera avergonzado y facilitándole su consulta. “Y lo que quería preguntarte es… ¿Qué harías tú… si salieras con una chica que le gustas?”
“¡Ya veo!” respondí, comprendiendo su punto de vista.
“Porque me imagino que… si tú estuvieras soltero… no saltarías sobre una chica como yo… ¿Verdad?... porque tú… pues eres diferente…”
Por algún motivo, me recordó la primera vez que salí a trotar con mi cuñada Amelia, ya que nunca había visto a Lizzie tan tímida y en esa oportunidad, mi cuñada se veía igual de nerviosa por querer que alguien palpara sus senos y no tener a nadie más de su confianza para poder hacerlo.
Pero entendía que Lizzie lo hacía a modo de investigación. Después de todo, ella misma admitía que la gran mayoría de los hombres con los que había salido eran patanes y era evidente que si andaba buscando a alguien como yo, no actuaría de la misma manera que aquellos canallas y tenía curiosidad para saber cómo identificarlos.
“¡Sí, creo entenderte!” le respondí, haciendo que sonriera una vez más.
“Porque me gustaría saber… cómo actuarías tú…” volvió a insistir, sonriendo hasta con los ojos. “Ya que eres un caballero… con una chica que desea ser tocada.”
“Bueno, en primer lugar, creo que la besaría en…”
“¡Muéstrame!” demandó, interrumpiéndome enérgicamente mi explicación.
“¿Qué?”
“Es que quiero que te concentres bien.” me dijo “Y que pretendas que yo soy la chica… porque la verdad es que estoy muy, muy caliente…”
“Pero Lizzie, yo…” traté de excusarme, haciéndole entrar en razón.
“¡Por favor!” insistió, mirándome a modo de súplica. “Porque no sabes las ganas que tengo de estar toda la noche con un chico como tú…”
Y nuevamente, sentí lástima por ella, porque ella también buscaba ser amada por alguien que supiese hacerle disfrutar y yo era su único amigo de confianza con el que podía compartir esas incidencias.
Pero más mal me sentí, porque me dejé llevar por la sensación del momento: Lizzie es hermosa, con sus ojos coquetos y esas pecas que le hacen ver adorable, adornadas con una cabellera lisa y larga hasta un poco más abajo de los hombros y una sonrisa blanca resplandeciente.
Además, es muy preocupada de su figura, por lo que mantiene una cintura delgada y sus pechos son casi del mismo porte de los de mi esposa, aunque más redondos y elásticos, con pezones muy gruesos y areolas sonrosadas bastante grandes, comparables con los chupetes para bebes.
Y eso, sin olvidar sus paraditas nalgas, ya que si bien no trota como yo, ejercita ocasionalmente para quemar las grasas.
Tras recordar todo eso, no pude evitar sentir que mis pantalones se encogían, mas aun así, proseguí con mi explicación.
“En primer lugar… comenzaría besando sus mejillas…así…” le dije, acariciando su cabello antes de posar mis labios.
“¿Así?” preguntó ella, suspirando aliviada.
“¡Sí!... para que ella supiese lo mucho que me importa…”
“¡Suena maravilloso!” respondía ella, sujetándose de mis brazos, para cuando me aproximaba a la comisura de sus labios.
“Después… le daría un beso en los labios… de esta manera…” le expliqué, disfrutando bastante de su boca y de su lengua deseosa, a lo que ella respondió con un cálido y sorprendido “¡mhm!”, que lentamente fue cambiando a una expresión más agradada. “Para que supiera en el fondo que la deseo…”
“¡Sí!” suspiró también, mientras mi cara se deslizaba hacia su oreja. “¡Eso lo entiendo!”
“Y mientras lamo su cuello y respiro sus cabellos, deslizaría mi mano hasta su vientre, para acariciarlo suavemente…”
“¿Eso harías?” preguntó, irguiéndose levemente al sentir mi tacto, muy complacida.
“¡Eso haría!... pero mi mano no avanzaría más abajo…”
“¡Ahh!... ¿Por qué?” preguntó, con un leve suspiro de insatisfacción.
“Porque jugaría con ella, para que me deseara más y mientras tanto, le seguiría dando besos calurosos en el cuello…”
Podía sentir cómo su cuerpo se erguía, buscando el avance de mis dedos. Pero mi jugueteo tenía su efecto, dado que se veía incómoda y ansiosa.
