Siete por siete (153): Buscando al indicado (I)




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Compendio I


Una de las cosas que más me sorprende de Marisol es su generosidad y estoy muy consciente que no me la merezco, sin importar los méritos que yo haga, mas ella es así.
Y lo que sucedió este sábado, una vez más, me volvió a sorprender.
Marisol quiso guardar reposo, en vista que accidentalmente la contagié con mi resfrío. A pesar que le ocasionaba moderados estornudos y un incómodo romadizo, su actitud con nosotros era tan dulce y normal como siempre.
Pero al caer el sol, mientras preparábamos la cena y en vista que seguía convaleciente, Lizzie y yo decidimos acostarnos temprano, para que así velara por mi cónyuge, algo que férreamente se opuso.
“¡Es una bonita noche! ¿Por qué no aprovechan de salir juntos en una cita?” nos preguntó, con la mayor naturalidad del mundo, mientras ubicábamos las mesas replegables en el dormitorio, para hacerle compañía durante la cena.
Lizzie y yo nos miramos brevemente.
“¿De qué hablas, ruiseñor?”
“Hablo de para qué se van a quedar ustedes conmigo un sábado por la noche.”
“¡Pero estás delicada, Marisol!” Respondí enérgico.
“¡Es solamente un resfrío!” respondió, menoscabando la situación. “Además, las pequeñas están durmiendo y no sería justo que Liz se aburra porque esta noche no podemos jugar.”
“¡Vamos, Mari, no exageres! ¡Es solo una noche!... y sé que te sientes enferma…” replicó ella.
“Pero será una semana entera que no estarás con nosotras. ¿No te dan ganas de pasar la noche entera con él?”
Lizzie me estudió con detenimiento y brevemente, lo consideró.
“Pues… sí… lo he pensado.” Admitió ella, con un breve desgano. “Pero sigue siendo tu esposo... y tiene razón: él debe cuidarte.”
“¡Pero si solo tengo un resfrío! ¿Por qué no mejor te lo presto por hoy y me lo devuelves mañana?” Prosiguió mi esposa, obcecada.
“¡Marisol, no soy un par de zapatos!” exclamé indignado.
Y ella me miró con dulzura.
“¡Y lo sé!, pero mírala. ¡Pobrecita! ¡Es tan linda y no tiene novio!”
“¡Oye, Mari, ese no es tu asunto!” protestó Lizzie, con mucha molestia.
“¿Por qué no sales con ella? ¿No la encuentras bonita?” me preguntó mi esposa.
Y toda la irritación de Lizzie pareció contenerse ante mi escrutinio.
Sus cabellos castaños, resplandecientes, largos y lisos; sus ojitos negros y vivaces y sus infaltables pecas, medianamente escondidas por el rubor de sus mejillas, junto con labios suaves, delgados y finos, le hacían ver hermosa al detalle, sin olvidar sus hermosas y delicadas piernas y su bendecido pecho.
“¡Ella sabe que es bonita!” respondí a Marisol, haciendo que Lizzie sonriera más con su dentadura perfecta y blanquecina.
“Pero tú siempre le reclamas que no se toma un día libre. ¿Por qué no la acompañas, para que se divierta y le ayudas a buscar un chico?” preguntó mi ruiseñor.
Lo que Marisol decía me hacía mucho sentido y en mi plan original, estaba la idea de llevarla a comer y posteriormente, a una discoteca, donde con suerte, encontraríamos a alguien para que saliera con ella y así, yo volvería pronto a casa.
Marisol, muy contenta de verme aceptar, me ordenó que fuera a bañarme al baño de abajo, mientras que ella ayudaría a Lizzie a vestirse.
“¡Vístete elegante!” me ordenó, mientras yo entraba al closet.
Tomé mi ropa, mientras que ellas chillaban levemente como niñas. Me afeité, me puse loción y me vestí semi formal, con una camisa a cuadros, una chaqueta de cuero café, pantalón de vestir color crema y zapatos negros.
