El banco de suplentes 1: ángeles y demonios

Por lo general, uno exagera la calidad de sus conquistas. El paso del tiempo y el deseo de impresionar a otros y a uno mismo nos puede llevar a magnificar las virtudes de las señoritas y señoras con las que uno ha estado. Sin embargo, así y todo, es raro que en todo su historial el miembro propio consiga tener un cv tipo Nicolás Cabré. Más probable es que haya altibajos, momentos en los que uno come bien y momentos en los que...no tanto, digamos. Para esos momentos aciagos, aprendí a confexionarme un banco de suplentes, un grupo de chicas a las que, en condiciones normales o si hay cualquier otro plan, uno no les daría pero que nos puede llegar a salvar el día que las titulares fallan. En ocasiones, este banco incluye pibas que zafan, quizás hasta alguna más o menos linda. Pero el problema es que esas siempre pueden ser tentadas por otros equipos que les ofrezcan la titularidad. Ante esos casos, sugiero tener siempre algún escracho, alguna piba fiera, gorda o insoportablemente tímida que surja como último recurso. Puede, y ojalá los dioses así lo quieran, que uno pase años sin tener que descender hasta ahí. Pero saber que se cuenta con eso siempre es un alivio.
Cuestión que una racha excepcional de mala suerte me hizo tener que rascar en los confines de mi dignidad hasta hacer uso de ese recurso. La mina en cuestión era una piba entrada en kilos y medio boba que no había sido bendecida con esas caras lindas que a veces saben tener las gordas. La había conocido en un boliche, intentando chamuyarme a una amiga de ella (soy el peor chamuyero del mundo en lo que a boliches respecta), cuestión que en un pase que nunca me quedó claro me terminaron encajando a la gorda que no me dejó en paz hasta que me sacó el teléfono. Desde entonces, me mandó unos cuantos mensajes que yo le respondía con mala onda creciente y con total desinterés por si ella se ofendía. Por esas cosas que a veces suceden en la psicología humana, mientras peor le respondía, más se fascinaba conmigo porque me consideraba "sincero" en un mundo de caretas (entiendo que los caretas eran los que tenían la delicadeza de no decirle de frente que era incogible). A todo esto, pasaron dos años en los que no la vi ni me interesé por ella más que para tratarla como el orto en respuesta a sus esporádicos pero constantes mensajes de a ver si podíamos vernos. Analizándolo de afuera, resulta conmovedor que no haya perdido las esperanzas.
Cuestión que, sin que yo tuviese que pedir mucho, la gorda me ofrecía todo a cambio de que en algún momento me dignase a ponérsela. Me dijo que nunca le habían hecho la cola, yo anoté la información y en mi mente me dije "Bue, cuando haya hambre...". Y ese día había llegado. Sin mucha justificación, le dije que podía verla el sábado siguiente. Ella, chocha. Me dijo que me esperaba para cenar, me pasó una dirección que, me explicó, era de alguna tía suya que habiá muerto recientemente y que tenía la casa disponible hasta que la vendiesen y un par de cosas que, la verdad, me importaban tres carajos. Lo único que sabía es que a mi casa no quería traerla por riesgo a que conociese dónde vivo y que eso me venía mucho mejor.
En ese entonces, yo cursaba una carrera ruin que estaba terminando, tenía que hacer un trabajo práctico temprano y después ir a atender a la gorda. El trabajo práctico era de esas chantadas "grupales", lo que implicaba tener que hacer una parodia de reunión. En el grupo éramos tres, me acompañaban una señora grande y después estaba Helena, una piba que venía bien, alegraba la vista. Tenía unos 30 años, expresión de estar siempre alegre-de porro, pelirroja, pelo cortito, pocas tetas pero mucha actitud y (detalle) tenía un pibe de 13, 14 años lo que indicaba que había tenido una adolescencia un tanto disipada. En fin, cuestión que mientras nos turnábamos para mandar oraciones inconexas, la gorda quería calentarme con mensajitos en los que me contaba que se estaba arreglando, cocinando, en fin, preparándose para la noche de su vida. Yo miraba con cada vez mayor interés a mi compañera y pensaba si debía o no tirarle alguna onda. Notaba que, en ocasiones, respondía a mi mirada con sonrisas que me hacían pensar que la cosa podía ir para algún lado aunque, claro, siempre estaba la señora entre medio de los dos. Pero el trabajo se terminó sin que eso ocurriese, mis compañeras se fueron y yo me empecé a preparar para el pelotón de fusilamiento que implicaba el ir a atender a la gorda. Pero no pude ni empezar porque me tocaron el timbre. Helena, que se había olvidado el teléfono, que si se lo podía bajar. Le pregunté si se acordaba dónde, me dijo que no, miré por encima, lo encontré. Entonces vino la situación que en los dibujos animados grafican con un angelito y un diablito.
