Oblitus II

Primera parte: http://www.poringa.net/posts/relatos/2734914/Oblitus-I.html

Nota: Hay algo de vanidad en todo escritor, por mediocre o amateur que sea. Entrego la segunda parte de ésta historia, y ya me voy preparando para pergeniar el final. Repito que éstas líneas las escribí hace tiempo, con lo que quiero decir, lector, que por favor no me juzgues muy rigurosamente, porque con los años mejoré un poco.

II

Samanta comenzó su relato.
“Anoche yo tenía organizada un fiesta sólo para chicas acá, en el dpto. Pero iba a empezar tarde, como a la una de la mañana. Entonces, para empezar a calentar la noche me fui con una amiga a `Encuentros´, un boliche gay para mujeres que queda en Palermo. Llegamos como a las once, pero estábamos muy aburridas, no había muchas chicas lindas, y las que había estaban en pareja. Hasta que apareciste, estabas vestida como ahora y tenías una cámara de fotos. La primera vez que te vi estabas bailando con dos chicas muy, pero muy buenas. Pero vos estabas mucho mejor. Te miré desde la barra por un rato hasta que te acercaste. No parabas de gritar y de sacar fotos o filmar. Yo te saludé justo cuando a mi amiga la sacaban a bailar, y vos me miraste y enseguida te pusiste a hablarme.
No sé cuánto tiempo charlamos, pero la cuestión es que nos contamos la vida entera. La que dio el primer paso fuiste vos, me dijiste que era muy linda, que era raro que estuviese sola y ahí nomás me empezaste a apretar. Con lengua y todo.”
Valeria escondía la cabeza, la vergüenza estaba matándola.
“No te pongas así, tonta. — le dijo y luego continuó — La verdad era que no podía creer que una chica tan hermosa estuviera interesada en mí. Yo te conté, pero no te acordas, que tuve, y todavía tengo, muchos problemas con esto de ser lesbi. No sólo me dejaron de hablar mis viejos y mis hermanos, sino que todavía no pude tener una relación estable con ninguna chica. Hace más de un año que corte con mi novia y me costó mucho superarlo. También es difícil encontrar amigos, si no te cuento a vos sólo tengo dos: la chica con la que vivo (Érica) y Mabel, con la que fui a bailar anoche. Pero no importa, todo venía a cuento de que estaba sorprendida de lo que pasaba. Morreamos y nos manoseamos un rato largo, hasta que me dijiste que te querías ir conmigo. Es obvio que acepté. No me pude despedir de mi amiga pero no importaba porque sabía que iba a venir para acá, a la fiesta.
Bueno, yo tengo una camionetita tipo Kangoo, así que salimos del boliche y nos subimos. Mientras manejaba vos no parabas de sacar fotos, cuando te pregunté por qué jodias tanto con la cámara me dijiste que hoy no te ibas a acordar de nada y que un amigo te había dicho que llevaras una cámara para todos lados para dejar registro de lo que pasaba. En fin, estuvimos andando unos diez minutos hasta que me pediste que parara cerca de los bosques de Palermo. Nos pasamos a la parte de atrás y, bueno…”. Samanta hizo una pausa larga, como dando a entender que el relato había terminado.
— ¿Qué pasó después? ¿Por qué terminás ahí?
— ¿Segura que querés que siga? La cosa se pone un poco gráfica a partir de acá.
— Vos seguí, pero no me cuentes quién estuvo arriba de quién y en qué momento. Contame en líneas generales lo que pasó.
“Está bien. — Prosiguió la chica — Estuvimos divirtiéndonos un buen rato en la camioneta… No lo puedo creer, estuviste increíble y ahora me entero que fue tu primera vez con una chica. Bueno, no te enojes.
Cuando terminamos (que te conste que lo que hicimos quedó completamente grabado en tu cámara) yo te conté de la fiesta que iba a dar acá. Me dijiste que no te lo perderías por nada del mundo, pero que antes tenías que hacer otras cosas. Me pediste que te dejara cerca de Recoleta, así que para allá fuimos.
Cuando estábamos a metros del cementerio pinchamos una goma. Ahora empieza a ponerse todo muy loco, porque nos bajamos para ver lo que había pasado y vos, desde el encuentro que habíamos tenido, no volviste a ponerte los pantalones. Y así nomás, con una tanga más chica que esa, te bajaste del auto. Mientras revisábamos la rueda, por la calle desierta (raro para ser sábado a la noche) aparecieron dos tipos. Eran unos pibes que iban o salían de algún bar, pero cuando te vieron así se acercaron y nos empezaron a decir cosas. Al principio nos lo tomamos a broma, pero después la cosa se empezó a poner seria. Uno de ellos te manoteó el culo y el otro se quiso subir a la camioneta. Todavía no puedo creer lo que pasó después. — Hizo una pausa como para tomar aire. — Al que te tocó lo agarraste y le retorciste todo el brazo, después se calló y le golpeaste la cabeza con el asfalto. Todo pasó en un segundo y cuando el otro se dio cuenta te saltó encima para pegarte. No me vas a creer pero de la nada apareció otro tipo que lo agarró del cuello al que te atacaba y lo lanzó hacia atrás. Cuando cayó al piso lo molió a patadas. Enseguida se fueron los dos, puteando y cojeando. Yo, la verdad, no podía creer lo que habías hecho y cómo apareció ese tipo justo a tiempo.”