“¡Mira, mi amor! ¿Cómo se ve ella?” preguntó Marisol, saliendo del baño con su camisón de dormir, anunciando como si fuese modelo de show televisivo la llegada de Lizzie.
Y sinceramente, si ese hubiese sido el caso, nuestra niñera poco o nada podría haber envidiado a la realeza o a una modelo de televisión: el vestido que le cedió Marisol era amarillo, de una sola pieza y sin mangas, con una falda de tubo que llegaba hasta más debajo de sus rodillas y que resaltaba bastante bien su apetitosa figura, pero manteniendo elegancia y distinción, complementada con una pequeña cartera de mano.
Al verme absorto y dudando de mi expresión, Lizzie consultó.
“¿Me veo bien?”
“¡Te ves… increíble!” le respondí, con sinceridad.
Marisol nos volvió a sonreír.
“Bueno, entonces aprovecha de llevarla a comer a un lugar lindo y a bailar, para que conozca un chico que le guste.” Me dijo ella, besando mi mejilla. “Yo cuido las pequeñas y comeré algo rico, si me da hambre.”
“¡No te preocupes! ¡Trataré de volver luego!” respondí, mientras besaba su frente.
“¡Me gustaría más si no…!” se burló ella, sin darse cuenta que le tomaría la palabra más tarde.
Lizzie se veía tan hermosa y elegante, no olvidando que el vestido era tan apretado que demarcaba bastante su busto y en el asiento del copiloto, destacaba sus piernas fibrosas y unos muslos seductores.
Al parecer, ella iba muy alegre, dado que no paraba de sonreír y mirar hacia afuera, facilitándome verla con completa libertad.
“¿Dónde iremos a comer?” preguntó, con una mirada coqueta y tierna.
Y si bien, había pensado originalmente en un lugar de comida rápida, pensé que sería una afrenta para ella, vistiendo con tanta elegancia, por lo que terminamos arrimándonos en un restaurant cerca del club de yates.
“¿Aquí?” preguntó ella, pensando que le jugaba una broma, puesto que era demasiado lujoso para lo que acostumbrábamos.
Su mirada resplandecía de júbilo y por un momento, casi abre la puerta por su cuenta.
“¡Espera!” le dije, desabrochándome el cinturón con mucha prisa.
Estaba sorprendida de verme trotar alrededor de la camioneta, para llegar hasta su lado y abrir su puerta, como una dama como ella se merece.
“¡Gracias!” respondió, al tomar mi mano y esbozar una sonrisa comprensiva.
El restaurant tiene amplias ventanas que dejan ver las embarcaciones del club de yates por un extremo y contemplar la costa sur de Adelaide por el otro, con piso de madera y decoración acorde con su cercanía al mar: un timón en la pared, faroles de iluminación, peces trofeo, cuadros de veleros y embarcaciones...
El mesero nos trajo los menús para ordenar, más Lizzie no sabía qué elegir, por los nombres y precios de los platos.
En vista que en el viaje del año pasado disfrutó bastante de los mariscos, ordené un plato de langosta con salsa tártara para ella y solicité algún vino que hiciera juego con el plato, del cual me recomendaron un pinot noir o un chablis, a lo cual le dejé a elegir a ella, que decidió el segundo.
Por mi parte, me conforme con un steak al vapor y crema de champiñones, acompañado por mi infaltable vaso de jugo de durazno.
“¡Este vino es delicioso!” confesó ella, tras probarlo. “¿Cómo sabías? Nunca te he visto probar vino.”
“Bueno… para eso existen los sommeliers…”
“¿No quieres probarlo?” me ofreció ella de su copa.
“¡No! ¡No me gusta beber!” Respondí exaltado.
“¿Por qué?” preguntó decepcionada.
“¿Recuerdas a mi hermano? Cuando éramos jóvenes y vivíamos en la misma casa, él tenía problemas de alcohol. En muchas ocasiones, le vi llegar ebrio a casa y nunca me gusto verlo en ese estado, por lo que decidí nunca beber.”
