Toda una vida, toda la vida...

Este relato es ficticio y nunca ocurrió.

Octubre de 2014. Una familia común y corriente carga con una dificultad: el tiempo. Ha pasado un año desde que una pequeñita llegó a sus vidas y los padres se muestran contentos, a pesar de que los primeros meses no han sido nada fáciles. Llantos, gritos, cosas de chicos, que todos hicimos cuando lo fuimos, pero que sólo nuestros relativos saben contar. La niña ya está empezando a aprender, y todo esto que se mencionó ha mermado de a poco; está muy calma y alegre. Josefina, la madre, está decidida a volver a lo suyo, su puesto en una renombrada empresa en la cual tenía un cargo normal, y que dejó a un lado durante ese año para estar con la chiquita. Pablo, su marido, debía repartir sus labores entre su trabajo en una agencia publicitaria y en cómo pasar tiempo con la criatura. Pero ella no es la única descendiente de la pareja; ya tuvieron dos hijos antes: María Sol y Mariano. Ellos ya son adolescentes, de 17 y 18 años respectivamente, y se preparan para, a largo y corto plazo, con el inicio de la facultad. Son buenos estudiantes pero aprovechan bien su tiempo libre. No le han negado la ayuda que su madre les pidió hasta el momento con la inquieta Brenda, pero Josefina necesitaba volver al ruedo con urgencia. El problema sería que la niña estaba acostumbrada a tenerla para sí a toda hora, y podría afectarla, pero la mujer tenía un as bajo la manga, una fórmula que siempre le funcionó. Una tarde de sábado, antes de confirmarle a la compañía que iba a volver, levantaría el tubo para hablar con Victoria Onega, de aquí en más referida como Vicky. Ella era una chica, amiga de su prima Marcela, que cuidó a sus hijos desde el año hasta que tuvieron 6 o 7, por lo que quizás no les sería a los mayores un rostro desconocido. Vicky se sonrojó detrás de la línea y aceptó con gusto, prometiendo que el primer día que le avise estaría allí.
El lunes había sido pactado como el primer día para que la niñera conozca a la pequeña. 10 de la mañana y Josefina la tiene en brazos. No le causó rechazo a Brenda verle el rostro a Vicky, considerada por la familia como una persona de excelencia, amable y simpática. Podían depositar su más absoluta confianza en ella. Fue extraño que la nena no haya llorado, como suele suceder cuando se la presentan a desconocidos. La casualidad es que sus otros hijos habían sido iguales, pero cuando la conocieron esa actitud se terminó. Con Brenda en brazos, Vicky sale afuera y ven como Josefina se va en el auto. Pasó el resto de la mañana jugando con ella, y al mediodía le daría algo así de 20 abrazos a María Sol cuando llegó del colegio. Ellos no lo sabían y la chica sintió que parte de su infancia volvía por un instante. Brotaron lágrimas de alegría y palabras de afecto. Fueron las tres a la mesa, prendieron la televisión y pusieron dibujos animados acorde a la edad de la bebé. Mientras tanto, las dos señoritas conversaban de todo lo que hicieron en los 10 años que no se habían visto, y lo interesante es que Vicky se había formado como psicóloga y ahora estaba haciendo sus buenos pesos. No le iba mal y le llovían recomendaciones de sus pacientes. Se sentía orgullosa de que la quisieran tanto. A las 5 de la tarde, después de las clases de educación física, llega Mariano con una cara de traste que no tenía nunca. Si la tenía, algo severo debió ocurrir. Y así fue. Se peleó con dos compañeros que lo vivían insultando en hora de clase y que se creían los reyes del curso. No lo soportó más y le pegó una cachetada a cada uno. Una trompada no iba a servir para nada. Contó con el apoyo del resto de los pibes que estaban alrededor de ellos, y tuvo suerte que no fueron vistos por las autoridades competentes. Las explicaciones no las dio en el momento, sino que se encerró a su