Una peculiar familia 29

CAPÍTULO XXIX

Viki llevaba dos días con un humor de perros. Si en algún momento llegué a forjarme la ilusión de que sus relaciones conmigo habían ido mejorando, ahora tenía la impresión de que era todo lo contrario. De nada sirvió que yo pusiera en juego toda la afabilidad posible a la hora de dirigirme a ella interesándome por la causa de tal enfado, pues no por ello sus respuestas eran menos broncas. De no conocerla, uno llegaría a pensar que tal vez era el causante del enojo.

—¿Se habrá enterado de que estamos leyendo su diario? —le pregunté a Dori.

—No lo creo. Ella sigue guardándolo en el mismo sitio.

—Puede que sospeche algo y esté esperando la ocasión de cogernos con las manos en la masa.

—Viki nunca sospecha —aseguró Dori muy seria—. Sea del asunto que sea, o está convencida de saberlo todo o no sabe nada. No hay término medio. Lo tengo ya más que comprobado. Si hubiera advertido el menor indicio, daría por seguro que alguien está leyendo el diario a sus espaldas y habría levantado ya el grito al cielo.

—¿A qué puede deberse entonces semejante cabreo? No recuerdo haberla visto nunca antes de tan mal genio.

—Yo creo que se debe a algo que le ha ocurrido fuera de casa y no me extrañaría que el tal Luís anduviese por medio.

Este Luís, al que creo haber mencionado alguna vez muy de pasada, era compañero de estudios de Viki. Nunca llegué a conocerle personalmente, pero para la mayor de mis hermanas venía a ser algo así como el compendio de todas las virtudes que, en su opinión, ha de reunir un hombre: guapo, simpático, inteligente... Lo malo del caso es que tal opinión debía de estar muy generalizada entre las restantes colegas y Luís no daba abasto con unas y con otras, manteniendo a Viki relegada al más completo de los olvidos.

—¿Todavía sigue encaprichada con ese Luís que no le hace caso? —pregunté.

—Últimamente la cosa había cambiado bastante y, de hecho, yo misma la he visto en un par de ocasiones acompañada de él.

—¿Quieres decir que son novios formales?

—Yo no diría tanto; pero es evidente que algo hay entre ellos.

La tarde en que Barbi, haciendo uso de su turno, se presentó en mi cuarto con el popular diario en la mano, deduje que Dori tenía razón y que Viki nada sabía de la sistemática intromisión nuestra en sus asuntos más reservados.

En esta ocasión no me pude resistir al ritual de otras veces y, tan pronto como vi que Barbi abría el librito, se le arrebaté y fui pasando páginas hasta llegar a la última que aparecía escrita, esperando encontrar allí la respuesta al misterioso disgusto que mantenía a Viki en constante estado de guerra y, con la consiguiente exasperación de Barbi, hice intención de leer por mí mismo.

—¡De eso, nada! —protestó mi agraviada hermana tratando de recuperar el diario.

—Por favor, sólo un momento —supliqué—. Nada más quiero ver una cosa.

—Dime lo que quieres que te lea y yo te lo leeré.

Estaba claro que Barbi no iba a dar su brazo a torcer y sobre la marcha traté de hallar una solución que nos dejara satisfechos a ambos.

—Cambiemos un poco de estrategia —sugerí.

—¿De qué se trata? —Barbi dejó de forcejear.

—Aunque nunca te lo he dicho, tú eres quien mejor la chupa con diferencia. Así que he pensado que, mientras tú me la chupas como sólo tú sabes hacerlo, yo puedo ir leyendo lo que me interesa.

Barbi me fulminó con la mirada y replicó.

—Aunque yo tampoco te lo he dicho, nadie hasta ahora me ha comido el coño de la forma que tú lo haces. Así que he pensado...

—Ya sé lo que has pensado —la interrumpí—. Pero así hemos empezado ya infinidad de veces. ¿No crees que va siendo hora de que alteremos los papeles?

Barbi iba a soltar otra de las suyas, pero se contuvo. Finalmente, tras meditar algunos segundos su respuesta, acabó cediendo.