Sacudió levemente su copa y miró el destilado a contraluz.
“¿Sabes? A mí siempre me han invitado a beber cerveza o ron… pero siempre para emborracharme… y nunca para comer. Incluso… ¡Es la primera vez que me invitan a un restaurant tan elegante!” exclamó con mucha alegría.
Verla de esa manera me trajo recuerdos de Pamela, la primera vez que la invité formalmente a comer en un restaurant italiano.
El resto de la comida fue más tranquilo y aproveché de consultarle sobre su madre.
El mayor sueño de Lizzie era pintar y su madre, soltera, más humilde y trabajadora, le decía que eso era una tontería y que se moriría de hambre si seguía soñando con aquello.
Por ese motivo, se independizó a los 16 años y empezó a vivir con amigas, novios y haciendo todo tipo de trabajos (siempre manteniendo su dignidad), desde encargada del aseo hasta mesera (como terminé conociéndole yo) en el restaurant que manejaba Fred, con tal de seguir sus ideales.
Pero la vez que le fui a dejar a su hogar, por alguna razón, la señora creía que Lizzie estaba embarazada y que yo era su nueva pareja, faltando poco para que armaran una gresca y tuve que explicarle que su hija trabajaba para mí, cuidando a mis pequeñas y ganando un buen salario, de manera honesta.
Para cuando terminamos la cena, ya se veía un poco más deprimida, por lo que decidí llevarla a la discoteca.
“¿Quieres bailar?” preguntó, con mucho entusiasmo, apenas ingresamos al local.
“¡Lizzie, tú sabes que no bailo bien!... además, me gusta bailar lentos.”
“¡No!... ¡Yo solo preguntaba!” exclamó ella, con cierta desilusión. “¡A mí también me gusta bailar más despacio!”
Decidimos que nuestra mejor opción era sentarnos en una butaca, pedir unas bebidas y buscar un chico que pudiera agradarle.
Por ser sábado, había una gran variedad de hombres (y una mayor, de mujeres), lo que me hizo creer que mi labor sería fácil y expedita.
“¿Qué te vas a servir?” pregunté, cuando me aproximé a la barra.
“Me gustaría probar… lo que siempre bebes tú.” Respondió ella, con su típica sonrisa coqueta.
Fue una sorpresa, dado que siempre termina pidiendo una cerveza o algún trago más fuerte.
Y el único asiento que encontramos fue un taburete con una mesa, diseñado probablemente para parejas de enamorados, por lo que tuvimos que sentarnos lado a lado y por lo visto, ella se veía muy contenta con nuestras acomodaciones.
“¡Es muy dulce!” comentó ella, tras probar la bebida.
“¡Sí! ¡No me gustan las bebidas amargas!” le respondí, mientras buscaba algún muchacho que pudiese ser de su agrado.
“Marco, hay algo que quisiera saber de ti…”
“¡Pregúntame!” respondí, cediéndole mi completa atención.
Por algún motivo, la noté nerviosa…
“Es sobre Marisol… ella me ha dicho que antes que salieran juntos… tú no te habías dado cuenta de lo que sentía por ti… ¿Es eso cierto?”
El tono de su voz, a pesar del bullicio que pululaba alrededor, la encontré temerosa, al igual de su manera de mirarme.
“¡Así fue!” respondí nostálgico. “De hecho, si ella no me hubiese besado, nunca lo habría sabido…”
Lizzie sonrió con mayor alivio.
“¿Por qué?... ¡Era obvio!... eres listo… gentil… apuesto… ¡Sexy!...” señaló con mucho entusiasmo.
“¡Gracias!” respondí a sus halagos. “Pero pasé mucho tiempo solo y siempre me costó interpretar las miradas de las mujeres, era tímido y no me tenía confianza en esa época.”
Percibí un suave suspiro tras mi confesión e incluso noté una sonrisa más alegre, hasta que finalmente distinguí al primer candidato de la noche.