habitación sin ni siquiera saludar. Ellas lo vieron, pero no Vicky. María Sol, sospechando que algo andaba mal, va a los 30 minutos y le exige que salga a saludar, que lo de los golpes lo hablen luego. Él no quiere saber nada con nadie y pide que lo deje solo, que no saldrá hasta la hora de comer. La chica vuelve y Vicky le pregunta si puede ir a verlo. No está muy segura de permitirle ir, pero porque él no planea recibir personas en su habitación. Ahora la niñera sufre de indecisión, pero en la última vez que lo piensa, se manda y va. Toca la puerta y no la abre por respeto a la casa ajena, pero ha caminado toda esa propiedad años y años, y la sabía de memoria. Él pregunta quién toca, y se oye un breve silencio. Cuando ella menciona su propio nombre, la mente de él se queda en blanco, y una sonrisa comienza a formarse en su rostro. En ese minuto de silencio que vendría, una avalancha de recuerdos invadió su mente. Recuerdos bellísimos, de momentos en la mejor etapa de su vida, la niñez. Esa niñez que sabía que no vuelve nunca, pero que lo convirtió en una mejor persona, definitivamente. Había tenido una buena educación por parte de sus padres, y Vicky había sido alguien importantísima en ese crecimiento, quizás fue la que superó en aprecio a ambos progenitores. La había querido más que a nadie en este mundo y con su inocencia de niño, varias veces le declaró su amor, y ella lo tomaba como algo normal de lo que suelen decir los chicos en eso que la psicología llama “pensamiento fantástico”, pero no era tan así. Sus padres sabían que desde el año, y unos meses antes del nacimiento de María Sol, él siendo un bebé, le costaba despegarse más de Vicky que de su propia madre. Nunca supo por qué le provocaba tanta alegría estar con ella. Tal vez porque había sido muy cariñosa, muy atenta, alguien que daba mucho ánimo y que podía siempre lograr que él no pierda el rumbo y se portara bien. Casi por completo que se había olvidado de ella, pero ese día, cuando lo peor parecía haberle sucedido, mágicamente ella estaba ahí. Debe haber sido el minuto más largo existente, pero cuando ella tocó la puerta mientras lo espiaba por la cerradura, se dignó a abrirle. La vio, y los ojos se le pusieron duros. Pensó que era una ilusión y que sólo era un simple sueño, pero no. Ella estaba ahí de verdad. La chica que creyó que nunca más volvería a ver, la tenía frente a sus pupilas, que empezaron a emitir una energía muy particular.
Vicky: - ¿Te acordás de mí? (con una sonrisa confusa)
Él tardó en responder, pero dijo “sí” con una extraña sensación. Seguía creyendo que era imposible, y la próxima pregunta lo hizo retornar a la realidad.
Vicky: - ¿Te sentís bien?
Mariano: - Sí, estoy un poco cansado, nada más. No tuve un buen día.
Vicky: - Creo que deberías descansar un poco. (silencio de 5 segundos) ¡Cómo creciste! Ya sos todo un hombrecito. Bueno, te dejo tranquilo, así te reponés. Nos vemos mañana. (no muy convincente)
Él dijo “chau” sin ganas, mientras ella se va del pasillo. Su rostro seguía muy extraño. No estaba nada contenta, y ella era muy feliz. Le sorprendió en absoluto la reacción del chico, pero trató de imponerse en la mente que era por el cansancio que lo aquejaba. Él volvió a la pieza y se puso a escuchar música en la computadora hasta las 11 de la noche, sólo saliendo de allí para cenar, como había prometido.
El día siguiente comenzó de una forma distinta. A las 6 de la mañana estaban todos despiertos, con excepción de Brenda, y Mariano se había levantado de un humor particular. Le hablaban y no contestaba, parecía que estaba distraído, más de lo poco que solía estar. Miraba la televisión cuando en realidad no estaba mirándola. Se fue con su hermana a la escuela y ella lo notó raro, como enamorado. No sabía si estaba enamorado, pero ella quería sacarse las dudas.