“Pero… ¿Qué pasaría… si ella quiere sentirte?... si ella quisiera tenerte en su interior…” preguntó, con un leve toque de frustración, tras dejarme beber de sus labios una vez más.
“¡Metería solamente 2 dedos, para que me deseara más!” respondí, incrustándolos con suavidad.
Lanzó otro suspiro y una breve sacudida, al sentir mis dedos abriéndose paso por su hendidura e intentó apretar sus piernas, como si detuviera el avance invasor.
“¡Tus dedos… son muy buenos!... ¡Son largos… y gordos!” comentaba ella, en éxtasis.
“Por eso…debes fijarte en el tamaño de las manos de tu novio… Lizzie…” le expliqué, casi susurrando al oído. “Para que sepas si te puede dar más placer con ellos…”
Al decir eso, pude sentir su primer orgasmo en mis manos, con sus ojos bien cerrados, como si no hubiese podido aguantar más.
Sin embargo, dejándome llevar por mis impulsos, seguí besando su rostro y aliviándola con mis dedos, hasta que sentí el contacto de su mano.
“¿Sabes?... me encantaría que el chico que me gusta… tuviera una tan gorda como tú…” me decía, sobándola por encima del pantalón. “Si él me atendiera tan bien… la probaría todos los días…”
Y se dobló repentinamente, para liberarla, casi con desesperación y sinceramente, no hice nada por detenerla, porque sé que al igual que mi esposa, le encanta dar mamadas.
Agradecí que me desabrochara el pantalón y me sacara tan rápido los boxers, porque sentía que estallaría si no lo hacía y pude apreciar cómo lo engullía, casi con devoción, como si lo hubiese añorado por horas y horas.
Y su labor me hizo sentir envidia por aquel que llegase a ser su esposo o novio, dado que es una experta: con una mano, sujetaba la punta de mi glande, para facilitar la lamida del contorno de mi falo, mientras que con la otra, masajeaba suavemente mis congestionados testículos, a punto de estallar.
Pero si bien no tiene una técnica tan eficiente como la aspiradora que usa mi esposa al momento de hacerme acabar, sus lamidas laterales y el hecho que la hace revolotear de mejilla a mejilla tienen una mención especial.
Aparte que lo lame como si fuera una ternera al pie de la vaca y lo que es peor para mí, que le encanta hacerlo. Por lo general, lo hace entre 2 o 3 veces al día (como mínimo, cuando nos duchamos o cuando lavamos la loza y eso que antes, ya la he atendido) y de hecho, al igual que mi esposa, es su manera de despedirme antes de marcharse a sus clases y ninguna de las 2 queda satisfecha hasta que me la deja limpia y resplandeciente.
Por ese motivo, cuando mi esposa llega a casa, me encuentra “demasiado tranquilo” mirando la televisión y si no fuera porque ella a veces hace lo mismo tras la cena, tal vez no me quejaría tanto.
“¿Ves?... por eso me encantaría tener un novio como tú…” exclamaba muy alegre, lamiendo mi falo como si fuera un helado, pero lo suficiente para calentarme. “Porque la tuya no baja tan rápido.”
“¡Ya veo!” respondí, más satisfecho.
Y al ver su cuerpo desnudo, sus pechos balanceándose como flanes y su sonrisa coqueta, apenas puse oposición cuando me quiso cabalgar.
“¡Mff!” exclamó, al sentir mi falo estirar su canal vaginal. Sin embargo, pude notar un detalle por el cual, tal vez ella disfruta tanto de mí.
Aunque la cabeza de mi falo es medianamente gorda y redonda, al momento de la penetración alcanza a presionar y extender al clítoris. Pero una vez que pasa, prosigue mi tronco, que es un poco más grueso y a medida que paulatinamente se va ensartando, la va estimulando más y más, hasta llegar al fondo.
Para entonces, su rostro es radiante y las sacudidas que da con sus caderas son extremadamente poderosas, buscando ponerse en posición.
“Y lo que es mejor, es que cogeríamos horas y horas, sin parar…” Retomó su conversación, contenta de tenerme hasta la base. “Pero me gustaría probar… alguna vez… que alguien me hiciera el amor… como dices tú…”
Lo dijo con un tono de duda y timidez tan tierno, que no pude evitar sonreírle.
