Siete por siete (124): La promoción




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Compendio I


(Nota de Marco: No es un Déjà-vu. Lo subí ayer, pero me llegó una notificación de borrado por uso excesivo de mayúsculas. Por eso, lo reposteé con números. Para aquellos que si la leyeron, les informo lo que ha pasado hoy: Hablamos con Tom y está de acuerdo. Citando sus palabras, “Mientras Cargo se quede con nosotros, yo no tengo problemas.” Gracias por su comprensión.)
Sé que nuevamente me aparto de lo que pasó en vacaciones, pero esto también debe interesarte, Marisol, porque es algo que tal vez no hayas considerado.
Como todos los lunes, el regreso a faena fue normal: retomar los proyectos pendientes, revisar lo que hizo mi reemplazo, coordinar a mi personal y otras cosas.
A la hora del almuerzo, también comí con tranquilidad, porque con nuestras responsabilidades como Jefes de Departamentos, no podemos salir de inspección el mismo día de llegada.
Pero a la noche, después de comer en la casa de huéspedes, me pidió que nos tomáramos un trago.
Ella solamente bebe cerveza cuando algo la aflige y se notaba nerviosa.
“¡Me quieren ascender!” me dijo, con una mirada de desesperación.
Si bien esa es una noticia de alegría para muchos, para nosotros es una fuente constante de preocupación.
Hannah y yo ya no trabajamos por el sueldo. Aunque el dinero es más que suficiente para satisfacer nuestras necesidades, los 2 disfrutamos más de la tensión propia del trabajo: los desafíos al ingenio, los problemas y obstáculos que se nos presentan día a día y los plazos limites a cumplir.
Pero nuestros cargos se nos están quedando chicos. No solamente yo reviso más allá de lo que me corresponde. También lo hace Hannah y una buena parte del incremento en la producción la atribuyen al buen desempeño de ella y su equipo.
Y de ahí radica nuestro problema, porque una promoción para cualquiera de los 2 nos significa una reubicación.
Le conté que me habían llamado 2 veces por lo mismo, ante el mismo intendente que me entrevistó en marzo, por el incidente del camión cisterna y que de promoverme, me relocalizaría en Melbourne, bajo la supervisión de mi buena amiga Sonia (quien sería mi jefa directa), para coordinar las labores de los yacimientos de la costa oriente.
En el caso de Hannah, la quieren reubicar en la Oficina de Adquisiciones en Perth (su ciudad de residencia, a la costa opuesta), para evaluar la compra y venta de maquinaria pesada.
Tal vez, lo más alegre es que de aceptar, Tom reemplazaría el puesto de Hannah como Jefe de Mantenimiento.
“¿Qué hago?” me miró con sus ojitos celestes, a punto de romper en lágrimas.
La administración lo sabía, pero le concedieron plazo hasta el viernes para plantear su respuesta. Ella se había casado y no había motivos para rehusarse.
No quiere aceptar. Si lo hace, la relación que tenemos llegaría a su inevitable fin de manera precipitada.
Nos fuimos caminando lentamente abrazados hasta la cabaña.
La noche estaba más fresca y silenciosa. Ideal para reflexionar.
Su carita de porcelana seguía triste, pero yo no le paraba de sonreír. Porque ángeles como Marisol y Hannah hacen amaneceres soleados con sus sonrisas.
Y era como cualquier otra chica afligida en sus problemas: buscando a un hombre que tomara el control en esos momentos y descansar en él.
Pero yo no buscaba satisfacer mi placer propio en ella. La amo y el día que nos toque separarnos, sufriré tanto como si Marisol me dejara, porque Hannah es su reemplazo en faena.
Con ella, yo bailo, le enseño a cocinar, vemos películas y hago las mismas cosas que hacía con mi ruiseñor, cuando éramos solteros.
Pero también la escucho sobre su marido, de sus interminables charlas sobre equipos descompuestos y planes de mantenimientos inconclusos.
Y por ese motivo, no le es fácil aceptar un nuevo cargo.
Si disculpan mis pretenciosas estimaciones, pienso que ella ha florecido más a mi lado.