María Sol: - Nene, ¿te pasó algo? Estás distinto…
Mariano: - ¿Distinto de qué? Estoy como siempre. (tratando de negarlo)
María Sol: - Te conozco… ¿Qué pasa? Nos levantamos muy bien hoy. (jodiéndolo)
Mariano: - No pasa nada. Estoy bien. ¿Por qué tan intrigada, nena?
María Sol: - Porque no dejás de sonreír. Andás en el aire. ¿Te gusta alguien?
Mariano: - No. Estoy orgulloso de estar solo. (sigue negando, pero su rostro lo delata)
María Sol: - ¿Estás seguro?
Mariano: - Por supuesto. Apurate o llegamos tarde. (cortante, para no hablar del tema).

Cada uno se va para su curso y la puntualidad se cumple. En la clase, Mariano participa activamente (como siempre) y sus amigos lo notan de la misma forma que su hermana. Él sigue negando todo, pero no le creen. La verdad era que la noche anterior soñó con Vicky, de una forma no sexual, y eso lo tenía en ese estado. A las 3 de la tarde volvió a casa, y se preparó un sándwich de fiambre: jamón y queso. No había nadie, o al menos así lo creía. Se escabulló en su “cuartel general” y se puso a terminar la monografía que debía entregar en algo más de un mes. Su hermana estaba en la casa de unas compañeras haciendo un trabajo similar al de él, pero con menos exigencias por parte de los docentes. Cuando se deglutió el sándwich, tocaron la puerta y él dio permiso para que pasen. Era Vicky, bastante preocupada.
Vicky: - Mariano, necesito hablar con vos un rato.
Mariano: - ¿Qué pasó?
Vicky: - Dejame pasar y te digo. (entra y se sienta en la cama) No te veo bien. ¿Tenés algún problema?
Mariano: - Ninguno. ¿Por?
Vicky: - Porque me estás evitando. No me quisiste saludar ayer, ni hoy. Venís directamente para acá sin decirme “hola”. ¿Te pasa algo que me tratás así?
Mariano: - No.
Vicky: - No me mientas. No te hice nada. ¿Seguro que no te pasa otra cosa?
Mariano: - Seguro que no me pasa otra cosa. (distante)
Vicky: - ¿No te cayó bien que haya vuelto?
Mariano: - Todavía no caigo…
Vicky: - ¿Por qué no caés?
Mariano: - No sé… (silencio extenso)
Vicky: - Decime algo. Por favor. Me estás preocupando.
Mariano: - Bueno… Debo decirte algo. Te estuve evitando porque tu llegada a esta casa me provocó una sensación muy extraña, algo que puedo describir con palabras.
Vicky: - ¿Es esto algo malo? Me estás asustando…
Mariano: - No es malo. Cuando volviste, recordé todos los años que estuviste acá con nosotros, lo bien que la pasamos, lo bien que nos trataste… (llora y se seca las lágrimas)
Vicky: - No llores. Por eso no tenías que evitarme. Te enseñé que eso no está bien. (en tono confortable)
Mariano: - No quería hacerte sentir mal. Te juro que no quería, no quería… (sigue llorando y pidiendo perdón) Es que siempre estuve enamorado de vos, no era una cosa absurda lo que te decía cuando era un nene. Sé que nunca te voy a gustar; por eso quería estar lejos. (se entrecorta durante esta oración y sigue clamando perdón)
Ella se queda en silencio mientras las lágrimas de él siguen cayendo. Le toma la mano y él se sonroja.
Mariano: - ¿Por qué me agarrás la mano? (se pregunta, curioso, mientras se sigue limpiando las lágrimas)
Vicky: - Porque vos no sos malo. Seguís teniendo el mismo corazón que recuerdo que tenías cuando eras una cosita así… (señalando al suelo, representando una baja estatura)
Mariano: - Me porté muy mal con vos… Te debo una disculpa, Vicky. (repuesto, con los ojos rojos)
Vicky: - No me tenés que pedir tanto perdón. No pasa nada. (dice, enérgica y positiva, le hace unas cosquillas en el vientre) ¿Y? ¿Te gusta esto o tenés 80 años?