—Está bien —dijo, dejando caer los brazos a lo largo del cuerpo—. Tienes razón. Pero la verdad es que no me hace mucha gracia tu propuesta.

—Sólo será un par de minutos.

Para adelantar terreno, nos desnudamos al mismo tiempo. Me tumbé boca arriba sobre la cama y ella se aprestó a iniciar su misión, haciéndolo a propósito con todo su esmero para dificultarme la lectura. Y, la verdad, no me fue nada fácil lograr que mi atención se centrara en otra cosa que no fuera el maravilloso gusto que sus labios y lengua me proporcionaban al surcar mi polla de cabo a rabo. Así y todo, pude alcanzar a leer un par de párrafos.

* * *

20 de septiembre

Hoy ha sido uno de los días más felices de mi vida. Por fin se ha producido el milagro por el que tanto he sufrido y rezado: Luís y yo hemos estado por fin a solas y, aunque no me lo ha dicho expresamente, hay cosas que cualquier chica puede adivinar sin necesidad de que se las digan. ¡Luís me quiere! ¡Luís me ama!

Tampoco yo le he hablado de cuáles son mis sentimientos hacia él, pero supongo que los conoce igualmente. Lo habrá visto en mis ojos, lo mismo que lo he leído yo en los suyos. Los verdaderos sentimientos son así: no pueden ocultarse y se manifiestan de mil formas, sin que sean precisas las palabras para transmitírselos a los demás...

* * *

Cerré el diario de golpe por dos poderosas razones. Aquel tipo de confesiones no era lo que yo esperaba encontrar y la acción de Barbi sobre mi erecta verga empezaba a llevarme a una situación límite, en la que de nada servía quererse hacer el valiente ni el jugar al "a ver quién puede más", pues mi derrota estaba cantada. Así que, antes de que fuera demasiado tarde y me viera obligado a hacer un sobreesfuerzo, pasé mis brazos por sus axilas y la hice tenderse sobre mí hasta que su boca quedó al alcance de la mía. Succioné aquella lengua impregnada de mi savia e intenté olvidarme de los amores de Viki para concentrarme en los calores de Barbi.

Pero la cuestión no resultaba tan simple. Aunque quisiera resistirme a reconocerlo, era lo cierto que aquellos dos parrafitos me habían jodido lo suyo. Y todo por mi falta de reflexión. El 20 de septiembre, cuando Viki los escribió, ya había quedado bastante atrás y la desbordante felicidad de la que hablaba ahora estaba convertida en manifiesta infelicidad. Lo más seguro es que Dori, como casi siempre, tenía razón y Viki se había llevado un buen chasco con su Romeo...

—¿Se puede saber qué te pasa hoy?

Barbi, también a punto de perder los estribos, me fulminaba una vez más con la mirada. Pero mi preocupación se esfumó como por ensalmo, al dar por sentado que el affaire entre Viki y Luís se había ido al trasto; y recuperada la alegría, dejé el diario sobre la mesita de noche y me dediqué de lleno a dar a Barbi el tratamiento que esperaba y se merecía.

Recordando su particular elogio, me la quité de encima y metí sin más mi cabeza entre sus piernas, comenzando a lamer su vulva entera para ir poco a poco acotando el terreno, hasta terminar casi follándola literalmente con mi lengua.

El coñito de Barbi, aparte de ser de lo más apetecible, tenía un sabor muy especial, casi a confitura pura. Tras los amoratados labios externos, se escondía un hermoso color rosado que acentuaba más la sensación de estar chupando un jugoso fresón. Su clítoris, además, era de lo más agradecido y rápidamente se hacía notar a la menor carantoña que se le ofreciese. Y era en tocando ese punto cuando ya Barbi perdía el control de sus actos y se convertía en auténtica lujuria desatada, volviéndose hasta potencialmente peligrosa.

