Te amo a morir

Salí a la calle. Era noche cerrada. Fui caminando despacio, sintiendo en mi piel la sensación de frío. La humedad. Un pequeño murciélago evolucionaba casi invisible, devorando los últimos insectos de este frío otoño. A lo lejos el sonido de un pesado vehículo cuyos neumáticos chirriaban en una curva, cambiando de dirección.

Entré en el oscuro y ruidoso local. Estaba abarrotado de gente, jóvenes chicos y chicas danzando extasiados, sus mentes fundidas en una sola, al ritmo que marcaba el D.J. desde su altar de lucecitas y pantallas, vúmetros e interruptores.

Una danza espectral, de cuerpos sudorosos rozándose, húmedos, sensuales. Cuerpos de adolescentes, bellos, de agresivas formas...

Me abrí paso muy pausadamente, sintiendo a mi alrededor la sensualidad a duras penas contenida. Sentí el calor de mi propio deseo, mi pasión, mis ganas de amar y ser correspondido.

Te busqué.

Te buscaba desde hace mucho tiempo. Tu alma me perteneció, tu amor me sedujo, tus caricias me privaron de la vida, pues sólo vivía para ti.

Y te perdí.

En la barra tomé un refresco. Por un rato dejé que un cubito de hielo navegase por los rincones de mi paladar, tocándolo con la lengua, dejando que el agua fundida se deslizase por mi seca garganta.

Mis ojos se posaron en ti. Tus ojos observaron mi seca expresión, mi lenta aproximación. La determinación en la expresión cansada, rasgada, de mis fijos ojos verdes.

Todo tu cuerpo me indicaba inquietud, sorpresa, candor, necesidad de protección.

Nos miramos. Por un momento parpadeaste, sintiendo las yemas de mis dedos deslizarse por tu mejilla, conteniendo una lágrima desbordada.

¡¡¡Mmmmm…!!! Que bella eres. Tus manos se posan en mi torso, ansías abrazarme, tus labios llaman al contacto de los míos. Nos abrazamos, besándonos. Perdemos la noción del tiempo. No existe nada a nuestro alrededor.

Nos separamos muy lentamente, sin dejar de mirarnos, enamorados. Te tomo de la mano, te llevo al exterior. Tu chico, celoso, tira de ti. Le apartas, e indiferente a sus patéticos insultos, me sigues.

Caminamos silenciosos hasta mi apartamento, abrazados. Abrí la puerta y te invité a entrar. Te paraste en mitad del piso, observándolo todo. Te quitaste el abrigo, dejándolo caer. Encendí una vela.

Desnúdate para mí, Vida mía. Deja que contemple tu precioso cuerpo.

Te acercaste a mí, sonriente, lasciva, me besaste y te despojaste muy suavemente de tu blusita, botón a botón. Dejaste que se deslizase y, con un gracioso mohín, me la arrojaste a la cara.

Te volviste de espaldas, presentándome tu perfecto trasero, mientras te bajabas la ajustada minifaldita hasta los tobillos, sin flexionar las rodillas, dejándome sin aliento. Sacaste un pie, luego el otro, enfundados en zapatos de tacón alto.

Por fin desnuda, sin braguitas ni sujetador, te acercaste de nuevo a mí, para apoderarte furiosamente de mi pantalón, arrojando el cinturón de un tirón, liberando mi pene, hinchado, palpitante, me besaste en la boca, y lo cogiste entre tus manitas.

Llévame a la cama, mi amor. Tómame, soy tuya.

Te tomé en mis brazos, y te deposité tiernamente sobre el lecho. Me tumbé a tu lado. Te lanzaste sobre mí, besándonos, comiéndonos. El tacto de tus manitas sobre mi pecho me volvía loco. Noté tus contracciones, y dejé que mi mano se deslizase por tu piel, tocando tus hinchados y apetecibles pezoncitos. Los mordí con fruición, castigándolos con la lengua. Tus jadeos, tu temblor, tu excitación, las caricias en mi calva cabeza…

Tómame, por favor, no aguanto más. Te deseo. Deseo sentirte muy dentro.

Te abrí de piernas, me acomodé sobre ti, dejando que el glande rozase muy despacio, abriéndose paso entre los labios de tu sexo. Noté tu necesidad, tu estado… Yo mismo me devanaba en esfuerzos por contener mi furia. Por fin, dejé que mi pene se deslizase muy despacio dentro de ti, hasta muy adentro. Me quedé quieto, y sentí cómo interiormente te aferrabas a mi miembro. Sentí la presión, la humedad, la calidez de tu sexo.

¡¡¡Aaaahhh… Te quiero!!!

Nos movíamos acompasadamente, muy despacio, disfrutando, sin buscar el estallido final. Dejando que nuestra sexualidad saliese plena. Éramos sólo uno, fundidos. Tus uñas resbalaban por mis hombros, se clavaban en mi espalda. Tu expresión de dolor y placer, tus grititos… tus ronroneos…

Tus espasmos me anunciaban la proximidad de tu orgasmo y me moví con más celeridad, entrando y saliendo cada vez mas rápido. Gritabas… y susurrabas palabras ininteligibles.

¡¡¡AAaaaaaAAAAaaahhh… Sssssiii…!!!

Volamos a lo más alto, juntos, de la mano, y estallamos a la vez, fundidos en un tierno abrazo. Sentí muy fuerte tu corazón, henchido de amor. Estabas muy pegada a mí, abrazados. Saqué mi miembro, empapado de tus fluidos y los míos. Te acaricié el sexo, y llevé mi dedo empapado a tu boca. Te gustaba chuparme el dedo.

Descansamos abrazados un ratito. Te incorporaste, querías contemplar mi cara, mis ojos.

Te alarmaste, me incorporé. Las ventanas se abrieron de pronto, empujadas por el viento frío del amanecer.

La vela se apagó. Gritaste. No comprendías que tu alma me pertenece desde tiempos inmemoriales, que te habías reencarnado, sólo para mí.

Te tomé, miré tu lindo cuello, presintiendo con hambre la yugular. Mis colmillos penetraron en tu carne, de una fuerte sacudida. Mis mandíbulas apretaron, y sorbí tu sangre, roja, caliente.

Morías en mis brazos, impotente. Besé tus labios, notando tus últimos estertores de muerte, manchándote con tu propia sangre. Dejando que bebieses de la sangre derramada, y de mi propia sangre.

Dejé tu frío cuerpo sin vida sobre la cama, y me fui a los sótanos.

El Descanso. La Paz. Juntos por fin. Por toda la Eternidad.

0 comentarios - Te amo a morir