Mariano: - Me gusta, me gusta… (se ríe muy fuerte)
Vicky: - Vamos a la cocina por un vaso de agua. ¿Está bien?
Mariano: - Sí. (alegre)

Esa tarde los encontró a ellos charlando de absolutamente todos los temas que se les venían a la mente, e incluyeron en la conversación a María Sol cuando volvió de su salida. A la noche, luego de la cena, decidió interrogar a su hermano.
María Sol: - ¡Sos un mentiroso, eh! (en tono burlón)
Mariano: - ¿De qué hablás?
María Sol: - A vos te gusta Vicky… No me tenés que decir nada. Ya lo sé.
Mariano: - A mí no me gusta nadie. Te lo dije esta mañana. (reprime una risa)
María Sol: - No me mientas. La querés, la quisiste siempre. Cuando eras chiquito decías que querías ser su novio. ¿Te acordás? (sigue riéndose)
Mariano: - No se tiene memoria.
María Sol: - Eso va cuando sos adulto, pelotudo. Te gusta, te gusta, te gusta… Siempre te gustó. Te enloquecías por ella. Siempre querías que viniera todos los días. La extrañabas los fines de semana. Y sé que lo seguiste haciendo estos años.
Mariano: - Era un nene y los nenes tienen demasiada imaginación. No te olvides. (quiere corregirla)
María Sol: - Ya sé todo eso, pero la viste de nuevo y empezaste a volar por los aires. Haceme el favor de no mentirme más. No me niegues que es preciosa.
Mariano: - No te lo niego, siempre fue muy linda. Aparte, es una excelente persona.
María Sol: - Por fin escucho algo de lo que quiero escuchar… (mala) Te encanta. Y ahora que sos adolescente, se te deben subir las hormonas…
Mariano: - ¿Cómo vas a decir una cosa semejante? Esto es el colmo. No quiero seguir hablando.
María Sol: - Eso es porque sos un cagón… Ya le voy a decir a Vicky que gustás de ella.
Mariano: - Hacé lo que quieras. Sé cuál es mi verdad.
Él se mete en la habitación y va a su “lugar en el mundo”, la computadora, para seguir escuchando música hasta antes de irse a dormir.

Miércoles. Josefina y Pablo tienen un importante anuncio para hacerles a sus hijos y a Vicky. Ese fin de semana se irán a celebrar 20 años de amor a una posada en Olavarría. Los aplaudieron, pidieron por más de 20, por el resto de su vida juntos, e incluso sugirieron una gran fiesta en algún salón, pero el dinero no les daba para tanto lujo. Las reservaciones estaban hechas desde hace un mes, pero querían mantenerlo en secreto. “Si siguen pidiendo, me dejan en Pampa y la vía”, pensaba Pablo en su mente. Josefina ya le había leído los pensamientos y admitía su estatus social común, y no quería convertirse en millonaria. Ella lamentaba alejarse de sus hijos, especialmente de la pequeña, porque aún la amamantaba, por eso le pidió a Vicky que por esos dos días le dé una mamadera. Las jornadas que siguieron no han sido distintas: María Sol y Vicky estaban varias horas hablando de hombres, belleza, un poco de la situación familiar, de que los viejos se rajaban, de la nena, de las amigas, de las experiencias vividas, mientras que Mariano, el aburrido, estaba dos horas con su monografía y otras siete jugando al Need for Speed. Hizo caso a su profesora, al igual que los otros integrantes del grupo, y empezó de a poco a realizar dicha monografía. Precisaba bastante tiempo para recolectar información sobre la década de 1960, elemental en el mundo contemporáneo. Y si jugaba tantas horas era por vicio. ¿Qué si siguió hablándole a Vicky? Lo hacía, pero él es muy callado y no habla tanto, y no es irrespetuoso. El viernes a la noche los tórtolos se van, los despiden y prometen orar para que el viaje sea satisfactorio, al igual que su vuelta. Ni bien pone primera, comenzó una especie de puja entre los dos hermanos para ver quién se “queda” con la casa. María Sol quería traer a sus amigas y armar una fiesta, que incluiría alcohol, música y baile, pero esas amigas no serían las únicas que asistirían en caso de hacerse, sino que planeaban en que vaya todo el curso. Mariano se negó porque no le gustan las jodas, a él le alcanzaba con que sus amigos pudieran ir a quedarse a dormir. Vicky actuó como mediadora y les recordó que hay una ocupante menor de edad que no tolera los sonidos altos, así que descartó el plan de la chica. Ella, enojada, amenazó con irse de su casa, pero logró darse cuenta de que estaba errada. Él desistió de su idea original y optó por proseguir con su tarea escolar, que le demandaba dedicación. La niñera, por su parte, logró que nada se le fuese de las manos después de las proposiciones que los adolescentes realizaron.