Sonríe más, es más comprensiva en los errores y es mucho más femenina, como una flor solitaria y hermosa en un desierto árido, repleto de hombres.
Sigue siendo un objeto de deseo para muchos, pero su alegría influye tanto en nuestra moral, que eso casi pasa a un segundo plano.
Y cuando llegamos a la cabaña, la senté en el mismo catre donde hemos dormido estos últimos meses.
Ella, como niña consentida, me miraba afligida mientras me arrodillaba a sus pies.
Con mucha calma y delicadeza, como si fuera una princesa, fui desabrochando sus botas de seguridad.
Luego, removí sus calcetines. Acaricié sus tobillos blanquecinos y los besé suavemente, mientras ella rompía a llorar.
Sé que no soy tan apuesto como su esposo, pero estoy consciente que ella me ama más.
Que si yo se lo propusiera, aceptaría feliz tener un hijo conmigo.
Y es que la conozco tan bien como conozco a Marisol: sé bien qué caricias le agradan y la manera apropiada de tocarla, conozco sus hábitos y puedo leerla como un libro abierto por sus expresiones.
Todavía le incomoda que desabroche sus bermudas. En especial, cuando bajo la cremallera y su ropa interior queda expuesta frente a mí.
Antes, pensé que era porque yo le excitaba. Pero ahora sé que es porque ella no es mía. Porque es la mujer de otro hombre.
Beso su ombligo delgado con ternura, por concederme el privilegio de desnudarla.
Desabotono botón por botón su chaqueta y su blanquecina camiseta se aprecia hinchada, con sus discretos y pequeños pechos.
La miro a los ojos y nos damos un beso, mientras mis manos bajan a su cintura y remueven la prenda remanente, presentándome su sostén color celeste pastel.
Esquiva mi mirada inquisitiva cuando lo contemplo, porque también sabe lo mucho que me gustan los pechos grandes.
Pero los suyos son hermosos, tiernos e ignorados. Beso suavemente a cada uno por encima de sus copas y ella suspira al sentir mi húmeda boca.
Le pido que se acueste y mis manos se deslizan por su cintura, rozando su suave piel de ángel, acarreando sus húmedas bragas.
Se sacude al sentir mi respiración frente a su tierno agujero. Se supone que yo no debo estar ahí.
Que ese lugar tan propio de ella pertenece a su cónyuge.
Pero soy incapaz de resistirme y deslizo suavemente mi lengua entre su carne tierna. Ella exhala sorprendida y se yergue ligeramente.
No obstante, luego se calma y me deja complacerla. Es algo que su marido no le hace y que yo disfruto mucho hacerlo en ella.
Porque su rostro se transfigura completamente, amplificando más su belleza y empieza a gemir despacio. No debe deleitarse con alguien que no es su esposo, pero en el fondo de su corazón, sabe bastante bien que soy más esposo de ella que lo que Douglas podrá llegar a ser.
Gime particularmente cuando lamo su clítoris con delicadeza. Como quien degusta con la lengua una tierna guinda.
Pero no pasa mucho para que empiece a chuparla con mayor intensidad y su rajita en su completa extensión. Entonces, sus gemidos cambian de intensidad.
Se vuelven como una ligera protesta ante mi osadía de tomar el rol de su verdadera pareja, pero el placer lentamente la corrompe.
Luego de algunos orgasmos, tras sentirla tan agitada, me deslizo como una víbora serpenteando por su vientre, ombligo y el intersticio de sus pechos con mi lengua, para culminar mi viaje en sus labios.
No pensaba en Marisol o mis niñas en esos momentos. Quería estar con Hannah, al igual que ella conmigo, porque me besaba con gentileza.
Me bajé los pantalones y sus ojitos hicieron una breve mueca de resignación, al saber que una vez más le pondríamos los cuernos a su marido.
Pero quería que me sintiera y tomé su mano para que palpara el grosor de mi pene. Exhaló otro gemido dichoso y una breve sonrisa, al saber que entraría una vez más en ella.
Fui particularmente lento, como si fuese a tomar su virginidad y podía sentir su nerviosismo por la anticipación de volver a sentirme.