“¿Otra vez?” pregunté, muy sorprendido.
“¿Qué?”
“Que si quieres que otra vez te haga el amor…”
Ella enrojeció al máximo.
“¡Yo nunca lo he hecho!” confesó, abochornada. “Fred y yo solo cogíamos…”
“¡No estoy hablando de Fred!” le aclaré, sonriendo que no se hubiese dado cuenta. “¡Hablo de nosotros!”
“¿Tú y yo… lo hemos hecho?” preguntó, como si fuese la gran revelación.
“¡Por supuesto! ¿O piensas que solo cogíamos muy bien?” le respondí, sonriendo que no se hubiese percatado. “¿Nunca pensaste por qué te compro flores o por qué me interesa tanto verte pintar?”
“¡N-no!” respondió, titubeante.
“¿Qué es lo que te he dicho de la principal diferencia entre coger y hacer el amor?” le volví a preguntar, muerto de la risa. “¡Que a las 2 personas les gusta estar juntos!”
Y creo que le pegó de golpe, porque todo este tiempo, desde que se mudó con nosotros hasta esa noche, le había hecho el amor.
Y en eso, tenemos una diferencia de opinión con mi esposa, ya que ella insiste que soy muy denso para darme cuenta de lo que las mujeres sienten por mí, pero en situaciones como estas, ellas no se quedan atrás.
Para ser tan “perceptivas” e “intuitivas”, algunas necesitan que les digan que les gustas o que las amas, aunque para mí no sea tan necesario escucharlo, porque pienso que las acciones hablan más que las palabras.
Si yo lavo la ropa de la casa, por ejemplo, no lo hago “por mandado”, sino porque me preocupa que se vean bien (y que Marisol o Lizzie no echen a perder la lavadora o la secadora). Y por ende, las amo o al menos, las quiero o me preocupo por ellas.
Lo mismo me pasaba con Sonia, cuando me hospedaba con ella y con Hannah, que aunque no lo dice todo el tiempo, sé que me ama más que a su esposo.
Ese es el motivo por el que prefiero más salir en citas y conocer a una mujer, que a un “encontrón casual” que puede terminar en cualquier lado y con una mujer que puede o no que vuelva a ver.
Fue increíble, sin embargo, sentir que se relajaba y verla conmoverse, como si hubiese esperado toda la noche que se lo dijera.
“Pero… ¿Por qué quieres que conozca otro chico?” preguntó, casi haciendo pucheros.
Y traté de ser lo más conciso y claro posible, mirándola a los ojos.
“¡Porque te amo!” Le aclaré. “Y no quiero que termines sola. Yo no puedo ofrecerte un futuro, aparte de ser mi amante y eres demasiado joven para quedarte con alguien como yo.”
“¿Me amas?” preguntó, incrédula y quedándose con lo primero que le dije, sin prestarme atención.
“¡Por supuesto!” le respondí, frustrado con que fuese tan poco perceptiva.
“Es que… es que… quería pedirte hoy… que fueras mi novio…” medio sollozaba, con el rostro compungido completamente.
“¡Pero si ya lo soy!” le respondí, más exaltado y divertido todavía.
Porque me preocupo por ella, le cocino, le brindo regalos, la abrazo, la consuelo cuando está triste, la beso y le hago el amor. Si esas cosas no las hace un novio, entonces no sé qué sería yo.
Y hasta ella misma admite que soy su “único amigo hombre” (que en inglés, es “Boy friend” y que cuando se vuelve a traducir al español, es “novio” o “pololo”), pero yo ya no podía hacer más por nuestras diferencias culturales.
Así que adopté la misma solución con la que alegro a mi esposa: la besé, la volteé y le empecé a hacer el amor.
Marisol lo disfruta bastante cuando lo hago, porque de una situación que le apena, la torno satisfecha y alegre.
Empecé a succionar sus labios, con suavidad y empecé a mecerme lentamente.
“¿Por qué… no me lo dijiste?” preguntó, sorprendida, mientras sobaba sus pechos y la miraba a los ojos.
“Porque pensé que lo sabías.”
Empecé a chuparlos, suavemente, mientras ella acariciaba mi cabeza, como si le estuviese dando alivio. Ella se quejaba con suavidad, mientras que con la otra mano acariciaba el otro, lo que de a poco la fue calmando.