El sábado, después de que se había desmoronado su idea, María Sol se preparó desde fines de la tarde para la joda: en vez de llevarla hacia su casa, saldría con sus amigas a un boliche en Ramos Mejía. Se consideraba madura e independiente, también avalado así por Vicky, que debía ver qué iba a hacer con la niña y el pibe, que se quedaban con ella. Cuando quedaron los tres, él la ayudó a preparar una cena no muy complicada pero sí apetitosa: arroz con salsa y queso rallado fundido arriba. Para Brenda sería sin salsa y con queso apenas. No hubo mucha conversación debido a que estaban mirando la televisión. Luego de la cena, Mariano lavó los platos aunque ella le dijo que no era necesario, pero igual agradecía su contribución. Terminó y se encerró en su “cueva” a leer noticias en inglés y unas grillas de programación antiguas de Inglaterra, mientras tenía reproduciendo “Esperando la carroza” en otra pestaña. La vio una docena de veces, pero esas frases no dejaban de causarle gracia. Vicky se quedó sola y entretuvo a la nena. Aún pensaba en las reacciones extrañas de Mariano. Lo recordaba como un infante alegre, lleno de motivos para estar feliz, pero ahora lo observaba como alguien amargado y solitario, todo un contrapunto de lo que había sido el pasado. A las 2 de la mañana ya estaba dormido, acurrucado debajo de sus sábanas, con el ventilador a velocidad 1 para refrescarse. Portaba ropa interior. Abrazaba la almohada para no sentirse solo. Las persianas estaban cerradas y no había mucha luz. Un pequeño chirrido se oye, pero él ni lo percibe. Pasos lentos y cuidadosos son dados. Una mano se abalanza por sobre su rostro y comienza a acariciarlo con dulzura. Después de no más de 3 movimientos, él se despierta. Creyó estar soñando con un amor imaginario, con alguien que lo quería, pero la confusión era válida aquí. ¿Soñando? No, era la verdad. La diferencia era que el amor existía, a pesar de que su conducta es inadmisible. No quería volverse loco y buscó las maneras de no tener contacto, pero eso fue peor. Como había sido dicho anteriormente, él se había olvidado de su existencia a medida que comenzó la pubertad y se afirmó la adolescencia. De hecho, nunca había tenido novia, ni en la “botellita” ligó un beso porque sus compañeras lo forreaban y lo veían como un monstruo. El rechazo lo llevó a la castidad absoluta, a la precisión, a una evaluación constante, a que no iba a hacer “eso” sin sentir nada. “Eso” debía estar acompañado de un sentimiento puro, verdadero, real, no que sea un polvo y nunca más verse las caras. Esa mano que lo acarició era la de Vicky. Era una forma simple de despertar su sensibilidad táctil. Le susurró al oído para arrullarlo, símil a lo que sucedió en sus años de niño. Desde allí que amó su voz, que amó su forma de ser, y oírla exactamente en ese tono que muchas veces utilizó para calmar las pesadillas que tenía le dio la certeza de que todavía le significaba algo en su corazón.