“¡Mira, Lizzie! ¿Qué te parece él? ¿No crees que es muy elegante?”
Era un sujeto de unos 27 años, afeitado, bien peinado, con una tenida formal, que parecía tener una buena llegada con las señoritas, por la manera en que se reían por sus comentarios.
“¡Ese no me gusta!” respondió, desechándolo casi al instante. “¡El dinero no lo es todo!... y quiero estar con alguien que me trate bien y sea humilde… que me lleve a comer a un lugar elegante… o bien… a algún lugar sencillo…”
El tono de su voz volvió a tornarse más nervioso.
“¡Pero podrías viajar con alguien como él!” insistí, al ver que lo rechazaba con tanta facilidad. “¡Siempre dijiste que querías conocer un lugar exótico!”
“¡Sí, es cierto!” sentenció, con una amplia sonrisa. “Pero… también quiero estar con alguien que se preocupe por mí… ¡Ya sabes!... alguien que me dé un poco de su tiempo… y quiera estar conmigo.”
Desde que la conocí en el restaurant, siempre me dijo que los “chicos que valen la pena, casi nunca tienen tiempo” y a medida que han pasado los meses, me he dado cuenta que es cierto: por atenderla a ella, a mi esposa, a mis hijas y por mis responsabilidades laborales, casi siempre estoy escaso de tiempo y trato de brindarles mi mayor atención cuando estoy con ellas, con regalos, comidas o algún detalle que les haga felices.
Pero el principal motivo por el que el año pasado la llevé con nosotros a ver a nuestra tierra fue porque siempre soñó con conocer un lugar exótico y pasaron unas 2 semanas donde no me paró de agradecer por lo feliz que le había hecho.
Así que decidí buscar otro candidato. Divisé a un muchacho de unos 20, 22 años, trigueño, de ojos claros y cabellos trenzados oscuros, que bailaba bastante bien el break dance y que también portaba su sequito de admiradoras, que contemplaban su musculoso vientre y bronceado.
“¡Es muy joven!” reclamó nuevamente, cuando se lo sugerí.
“¿Joven? ¡No debe ser mayor que tú!” exclamé.
“¡Lo sé!...” respondió ella, más nerviosa que antes. “Pero los chicos a esa edad piensan en una sola cosa… y yo quiero estar con alguien con más experiencia.”
“¿Más experiencia?” pregunté, incrédulo.
“¡Sí!” respondió ella, con una sonrisa más coqueta. “¡Ya sabes!... Alguien que quiera tener una familia algún día… y que me pueda dar placer por horas… todos los días… 2 o 3 veces seguidas…”
Me reí levemente, porque semejante “semental” le esperaría una ardua tarea: Apenas puedo hacer eso con Lizzie y con mi esposa.
Entonces, divisé a un tipo de unos 40, 45 años, corpulento y que trataba de disimular su edad con su cabeza rapada. Parecía casado, por el anillo en su dedo y claramente, le interesaban las mujeres jóvenes.
“¡Es muy tosco!” señaló, haciendo una mueca de desagrado y molestia. “¡Además, míralo!: Mujer que pasa, se la come con los ojos… y es muy viejo para mí.”
“¿Demasiado viejo?” Pregunté, anonadado por su juicio.
“¡Sí!... ya sabes… busco a alguien no muy viejo… de unos 30, 35 años… más o menos…” respondió, mirándome extrañamente a los ojos. “ que sea tierno… gentil… que sepa hacerme sentir mujer, ¿Entiendes?”
Aunque le entendía, también me daba cuenta de lo quisquillosa que pueden ser las mujeres.
Pero extrañamente, me traía recuerdos de las veces que Marisol y yo nos juntábamos a charlar, antes que fuésemos novios.
Y así pasamos una media hora, descartando tipo tras tipo: que debía ser más alto que ella, más inteligente, divertido, ligeramente atlético, valiente, que fuera fiel…
“¡Lizzie, ni siquiera les conoces!” dije, fastidiado de su intransigente posición.
