Siete por siete (84): La solución




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Compendio I


He tenido una semana ocupada.
Puesto que vuelvo a faena la próxima semana, he estado entrevistando niñeras.
Llamé a varias compañías y concerté las reuniones en el horario que Marisol está en clases, para evitarme mayores complicaciones.
Llegaron mujeres de diferentes edades. Incluso algunas vecinas de la comunidad.
A la mayoría les resultó simpático que fuese yo el encargado de cuidar a las pequeñas en el día y de realizar la entrevista, mientras mi esposa estudiaba.
Les expliqué que el trabajo era sencillo: alimentar a las pequeñas, mudarlas y asegurarse que comieran.
Aproveché la semana anterior para bloquear todas las tomas de corriente y les pedí que las mantuvieran en el primer piso, ya que gatean y que si necesitan cocinar o calentar los biberones, que emplearan el microondas.
Vino un par de señoras con la intención de trabajar como amas de casa, pero a pesar que la casa es grande y nos cuesta un poco mantenerla limpia y ordenada, necesitábamos solamente una niñera.
Entonces, mi decisión estaba entre una señora de 32 años, que vive un par de calles más abajo, por la avenida principal (La casa de Kevin y la mía se encuentran en la cima de una colina, frente a una quebrada y al lado del camino de servicio por donde ingresan los camiones recolectores de basura y cisternas para los jardines), casada, con hijos de 8 y 12 años, con unos pocos kilos de más, pero con labios muy sensuales y una cara de cachonda.
Y la otra opción era una chica de 19 años, delgadita, cabello negro y largo, que se encontraba indecisa sobre que estudiar y que deseaba ahorrar el dinero para salir al extranjero.
Marisol era la más contenta tras ver las entrevistas por el sistema de seguridad, porque por la manera que me miraban, a las 2 les había resultado atractivo.
“Entonces, tienes que decidir: O ser el “patas negras” de otra vecina o el primer amor de la niña sin rumbo fijo.” Dijo Marisol, burlándose de mí.
“¿Esas son mis opciones?” Le respondí, sin tantos ánimos.
Paró de burlarse.
“¡Lo siento!” Se disculpó. “Sé que para ti no es fácil y me quieres demasiado… pero eres un buen marido… y me gusta que otras mujeres lo sepan… que sepan que eres bueno y que eres mío.”
Y entonces, me tuve que poner un poco más serio.
“Marisol, ¿Hasta cuándo haremos esto? ¿Lo has pensado?”
“Bueno, amor… mientras se pueda…”
Le tomé de las mejillas y le pedí que me mirara a los ojos.
“¡No me estás entendiendo, Marisol! ¡Tienes que pensar en las pequeñas! ¡Ellas no siempre van a ser así!”
“¡Amor, estás exagerando!” me dijo ella, tratando de calmarme. “Ellas aun no entienden lo de nosotros y no tienes que preocuparte…”
“¡Lo sé, Marisol!” le respondí, desanimado. “Pero sólo te pido que imagines 6 años hacia adelante…”
“¿6 años?”
“Las pequeñas entraran a la escuela o incluso, al kínder. ¿Qué pasará si tienen profesoras y me encuentran bonito?... ¡No podremos hacer esto!…”
“¿Por qué?”
Me cuesta entender que alguien tan dulce y con instintos maternales tan fuertes como Marisol no pueda comprender mi punto de vista.
O bien, puede ser que su percepción de las cosas le impida darse cuenta.
“¡Porque sería feo! ¡Entiende, Marisol, que serán las personas a cargo de su educación! ¡Las pequeñas las querrán y las admiraran tanto como nos querrán a nosotros! ¿Has pensado si una de ellas se obsesiona? ¿Si tuviésemos un rompimiento feo?”
“Bueno, amor… pienso que está en ti.” Me respondió. “Si tú no rompes con ella…”
Me sentía como si hablase con una pared.
Necesitaba despejarme y tomé las llaves de la camioneta.
Marisol, afligida, salió a verme.
“¡Amor, de verdad lo siento!” se disculpó. “¡Eres un hombre bueno y me haces muy feliz!... pero ve a visitar a la chica del restaurant…”
La miré ofendido y ella se puso a llorar.
“¡Lo sé! Tal vez… tenga un problema…” reconoció finalmente. “Pero me pongo en el lugar de ellas… ¿Sabes?... siento que cuando estás con ellas, eres un rayito de sol, como lo eres conmigo…”
Aunque me enfada que haga eso, verla llorar y con sus mejillas rosadas me parte el corazón.
“¡Yo te amo, Marisol! Aunque la mayoría de las veces me cueste entenderte… siempre te amaré…”
Se puso más contenta, nos besamos y me fui.
La verdad, necesitaba una hamburguesa con papas fritas y Liz es simpática.
La conocí en noviembre del año pasado, en una situación parecida a la que estaba viviendo.
Trabajaba de mesera en el restaurant. Me había desviado del trayecto a mi casa, porque Marisol y Fio estaban esperando mi regreso y como en esos momentos, necesitaba distraerme porque tenía mucha presión.
En esa ocasión, cuando pedí la cuenta, me dio su número de teléfono y su dirección, algo que no me sucede a menudo.
Al poco tiempo, mientras Amelia y Verónica nos visitaban, fui a verla y tuvimos nuestro primer encontrón, el cual disfrutamos bastante.
Pero ya habían pasado 3 meses y no me había hecho ni el tiempo ni las ganas de ir a verla.
En esta ocasión, se había teñido el pelo más claro, entre el color miel y el rubio y se veía más bonita.