Sin poderlo remediar, pues ya tenía claro que se trataba de un acto reflejo totalmente, me aprisionaba la cabeza entre sus muslos, cual llave de pugilato, con lo que lo único que yo podía mover era la lengua. Tal vez era eso lo que ella perseguía inconscientemente, ávida de alcanzar el máximo de su placer y ajena por completo al daño que podía ocasionar. Y es que, bajo su frágil aspecto, tanto Barbi como Cati engañaban y su fuerza era bastante superior a la que aparentaban.

En tales condiciones, el orgasmo venía a ser un alivio tanto para ella como para quien se lo procuraba, en este caso yo. Por suerte, sus corridas no se hacían mucho de esperar y, una vez saciada su más perentoria necesidad, se relajaba de tal forma que durante unos minutos quedaba convertida en un auténtico pelele, con el que podía hacerse lo que a uno se le antojara.

Tan sólo se trataba de un armisticio y en ningún caso de una rendición, pues una vez superado el momento de flaqueza, volvía a tornarse todo un volcán. Para cuando ello llegaba, yo procuraba tenérsela metida ya bien profunda, única manera de salvaguardar la integridad de mi verga; porque, de no ser así, se lanzaba a por ella como una posesa y la tomaba sin el menor miramiento, no descansando hasta sentirla bien calada en sus entrañas.

A la hora de joder, Barbi no quería medias tintas. La quería toda dentro y adoptaba las poses más inverosímiles con tal de que nada quedara sin explorar adecuadamente. No era una ninfómana, aunque llegara a comportarse como tal, sino que lo que buscaba y deseaba era lo que ella misma denominaba "polvo total"; es decir, un polvo que la dejara plenamente satisfecha para unos cuantos días, aunque nunca tuviera el menor reparo en repetirlo al siguiente si la ocasión se pintaba.

Tomarla de frente era un peligro, pues sus uñas y dientes podían llegarse a convertir en armas mortíferas. Aprendida la lección, yo siempre procuraba atacarla por la retaguardia, lo que me concedía el privilegio añadido de poder amasar sus senos mientras mi pacote ejercía su oportuna labor por otros rincones más recónditos.

Los pezones de Barbi, que se ponían a reventar al menor contacto, eran en ella puntos extraordinariamente sensibles y ello me suponía también una ventaja adicional en aquellos desiguales combates. Acariciándoselos o pellizcándoselos suavemente, conseguía que su inquietud se aplacase un tanto y que se rebajase el nivel de su demanda. El único inconveniente estribaba en que aquella sensibilidad era como el olfato, que rápidamente se habitúa al olor ambiental, y requería estar variando casi de continuo la forma de tratarla para que el efecto no decayera.

Otro punto a considerar eran sus piernas. Si se las dejaba libres, poco a poco, a medida que las sensaciones se hacían más intensas, cobraban una creciente movilidad y podían terminar convirtiéndose en aspas de molino, lo que podía producirme algún retorcijón de churra nada agradable. Por eso era también importante cogerla de costado, de forma que la pierna que quedaba debajo permaneciera prisionera y la otra quedara bajo mi control, sujetándola por el tobillo o por donde mejor procediera según las circunstancias de cada momento.

Con razón suele decirse que lo que más cuesta es lo que más gusta. El tener que follar con tantas prevenciones puede parecer ingrato a los ojos de aquél que nunca lo haya experimentado; sin embargo, nada más lejos de la realidad. Aparte de que, con la práctica, todos los movimientos de defensa terminan realizándose de manera casi automática, creo que nada puede poner más cachondo a un hombre que ver a su compañera tan poseída por la lascivia. Viendo las cosas desde su correcta perspectiva, hay que entender que todo cuanto hacía Barbi no era sino consecuencia del goce que uno le procuraba y que ella manifestaba de forma poco común, pero harto elocuente. Era como domar a una potrilla a base de orgasmos, pues lo más normal era que mediaran dos o tres de ella antes de que yo alcanzara el mío, que siempre resultaba apoteósico después de tanta brega.

Por lo demás, Barbi era muy agradecida.

—¡Así, así! —me jaleaba casi constantemente, hiciera lo que hiciera.