“¡Pero sé reconocer a los que valen la pena!” sentenció ella, mirándome fijamente y extremadamente avergonzada. “Y créeme que cuando encuentre uno bueno… no me iré fácilmente de su lado.”
“Pero ¿Dónde encontraras alguien así?” pregunté, mirando multitudes y multitudes de hombres, sabiendo que la mayoría ni siquiera se acercaba al perfil que ella buscaba.
“¡No lo sé!” respondió, con una sorpresiva convicción. “Pero sé que alguien así existe… tanto como yo puedo verte a ti.”
Y era tal su fe o vehemencia, que llegaba a convencerme, mientras devanaba mi mente, pensando dónde podría encontrar alguien así…
Por alguna razón, pensé en una especie de papá, comprando en un supermercado.
“¿Quieres bailar?” le pregunté, al reconocer una canción lenta, como si al fin, alguien arriba de las estrellas, me diera un respiro.
Ella enrojeció y tomó mi mano y llegamos a la pista de baile. Tocaban “Here”, que trata de una chica invitada por sus amigos a una fiesta y su desagrado por estar allí, al verse alienada por el resto de los invitados y sentí que esa canción era para mí, mientras abrazaba a Lizzie por la cintura.
Era un ambiente extraño para mí, pero estaba allí por ella y por la búsqueda de su felicidad. Al juego de luces, se veía cautivadora: la falda destacaba sus caderas, cintura y la redondez de sus muslos, sin olvidar que sus pechos, pujantes, destacaban a contraluz por el encendido color del vestido.
Apegó su cabeza a mi hombro y me dejó guiarla, mientras que mi izquierda se posaba caballerosamente sobre su cintura.
“¡Me encantaría tener a alguien como tú en mi vida, abrazándome y susurrándome palabras bonitas al oído!…”me decía, mientras suspiraba muy relajada.
“¡Vamos, Lizzie!” respondí, conmovido por sus desanimados deseos. “¡No pierdas las esperanzas!... ¡Eres una mujer bonita!... y tendría que ser ciego o estúpido para que el que baile contigo guarde silencio.”
De alguna manera, pareció tropezar, porque apegó su cuerpo más al mío, al punto que podía sentir sus senos en mi estómago y rozar discretamente su pubis con mi sexo, mientras que ella buscaba mantener el equilibrio afirmándose con fuerza a mi cintura.
El contacto de sus pechos, aplastándose sobre mí y el constante roce de su entrepierna me estaba haciendo reaccionar y me preocupaba que ella sintiera mi latente erección y terminara malinterpretando mis intenciones, por lo que decidí distraerme, mirando a los alrededores.
“¿Por qué nadie vendrá a hablarte?” pregunté, al ver que el resto del mundo apenas parecía prestarle atención. “¡Te ves hermosa esta noche y ese vestido te queda extremadamente sensual!”
Me miró y me dio una sonrisa perfecta.
“¡Deben pensar que eres mi novio!” respondió, para volver a acomodarse cariñosamente en mi pecho.
Pero yo sabía la verdad: chicas como ella no se enamoran de tipos aburridos como yo y aunque es cierto que la beso frecuentemente, le regalo obsequios y hacemos el amor casi todos los días, lo hago porque ella no ha encontrado a nadie más que la atienda y es una suerte para mí poder complacerla.
Pero no quería romper la ilusión dentro de su soledad: se veía feliz y por esos momentos, parecía despreocupada de no tener un hombre en su vida, por lo que solamente guardé silencio y continué bailando un par de piezas, muy abrazados y disfrutando de nuestra compañía mutua, antes de retirarnos.


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1 comentario - Siete por siete (153): Buscando al indicado (I)

pepeluchelopez
Lo repito no forces no adelantes la fecha que algún día llegará, vivan el momento! Muy buena salida saludos
metalchono
Admito que tienes razón, pero no deja de ser algo que me preocupa. Saludos y gracias por comentar.
pepeluchelopez
@metalchono es que luego uno se arrepiente, lo se! Saludos