Debe medir 1.74m, porque es más alta que Marisol. Tiene ojos negros, con una mirada coqueta, labios delgados y finos, una nariz respingada y mejillas con pecas.
No sabía que decirle para disculparme y cuando me miró, me sentí nervioso.
¡Me había reconocido al instante!
“¡Fred, me tomo una hora libre!” le gritó al pendejo que atendía la barra.
“¿Qué?” exclamó sorprendido, porque Liz estaba atendiendo mesas en su estación.
Ella le miró desafiante.
“¿Tienes un problema con eso?”
No pudo responderle.
Estaba enfadada y tomó su delantal y su sombrero y se lo arrojó, dejando sus mesas sin atender.
Luego me miró y me preguntó.
“¿Nos vamos?”
Caminamos sin rumbo fijo. Estaba complicada y no quería hablarme. Solamente caminaba, apoyada en mi brazo.
“¡Siento haberme comportado así!” me dijo, finalmente, sin mirarme a los ojos.
“¡No te preocupes!” respondí más aliviado. “¡Pensé que estabas enojada conmigo!”
Ella se rió y me miró.
“¿Qué dices?”
Fuimos a otro restaurant, con una barra. Le invité una cerveza, mientras que tuve que conformarme con un hot-dog…
Y digo conformarme, porque no se comparan con los completos que comía en mi tierra: con Tomate, Palta, Cebolla picada…
Este era un miserable pan con una salchicha, mayonesa, kétchup y mostaza.
Ella se dio cuenta de lo decepcionado que estaba.
“¡Discúlpame!... tal vez, querías tu hamburguesa…” me dijo, muy arrepentida.
“En realidad, iba más por las papas fritas… y para verte de nuevo…” le dije, probando mi insípido bocado.
Ella sonrió.
“¿Esa vez lo disfrutaste?”
“Si… y pensé que estarías enfadada conmigo, porque no te he visto en 3 meses…”
“¡Descuida!” respondió, riéndose con discreción. “Te he dicho que me gusta andar con hombres casados… y te entiendo… no debes tener tiempo.”
Lo dijo tan desanimada, que tuve que preguntarle.
“¡Es Fred!” me respondió. “¡Me ha sido infiel!”
Yo sonreí… y ella también.
“¡Lo sé, lo sé!... tampoco he sido la novia perfecta… pero llevamos 2 años… y me engañó con una chica del restaurant.” Dijo, mirando su jarra cervecera. “Todos lo saben… y lo malo es que quiero mudarme… y siento que no puedo escapar…”
Y entonces, mi cerebro de ingeniero calzó todo…
“¿Cuánto ganas?” le pregunté.
“¡No es mucho!... como vivía con Fred, no necesitaba más…”
En realidad, era una miseria y tenía razón al sentirse atrapada, porque apenas le alcanzaba para cubrir las necesidades básicas.
“¿Qué opinas si te pago el triple de eso?” le pregunté.
Ella me miró avergonzada.
“¡Oye!... lo de nosotros… fue algo casual…” respondió levemente ofendida. “Yo no cobro…”
Me reí.
“¡Discúlpame, no me refiero a eso! Te estoy ofreciendo un trabajo. Que trabajes para mí…”
“¿Un trabajo?” preguntó, con mayor curiosidad.
Y le expliqué nuestra situación.
“¡Pero… yo no sé cuidar niños!” exclamó, asustada y bebiendo el resto de la jarra. “Es decir… ¡Mírame!... ¡No me has visto en 3 meses!...”
Y le tomé las manos para calmarla.
“¡Lo sé!... pero estamos desesperados. Las pequeñas necesitan alguien que las vigile, solamente por un par de horas. Te estoy ofreciendo un empleo y un techo. Recuerdo que dijiste que estudiabas arte, en la nocturna… pues tendrás tiempo para eso también…”
Y ahí, sus ojos se pusieron melosos.
“¿Te acuerdas de eso?”
“Si, porque mi esposa también estudia y es por eso que te necesitamos. Yo vuelvo a la mina la próxima semana y mi esposa ya ha comenzado el semestre.” Le respondí. “Tendrás comida, alojamiento, televisión, internet… ¡Lo que tú desees!”
Se puso colorada…
“¡No lo sé! ¡Tendría que pensarlo!”
“Incluso, puedes mudarte esta misma noche, si lo deseas…” le dije, para convencerla un poco más. “¡Te haré un contrato y será todo legal, con sueldo fijo!”
Y volvimos al restaurant y renunció. Hizo un verdadero escándalo.
Fred me miraba, como si yo tuviese la culpa en la miserable habitación que tenía, mientras ella tomaba sus pocas posesiones y las cargó en mi camioneta.
Sabía que estaba enfadada y que quería alejarse de Fred, pero recapacité.
Había sido una reunión repentina.
Avanzamos 2 cuadras y nos pilló un semáforo en rojo.
“¿Estás segura de querer hacerlo? Apenas me conoces…”
“No… si me lo pides tú…” se avergonzó, al reconocer lo presuroso de su decisión. “Además… me quería ir… y cualquier lugar es mejor que con él.”
Pero luego añadió.
“¡No lo sé!... tienes algo en la mirada que me da confianza… eres un buen amigo… y si algo más pasará… ¡No lo sé!... contigo… dejaría que pasara…”
Y seguimos andando. Ella veía que las casas se ponían más elegantes y sus ojos se ponían más grandes.
Cuando aparcamos en el estacionamiento, tenía una mirada como si soñara despierta.
Marisol salió a recibirme, pero al ver que no bajaba solo, sonrió.
De una manera inesperada, había encontrado la solución a nuestro problema.
Y mientras Liz se acomoda en su nueva habitación y tras una breve charla para conocerla mejor, veo el brillo lujurioso en los ojos de mi esposa, que quiere dormir con la puerta abierta otra vez.


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