Y esto era algo que me enardecía y me insuflaba nuevas fuerzas para seguir peleando con el mayor ahínco. Mi pacote llegaba a moverse con tal velocidad que era un visto y no visto. Aquel coño, tan pronto dilatado como constreñido, dependiendo del mayor o menor ángulo de apertura de sus piernas, se encargaban del resto. Mis desplomes con Barbi eran de los que se veían venir de lejos y no dependían tanto de mí como de ella y las posturas que tuviera a bien adoptar en los momentos decisivos. Mi supuesto control de la situación era más que relativo.

En verdad, desde que Barbi se desató como el animal sexual que potencialmente era, nunca supe a ciencia cierta si mis eyaculaciones ocurrían cuando yo lo deseaba o cuando ella quería. Yo había ido desarrollando mis propias técnicas para follar con ella y ella las fue aceptando todas sin ninguna objeción. Lo más importante era la obtención del placer y eso lo tenía garantizado, lo hiciéramos como lo hiciéramos.

Aun siguiendo distintos derroteros, Barbi y Cati eran también gemelas en lo que a la concepción del sexo se refiere. El sexo era la satisfacción de un instinto primitivo y en él no había lugar para otros sentimientos que no fueran el deseo de poseer y ser poseído. El cariño y demás zarandajas se quedaban para antes y después del acto, pero no para el acto en sí.

Y así estaba yo, bufando como un animal a la búsqueda de culminar mi trabajo, cuando un carraspeo a mi espalda me hizo frenar en seco las que estaban destinadas a ser mis últimas acometidas.

—¿Por qué paras? —preguntó Barbi con voz casi inaudible, todavía bajo los efectos de su tercera o cuarta crisis.

Pero, como yo, sólo tuvo que mirar hacia atrás para obtener la respuesta. A pie firme, casi pegada al borde de la cama, allí estaba Viki mirándonos fijamente y con su diario en la mano. Su rostro no denotaba ni pena ni alegría y ni tan siquiera sorpresa.

Ante el temor de las más que posibles represalias, Barbi optó por retirarse prudentemente, dejándome a mí sólo ante el peligro. Viki no hizo nada por detenerla y creo que hasta era su deseo quedar a solas conmigo. Huelga decir que aquella fue una de las situaciones más comprometidas en que jamás me he encontrado y aquel rostro imperturbable que tenía ante mí no me servía precisamente de ayuda.

—Lo siento —me atreví a susurrar, en vista de que ella no decía nada.

Sin salir de su mutismo, Viki tomó asiento en la silla del ordenador y la giró para darme frente. Con gesto displicente dejó caer el diario sobre la mesa y cabalgó una pierna sobre otra, mostrándome una generosa panorámica de sus muslos. Sin llegar a alcanzar la perfección de las de las gemelas, las piernas de Viki no dejaban de ser también fantásticas.

—De verdad que lo siento —insistí sin saber qué otra cosa decir.

Su mirada se tornó enérgica, casi inquisitorial.

—¿Te queda que follar con alguien más o podemos conversar los dos tranquilamente? —preguntó con voz glacial.

Me pareció que su gesto era de reproche, pero no estaba en absoluto seguro. En realidad, de lo único que estaba seguro es de que, aun cuando no lo demostrara de una forma evidente, Viki tenía toda la razón para estar cabreada conmigo.

—Te prometo que no volverá a ocurrir —seguí murmurando.

—¿Te refieres a esto? —Viki volvió a coger su diario.

Asentí con la cabeza y bien creí que, al ponerse de nuevo en pie, ella iba por fin a estallar y cerré los ojos, preparado para recibir la más que merecida bofetada. Sin embargo, no fue su mano la que me golpeó en pleno rostro, sino el diario.

—Por mí puedes seguir leyéndolo hasta que te aburras —oí que decía mientras se acercaba a la cama—. No pienso escribir en él ni una sola palabra más.

—¿De qué quieres, entonces, que conversemos?

Para mi sorpresa, Viki se inclinó sobre mí, me acarició la mejilla y dijo:

—Quiero que conversemos de ti y de mí.


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