Valeria se reía con ganas.
— Bueno, yo sé defenderme muy bien — dijo con algo de modestia —, pero quién era nuestro salvador.
“Se llamaba Esteban, y nos contó que justo estaba yendo a tomar el último colectivo para irse a su casa cuando vio lo que pasaba y nos ayudó. Te digo más, cambió él sólo la rueda. Cuando terminó vos le dijiste que lo menos que podíamos hacer era llevarlo hasta su casa. Nos subimos al auto y me dijiste al oído que buscara un lugar tranquilo. Te seguí la corriente no sé por qué, y paré a un par de cuadras, en un lugar bien solitario. Creo que no tengo que decirte lo que pasó después.”
— ¿Me lo cogí? — preguntó alarmada, esperando que la respuesta fuese negativa.
— Nos lo cogimos — aclaró Samanta con un dejo de vergüenza.
— No lo puedo creer. Pero ¿vos no sos lesbiana?
— Sí, y estaba muy segura de ello hasta anoche. Mirá, hacía mucho que no estaba con un hombre, y vos me convenciste de hacerlo. Te costó, pero lo lograste. Ahora ya no estoy muy segura sobre si me desagrada tanto el sexo hetero.
— Pará un segundo. Exactamente qué hicimos.
— Y mirá… — Samanta hizo una pausa como para recordar todos los detalles — El centro de la diversión fuiste vos. Primero estuviste con él, yo estaba un poco cortada, así que me atendiste. Cuando estuvimos los dos a tono nos juntaste. No sólo me animaste a que cogiera con él, sino también a que hiciera otras cosas.
— ¿Qué cosas?
— No hice las cosas convencionales, quiero decir que no fue sólo sexo oral y vaginal. — Valeria puso cara de asombro — En realidad lo hicimos las dos.
— ¡¿Nos cogió por el culo?! — gritó la pelirroja, alarmada.
— Vos fuiste la que quiso, además se notaba que no era la primera vez.
— Bueno, no. No fue la primera vez, pero no es algo que acostumbre a hacer, menos con desconocidos.
— Ya está, no te aflijas. Como a la una de la mañana nos despedimos. Vos te bajaste ahí en Recoleta, cerca del museo y yo lo llevé a Esteban a su casa, que queda en Once. Obviamente quedamos los tres en volver a vernos algún día. — Valeria se lamentaba en silencio — Si es que querés.
— ¿Tenés idea de por qué me quedé en Recoleta? — Samanta negó con la cabeza.
— No me dijiste nada, sólo que ibas a venir a la fiesta. Después de ahí no te volví a ver hasta que te apareciste por acá como a las tres y media. Lo único que dijiste fue que la habías pasado genial toda la noche y que lo que querías terminar de la mejor forma. La fiesta, que hasta ese momento había sido normal, se convirtió en una orgía. Todo gracias a ti — La muchacha le regaló una sonrisa como de gratitud que no alcanzó para consolarla.
— No me alcanza con esa información. El último recuerdo que tengo es estar en mi casa ayer al mediodía, discutiendo por teléfono con el gil de mi ex-novio. Después salí, pero no sé a dónde. Desde ahí, hasta cuando nos encontramos en el boliche a las once pasaron como diez horas. Y según lo que me decís ya venía de hacer joda en otro lado. — La pelirroja suspiró de cansancio, las revelaciones de ese día eran demasiadas y parecía tener frente a si una tarea imposible. — Vamos a ver qué más hay en la cartera.
Volvieron a la tarea de registrar sus pertenencias. Encontraron unos cuatro o cinco preservativos (algo normal), algunos boletos de tren y de colectivo que no decían mucho, pero enseguida, en uno de los bolsillos interiores, aparecieron unos papeles bastante interesantes. De inmediato los leyeron.
No fue demasiado difícil comprender que se trataba de un contrato firmado por Valeria, lo más llamativo era que, abrochado a uno de sus extremos, también a nombre suyo, había un cheque por dos mil pesos. La pelirroja casi se desmaya.
— ¿Quién me daría tanta plata? ¿Y por qué? — Otra vez las posibilidades se convertían en algo escabroso, son pocas las cosas que una mujer hermosa puede hacer en una noche para recibir semejante suma.
— “Butt producciones” — leyó Samanta en algún lugar del documento — Me parece que es una firma de modelos, capaz que te hicieron una oferta para que poses parar algunas fotos. Con lo linda que sos tranquilamente podrías ser modelo.
— Sí, sólo tengo que dejar el cerebro en la repisa — se burló, en parte para enmascarar el terror que sentía — Capaz que tenés razón, o espero que tengas razón.
Continuaron revisando, aparecieron cosas sin importancia: volantes, papeles de golosinas, notas sueltas que Valeria hacía de vez en cuando, un paquete vacío de cigarrillos, pero en el fondo, casi escondido, había un abultado sobre blanco. Su contenido las escandalizó aún más. Dentro había doce mil quinientos pesos en efectivo.