Mariano: - Vicky, ¿sos vos?
Vicky: - Sí, soy yo. Quedate tranquilo que nada malo te va a pasar. (con el tono de voz normal)
Mariano: - Debo estar soñando… (distraído)
Vicky: - No. Estás despierto.
Mariano: - ¿Qué hacés acá? (dice asustado)
Vicky: - Vine a pedirte algo…
Mariano: - ¿Qué? Me hubieras tocado la puerta, me vestía e iba. No tenías por qué entrar así… (sorprendido, pero no enojado)
Vicky: - Me di cuenta que soñás conmigo, así salieron esas palabras de tu boca, y quiero que me cuentes qué es lo que soñás. (en paz)
Mariano: - No puedo decirlo…
Vicky: - Vamos… No le hago asco a nada…
Mariano: - Está bien… Soñé que nos besábamos, vos y yo…
Vicky: - Ah… ¿Era eso? Pensé que era otra cosa. (dice muy relajada)
Mariano: - Creo que no está bien que te lo diga.
Vicky: - No me molesta en absoluto. ¿Sabés por qué? Porque sé que vos querés besarme.
Mariano: - No estoy muy seguro. No sé si es correcto.
Vicky: - No te preocupes. Si no podés dar el primer paso, yo te ayudo…
Ella lo toma de las manos y lo besa muy apasionadamente. Los ojos de él se cierran, sintiendo que el paraíso lo alcanza, por supuesto que lo disfruta y los vuelve a abrir.
Vicky: - ¿Qué te parece?
Mariano: - Nunca había sentido esto… (sorprendido y con una sonrisa de oreja a oreja)
Vicky: - Volviendo al favor que te quería pedir… (antes de decir esta frase, tose para llamar su atención)
Mariano: - ¿Qué tipo de favor?
Vicky: - Sé por cómo sos y por como fuiste que me querés, que me quisiste y que me vas a querer… así que te pido que me demuestres tu amor.
Mariano: - ¿Demostrar mi amor? Sé que lo que hice no tiene perdón de Dios, la Virgen y el Espíritu Santo, y… no sé qué decirte. ¿Cómo debo demostrarte mi amor?
Vicky: - Quiero que por un momento volvamos el tiempo atrás. Que nosotros juguemos a un jueguito, como cuando eras chiquito. Nada más que éste es otro tipo de jueguito… (la última frase la pronuncia con un tono cuasi lascivo)
Mariano: - ¿Qué jueguito? (dice asustado, retrocediendo hasta chocarse contra el respaldo de la cama porque ella se aproxima a él)
Vicky: - Quiero que juegues conmigo… Ahí ya te lo dije todo. (sonriendo y acariciándole el pelo)
Mariano se queda en silencio unos momentos y ella no le da tiempo a hablar, que ya le está sacando la remera. Dejó a la vista un torso con los abdominales marcados, pero no mucho, y una piel suave, que siempre había tenido. Él trató de evitar que esto sucediera, pero ella le insistía con que “jugando se aprende”. Quería probarlo, poner a prueba a ese jovencito que ya era un crecido, pero que en su alma aún tenía la sensibilidad de un bebé. Y pudo concretarlo. Él se animó al juego limpio. Sus labios comenzaron a besar su boca, el cuello, mientras ella seguía acariciando su pelo para estimularlo. Se desprendió el corpiño y él lamió sus deliciosos pechos, que eran muy aceptables al tacto, y que la hizo gemir y pedirle que continúe con ese ejercicio. Ya había perdido la timidez pero no iba a hacerse el superado porque ese no era él. El juego que ella proponía sería, al menos al criterio de él, descubrir la belleza del cuerpo femenino, y en particular el de ella, que era hermosa físicamente. Sus ojos color miel, su cabello castaño, la armonía del torso, los pechos, la longitud de sus piernas, en fin, aquí detengo esta descripción pues porque se extendería y no sé si tendría un epílogo.