El angelito, a mi derecha, diría: Devolvele el teléfono y andá a ver a la gora, es lo que corresponde.
El diablito: La piba esa dejó "olvidado" el teléfono porque quería volver para que te la cojas. Garchatelá y después vemos qué onda con la gorda. Es lo que corresponde.
El diablito ganó por goleada.
Pateé el teléfono disimuladamente hasta mi cuarto, más precisamente hasta abajo de mi cama y le dije que no lo encontraba, que le bajaba a abrir para que me ayude a buscarlo. Subimos, yo le buscaba la mirada, ella estaba muy sonriente, le pregunté si estaba apurada, me dijo que la madre le estaba cuidando al pibe, le dije que de última se lo devolvía cuando lo encontrase, me dice que ella cree que sabe dónde está y así, revisamos como dos boludos un rato lo que yo sabía que no estaba ahí. Le sugerí buscar en mi habitación, "no fuimos a tu habitación", me dice, yo le invento que tiré ahí los abrigos con los que habían venido, ella acepta la explicación y ya estábamos en mi pieza. Como no se veía a simple vista, ella solita se puso a buscar abajo de la cama, dejándome a la vista el precioso espectáculo de su retaguardia moviéndose, buscando impulso para estirarse un poco más hasta encontrar el premio de su teléfono celular. Salió sonriente y me dijo: Ni idea cómo llegó ahí.
- Yo lo puse.
- ¿Qué? - dijo, en ese segundo que le tomó procesar toda la información que mis tres palabritas contenían.
- Sí, disculpame, no podía dejar pasar la oportunidad de traerte a mi cama.
Ella sonrió. "¿Muy malo el método?" le pregunté. "Malísimo" me dijo. Nos reímos, yo la tomé de la cintura y la besé. La empujé despacio hasta que se dejó caer en la cama y seguimos ahí un rato, la empecé a acariciar por encima de la blusa colorida que tenía, le desabroché un par de botones e intenté meter la mano por ahí, tocándole el contorno de las tetas.
- ¿Así nomás? - me preguntó. - ¿no me vas a mentir un poco, a hacerte el enamorado, emborracharme, nada?
- Así nomás - le dije y le desabroché el resto de la blusa para encontrarme con un par de tetas más interesantes de lo que hubiese creído hasta eso momento. Le corrí el corpiño hasta dejar libres sus tetas y me concentré en esos pezones rosados y chiquitos, los envolví en mis labios, los mordí suave , poniéndolos cada vez más duros y sensibles, Ella se dejaba hacer, ronroneando y, solita, guió su manos a mi pija que estaba preparadísima. Hay que tener en cuenta que me había guardado tres días sin pajearme buscando llegar lleno de leche para mi encuentro de más tarde, sin embargo, compartirla con Helena parecía una perspectiva bastante más interesante. Deslizó la mano por debajo de mis pantalones y empezó a frotarme hacia arriba y hacia abajo. Con movimientos torpes, me bajé los pantalones casi hasta las rodillas y ella hundió su boca en mi pija. Tragaba profundo, tenía muy claro cómo hacerlo, acompañaba sus movimientos con la mano y cuando mi cabeza se clavaba en su garganta, hacía una leve arcada como queriendo clavarse todavía más. Sentía como su mano resbalaba cada vez más, me estaba haciendo una paja violenta con su saliva al tiempo que su lengua no dejaba de presionar la punta de mi pija, Tenía que tirarle el pelo un poco para que parase, se notaba que sabía y le gustaba hacerlo. Casi me temblaban las piernas. Le tuve que pedir que pare porque dudaba de poder aguantar mucho más, la terminé de desnudar e hice lo mismo, empezamos un 69 que me permitía controlar mejor la situación, me hundía en sus jugos y le daba pinceladas de lengua en el clítoris, ella gemía bastante sacada, sonaba lindo, sólo paraba cuando tenía mi pija en la boca. Fui a buscar un forro, me puse a besarle el cuello y el lóbulo de la oreja, respondió muy bien a eso y fui nuevamente a comerle la concha. Me encantó cómo se ponía, le metí un dedo y jugué a acariciarle su punto G. La sentí a punto de acabar cuando me pidió que pare. Entonces empecé a metérsela, estaba muy mojada, se sentía genial, le puse sus piernas en mis hombros y la penetraba bien profundo, una y otra vez, cada embestida más fuerte que la anterior, resultó bastante gritona la piba, lo que me encanta. Le puse dos dedos en la boca y ella chupó, obediente, pero ahí se me complicó la cosa porque sentí un calor en la base de mi pija, estaba a punto de acabar y recién estábamos empezando.