Ya no supieron qué pensar, esta vez no había ningún indicio de la procedencia de aquel dinero. La profesión más vieja del mundo se implantaba amenazante en sus mentes.
Samanta hacía lo posible para tranquilizarla, pero era inútil.
— ¡Cobré para que me culearan! — gritaba fuera de sí.
Al cabo de unos momentos comenzó a calmarse.
— Voy a averiguar qué pasó. Espero que lo más grave haya sido el trío y la orgía lésbica. Primero voy a ir a lo de mi hermana, capaz que ella sabe algo. Después voy a averiguar por ese cheque, tiene número de teléfono ¿no? Bueno, mejor. Y para el final voy a dejar estos mensajes.
Samanta le dijo que la fiesta iba a continuar esa noche, si para esa hora ya tenía su mente clara podía pasar, al menos para contar lo que había descubierto. Valeria se lo prometió y luego se despidieron. Casi por casualidad Samanta le preguntó si su hermana vivía muy lejos.
— En Haedo, cerca de la estación — al decir esto se percató — Pará un segundo, ¿en dónde carajo estoy?
Estallaron en risas, todas las novedades y el papel de detective le habían hecho olvidar que no sabía dónde estaba.
— En Flores, en un edificio de la calle Rivadavia. Pero no te preocupes, yo te pago un taxi hasta donde vos quieras. Me parece que te lo debo después de darte tantos problemas.
Cuando el taxi llegó, las chicas se despidieron con tanta amistad como incomodidad, verdaderamente no sabían cómo tratar la una a la otra. A fin de cuentas, no recordar a una persona es lo mismo que no conocerla.
Al momento de subir al auto Valeria miró la hora.
“Dos menos veinte — pensó —, tengo toda la tarde y parte de la noche para reconstruir lo que sucedió. Quiero volver a verte Samanta, quiero decirte que mi cabeza ya está clara y darte vuelta la cara de una piña o amarte hasta el amanecer.”
— Voy hasta Haedo, calle San Martín al mil trescientos — le dijo al tachero.
Se sentía extraña al viajar en un taxi, su presupuesto no alcanzaba para semejante lujo, por lo que se dispuso a disfrutarlo.
“Por una vez puedo evitar el tren” — se dijo con un poco de alegría.
Se acomodó lo mejor que pudo y trató de concentrarse, de rescatar, aun de los abismos más lejanos de su memoria, cualquier retaso que le fuese útil, que pudiese decirle lo que sea acerca de lo que había pasado. De pronto aparecieron algunos refusilos: unas luces danzantes y coloridas, mucha gente bailando entre penumbras, música ensordecedora, Samanta acodada en la barra.
La concentración funcionaba, quizá pudiese volver a aquella noche, a aquel olvido. Trató de serenarse un poco, de pensar en lo que sí recordaba, en lo que había hecho antes que el manto de negrura la avasallara. Sabía que ese sábado se había levantado tarde, cerca del mediodía, porque se había quedado toda la noche escribiendo. Luego de almorzar tuvo una fuerte discusión por teléfono con Pablo, su ex novio, por un tema relacionado con un dinero que ella supuestamente le debía. Recordaba haber cortado encolerizada y enseguida salir de su casa hacia destinos desconocidos. Ahí terminaba su memoria, ahí se acababa su existencia.
Tanto recordar terminó por fatigarla, sin contar que sus desconocidas aventuras nocturnas deberían haber demandado su buena cuota de energía. Lentamente comenzó a dormirse, mientras por su cabeza pasaban ideas vagas: la proximidad de su cumpleaños, de sus veintitrés años; los exámenes que se agazapaban a la vuelta de la esquina; la posibilidad de perder su trabajo y todos los problemas que ello traía, despedirse de su casa, alojarse con su hermana, resultar otra vez una carga insoportable.
En algún momento se durmió completamente, pero de pronto estaba caminado por una calle oscura, desconocida, olvidada. Había una entrada a lo que parecía ser un boliche, unos patovicas custodiaban la puerta cual can Cerberos y generaban una larga cola de jóvenes entusiastas, ansiosos. Algunos tenían una cabellera de fuego o lazaban espuma por los ojos y humo por la garganta. Justo enfrente una chica gritaba furiosa por un celular, ella enseguida se le acercaba y comenzaban a besarse y a desnudarse. De pronto estaban amándose en una cama, en un sofá y decenas de personas las miraban y vitoreaban. De vez en cuando alguno de ellos se unía al jolgorio. Al final ríos de semen las envolvían y arrastraban, y ellas se besaban, bebían un poco y lo escupían en la boca de la otra. Seres demoníacos las penetraban por todos lados, con penes de fuego y de hierro. También había algunas mujeres fantasmales que con falos artificiales participaban de la orgía. Luego la cama se deshacía en una vorágine negra que lo absorbía todo y la escupía a ella, devuelta al taxi, devuelta al mundo.

Continuará...

1 comentario - Oblitus II