No solamente era su belleza física lo que había capturado su atención, sino sus virtudes como persona. Esa capacidad de ayudar a la gente, que demostraba en su profesión para la que había estudiado, esa alegría que la definía en tan sólo esa palabra, pues porque cada persona que la conocía nunca tenía nada malo para decir de ella. Él vio todo eso hace muchos años, sin ni siquiera entender el mundo en el que vivía, pero cuando fue pasando el tiempo, entendió que había aparecido para iluminar su existir. Hicieron el amor como si tuvieran una relación longeva. Quisieron dormir desnudos, abrazados, acariciándose, sintiendo las delicadas fibras de piel que tenían, además de sus besos intensos, de verdad, de realidad, de franqueza, de amor. Hubo coito (con protección, por supuesto), y no fue muy breve, pero hubo un problema.
A las 5 de la mañana volvió María Sol sin haber bebido un sorbo de whisky. En vez de ir a su habitación para acostarse, percibió los gritos de placer de ambos y se dirigió a la puerta de la pieza de Mariano. Cuando los espió por la cerradura teniendo sexo, se le cayó la cara de sorpresa. En realidad no tanto porque ella ya lo daba por hecho.
Los 10 minutos que “presenció” la cópula fueron suficientes para que se baje la pollera y se introdujera dos dedos en su vagina. Se masturbó y disfrutó de oírlos. No era una degenerada ni incestuosa, pero lo que más excitación le provocaba era la figura de Vicky en la oscuridad, con unos rayos de la luna cayendo sobre su desnudez total mientras subía y bajaba sobre los genitales de Mariano. Cuando creyó que podrían descubrirla, corrió tratando de no hacer ruido.
Al día siguiente, volvió a acorralarlo.
María Sol: - ¿Qué hiciste anoche?
Mariano: - Vi “Esperando la carroza”. ¿Y vos? Qué raro que no hayas “quebrado”… (irónico)
María Sol: - Voy a hacer de cuenta que no escuché eso… (se ríe sarcásticamente) ¿Y algo más hiciste? (perversa)
Mariano: - Nada más. ¿Por?
María Sol: - ¿Y no te aburriste?
Mariano: - No. La verdad es que fue como cualquier sábado. (no deja en evidencia nada)
María Sol: - Sé que te volteaste a Vicky anoche. Me dijiste que no te gustaba. Quiero una explicación. (le recrimina con una sonrisa socarrona)
Mariano se queda en silencio, delatándose a sí mismo.
Mariano: ¿Y por qué te importa tanto?
María Sol: - Porque quiero que me hablen con la verdad. Ya estoy harta de que me tomen por estúpida, loco. Nada más. (grita)
Vicky: - ¡Che, bajen la voz! ¿Así que nos espiaste? ¿No te da vergüenza? (sale repentinamente de la habitación de Mariano con un camisón puesto)
María Sol: - No. Ahora me quedo tranquila que esto era de verdad.
Vicky: - ¡Buscate una vida, nena!
María Sol se calla la boca y se va a la cocina a ver a su hermanita. Mariano y Vicky se besan como señal de los “buenos días”. Con el paso del tiempo, ellos se siguen escondiendo delante de los padres de él, ya que no les parecería nada bien que un adolescente salga con alguien más grande, del doble de su edad. Pero cuando están solos siguen jugando, siguen riendo y siguen amándose. Porque han comenzado a quererse nuevamente, porque ese aprecio nunca se terminó.

PD: Añado una canción que es un jingle muy popular, y que tuvo que ver con mi infancia cuando era realmente muy chico, y que nombra cosas muy positivas de la vida, valores que el protagonista de esta historia observa y tiene en sí mismo gracias a Vicky.
https://www.youtube.com/watch?v=_0xKBHnhE7I

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