Introduje brevemente mi glande entre sus labios y una corriente eléctrica la embargó, lo cual me hizo sonreír, porque lo más seguro es que no ocurra con su marido.
Fui besando su mejilla y mandíbula, hasta llegar a la altura del lóbulo de su oreja y lo empecé a succionar suavemente.
Bramaba en placer, a medida que mi cuerpo envolvía completamente el suyo y mis movimientos de cadera la empezaban a penetrar.
Y volvió a entregarse a su compañero de trabajo. Al individuo que, en otros tiempos, menospreciaba por venir del sur de América y trataba casi como un ignorante.
Me abrazaba con fuerza, para que no la fuera a dejar. Pero es mi chica. Mi esposa de la mina.
Nos besábamos y veía en sus ojos lo mismo que vi un par de semanas en Verónica, Amelia y Pamela: Amor sincero.
Y yo también la amo, mas debo ser realista.
Conmigo, Hannah no tiene futuro alguno. Salvo ser su amante temporal.
Pero armar una familia o vivir con ella queda fuera de lado, porque sigo enamorado de Marisol y por mucho que se le asemeje su belleza física o lo sabroso que es hacerle el amor, no es la mujer con la que decidí casarme y en eso, mi corazón no tranza.
Se retuerce a medida que avanzo dentro de su fuente de placer y me muevo con delicadeza. No estoy ansioso por rememorar a mi esposa, sino que solamente deseo hacerle sentir bien.
Irremediablemente, su carita baja a la altura de mi cuello y cierra sus ojos, mientras yo alcanzo su fondo.
Busco sus delgados labios con ternura, porque se encuentra desvalida. Nunca fue la esposa de Douglas y conmigo, vive la vida plena de una mujer casada.
Aunque su portátil repique constantemente, anunciando la llamada del cornudo, Hannah no para de besarme ni de moverse.
No quiere que esto termine, porque le he enseñado de todo un poco y lo he hecho bastante bien, porque constantemente me termina buscando.
La volteo, para poder palpar sus generosas pompas y ella rompe en otro magnifico orgasmo, porque sabe que su cuerpo me pertenece.
Su colita, su entrepierna, sus pechos y sus labios.
Y se alza como una maravillosa guerrera de pechos pequeños, cerrando los ojos al sentirme tan adentro y sacudiendo su rubia cabellera con fuerza.
Sus caderas se mueven de manera serpenteante, buscando estrujar mi pene, mientras que agarro sus humildes pechos.
Nuevamente, su manantial fluye entre mis piernas, porque el cornudo tampoco considera sus tiernos pechos al momento de hacer el amor, pero yo si lo hago.
Alcanzamos el clímax de manera simultánea y nuevamente, su cuerpo se yergue, recibiendo hasta la última gota de mi semen.
Cansada y resoplando, se acomoda sobre mi pecho sudado y escucha por centésima vez mi corazón, mientras la acaricio por el hombro y espera que podamos despegarnos, meditando su situación, hasta que se me ocurre una idea.
Puesto que renegar el ascenso podría significarle quedarse toda la vida en este lugar, le planteo una alternativa distinta.
“Di que estás interesada en el proyecto de “Catálogos Digitales” que están probando en la costa oriente y que quieren implementar acá. Ellos están en la etapa final de desarrollo y necesitaran personal de planta experimentado, para corroborar que los códigos de los manuales de partes son los correctos.”
Finalmente, sonríe como una niña con juguete nuevo.
“¿Cómo sabes tú eso?” me pregunta asombrada y sonriendo, porque sabe bien que distribuyo mi tiempo libre buscando en Wikipedia y soy bastante ignorante respecto a la jerarquía de la compañía.
“Digamos que tengo un conocido… en un puesto alto… que me dio la primicia.”
Satisfecha, besa mi pecho y ella sola busca meterla una vez más.
“¿Hasta cuándo estaremos así?” me pregunta, a medida que empieza a moverse más rápido.
“¡No lo sé!” me queda por mentirle.
No tengo el corazón para decirle que mi ascenso estará pendiente hasta que Marisol salga de la universidad.


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