Al Turista (relato gay)

Acompañé al turista hasta su dormitorio. Ambos sabíamos lo que iba a ocurrir, pero que debía ser rápido porque yo estaba en mi horario laboral. Sería solo una probadita, un adelanto.
Quedamos solos en la habitación. Cuando sentí la puerta cerrarse supe que era cuestión de segundos comenzar a besarnos, acariciarnos, y solo una cuestión de minutos estar haciéndole una buena sesión de sexo oral. Él me tomó por la cintura y me arrastró hasta su cuerpo. Besó mis labios a la vez que sujetó mis nalgas y apoyó su miembro sobre uno de mis muslos. Cuando nuestras lenguas se acariciaron sentí su palo ganar volumen y endurecerse. Traté de imaginarme como sería, si gordo, fino, si sería largo, si estaría depilado. Subió sus manos hasta mi mentón y levantó mi cabeza de un solo movimiento, dejando mi cuello al descubierto. Lo besó, poniendo mi piel de gallina, erizándome los pelos de la nuca, y no pude evitar gemir producto del placer que ese beso en el cuello me estaba generando. Inconscientemente deslicé mi mano hacia abajo para palparlo. Se sentía gorda y dura. Humedecí mis labios con la lengua y lancé otro gemido, él era un vampiro prendido a mi cuello, mientras que con su otra mano estimulaba mis glúteos y comenzaba a jugar, sutilmente, con sus dedos en mi ano.
Me sujetó la cara con ambas manos, me gustaba sentir que me controlara, que llevara adelante la relación, que me tome por las riendas y me dominara.
- ¿La querés chupar? – me susurró.
No respondí. Solo asentí a la vez que volví a humedecer mis labios. Me puse en cuclillas mientras desatapa el cordón de su malla y desprendía el cierre de abrojo. La prenda veraniega cayó al suelo rápido. No llevaba ropa interior. Acaricié sus musculosos muslos mientras observaba el miembro. Era gordo, no demasiado largo, pero hermoso. En la parte derecha del mismo se le marcaba una vena que parecía estar a punto de estallar. El pene estaba encorvado hacia arriba y latía. Sus testículos, depilados en su totalidad, caían colgando como dos kiwis, simétricos, grandes y perfectos.
Acaricié sus glúteos, y mirándolo a los ojos lamí la base del tronco hasta llegar casi a la punta. Hice ese movimiento varias veces, solo con mi lengua, mis labios no era tiempo de usarlos todavía, y mis manos se encontraban entretenidas en sus carnosas nalgas. Bajé un poco más y lamí sus testículos, estaban tibios, él inclinaba su cabeza hacia atrás, y llevó una de sus manos a mi nuca cuando utilicé mis labios para introducir en mi boca uno de sus kiwis por completo.
Cerré los ojos, era tiempo de comenzar a disfrutarlo yo un poco. Mientras jugaba con sus frutas colgantes comencé a masturbar lentamente su miembro. Me gustaba sentir el latido de la vena en la palma de mi mano, sentir la aspereza de la cabeza, y escucharlo jadear hizo que me excitara tanto que sin darme cuenta yo también estaba jadeando. Llegó el momento de introducir en mi boca todo el miembro, lo hice rápido, sin un jugueteo previo. Lo metí y comencé a chuparlo mientras seguía masturbándolo y girando mi cabeza en semi círculo para acompañar el movimiento de mi lengua. Él jadeaba cada vez más fuerte y se sorprendió haciendo movimientos pélvicos, como si me estuviese penetrando, como si estuviese haciéndole el amor a mi boca.
Cada tanto dejaba de chupar, lo retiraba de mi boca para respirar mejor y mirarlo. Lo masturbaba con más fuerza y acariciaba la cabeza, húmeda, robándole un jadeo y haciendo que tirara su cadera hacia atrás, le estaba gustando. Regresaba a chuparlo cuando él me obligaba sujetándome por la nuca y marcando el ritmo que más placer le brindaba. Por momentos era veloz y por momentos pretendía que se lo chupara más suave. Si bien era la primera vez que se lo hacía, él no sentía vergüenza en pedirme.
- Hasta el fondo.
- Mirame.
- Pasame la lengua.
Yo obedecía. Me gusta que mi macho de turno sienta placer, goce, y una vez que acabe no se olvide nunca de mi mamada.
Él se movió hacia atrás, retirando se pene de mi boca y comenzó a masturbarse enérgicamente. Con su otra mano acomodaba mi cabeza para que su eyaculación terminara ahí, iba a acabarme en la cara y yo iba a permitirlo. Abrí la boca y saqué la lengua cuando sus fuertes gemidos anunciaban el orgasmo ganador. El primer disparo de semen fue enorme y potente, golpeó en la parte alta de mi mejilla, cerca de ojo. El segundo, menos fuerte pegó en mi labio superior, y el último, ya solo las gotitas, en el interior de mi boca.
Yo tomé su miembro con mis manos y lo apoyé en mi mejilla, donde su semen todavía estaba tibio, y lo arrastré hasta mi boca. Era pegajoso, espeso y salado. Tragué y limpié su miembro con mi lengua. Le subí la malla para dejarlo vestido. Me dirigí al baño para enjuagar mi boca. Besé sus labios sabiendo que no sería la última vez.
Regresé al trabajo.

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