- Qué puta que me ponés - dijo.
- Vení arriba, puta - le indiqué. Me acosté y ella se puso encima mío, pensé que así iba a ser más fácil mantener el control y me funcionó un buen rato, le marcaba la intensidad con mis manos clavadas en su cola.
- La tenés grande, hijo de puta. - me dijo.
- Te voy a clavar entera, puta. - le respondí.- Ponete en cuatro.
Ella hizo caso, dejándome un primer plano impresionante de ese culo que me llamaba. Entré en ella y le di un chirlo fuerte en la cola. Gimió y me dijo:
- Me encanta eso.
Le di más fuerte, mi pija estaba a punto de estallar, le puse un dedo en la entrada del culo, como pidiendo permiso, pero ya estaba aceleradísimo y no iba a aguantar nada. Le di de nuevo y le confesé:
- Voy a acabar.
- No se te ocurra - me dijo - estoy cerca.
Era la primera vez que me decían eso, me dio un poco de gracia la prohibición pero también me incomodó bastante. Me detuve totalmente, se la metía suave mientras la empecé a pajear con fuerzas con mis dedos índice y medio. Ella estaba empapada, pero yo no iba a poder más entonces, perdido por perdido, le di con todo, mi pija explotó adentro suyo, llenando el forro con mi leche y se la seguí metiendo, mientras pudiese, me dolía pero no pensaba parar. Finalmente, ella mandó un grito celestial y se deshizo agarrándose de las sábanas.
- Acabamos juntos - confirmó.
Dicen que a las parejas les lleva añares conseguir eso, en realidad en este caso estuvo medio raro cómo se consiguió y ya nunca nos volvería a pasar. Ella llamó a la madre diciéndole que el trabajo se estaba extendiendo para que le cuidase un rato más al pibe, yo vi que tenía 3 llamadas y siete mensajes de la gorda preguntándome dónde estaba. Nuevamente el diablo tomó las riendas:
- Estoy ocupado, voy más tarde - le escribí. Ella se quejó con algún mensaje: "Voy cuando termine, no jodas", le puse. "Ok..." contestó, con puntos suspensivos que dejaban amplio espectro a la interpretación.
Nos echamos un segundo polvo con Helena, mucho más largo, cuando terminamos, eran casi las 11 de la noche y yo había ampliado mi banco de suplentes. Nos despedimos, después partí para lo de la gorda, todavía quedaban cosas por hacer esa noche, las que intentaré contar en un próximo relato.

4 comentarios - El banco de suplentes 1: ángeles y demonios

Pervberto
Muy bueno. Acá estamos ansiosos por saber el desempeño de nuestro héroe en la ocasión que siguió...
juangarcha
Jaja, muchas gracias. Digamos que de Aquiles a esta parte, el heroísmo viene un poco en decadencia.
kramalo
jaja..!! si no le cumplis a la gorda, se te arma la gorda...!! jaja..!! muy bueno..
juangarcha
No conviene dejar a una gorda con hambre...Gracias por tu lectura.
Lady_GodivaII +2
"gorda incogible" "dejar a una gorda con hambre" y el resto de comentarios despectivos... Escribís muy bien, es una pena que te expreses en esos términos peyorativos.
juangarcha +2
te agradezco la lectura y la sugerencia, entiendo que hay un límite fino entre el humor y la crueldad, lo tendré más en cuenta en el futuro.