Sus pezones estaban hinchadísimos y parecían verdaderos chupetes hinchados, al momento de probarlos, aunque lamentablemente no tenían leche.
Mis movimientos de pelvis eran extremadamente lentos. Ella no se daba cuenta, pero yo podía sentir cómo mi glande se deslizaba en su interior, como si me estuviese poniéndole un guante húmedo y apretado.
Volvió a sonreír contenta y nos fuimos besando. Podía sentir sus placenteros espasmos, a medida que ganaba mayor velocidad. Una vez más, degusté sus pechos, que estaban muy hinchados mientras que mis embestidas ganaban mayor velocidad y profundidad.
Mis profundos vaivenes parecían adosar su cavidad completa en torno a mi herramienta, con una presión formidable, que le daban discretas exhalaciones de satisfacción proveniente de sus labios.
La tomé de la cintura, para sentir más el calor de sus entrañas y ella, de una manera sexy y plena, posó sus manos al lado de su cabeza, ofreciendo sus resplandecientes pechos, con una expresión de felicidad absoluta y una sonrisa perfecta para mí.
Podía sentir que se iba corriendo con mayor frecuencia y sus pezones erectos me ponían más ansioso, deseando probarlos con locura, pero ella estaba disfrutando con gemidos escandalosos de la manera que la estaba penetrando y una vez más, alcanzaba a apretar aquel tesoro preciado en la cuna de la mujer: el útero.
Para esas alturas, mis embestidas eran vertiginosas y candentes y sus gemidos alcanzaban tonos altísimos, producto de orgasmos continuos al apretar cada vez su fuente de placer y cuyos líquidos fluían de manera profusa e interminable.
“¿La… puedes… sentir?” Le pregunté, conteniendo la respiración con cada sacudida.
“¡Sí!... ¡Sí!... ¡La siento!... ¡Tan adentro!... ¡Ahh!... ¡Tan adentro!”
“¡Qué bueno!... porque ya no aguanto más…” le dije y tras darle un intervalo de unos 3 segundos para que lo entendiera, me descargué en su interior.
Ella se contuvo como pudo y recibió gustosa mis corridas.
“¿Lo ves?...” le expliqué, mientras la besaba con suavidad. “¡Por eso le llaman “hacer el amor”!”
“¡Sí! ¡Ahora te entiendo!” me dijo ella, sonriendo más alegre y tranquila. “Pero me gustaría otra demostración.”
Y la complací, con ella arriba, dado que “Hacer el amor” consiste en satisfacer a la pareja en todos sus gustos.
Pero como era demasiado tarde para regresar (eran casi las 2 de la mañana), decidimos aprovechar la reservación un poco más y en el entretanto, hacerle la colita también.
Para las 5 de la mañana, estábamos muy acurrucados, conmigo apretando suavemente su pecho, jugueteando con el pezón y abrazándola de la cintura por detrás, mientras besaba su cuello.
“¿Ves, Lizzie? Esto es lo que busco para ti: un chico que te haga feliz y del que te puedas enamorar.” Le dije, lamiendo su mejilla.
“¡Sí, no te preocupes!” respondió, suspirando complacida. “Si me enamoro de alguien, serás el primero en saberlo…”
Y esas palabras me dejaron pensando en mi esposa, puesto que Marisol me había dicho algo parecido cuando ingresó a la universidad.
“Me encantaría que estuvieras conmigo, el día que encuentre al hombre de mi vida.”
Dormimos un par de horas, desayunamos y nos retiramos del hotel, conmigo abrazando a Lizzie por la cintura y ella, apoyándose cariñosamente en mi pecho.
El botones me abrió la puerta, sonriendo de manera burlona, pero podía entenderlo. Finalmente, compramos comida china, para compensar a mi esposa por mi “inasistencia” en el lecho matrimonial y tras almorzar, le conté todo lo ocurrido, mientras que Lizzie y las pequeñas dormían la siesta.
A pesar que los domingos antes de volver de faena los tomamos más relajados, Marisol me saltó encima, me devoró a besos y ya había anochecido cuando bajamos a cenar, para posteriormente, proseguir el segundo round, donde mi esposa se llevó la victoria de la noche.
Y hace poco rato, Lizzie me preguntó si me quedaba mucho trabajo (relamiéndose y mordiéndose los labios), porque una vez que almorzásemos, quiere que le ayude a lavar los platos.


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